El coche patrulla seguía junto al Renault. Los polis no se habían coscado. Okey. Perfecto. Mochila al hombro, bajé por el talud. El arroyo era la manera segura de salir de allí. Pasaba por detrás de los pabellones y posiblemente llegaría hasta el taller de neumáticos también. Durante cien metros intenté no mojarme los pies, pero después fue imposible. El talud de roca estaba construido solo como contrafuerte del polígono, pero más adelante aquello se convertía en una ribera natural con espadañas, barro y mosquitos. Metí los pies hasta el fondo y caminé durante otro medio kilómetro por allí, hundiéndome en barro y agua helada, chapoteando en aquel riachuelo donde seguramente todo el mundo vertía mierda química. Solo esperaba que no me nacieran cabecitas con ojos en las puntas de los dedos.
Llegué a la altura del taller, salí del agua. Me moví con cuidado. ¿Y si Arruti había visto mi furgoneta aparcada? Pero allí no había rastro de policía. Entré en la GMC con la sensación que deben de tener los presos que logran fugarse de las cárceles. Andy Dufresne debió de sentirse igual tras escapar de la prisión de Shawshank.
Abrí la mochila, saqué el TomTom y traté de encenderlo, pero no tenía batería. De cualquier forma, traía un cargador enchufable al mechero. Lo conecté y esperé a que tuviera la batería mínima para arrancar. Mientras tanto, encendí el motor, puse la calefacción proyectándola en los pies. Me quité los zapatos y los calcetines y los coloqué en la parte del copiloto. Joder, estaba helado.
Vi pasar un par de coches de policía a todo meter. También una grúa. Se dirigían al polígono Idoeta, seguramente lo precintarían. No podía quedarme allí demasiado tiempo, pero no quería llevarme el TomTom a casa. No entiendo cómo funcionan esos cacharros, pero tenía miedo de que —de alguna manera— pudiera trazar mi localización. Así que quería investigarlo allí mismo y lanzarlo al río después.
En la penumbra de aquel aparcamiento, fumando con los pies descalzos, me dediqué a mirar las noticias en internet. Solo El Correo se hacía eco del hallazgo del cadáver en la antigua fábrica. Un vídeo subido a Facebook por un periodista freelance mostraba los coches patrulla aparcados en los alrededores del lugar y un grupo de focos iluminándolo todo: «La Ertzaintza comunica que se ha hallado un cadáver en las inmediaciones de la antigua fábrica de fresadoras y repuestos industriales de J. Kössler. Fuentes del mando policial indican que el cadáver podría ser el del escritor desaparecido Félix Arkarazo. Al parecer hay signos de violencia y la Policía Científica se ha desplazado al lugar».
El vídeo mostraba a varios agentes vestidos con monos blancos de los pies a la cabeza entrando en la vieja fábrica.
El TomTom se encendió por fin. El logotipo resplandeció en el centro de la pantalla para, a continuación, mostrar un mapa (que indicaba mi ubicación actual) y una serie de opciones de menú. Bueno. Yo había manejado alguno de esos en el pasado y sabía que tenían una especie de memoria que almacenaba los últimos sitios por los que había navegado. La busqué por entre aquellas opciones de menú hasta que di con ella. Se llamaba «destinos recientes».
El último destino de Félix era una dirección en Cantabria, cerca de Santander. Próximo a los acantilados de Puente del Diablo. Abrí la aplicación de mapas de mi teléfono y busqué esas coordenadas. Era un sitio muy apartado, en unos acantilados sin nombre. Ni siquiera se veía una carretera llegar hasta allí. En cualquier caso, ese debía de ser el lugar.
Guardé las coordenadas en mi teléfono y me deshice del TomTom lanzándolo al arroyo. Después volví a la GMC y conduje hasta Punta Margúa escuchando las noticias en la radio.
Mi abuelo y Dana también estaban viendo las noticias cuando entré en casa. Saludé y subí directamente a mi habitación, aún descalzo, con los zapatos embarrados en la mano. No me apetecía tener que inventarme otra mentira más. Me metí con todo en el cuarto de baño. Cerré el pestillo y me quité la ropa con cuidado. Limpié bien los zapatos y los pantalones. La cosa era quitar todo el barro que pudiese antes de lanzarlos al cesto de la colada. No quería que Dana se hiciese ninguna pregunta sobre mi excursión nocturna. Entonces alguien llamó a la puerta.
—¡Eh! Álex.
Era mi abuelo.
—¿Sí?
—¿Puedo hablar contigo un momento?
—Claro. Un segundo.
Me enrollé una toalla a la cintura y abrí la puerta, como si estuviera a punto de darme una ducha después de un día duro de trabajo. Según lo hice, mi abuelo apareció al otro lado.
—Solo quería decirte que ayer te hablé mal. Fui un gilipollas —dijo, y noté que le costaba sacarse la disculpa.
—Yo no debería haber leído tus papeles —respondí.
—Lo hiciste todo con buena intención. Dana me ha echado una buena bronca, pero tiene razón.
—¿Dana?
—Tendrías que ver cómo se pone la rusa —bajó la voz—. Parecía Stalin con ardor de estómago.
Me reí.
—Oye, ¿te acuerdas de que hablamos de Félix el escritor? —continuó el abuelo—. Se ve que se ha encontrado con la horma de su zapato.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Esta mañana lo habían dado por desaparecido —dijo mi abuelo—, pero ya lo han encontrado… y más frío que un pez: muerto.
—Joder… —resoplé—. Me doy una ducha y bajo.
—Por cierto, le diré a Dana que a partir de ahora te ponga el doble de todo. —Me miraba las costillas—. Pareces una sardina hambrienta.
Después de una ducha caliente, bajé al salón donde la televisión seguía encendida. La noticia había llegado ya a todos los medios nacionales. Félix Arkarazo, el escritor del superventas El baile de las manos negras, no había sido secuestrado ni tampoco se había fugado. Estaba muerto. Y al parecer llevaba así casi dos semanas.
—Dicen que estaba ya en estado de descomposición —añadió Dana—. Si no llega a ser porque su editora le estaba reclamando un libro, quizá lo hubieran encontrado esqueleto.
—Hay gente muy solitaria en este mundo —dije yo—, qué pena.
En la pantalla se veía un fragmento del mismo vídeo que había podido ver antes. Los de la Científica entrando y saliendo de la vieja fábrica.
—¿Se sabe cómo ha sido?
—Todavía no han dicho nada —dijo el abuelo—, pero seguro que lo han matado. ¿Qué hacía en ese lugar perdido, si no? Puede que lo llevaran a la fuerza y le torturaran para sacarle su número de cuenta o algo así. Y después se lo cargaron.
—Pero dicen que no tenía un duro —intervino Dana—. De hecho, una de las primerras teorías era que el tipo se había fugado para escapar de Hacienda.
—Ya, pero esos siempre tienen algo escondido, ¿qué crees? Declaran que no tienen nada, pero esconden el dinero en metálico. Eso le pasó a José Adriach, el cómico, hace unos años. Seguramente alguien sabía que tenía pasta en alguna parte. Le habrán torturado. No sería la primera vez.
Yo pensé en esas teorías, que no eran del todo malas. No era ninguna locura pensar que las cosas habían sucedido así y, seguramente, medio país se estaría haciendo las mismas cábalas. Quizá incluso la policía. ¿Qué estarían haciendo en tal caso? Como es lógico, buscar cualquier huella o rastro de ADN que pudiera haber en ese almacén. Volví a pensar en ese trozo de cristal con mi sangre y empecé a hiperventilar.
Estuvimos un buen rato viendo las noticias. Mi aitite estaba excitadísimo con el asunto; no quería apartarse del televisor en ningún momento, cosa que me extrañó. Ni siquiera se había acordado de su partida de cartas en el pueblo, y había muy pocas cosas tan sagradas como su mus. Pero no paraba de comentar cosas acerca de Félix Arkarazo.
—En realidad, era un merluzo —murmuró—. Seguramente se metió en algún lío bien gordo.
No era la primera vez que notaba ese desprecio que mi abuelo tenía por Félix Arkarazo. Recordé que el día que tuvo aquel lapsus mientras conducía a Gernika me había contado que Félix se había presentado en Punta Margúa preguntando por mi madre.
—¿Recuerdas lo que me dijiste de Félix? Esa discusión que tuvisteis cuando vino a casa. Sobre esa carta que quería enviar a ama.
—Sí —dijo el abuelo—, le eché de aquí a patadas.
—¿Qué era exactamente lo que quería?
—Ya te lo dije. Quería ir a molestar a tu madre al hospital, ¿por qué?
—Bueno, hoy en el Club he oído rumores de que Félix investigaba una historia del pasado. Algo sobre la muerte de ese tal Floren. Al parecer la policía también hizo algunas preguntas en su momento.
El abuelo se quedó en silencio, con el ceño fruncido y la mirada perdida en alguna parte.
—No me digas que ahora te ha dado a ti por remover el pasado…
—Bueno, Joseba me lo ha contado. Chequearon coartadas, investigaron. Por lo visto había alguien que no creía que hubiera sido un accidente. ¿Tú sabías algo de eso? Como ocurrió tan cerca de aquí…
—Claro que lo sé. La policía también vino por aquí. Fue todo por la mujer de Iker Iraizabal, el del restaurante. Ella fue la que soltó la liebre de las sospechas.
—¿La mujer del restaurante?
—Sí, ella estaba allí esa noche, sirviendo en la barra. No sé de dónde sacó que Floren había ido a reunirse con alguien. Bueno, pues eso hizo que la policía viniera por casa y comprobara nuestras coartadas.
—¿Y las teníais?
—Tu madre había llegado ese mismo día desde Madrid y se había reunido con Ane y Mirari en casa de Ane. Yo estaba solo en casa, leyendo un libro en mi despacho. No vi ni escuché nada, además de la tormenta. Pero ¿a qué vienen todas estas preguntas?
—Ya sabes… Que Félix haya muerto antes de sacar su novela es algo intrigante.
—Deja las intrigas para los polis. Seguro que esto es mucho más mundano y aburrido.
En ese instante, la televisión mostró nuevas imágenes con la palabra DIRECTO sobreimpresionada. Esta vez, del aparcamiento del polígono Idoeta, donde la policía acababa de hallar el coche de Félix Arkarazo. Después, el plano cambió a la cara de un reportero que hablaba a unos cien metros de allí.
«… el vehículo, un Renault Laguna con el que el escritor posiblemente llegó al lugar de los hechos, ha aparecido hace una hora en un polígono industrial muy cerca del punto donde fue hallado el cadáver. El vehículo está siendo investigado por la Policía Científica en estos precisos instantes. Al parecer, el coche ha sido allanado también, muy recientemente, quizá en las últimas horas…»
El canal de noticias seguía emitiendo imágenes del aparcamiento del polígono Idoeta y resumiendo, una y otra vez, la información que ya habían retransmitido hasta la saciedad. El abuelo acabó yéndose a descansar, pero yo me quedé en el salón delante de la tele. Las noticias habían cambiado de monserga. Unas imágenes de coches patrulla aparcados frente a un bloque de apartamentos. El rótulo inferior de la pantalla decía:
DETENCIONES EN GERNIKA
«… acaban de producirse varias detenciones en el municipio de Gernika. Detenciones que, al parecer, estarían relacionadas con la muerte del escritor Félix Arkarazo. Se trata de varios jóvenes de veinte y veintiún años, residentes en la localidad. Todavía no han trascendido más detalles…»
¿Podían ser aquellos los chavales que habían aparecido por la vieja fábrica?
Me quedé allí sentado, frente al televisor, fumando cigarrillos y mirando por la ventana. ¿Qué esperaba? Coches de la policía irrumpiendo a las puertas de Villa Margúa. Arruti colocándome las esposas. Y la televisión mostrando mi rostro a todo el país. «El asesino de Félix Arkarazo dejó una muestra de su sangre en una de las ventanas de la vieja fábrica.»
El flujo de noticias se paró bien pasada la medianoche. No había nada nuevo. Subí a mi habitación y saqué tres pastillas para dormir. Una pequeña sobredosis, pero la iba a necesitar para poder conciliar el sueño esa noche.
5
La cosa se aclaró al día siguiente, en el periódico de la mañana.
LOS CUATRO JÓVENES DETENIDOS OMITIERON INFORMAR SOBRE EL HALLAZGO DEL CADÁVER
Los cuatro jóvenes detenidos anoche por su supuesta relación con la muerte del escritor Félix Arkarazo fueron puestos en libertad sobre las tres de la madrugada tras prestar declaración en la comisaría de la Ertzaintza en Gernika. Según se desprende de una nota de prensa emitida por su abogado, los cuatro jóvenes han afirmado no tener nada que ver con la muerte del escritor. Declaran que el pasado sábado descubrieron el cuerpo accidentalmente en la vieja fábrica y que decidieron abandonarlo sin avisar a los servicios de emergencia. «Teníamos miedo de que nos acusaran de algo», han afirmado. Mientras prosiguen las indagaciones y la búsqueda de rastros de ADN, los cuatro chicos se enfrentarán a un delito de omisión de socorro. Su abogado defiende que fue «una actuación irresponsable pero en ningún caso criminal» y recuerda que estamos hablando de «cuatro adolescentes asustados que finalmente decidieron hacer lo correcto».
Llamada al 112
Todo comienza con una llamada al 112, ayer, sobre las seis de la tarde (tres horas después de que la noticia de la desaparición del escritor se hiciera pública), en la que un interlocutor afirmaba conocer la localización del escritor desaparecido. El joven, que deseaba permanecer anónimo, dijo en sus propias palabras que «[…] ese escritor que ha desaparecido está muerto y su cadáver está en una antigua fábrica abandonada cerca del río Ilumbe».
Siguiendo las indicaciones de la llamada anónima, una patrulla de la Ertzaintza investigó el edificio abandonado de la antigua fábrica de repuestos industriales Kössler. Con el hallazgo del cadáver y la identificación positiva de Félix Arkarazo, se activó también la investigación de la llamada, cuyo origen se estableció en una cabina telefónica en Gernika. Una cámara de seguridad de tráfico permitió identificar a I. M., de veintiún años, usando la cabina a la misma hora de la llamada. En menos de tres horas la Ertzaintza ya había localizado al sujeto, un joven residente en el pueblo, cuya detención desembocó en otras tres en menos de media hora. Según las declaraciones de los cuatro jóvenes, habían ido «de fiesta» a la vieja fábrica cuando se toparon con aquel muerto. Admiten haber observado «una gran herida en la cabeza del hombre». «Pensamos que sería un mendigo o un yonqui. Decidimos callarnos y largarnos de allí, no fuera que alguien pudiera acusarnos de nada.» Días más tarde, al hacerse pública la noticia de la desaparición del escritor (y su fotografía), se dieron cuenta de que se trataba del mismo hombre que habían encontrado en la fábrica. Decidieron que debían hacer algo y optaron por una llamada anónima.
«Cometimos un error al no avisar a la policía, pero al final lo hemos hecho. Solo espero que se tenga en cuenta.»
En otro titular, aún mayor, se leía lo siguiente:
FÉLIX ARKARAZO FUE ASESINADO DE UN GOLPE EN LA CABEZA
Ese día, en el bar de Alejo, se habían vendido todos los periódicos. La televisión estaba puesta en el canal de noticias y todas las conversaciones, absolutamente todas, giraban en torno al mismo tema: Félix Arkarazo, el hombre que aupó Ilumbe a la categoría de pueblo literario, el tipo que levantó la alfombra y mostró al mundo entero las miserias y los cotilleos de sus gentes… No se puede decir que hubiese un ambiente demasiado luctuoso aquella mañana. De hecho, era más bien una atmósfera festiva.