—Pero esto fue antes de que tú empezaras con Mirari, ¿no?
—Sí, desde luego. Nuestra historia de amor terminó a los trece… Aunque, años más tarde, Erin ya había nacido, tu madre se puso a trabajar en Edoi. Fue un trabajo de unos meses, como administrativa. Eran unos años un poco difíciles entre Mirari y yo. Yo estaba absorbido por el trabajo. Mirari por la crianza de Erin. No voy a ponerlo más bonito o feo de lo que fue: tuvimos un flechazo, una especie de revival de nuestro verano en San Sebastián. Y una noche de esas tan largas en la empresa, fuimos a cenar.
—No —dije—, no sigas.
—Creo que ya es demasiado tarde para parar.
—No puede ser. Mi padre era un marino. Un hippy que se marchó a Chile. Mi madre me dio un nombre y una dirección.
—Esa dirección que te dio tu madre es un cuento. Posiblemente porque sabía que nunca irías a visitarle. Tu padre soy yo, Álex.
—¡No!
Di un golpe a la maqueta japonesa. La lancé contra el suelo y se deshizo en muchos pedazos. Joseba permaneció callado.
—Y también soy la razón por la que Begoña se marchó del pueblo. Primero a Bilbao, después a Madrid. Siempre temió que alguien se terminara enterando. Nunca dejó de sentirse avergonzada, arrepentida por aquello. Nunca aceptó ninguna ayuda. Se llevó su secreto a la tumba.
—He pasado toda mi vida pensando que mi padre me había abandonado. He pasado toda mi vida pensando que no soy bastante bueno para que me quieran.
—Lo siento profundamente, Álex.
La cabeza me daba vueltas. Cogí la papelera del suelo, intenté vomitar dentro, pero no pude.
—Hubo un par de ocasiones en que intenté ayudaros. Tu madre nunca lo permitió. No quería que hubiese la más mínima conexión entre nosotros.
Yo saqué la cabeza de la papelera.
—Pero… pe… ¿Erin? ¿Cómo pudiste permitirlo si lo sabías?
—¿Permitir el qué? Erin y tú sois dos perfectos extraños en ese sentido. No tenéis ningún lazo de sangre.
«Es cierto», pensé. Hija de Mirari y Floren. Hijo de Begoña y Joseba.
—Dios mío…
Me dejé caer en la butaca. Cerré los ojos sintiendo que toda la puta casa había sido lanzada al espacio y estaba dando vueltas sobre sí misma. Aunque en el fondo, eso explicaba algo que había sentido siempre, desde el primer momento. Esa inmediata y profunda familiaridad con Joseba. Éramos familia… ¡y hasta qué punto!
Joseba se levantó y cogió una botella de su minibar. La colocó sobre la mesa, en el lugar donde antes estaba la maqueta japonesa.
—Tal y como yo lo veo, Álex, esto no cambia gran cosa. Erin y tú sois felices juntos. Yo soy feliz de tenerte cerca, de ayudarte y de que formes parte de mi familia y de mi empresa.
Yo le miraba estupefacto. Toda mi vida se había construido sobre ese vacío. Mi madre, su soledad. Mi padrastro, mi éxodo en Holanda. Todo había sido por el padre que nunca estuvo allí. Y ahora aparecía de pronto… ¿y pretendía que lo aceptase sin más?
—¿Y Mirari? ¿Y Erin? —pregunté—. ¿Qué les vas a contar?
—Mirari y Erin tienen un gran reto por delante y no creo que sea un buen momento para hablarles de «lo nuestro». Siendo prácticos, creo que sería bueno mantenerlo entre nosotros, Álex. Al menos durante un tiempo.
Sabía lo que me estaba pidiendo. «Que el mentiroso vuelva a la partida —pensé—. Justo cuando había decidido abandonar el juego.»
Pero entonces me di cuenta de que la verdad sería catastrófica. Mi madre, Joseba… ¿Qué iba a pensar Mirari de todo eso? ¿Qué recuerdo le quedaría de su vieja amiga?
—Vale —dije—, estamos de acuerdo.
—Muy bien. —Rellenó los vasos.
—Y lo del trabajo en Edoi… —Me eché a reír—. Era por eso, claro.
—Entre otros motivos. Pero te seré sincero con algo: has demostrado mucho aplomo en la gestión de todo este asunto. Y desde luego, tu pequeño negocio ambulante funcionaba a la perfección. Tienes alma de líder, Álex.
—¿Sabías lo de…?
—Erin me lo contó anoche… No te preocupes. Eso también quedará en familia.
Joseba me ofreció un brindis con sus ojos brillantes de felicidad. Yo estaba confundido. Por un lado aquello era casi malvado. Joseba era un asesino. Era el padre que renegó de mí. El tipo que me había metido en las peores dos semanas de mi vida. Pero por el otro, no podía negarlo, aquella era la forma práctica y limpia de terminar con el maldito asunto.
Joseba esperaba con su vaso en alto.
—¿Listo para comenzar una nueva y feliz etapa de vida en familia?
2
Amaneció un día precioso. Un mar plácido bajo un cielo azul. Dana había preparado el desayuno fuera. Café, tostadas. El viento soplaba y movía la hierba. La fragancia de los pinos recorría el aire. Era como si nada hubiera ocurrido realmente, aunque el periódico de la mañana se obstinara en lo contrario.
LA POLICÍA DA EL CASO POR CERRADO
Roberto Perugorria, declarado máximo sospechoso de la muerte de Félix Arkarazo. Las huellas de su coche fueron halladas junto a la roulotte incendiada en Cantabria.
El abuelo leía la noticia en alto para Dana y Erin. Yo acababa de aparecer por la cocina, como un muerto viviente, pero con una tacita de expreso en la mano.
—¡Vaya! Por fin se ha despertado el lirón.
—Creo que es culpa mía —dijo Erin—, le he echado de su propia cama y se ha tenido que ir a dormir al sofá.
—No te culpes —dijo el abuelo—. Este chico no ha madrugado en toda su vida.
Me senté entre Dana y Erin, que me revolvieron el pelo con gesto afectuoso. Había una bandeja llena de mi desayuno preferido en el centro de la mesa.
—¡Bollitos de mantequilla! —celebré.
—Aprende de tu chica. Ha madrugado para traer la prensa, el pan y el desayuno.
Cogí uno, lo mordí y sentí la explosión de la mantequilla en mi paladar.
—¿Qué dice el periódico?
—Caso cerrado. No creo que Arruti se atreva a escarbar más. Aunque supongo que sigue pensando que tiene razón.
—Y la tiene —dije—, en parte.
—Pero es una parte que no nos interresa, ¿verdad? —dijo Dana—. Por cierto, ¿alguien sabe algo de Ane?
—Mi madre habló con ella anoche —comentó Erin—. Parece que está bien, dentro de lo que cabe. Dice que hará un largo viaje para intentar olvidar… y Gure Ametsa quedará cerrada durante un tiempo.
—Pobre chica —dijo el abuelo—, nunca tuvo buen ojo con los hombres. Y hablando de otra cosa: ¿alguien puede llevarme a Bilbao esta tarde? Ese neurólogo tan bueno me ha hecho un hueco en su agenda.
—¿El neurólogo de Bilbao? —pregunté—. ¿Le has llamado tú?
Jon Garaikoa asintió sonriendo. Después debió de darse cuenta de que se le escapaba una sonrisa y volvió a fruncir el ceño.
—Veamos lo que ese matasanos tiene que decir sobre mi cabeza.
Dos cafés más tarde, Erin me cogió de la mano y tiró de ella. Dejamos al abuelo con su sudoku y subimos las escaleras. Pensaba que quería llevarme al catre, o contarme algo en secreto. ¿Mirari habría hablado ya con ella? Lo dudaba…
En vez de eso, me llevó al cuarto de baño.
—¿Qué hacemos aquí?
—Bueno… Esta mañana he aprovechado el viaje para comprar esto.
Sacó un test de embarazo y me lo colocó en la mano. Yo noté que me temblaba el estómago.
—¿Lo has hecho ya?
—No. He esperado a que estuvieras despierto. Y también a tener ganas de hacer pis.
Se hizo el test. Nos abrazamos mientras iba desvelándose el resultado.
Y al verlo, nos entró la risa.
Agradecimientos
Esta novela se ambienta en un zona de Bizkaia conocida como Urdaibai, un lugar fantástico que conozco y amo desde niño. Hay escenas que ocurren en sitios reales como Gernika o Bermeo. Sin embargo, en honor a la diversión y a la eficacia de la historia, me he permitido el lujo de inventarme unas cuantas cosas. Carreteras, pueblos, barrios y montañas… aparecen mezclados, traídos de otras partes (como el monte Kukulumendi, que pertenece al municipio de Loiu) o simplemente sacados de la chistera. De modo que —frikis de la geografía— no intentéis buscar Illumbe o Punta Margúa en los mapas, ya que no los encontraréis. Así como tampoco a las personas o empresas que se mencionan en el libro (aunque algún nombre pueda coincidir «por puro accidente»). Es todo parte de la gran mentira de la ficción.
Esta historia va de mentiras y secretos inconfesables, y yo también quiero confesar algo: fui un niño bastante mentiroso. No era algo que hiciera por maldad sino, supongo, que por remediar un caso grave de exceso de imaginación. Recuerdo que una vez aterroricé a mis compañeros de colegio con la historia de un muñeco que hablaba cuando nadie más estaba delante (creo que alguno de ellos lo recordará aún). En otra ocasión, les conté una historia fantástica sobre mi padre, reconvertido a espía y vendedor de armas en el extranjero. Hubo una llamada telefónica de mi tutor, incluso una cita con un psicólogo. Pero el diagnostico no debió de ser demasiado preocupante porque tuve una infancia de lo más normal.
El caso es que después aprendí a utilizar esta capacidad para algo decente: escribir historias y entretener a la gente con ellas. Y en este viaje he contado desde siempre con el apoyo y la confianza de mucha gente, comenzando por mi editora Carmen Romero, que ya lleva unas cuantas novelas caminando a mi lado, y Bernat Fiol, mi agente en SalmaiaLit.
La sección de agradecimientos siempre debe comenzar con mi hermano, Javi Santiago, que es de los primeros en leerse mis borradores, discutir ideas y darme mil y una referencias de libros y películas que «debo ver y leer» cuando estoy escribiendo una historia.
Mi amigo lector y escritor Juan Fraile hizo un extenso trabajo de corrección de pruebas y aportó grandes comentarios sobre la relación entre Alex y su madre, así como otro montón de buenísimas notas (incluida la mención friki a Andy Dufresne) y correcciones para el libro.
Borja Orizaola ayudó con los aspectos del protocolo policial y sacó unos cuantos fallos técnicos al borrador inicial. Posiblemente haya metido algún que otro patadón al diccionario de procedimientos de la Ertzaintza, pero eso será solo culpa mía.
Digo lo mismo de las recomendaciones y consejos de Pedro Varela, que aportó su gran experiencia como médico en la sección de dudas sobre heridas, golpes, amnesias e intoxicaciones varias.
Un especial agradecimiento a Maya Granero por las correcciones de tiempos, horas, detalles, calendarios lunares y tablas de mareas. Ha conseguido que la novela funcione como un reloj suizo.
Ainhoa, mi lectora número uno, consultora, psicóloga y la que más difícil me lo pone (a parte de yo mismo), ha tenido que bregar con una neurosis especialmente intensa durante las últimas etapas de la corrección. El confinamiento por el coronavirus no ayudó precisamente a la estabilidad emocional de este escritor. Gracias por aguantar mis momentos «Resplandor». Sé que escondiste un cuchillo por si hacía falta. Pues bien, ya no hace falta. Devuélvelo.
Y a vosotros queridos lectores y lectoras. Mi última novela se publicó en 2018 y ya habrán pasado dos años desde entonces. En todo este tiempo vuestra compañía ha sido fundamental para seguir adelante: me leéis, me recomendáis, venís a mis presentaciones y me escribís mensajes preciosos por las redes o a través de mi página. Sois la sal y la pimienta en los días solitarios de un escritor. No dejéis de hacerlo.
Lo cual me recuerda, lectores digitales, que nada más pasar esta última página tendréis la oportunidad de dejar una reseña. ¿Podéis hacerme todavía un poquito más feliz?
GRACIAS.
…Y antes de terminar, un último agradecimiento muy especial. Uno de esos que te estrujan la garganta…
Una de las personas más importantes de mi vida se marchó mientras escribía este libro. Se llamaba Begoña Garaikoetxea y era mi madre. Ella es la «sonrisa mágica» y la imagen de valentía y elegancia que impregna el personaje de Begoña Garaikoa en la novela. Ella, en realidad, es muchas cosas que sigo haciendo en mi vida, como contar historias y perseguir mi sueños, por difíciles que sean. Por todo ello, unas simples gracias se quedan muy cortas, pero las palabras, a veces, se quedan cortas incluso para un juntaletras como yo. Va por ti, ama. Gracias de corazón, ama.
Y espero veros a todos en la siguiente historia.
MIKEL SANTIAGO
Bilbao, 27 de marzo de 2020
Un thriller que te engaña hasta la última página
Hay novelas imposibles de abandonar una vez leídas las primeras páginas. Historias que reinventan el suspense y hacen dudar al lector cada vez que termina un capítulo. En este thriller absolutamente original y adictivo, Mikel Santiago rompe los límites de la intriga psicológica con un relato que explora las frágiles fronteras entre el recuerdo y la amnesia, la verdad y la mentira.