Igual ocurre con lo bello y lo feo y con todo cuanto existe. Detrás de un ser hay otro y viceversa, como si el bien y el mal fueran las dos caras de una misma moneda, y el hombre, ese microbio caótico, trata de construir su identidad al margen de las dos fuerzas para dominarlas; pero a veces éstas escapan a su control y se entregan a extravagantes maniobras, y entonces el hombre no entiende ya nada. El agua, tan pura, el agua que lava todas las llagas, las del cuerpo y las del alma, el agua fría que reafirma las carnes y vivifica el cuerpo y el agua caliente que rebaja la tensión y la fatiga, ¿iba a poder lavar ese mal?
Después de embeberme de ella, había creído ser diferente. El agua era manantial de juventud: daba la frescura, daba la vida, daba el amor, daba la muerte. No, no había Providencia. El Mal no provenía de la ignorancia, ni de la estupidez, ni de la pereza. El Mal se enseñorea tanto de los corazones simples como de los corazones malvados, de las almas dichosas como de las tristes. El Mal llega; pero nadie sabe de dónde viene. El agua no es sólo agua purificadora. También es Diluvio y tempestad.
Mi tesis progresaba, por fortuna, gracias al aliento que me daba Félix. Era mi única satisfacción. En ella me interesaba por la decisión final del exterminio de los judíos y demostraba que, durante el verano de 1941, los judíos tenían abierta la posibilidad de la emigración, aun cuando se hubieran dictado algunas restricciones.
En agosto se decidió hacerles llevar una insignia y en septiembre comenzó la deportación hacia el este. No obstante, desde finales de los años treinta, Hitler pretendía llegar a una solución territorial en caso de victoria, y a una solución radical sólo en caso de que se torciera el rumbo de la guerra, a modo de represalia. Durante el verano de 1940 aún estaba dispuesto a enviar a América a los judíos de Europa. Mientras preparaba la campaña de Rusia, no hizo nada contra ellos, porque creía tener cercana la victoria. Solamente cuando la guerra cambió de signo les tocó a los judíos soviéticos ser víctimas de su furor.
En mi opinión, era la guerra lo que había provocado la cólera y el pánico en Hitler. Él y sus hombres no habrían perpetrado ese crimen si todo hubiera discurrido tal como esperaba.
La resistencia de los soviéticos, las dificultades económicas y la experiencia traumática de 1918, la vergüenza de la derrota, habían vuelto menos sensible a la población, más permeable al odio racista. Los alemanes pensaban que corrían, una vez más, el riesgo de derramar su sangre y que los judíos serían los vencedores de aquella guerra eterna: por eso había que exterminarlos. Eran el enemigo absoluto que adoptaba los rostros opuestos del bolchevismo y del capitalismo y que pronto se revelaría, sin duda, tal como era, en su unidad diabólica.
Capítulo 6
El único acontecimiento destacable de aquellos duros años fue la velada que pasé con el hermano Franz. Estuvo unos días en París y quiso verme.
Me encontré con él delante de los Archivos, donde lo había citado. Caminaba lentamente; como si avanzara a tientas.
–¿Se le ha debilitado aún más la vista, padre Franz? – le pregunté.
–Sí. Cada vez veo menos.
–¿Por qué no lleva gafas?
–No me molesta verlo todo borroso. Me da la impresión de hallarme en un universo más familiar. Los contornos de las personas y de las cosas son menos nítidos. Todo es más suave, más difuminado…
Lo llevé al café de la Rue des Rosiers donde cenamos Lisa y yo la primera vez y al que acudía a veces, a sumar mi pena a la de los rabinos que lloraban en las paredes.
–¿Sigue investigando la policía alemana el asesinato de Schiller -le pregunté-, o han cerrado el caso después de la inculpación de Jean-Yves Lerais? Usted decía que había que encontrar al asesino. ¿Lo ha encontrado? ¿Lo ha buscado?
–Siempre me hace la misma pregunta, Rafael. ¿Quién mató a Carl Rudolf Schiller? ¿El ángel de sangre fría, el Demonio del Mal? ¿O bien el hombre normal? ¿Por qué iba alguien a matar a Schiller? ¿Cuál era el motivo, el móvil de eseasesinato? Lo único que sabemos es que un hombre mató a Carl Rudolf Schiller. ¿Qué ocurrió en su alma para que llevara a cabo ese acto? ¿Fue confiscada por el Mal, que utilizó su brazo y la totalidad de su cuerpo para cumplir su propósito? No, no he buscado al asesino, no me corresponde hacerlo, pero he meditado.
–¿Y bien?
–Creo que hay que estar poseído, literalmente, es decir sustraído a la presencia de sí para llegar a eso. Sólo Satán sabe construir los pensamientos para sustraer al hombre de sí mismo. Sólo el separador es capaz de quebrar la unidad del hombre.
»Eso pasó precisamente en la Segunda Guerra Mundial. Varias naciones se cebaron en una nación, pequeña, despreciada, débil. Una de ellas, la más civilizada, industrial, rivalizó con las otras para hacerla desaparecer. ¿Cómo se puede comprender? Ahí es donde Satán entra en escena: fue él, bajo capa del hombre civilizado, el que imaginó, pensó, organizó y ejecutó su obra hasta en los más mínimos detalles. Es Satán: la otra cara del Occidente del que reniega con todas sus fuerzas. El Mal es así: agazapado en cada uno de nosotros, en la parte oculta, nocturna, de nuestra personalidad. Surge en régimen diurno cuando el entorno político y religioso ha preparado el decorado de la obra macabra que le gusta tanto representar y lo envuelve todo con sus tinieblas. En eso he pensado, Rafael. Y además, en otra cosa. – ¿En qué?
–He pensado en una historia…, bueno, se trata más bien de una parábola. ¿Quiere que se la cuente?
–Adelante.
–Empieza así. Jesús resucitado regresa al mundo en 1940 y se ve deportado porque es judío. Así que le detienen, lo meten en un tren y lo mandan a un campo de concentración. Y allí ve el sufrimiento de todo su pueblo; y él también sufre. E interpela a Dios como lo hizo Moisés al ver la esclavitud de sus hermanos en Egipto, y le pregunta:
»-¿Por qué? ¿Por qué tanto sufrimiento?
»Y he aquí que se le aparece Dios:
»-Esta gente muere por mí. Y tú también, Jesús, morirás por mi nombre, porque eres judío…
»Entonces Jesús le responde:
»-¿Apartarás de mí ese cáliz o volverás a abandonarme?
»Acababa de decir estas palabras cuando hubo un bombardeo en el campo. Cunde el pánico. Muchos aprovechan para escapar. Entonces Jesús da gracias al Señor, luego se precipita sobre un soldado de la SS, lo mata, se viste con su uniforme y escapa. Él, Jesús, se dedica a recorrer ciudades y pueblos con ese uniforme de la SS. Un día se encuentra con una patrulla de la SS y tiene que unirse a ella. Juntos se desplazan a un pueblo donde arrestan a unos judíos, a los que después conducen a un bosque. Comprendiendo lo que va a ocurrir, Jesús carga su fusil y mata a los soldados antes de que asesinen a aquellas personas. Entonces una voz desgarra el cielo:
»-¡Jesús! ¿Qué has hecho? – clama la voz-. ¡No has cumplido tu misión, tendrías que haber dejado que mataran a tus hermanos y morir a su lado!
»-Pero ¿por qué? – contesta, postrándose de rodillas, Jesús-. ¿Por qué esta injusticia?
»-Lo sabes muy bien, Jesús, para salvar a la humanidad.
»-¡Pero si he salvado a la humanidad, puesto que he salvado a esos hombres a los que iban a matar los de la SS! – replica Jesús-. ¡Tu siempre has enseñado a tu pueblo que había que ponerse del lado de los perseguidos y no de los perseguidores! ¿No es eso lo que he hecho?
»-Qué hábil sofisma, Jesús -responde la voz divina-. Pero sin el sufrimiento no puedes cumplir tu misión, del mismo modo que la Naturaleza no puede cumplir la suya sin el Mal que la constituye. Porque en el Mal, ¿sabes?, reside el origen de todo crecimiento, es él quien hace progresar las cosas y el que procrea desde fuera. Sin él, la Naturaleza se repliega sobre sí misma y son incapaces de desplegarse sus potenciales. Tú crees que has salvado a la humanidad, pero has salvado sólo a unas cuantas personas y has obstaculizado el buen curso de las cosas.
»Entonces Jesús se pone a mirar a los nazis que yacen en un charco de sangre a sus pies; y luego mira a los hombres, las mujeres y los niños que permanecen apiñados, observándolo con estupor a causa de su uniforme.
»-Pues no estoy de acuerdo. Me ha complacido salvarlos, sí, me ha complacido más salvar a esta gente que morir… Sí, he querido matar a esos alemanes que son unos asesinos. ¿Y sabes qué? Voy a continuar.
»-¡Hijo indigno -tronó Dios-, hijo desnaturalizado, no te he hecho resucitar para que te unas a la Resistencia! ¡Nunca ha sido ésa tu función! Tú eras mi cordero, mi mansa oveja. ¡Preferías morir a matar!
»-Pero -replicó Jesús- ¿acaso no ves que esos hombres han ido demasiado lejos para tu sabiduría? ¡Ya no riges! ¡Te has dejado desbordar!
»-Ellos son también hijos míos -señaló Dios.
»-¿Hijos tuyos, los de la SS?
»-Sí, esos hombres que has matado son hijos míos. Son hombres, Jesús, no lo olvides.
»-¡No, padre! ¿Son hombres quienes quieren hacer desaparecer a los hombres?
»-No has comprendido nada -dijo con calma Dios-. Voy a explicártelo. Entre los hombres se encuentran aquellos a los que yo he elegido especialmente para dar testimonio de otra moral, a costa del sufrimiento y del sacrificio. Ellos poseen también un ideal: el de mostrar mi ley de amor. ¡Y tú tenías la misión de despertar el alma del asesino para tu sacrificio y dejar constancia de que hay un Redención posible! Debes saber, además, que sin ellos no eres nada, de la misma manera que sin ti ellos tampoco son nada.
»Entonces Jesús cae de bruces en el suelo y dice:
»-¿Quién comprenderá tus caminos, Señor? ¿Y qué quieres? ¿Que Satán viva y que el hombre te sirva? ¿Que el hombre deje obrar a Satán, que reciba pasivamente el mal de él para demostrarle que te ama y que te es fiel a ti, Dios del amor incondicional?
»-Yo quiero que Satán viva y que el hombre domine. Y a ti te corresponde el papel de héroe mártir: tú eres el que supera a la Naturaleza y que, al enfrentarse a la muerte, tiende por la transfiguración de la gracia a oponerse al mal que la humanidad rechaza y que cada cual trata de sofocar en sí mismo.
»-No quiero seguir siendo el afligido y el menospreciado, aquel a quien escupen, aquel a quien imputan cien crímenes de los que es inocente, aquel que, solo entre sus enemigos, te interroga sobre el sentido de sus sufrimientos mientras tú, ¿qué haces tú? ¡Nada! ¿Recuerdas mis últimas palabras en la cruz? Te pedí, te imploré que no me abandonaras. Nunca te lo he perdonado, yo que perdoné incluso a los ladrones, te aseguro que desde entonces estoy resentido contigo, por haberme abandonado a mi suerte. Por haber guardardo silencio. Como si no vieras ni oyeras. Tú sabes muy bien cuál es la verdad: Yo nunca quise morir en la cruz. Me obligaste a ello en contra de mi deseo. ¿Y cómo podría perdonarte cuando te supliqué que no me abandonaras y que apartaras de mí ese cáliz? ¿Piensas que mi premio fue vencer a Satán? ¿Acaso no ves mi impotencia alrededor de ti, tu impotencia? En la cruz no me pusiste a prueba a mí, sino que desafiaste a Satán y fue a mí a quien confiaste la tarea de vencer al príncipe de las tinieblas. Y yo, que morí por eso, abro los ojos ahora y veo a mi alrededor los campos de concentración, los fuegos, el desastre, la catástrofe, la abominación. En estos momentos puedo decirte que no voy a repetir la misma estupidez, no me mantendré pasivo, porque esta vez he comprendido: la única manera de vencer al mal, la única manera de dominarlo, es combatiéndolo y exponiéndose incluso a matar si es preciso, pues de esa lucha surgirá la salvación.
»-¿Combatirlo…, actuar igual que él, entonces? – respondió la voz divina-. Mírate, Jesús: fíjate en qué te has convertido: ¡tienes las manos cubiertas de sangre y eres un asesino, un verdugo, un SS exterminador de SS! ¡Llevas el uniforme, Jesús! Pero ¡qué has hecho! ¡Desgraciado! Todas las familias eran benditas gracias a ti y tú debías estar a mi lado, al lado del Padre eterno, para la salvación de todos. Sí, tú eras mi cordero, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que redime de todas las faltas con su ejemplo, tú eras la encarnación del Verbo, eras el salvador gracias a la crucifixión, pues mediante la pasión compensaste los pecados de los hombres, sí, tú eras el chivo expiatorio de los pueblos y tu abandono era el reflejo de un destino redentor; te hice atravesar la muerte para renacer ahora y así proclamar una y otra vez este mensaje a los hombres. ¿Te das cuenta de lo que significa? ¡Amar hasta el punto de ser capaz de morir por lo que se ama! Esa es la fuerza del amor. Sólo por esa vía el amor se ve reconocido y glorificado. Es la gran lección de la historia humana: el amor es el auténtico camino de salvación.