Por la tarde, a las dos, había una conferencia de Ron Bronstein sobre la teología y la Shoah. Los organizadores habían pensado en anular el acto, pero después habían cambiado de opinión. Lisa, muy afectada por los sucesos del día anterior, había decidido quedarse en el hotel.
En la entrada del edificio, Félix y yo nos cruzamos con Álvarez Ferrara. Llevaba un traje claro, gafas oscuras y un sombrero de fieltro flexible que le confería un aire vagamente inglés.
–¿Sabe usted algo sobre lo que ocurrió ayer? – le preguntó Félix.
–La policía investiga -nos dijo quitándose las gafas, que dejaron al descubierto unos ojos de un azul acerado en los que no había reparado la primera vez que lo vi-. Esta mañana han arrestado a un miembro del partido neonazi americano, John Robertson, que había asistido a la proyección. Quizá fuera él quien manipuló la película.
Nos explicó que el partido nazi estadounidense había sido fundado en 1958 en Virginia, no lejos de la capital, por un tal Rockwell. En 1967, éste fue asesinado por John Patler, un disidente. Su muerte descabezó al movimiento hasta que uno de sus amigos, Matt Koehl, emergió como el nuevo führer. Él americanizó el movimiento, que bautizó, en noviembre de 1982, como partido del Nuevo Orden. Según la Liga Antidifamación, en sus cuarteles generales tenían colgada una fotografía de Hitler encima de una enorme cruz gamada…
–El hombre al que han arrestado, John Robertson -prosiguió Ferrara-, ha confesado su adhesión al movimiento negacionista, que niega la existencia de las cámaras de gas y el alcance del exterminio de los judíos.
–No tiene nada de raro -comenté yo-. Desde hace unos años, la falsificación de la historia del Tercer Reich es una estrategia central de los partidos de extrema derecha y de los neonazis, en especial en Estados Unidos. El Institute for Historical Review, fundado por el líder de la extrema derecha antisemita, organiza conferencias y reuniones en torno a su publicación Journal of Historical Review, que es una plataforma para negacionistas y otros apologistas del sistema nazi. Además de sus vínculos con el partido neonazi, esta institución mantiene estrechos contactos con sus homólogos alemanes, austríacos, franceses o británicos…
–¿Sospechan que ese Robertson está relacionado con el asesinato de Carl Rudolf Schiller en Berlín? – preguntó Félix.
–Por ahora se desconoce -repuso Ferrara-. Pero ¿quién sabe? Últimamente se ha constatado un esfuerzo de reagrupamiento de los partidos neonazis de Alemania, Italia, y Francia. Sobre Bélgica recae el honor de tener la organización más dinámica, la Vlaamse Militanten Orde, con sede en Amberes. También llevan a cabo acciones concertadas a escala mundial. Se sabe, por ejemplo, que ciertos banqueros neonazis suizos financian a la OLP. Los miembros de esa organización belga, los neonazis franceses y los miembros del grupo alemán Hoffman llevan a cabo ejercicios paramilitares conjuntos cerca de la frontera germano belga.
Álvarez Ferrara había dado todas esas explicaciones de un modo formal, desinteresado, como si se tratase de una cuestión administrativa. En aquel momento no nos produjo extrañeza aquel derroche de información.
La sala de conferencias estaba ya a rebosar. La prensa se encontraba allí, alertada por el escándalo del documental. Los periodistas hacían preguntas a diestro y siniestro, tomaban fotos, algunos grababan para la radio los testimonios de quienes habían visto la película.
Yo me senté con Félix en la última fila del fondo.
Cuando Ron Bronstein compareció en el estrado, se hizo un silencio unánime. Sus declaraciones adquirían, en aquel contexto, una relevancia particular.
–¿Acaso no ven -decía- que el mundo es el mismo, que las naciones se enfrentan unas contra otras, que aún se mata, se tortura y se cometen genocidios? Los hombres siguen siendo los mismos monstruos, las mismas bestias viciosas y malas… y, sin embargo, ningún animal igualará nunca su crueldad. ¿Cómo puede verse en Auschwitz una redención final?
»En mi opinión, Auschwitz obliga a una revisión total y radical de la teología, a negar la afirmación del poder providencial de Dios en la historia, a rechazar toda idea de una misión escatológica. Auschwitz es un punto teológico de no retorno.
»Hoy en día, se ha hecho evidente para todos que el mundo es un lugar trágico desprovisto de sentido, donde los hombres están solos, sin ninguna ayuda. El único Mesías es la muerte, y cada uno de nosotros debe aceptar la vulnerabilidad de un universo que no se ocupa de nosotros, ni de nuestras oraciones ni de nuestras esperanzas. El gozo y la realización personal deben buscarse activamente, de la misma forma que se padeció pasivamente el sufrimiento y la injusticia. En esta vida, aquí abajo, no en algún hipotético mundo futuro, en algún eschaton. Hay que renunciar a la omnipotencia divina y creer en la voluntad humana y su infinita libertad…, que es también libertad para cometer el mal. Hay que convencer al hombre del valor de la vida y del esfuerzo necesario para preservarla y perpetuarla.
Ron Bronstein debía de tener entre treinta y cinco y cuarenta años. Con el pelo corto como un soldado y los ojos negros, era un intelectual que se parecía a todos los sabios del mundo en su mirada penetrante y sus modales un poco torpes y distantes, pero algo le distinguía de los eruditos que yo conocía.
No era escuchimizado ni enclenque, ni tampoco era patizambo: transmitía una sensación de fuerza temible.
Después de la conferencia, Félix me llevó a hablar con el conferenciante, que todavía estaba sentado en el estrado.
–¿Podríamos hacerle unas preguntas, señor Bronstein? – preguntó Félix.
–Por supuesto.
Tomamos asiento cerca de él.
–¿Conocía usted personalmente a Carl Rudolf Schiller?
–Tuve varios encuentros con él. Como pueden imaginar, Schiller y yo no éramos amigos del alma precisamente.
–¿A causa de sus puntos de vista opuestos?
–Sí -confirmó Ron Bronstein-. La policía me ha interrogado ya sobre ese tema. Me peleé con él y no sólo con las armas del espíritu.
–¿Fue por una cuestión personal?
–No, no del todo… -respondió. Luego, tras un ligero titubeo, añadió-: Fue por su postura en el asunto del convento de carmelitas de Auschwitz.
–¿Qué pasó?
–Es largo de contar.
–Tenemos tiempo de sobra -dijo Félix.
–¿Ah, sí?
Enarcó una ceja, divertido.
–De acuerdo, pero debo decirles que aunque Carl Rudolf Schiller fuera mi enemigo, sigo pensando que no mereció ese fin tan… atroz. Todavía estoy afectado por la película de ayer…
Dejó vagar un instante la mirada.
–Todo comenzó en 1985. – Tomó el cigarrillo que yo le tendía-. Con la autorización de la Iglesia y del gobierno polaco, una docena de hermanas carmelitas se instalaron en el emplazamiento del campo de exterminio para abrir un espacio de oración consagrado «a las víctimas y a sus verdugos». Auschwitz se ha convertido, como muy bien saben, en el símbolo de la Shoah. Hay tres emplazamientos: Auschwitz-I, Auschwitz II-Birkenau y Auschwitz III-Monowitz. Pues bien, las carmelitas se instalaron en Auschwitz-I, donde al parecer murieron sobre todo polacos católicos, mientras que en Birkenau fueron mayoría los judíos… Esta clasificación es absurda, un calco de la propensión alemana a instaurar categorías.
»Enseguida se emprenden negociaciones en Ginebra entre las delegaciones católicas, uno de cuyos representantes es Carl Rudolf Schiller, y las delegaciones judías, en las que me encuentro yo mismo como mediador. Al final del primer encuentro, los católicos aceptan desplazar la instalación carmelita.
»Durante el verano de 1988, delante del convento que se suponía provisional, se erige una cruz de varios metros de altura en el sitio donde al parecer fueron ejecutados unos miembros de la resistencia polaca al principio de la guerra. Schiller declara lamentar la presencia de esa cruz erigida con nocturnidad, «por sorpresa», pero quiere hacer creer que no tiene autoridad para hacerla retirar. Diversos testimonios, avalados por fotos, demuestran que prosiguen las obras de renovación en el antiguo teatro donde debía instalarse el convento. Llega el mes de septiembre, la cruz sigue allí y las obras continúan.
»En la segunda reunión, en Ginebra, el ambiente es mucho más tenso. Los cardenales franceses prometen una vez más que retirarán la instalación. Yo, por mi parte, intento explicar a mis interlocutores que en Auschwitz se impone únicamente el silencio y que ninguna instalación religiosa, sea del signo que sea, puede tener acomodo allí.
»Entonces va Schiller y me suelta:
»-Nosotros rezamos por ustedes. Ustedes han sufrido porque son el siervo doliente.
»-Lo que pasó en Auschwitz no tiene ningún sentido -le contesté-. La implantación del convento sobre las cenizas de los muertos es un insulto a su memoria.
»-Pero si nosotros estamos aquí por amor a sus muertos…
»Entonces perdí el control, lo reconozco, y le dije que rebosaba amor por los judíos muertos y desprecio por los vivos, que amaba a los judíos, sí, pero sólo a los asesinados.
»El asunto del Carmelo fue remitido hasta el Vaticano. Los cardenales franceses se desplazaron a Roma para entrevistarse con el superior general de la orden carmelita. Después nos aseguraron que las monjas serían trasladadas a un nuevo convento. Sin embargo, 1989 concluyó sin que se hiciera nada.
»-Sería trágico -dijo Schiller-, que esto abriera una brecha entre católicos y judíos. Sería una gran desgracia.
»Poco después, con un pequeño grupo de judíos americanos, fui a meditar en el jardín del Carmelo, debajo de la cruz. Entonces nos agredieron los obreros que trabajaban en las obras. No sé si se imaginan bien la escena: unos judíos, a la sombra de la cruz, recibiendo una tunda de unos polacos en Auschwitz. Al día siguiente tenía que reunirme con ciertos miembros de la delegación católica, entre los que se contaba Schiller y éste va y anuncia la suspensión pura y dura de la aplicación de los acuerdos de Ginebra, en represalia, dice, por la actitud de los judíos, «que no han sabido comportarse». Entonces ya no me pude contener y le di un puñetazo en la cara.
»Aunque ahora lo lamente, no sé qué se podía hacer, díganmelo ustedes: ¿responder, argumentar, decir que habíamos tenido ya bastante paciencia y que debían largarse de una vez?
–¿Y no intervino nadie del Vaticano? – preguntó Félix.
Bronstein lo miró con una sonrisa irónica.
–¿Se refiere al Papa?
–Sí…
–El Papa no rechistó. ¿Quieren saber por qué?
Félix asintió con la cabeza.
–Porque auspició en secreto desde el principio la instalación del convento -contestó simplemente.
–¿Cómo dice? – pregunté yo.
–¿Les sorprende? ¿Creen que unas carmelitas iban a ir a instalarse tranquilamente en Auschwitz sin más, sin la autorización del Papa? O mejor dicho, sin la incitación del papa polaco…
–Autorización, quizás -admití-; pero eso no significa que la idea partiera de él.
–¡Escúchenme! Lo que digo, lo oí de labios del mismo Schiller…, que era amigo del Papa.
–¿Amigo personal? – inquirió Félix.
–Digamos más bien amigo político. El Papa apoyaba activamente a Schiller en su campaña electoral. En justa compensación, Schiller apoyó al Papa cuando éste tomó o ratificó la decisión de instalar un convento carmelita… al mismo tiempo que canonizaba a Kolbe y a Stein.
–¿Quiénes eran? – preguntó Félix.
–Maximiliano Kolbe fue un franciscano polaco que murió en Auschwitz. Según dicen, ocupó allí el lugar de un padre de familia en un calabozo mortal. También era un antisemita militante, que se definía como un «conversor de pecadores, herejes, cismáticos, masones y judíos». Edith Stein era una judía alemana que se convirtió y se hizo carmelita; murió en Auschwitz y fue beatificada en 1987. La Iglesia reconoce en ella el símbolo de la Shoah y a la vez a una mártir de la fe cristiana; en realidad, murió exclusivamente por sus orígenes judios, ya que las otras monjas de su convento no fueron deportadas. El antisemita canonizado y la judía conversa beatificada son una muestra del camino que hay que seguir… ¿Por qué todo esto?
Bronstein abrió una pausa. Encendió el segundo cigarrillo y prosiguió, exhalando el humo:
–Porque Auschwitz plantea el problema teológico más grave que se le haya planteado nunca al cristianismo: el problema del sentido del sufrimiento. La Iglesia tiene miedo y, en lugar de reflexionar sobre su doctrina, pretende apropiarse por todos los medios del sentido de la Shoah, igual que se apropió del destino de un tal Yeshuah crucificado por los romanos…