El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

Béla y yo caminábamos despacio sin decirnos nada, sin saber muy bien adónde íbamos.

El KII: la obra cumbre de la Bauleitung, decía él, quince crisoles de incineración para más de mil cuerpos al día, una cámara de gas con capacidad para dos mil personas.

Entonces, en un último arranque de voluntad, Samy se enderezó, tomó papel y pluma y rápidamente, como si hiciera garabatos, escribió:

Aunque tengamos la misma enfermedad, no morimos a causa de ella
Pues el mar está en calma y se inclina hacia su amor, la luna.
La luz de su madre se refleja en su respiración afanosa: signo doble
De la promesa divina y del amor castrante

El mar era dueño de sí, según la promesa única
Sin vaivén, la masa ahogada; pulmones culpables que se asfixian en la apacible calma
La superficie muerta de las olas no reflejaba nada: una ausencia de ondulaciones obedientes
La multitud de las aguas no puede apagar el amor, escribió Salomón, ahora
Las aguas amantes no pueden apagar las multitudes

¿No logras respirar? No es del mar, sino de ti mismo de donde viene tu asfixia
¿Dónde está ese aire fresco del primer aliento, dónde los humores puros de tu madre en tus pulmones insuflados?
La muerte no ha pasado sobre tus labios, el flujo del amor no te ha barrido
Eras un barco mantenido a flote por la promesa de ser dos.

Tú, Noé, suéltalos de dos en dos y eleva hacia mí el olor apaciguador del humo.
(Dentro de muchos años, tus descendientes me ofrecerán hasta seis
Millones reagrupados, en una nube asfixiante de ceniza
que hará palidecer mi resplandeciente promesa
Y sabrás que el Arca llegada a Ararat es un ataúd
Depositado en la tumba antes del velatorio.)

La cámara de gas. Un barracón de tablas de paredes delgadas y catres innobles, un conducto de calefaccción rudimentario.

Ella decía que el hombre era un ser enfermo de miedo, que era nuestra angustia lo que nos impedía ser buenos; que era ésta la que volvía orgulloso al hombre a causa del complejo de inferioridad y de impotencia que se experimenta al no sentirse amado. Decía que era la ansiedad lo que llevaba al hombre a perder la mesura y a querer ser más de lo que es, a hacer de ángel, a querer convertirse en Dios. Pero ¿puede afirmarse de Hitler que era un ser enfermo de angustia? ¿Existe detrás del rostro del verdugo el miedo cerval de un niño perseguido? ¿Hay que ver en Hitler al niño apaleado por su padre? ¿Detrás del colmo de la monstruosidad, del gesto tranquilo de un criminal, del tiro de un miembro de los Einsatzgruppen, se encuentra la mirada de un niño aterrorizado?

Era como si el mal se hubiera separado para conquistar su fuerza, su autonomía. Era como si se hubiera erigido en juez absoluto, como si se pudiera juzgar sin luz y ver en la oscuridad: se había separado y había buscado su propia independencia. Quería dominar el mundo y crearlo a su imagen y semejanza. Decía: «Que haya día» y había día; y decía: «Que aparezca la noche» y aparecía la noche.

Ernest Biberstein tiene dos identidades: es estudiante de teología y dirige los Einsatzgruppen 6. Por la mañana va a sus clases de teología y se dedica a sus ocupaciones pastorales, por la tarde va a matar hombres.

Y luego están los buenos padres de familia, esos hombres que leen a Goethe o a Rilke y escuchan fragmentos de Bach o de Schubert y que al día siguiente efectúan su trabajo cotidiano en Auschwitz. Su vida parece dividida en diferentes franjas de vivencia autónomas, carentes de vinculación entre sí. ¿Están separadas sus acciones en el momento en que actúan? ¿No existe nada más que el hecho de cometer el mal en el momento en que lo llevan a cabo, o piensan tal vez en su mujer y en sus hijos? ¿Existe para ellos una noción del pasado y del porvenir o están instalados sólo en un presente eterno, un puro instante? ¿Cómo pueden matar hombres durante el día y volver con su familia por la noche?

El sheol[9], decía ella, el sheol está situado bajo tierra y se parece a la morada de Hades en su espantosa podredumbre hielo horror y sangre y todos viven desnudos allí, decía, en una noche absoluta, una especie de vida desencarnada, y están encerrados bajo llave lejos de Dios, que no se interesa para nada por ellos igual que ellos no se acuerdan para nada de él y para los muertos, decía, ¿obras prodigios sí para los muertos obras prodigios y los muertos en vida? ¿Y para las sombras obras prodigios y para las sombras obras prodigios se explica ella en el sepulcro y piensa en su abuela y en su bondad su fidelidad en el abismo hasta el fondo de la fosa y pregunta dónde están los prodigios y la justicia en el país del olvido? Entonces dice hasta en la muerte es preciso un recuerdo y en el sheol reino de los muertos cuyos porteros mantienen bien echado el cerrojo allí se halla la multitud de todos los reyes y todos los príncipes y todos los guerreros y los hombres del pasado y el polvo es su sustento y el fango es su alimento ¿has visto a ese a quien nadie presta ya atención? Los restos del plato las sobras tiradas en la calle las come sí es el sheol subterráneo que se agita y despierta a las sombras y a todos los poderosos de la tierra y hace levantarse de sus tronos a todos los gritos de las naciones y todos participan para declararlo y ahora está anonadado como todos semejante pues su fasto ha sido precipitado también en el sheol con la música de sus arpas y bajo él se extiende un colchón de gusanos y está cubierto de larvas Él

Todos asesinados degollados por la espada y las sepulturas están situadas en lo más hondo de la fosa los que sembraban su terror sobre la tierra de los vivos allí está el mal y todas sus multitudes alrededor de su sepultura todos asesinados bajados a las profundidades de la tierra y ante la prosperidad de los impíos y la persecución de los justos ella dice sí ella dice que no hay que darle a Hitler una victoria postuma dice en pie Dios levanta la mano no olvides a los desdichados y ¿por qué el impío desprecia a Dios y se dice que no castigas?

Dice poco faltó para que mis pies no resbalasen y no se descarriaran mis pasos pues estaba celosa de los impíos al ver la prosperidad de los malvados no sufren ningún tormento están gordos no sufren ningún tormento no reciben golpes como el resto de la humanidad y por eso la arrogancia es su collar y se cubren de violencia como si fuera un manto

No acababa nunca de explicar las salas herméticas destinadas a la asfixia por gas, las bocas por las que se hacía caer el zyklon B se sabía de memoria las fechas de las primeras aplicaciones del método y luego el descuento de las víctimas la macabra aritmética del genocidio capacidad de tratamiento de la máquina detenidos matriculados registro de los fallecimientos encontrado en Moscú convoyes llegados de los países del Este efectivos haced recuento haced recuento rápido y no olvidéis nada trasvase de detenidos de un campo a otro y número número número de muertos pero sobre todo número exacto incluso en el desbarajuste de los últimos meses y en las marchas del invierno de 1944-1945 número y no nombres

Entonces lo oí, sí, oí la música de Wagner, el Rienzi que rugía y que aullaba y que capturaba el alma y la impulsaba hacia el gran tormento del poder. Después oí la música de Elgar que transportaba mi corazón hacia alturas insondables, que lo atravesaba y lo hacía resonar, que lo ensanchaba y lo traspasaba y que, con un solo gesto, lo arrebataba y lo llevaba hacia el otro mundo. Mil truenos estallaron bajo mi cráneo: el mar embravecido anunciaba el diluvio cósmico, el gran final.

No, no era ya la música de Elgar, era la de Schonberg: disonante, chirriante, en ella se entrelazaban varias voces, pero no se respondían, iban paralelas sin mezclarse nunca y la ex-trañeza de esta música era el reflejo de la del hombre en este mundo posterior a la Shoah. Esta música era el pavor frente a la total incongruencia de esta vida; sus cuerdas vibraban con el Mal. Con Elgar había una expectativa de algo, aunque fuera algo terrible, con Schonberg o Berg no se esperaba nada, se tenía simplemente ante sí la imagen de este mundo extraño, impenetrable, de este mundo incomprensible, de este mundo de después de la Shoah. Ya no se escriben poemas después de Auschwitz; o bien se escribe otro tipo de poemas, como se escribe otro tipo de música. Después de Auschwitz, la música ya no es música, la música chirría y vibra, no es bella, es rara, no embelesa, no arrebata, perturba, importuna, zarandea, retrocede, alarma, se acerca temblando. Su estremecimiento es un sonido sin armonía.

Entonces el grito terrible de Lulú desgarró el cielo y se oyó un alarido, un clamor dirigido a la vida a la muerte al amor. La música desestructurada había absorbido el pulso de la Shoah; el Kaddish de Bernstein resonó en mi cabeza, era un grito de mujer, grito de amor grito de muerte, el kaddish[10] estalló en mi cabeza sin dejar espacio para nada más, el kaddish resonó en el campo sin dejar margen para hacer nada más: lanzar alaridos y alaridos hasta el fin de los tiempos, alaridos salidos del peor estruendo del alma, mil tormentas trombas trombas de notas lluvia de ritmo ritmo y cadencia pías pías pías terrible estrépito sonoro tocad los instrumentos de cuerda y vosotros los de percusión ladrad aporread aporread los oídos vamos patalead haced sonar el gong haced doblar las campanas las campanas por la muerte del hombre tocad tocad y vosotros los de viento ¿vais a tocar? ¿O es que estáis escasos de aliento faltos de viento faltos de viento faltos de viento lanzad el grito primigenio surgido del fondo de las edades del fondo de los tiempos del fondo del ser y de la nada llamar a la vida a la muerte al amor llamar sí pronunciar todos los nombres uno a uno desde el confín del mundo decir decir decir oigo resonar el kaddish que nunca se ha compuesto oigo el kaddish grito de muerte venido del confín del mundo lo oigo venido del fondo de las almas tienen correa larga esas almas todavía se cree que existen y que son inmortales y dicen que no están muertas pero no es el cuerpo lo que mataron aquí aquí aquí ya lo hemos visto ese cuerpo aniquilado el asesinato de Auschwitz es el asesinato del alma nunca se compondrá el kaddish que proclame la gloria de Dios y el de la víctima que penetra en la muerte sin el alma.

Ya no se escriben poemas después de Auschwitz; pero ¿se forman frases? Frases llenas de palabras construidas, amontonadas, apretadas apretadas unas detrás de las otras, en fila india, palabras apretadas en un texto, sofocantes palabras. Ya no se habla después de Auschwitz. Huir, evadirse de este mundo, sustraerse y hacerse ajeno a él huir de la mácula, del abismo infernal de este bajo mundo, no beber sus aguas amargas, no llevar en alto sus pesadas cargas, no soportar a los enemigos inflamados de cólera, a los amigos vueltos en contra de uno. La tierra estéril, el agua amarga, el aire asfixiante y el fuego destructor. Todo en este mundo, la materia, el fuego, el agua, forma una sima tenebrosa en la que no paran de caer estos hombres, provocándose heridas y llagas purulentas.

Entonces hay que huir, huir de veras, huir de las fosas y las cárceles, del oleaje de este mar agitado, de las murallas de las ciudades y los fosos, y de los cuerpos de los hombres ahogados, pues allí está el infierno, y yo estoy en peligro de naufragio en las fauces del monstruo devorador y pronto sí pronto me quemará el viento tórrido y tendré miedo. Yo que era un dios fulgurante, resplandeciente de gloria, me hallo ahora atrapado, mordido, despedazado, me hallo ahora repugnante, cubierto de pus y de negras llagas y en mi horizonte de fuego sólo existe el dolor y la muerte cuándo dejarán de gritar en mi oído las voces cuándo dejarán de perseguirme y acosarme por todas partes toman impulso dentro de este cráneo lo persiguen y lo acosan yo que había conocido el pleroma[11] en su seno eterno era preciso que lo conociera yo que era esta fuerza inmutable y serena él el juguete de la historia él el protagonista de la aventura intemporal se halla ahora desnudo desgarrado por los perros se halla ahora sacudido en carros atestados de esqueletos entre los flacos cadáveres desarticulados descompuesto se halla ahora destruido y colgado en la última horca entre rueda hierro y ascua en una larga cárcel cegada con barrotes mirándome clavándome el dardo de sus ojos desorbitados