El mentiroso – Mikel Santiago

Tragué saliva.

El Club daba un cóctel tras la entrega del trofeo. Los camareros iban repartiendo copas y bandejas de aperitivos por las mesas y las conversaciones continuaron. En el bar, la televisión seguía a todo volumen. Yo me sentía un poco atrapado en las circunstancias. Me moría de ganas por salir de allí, pero no podía irme sin al menos saludar a Erin, que a su vez estaba atrapada en mil conversaciones a pie de pista.

Erin y Denis finalmente se liberaron de todos esos abrazos y saludos y llegaron a nuestra mesa a recibir el calor familiar y el aplauso de la victoria. Colocamos la Copa Otoño en el centro de la mesa y brindamos por ella.

Los Perugorria, incluyendo al extraño y silencioso Roberto, aparecieron por allí para unirse al brindis.

—Carlos ha estado hablando con el dire —dijo Ane en cuanto vio una ocasión de retomar el trending topic—. La policía dice que Félix llevaba dos semanas sin contestar las llamadas de la editora. A menos que alguien le viese durante ese fin de semana, parece que desapareció después de nuestra fiesta.

—¿Quieres decir que…?

—En efecto, parece que fuimos los últimos en estar con él.

Nos quedamos en silencio y por un instante pensé: «A ver quién es el primero que conecta mi accidente con eso». Pero nadie parecía mirarme de forma extraña… excepto Roberto. Debajo de su sombrero y detrás de aquellas gafas de sol, parecía tener los ojos clavados en mí.

—¿Qué queréis que os diga? —intervino Denis entonces—. Era un tipo inmoral. No me extrañaría que alguien se hubiera hartado de él. Se lo estaba buscando.

—No digas eso —le reprendió Erin.

—Pero es verdad —contestó Denis—. Llevaba tiempo amenazando con que su nueva novela iba a ser la bomba… Puede que alguien se pusiera nervioso.

—Venga, cambiemos de tema, por favor —dijo Mirari—. Este asunto me da escalofríos.

En ese momento aparecieron por allí Leire, Koldo y sus dos gemelos, que hicieron la clásica entrada apabullante de los niños. La conversación se rompió entonces en varios grupúsculos. Mirari sentó a uno de los gemelos en sus rodillas y Erin hizo lo propio con el otro, y de pronto se escenificó una imagen del futuro ante mis ojos. El futuro…, si es que lograba evitar que alguien me cargara con el muerto de Félix. Koldo y Eduardo hablaban de algo, lo mismo que el grupito formado por Leire, Denis y el matrimonio Perugorria, que entretejían algunas teorías sobre el posible paradero de Félix. Joseba era el único que no participaba en ninguno. Permanecía en silencio, pensativo.

—Oye, Álex, entonces… —me dijo de pronto—. ¿Te has pensado lo de mi oferta?

—¿El trabajo? —Casi me da la risa al oír aquello—. Me encantaría trabajar en tu empresa, Joseba, pero…

—¿Pero?

—Bueno… Han surgido algunas cosas y…, bueno…, no sé si finalmente podré…

Yo me refería a cosas como acabar en la cárcel, condenado por asesinato, pero claro, Joseba no podía imaginárselo.

—Sé que tienes dudas, y es normal. Pero yo confío en ti, ¿vale? Vales mucho más de lo que crees.

—De acuerdo —dije—. Supongo que si soy un cafre con patas y tienes que decírmelo, lo harás. Y la hierba seguirá necesitando quien la corte.

«Además —pensé—, ¿para qué discutir?»

—Pues entonces, ¡brindemos!

Lo hicimos. Mientras tanto Carlos opinaba en voz alta que Félix quizá se estuviera tomando unas vacaciones. Se me ocurrió que había cierto tema del que todavía no había hablado con Joseba.

—Este tipo, Félix. ¿Hablaba de ti en su libro o son imaginaciones mías?

Joseba sonrió.

—¿Tú también con ese libro? Vaya…

—Casualidad, la semana pasada lo encontré en la cabaña de la playa. Leí una historia que se parecía mucho a la vuestra. Tres socios. Uno de ellos terminó siendo un problema… Y después me enteré de que era cierto.

Bebió de su copa antes de posarla suavemente en la mesa, mirándola como si dentro de ella hubiera algo.

—Floren… Es nuestra leyenda negra particular. Todas las empresas tienen una.

—¿Realmente ocurrió como cuenta Ane? ¿Lo echasteis?

—Yo no lo eché. —Joseba se recostó en la silla, como si quisiera alejarse un poco de los demás—. Se ganó a pulso su destino. Comenzamos juntos con el estudio. Floren era muy hábil, muy creativo. Aportó muy buenas ideas a la empresa… pero no entendía de mercado. Empezamos a tener muchas discusiones y, aunque suene mal viniendo de mí, la realidad me fue dando la razón una y otra vez. Eso le frustró mucho. Se quedó atrapado en su orgullo y no pudo escapar de eso. Decía que él era una especie de Steve Wozniak, y que yo era Jobs. Y que no permitiría que se volviera a repetir la injusticia de Apple. Pero ¿qué injusticia? Estábamos vendiendo, ganando mercado año tras año, y sus ideas estaban ahí, claro, pero ¡ese era su trabajo a fin de cuentas!

No quise forzar la conversación, aunque me imaginé que Joseba hablaba de esas patentes por las que Floren había estado a punto de llevarle a juicio.

—Empezó a perder la cabeza, eso es todo. Se puso en plan low profile, a no hacer nada y molestar mucho. Los demás nos dejábamos la piel y Floren se presentaba a las once de la mañana… Cosas así. Además, no estábamos en un buen momento. La empresa tenía potencial, pero nos faltaba capital. Un empujón serio. Entonces apareció Eduardo… y Floren le bloqueó de frente. Bueno, claro. Eso era todo lo que hacía. Prefería que Edoi se hundiese antes que aceptar que no era ningún genio y que, en realidad, ya no aportaba nada a la empresa. En fin, una historia triste que además terminó muy mal, como ya sabes.

—Sí. Félix también hablaba de eso en el libro. Decía que había sido una muerte misteriosa…

Joseba sonrió.

—Te mentiría si dijese que la muerte de Floren no estuvo rodeada de cierto misterio. Un salto al vacío, en un momento clave como aquel. Hubo muchos rumores. Incluso creo que hubo una investigación. Alguien decía que había cosas que no encajaban.

—¿Alguien?

—No me preguntes. No quise saber nada. Pero la policía se presentó en la empresa y verificó todas nuestras coartadas para esa noche. Todo el mundo pudo aclararlo, desde luego.

Vaya, eso era un dato nuevo. Había habido una investigación policial en torno a la muerte de Floren. Pensé a toda velocidad en ello. ¿Se habrían personado en Villa Margúa para hacer preguntas? Tendría que preguntar al abuelo por ello.

En ese instante mis ojos se encontraron con los de Eduardo Sanz, el padre de Denis, que nos miraba fijamente a los dos. No estaba tan cerca como para oírnos, pero parecía leer nuestra conversación sin ningún problema. Sonrió, mostrándome una larga dentadura, y yo sentí que un temblor me recorría el cuerpo. En concreto, la pierna.

En realidad, era mi móvil. El mensaje de Txemi Parra decía:

¡Eh! He estado durmiendo hasta ahora. ¿Qué haces?

Me apresuré a responderle:

¿Puedo ir a verte?

Todo el mundo estaba entretenido hablando de tenis, desaparecidos y otras cosas. Busqué una disculpa para largarme de allí. Un beso a Erin, otro a la suegra, y salí volando. Según cruzaba el bar, me tropecé con un niño que estaba haciendo el loco por ahí.

—¡Ibai! —gritó su madre, que hasta ese momento había estado mirando la televisión.

Era una rubia muy guapa. Con una nariz recta muy bonita. Irati.

—Perdone —se disculpó sonriéndome—, están muy alborotados.

—No pasa nada —respondí mientras le revolvía el cabello a su hijo.

Noté algo en sus ojos al oír mi voz. ¿Me había reconocido? No dijmos nada más. Ella me dedicó una última mirada de duda antes de volver la vista al televisor donde el rostro de Félix parecía observarnos a todos como un Gran Hermano.

Sus dos ojos negros parecían preguntar: «¿Quién de todos vosotros?».

¿Quién?

2

Txemi Parra me abrió la puerta envuelto en su edredón rojo, el pelo revuelto y un batido de frutas detox en la mano.

—¿Un Mario Kart? —dijo emanando un aliento de fiesta.

—No, hoy no estoy de humor.

El salón todavía presentaba signos de la batalla. Botellines de cerveza, CD desperdigados (y no precisamente para escuchar música) y alguna prenda femenina.

—Siento el desastre. Anoche fue una liada de las gordas.

—Ya veo —dije caminando entre aquellas ruinas.

Txemi me ofreció un trago. Dije que no.

—Pero ¿qué te pasa? Estás raro.

—¿Has oído las noticias sobre Félix Arkarazo?

—¿Félix? —dijo Txemi—. No… No he oído nada. Me acabo de levantar. ¿Qué ha pasado?

Le hice un pequeño resumen de la desaparición de Félix Arkarazo. Txemi, incrédulo, fue a corroborarlo en su portátil.

—Joder, es cierto —dijo después de sentarse y darle un trago a su zumo detox, que le dejó un bonito bigote de color azul arándano—, y precisamente estuvimos hablando de él. Aquí dicen que le han secuestrado.

—Otros opinan que lo han matado.

—La hostia. Era un tío raro, pero no le deseo ningún mal.

—¿Seguro? —pregunté clavándole los ojos.

Txemi me miró desconcertado.

—Tienes algo raro en la mirada, Álex. ¿Qué te pasa?

Me encendí un cigarrillo.

—Alguien se ha ido de la lengua y tengo una teoría de quién, Txemi. Igual tú puedes ayudarme a completar el puzle.

Tardó un segundo en reaccionar.

—Claro, inténtalo.

—No sé cómo… pero Félix se enteró de mis asuntos farmacológicos. Me he cuidado hasta la obsesión por permanecer anónimo, pero él logró conectarme con ello. Solo se me ocurre una explicación: alguien se lo dijo. Y solo me viene un nombre a la cabeza…

Le miré a los ojos. Txemi era actor, pero ni siquiera eso le salvó del touché que acababa de endosarle.

—No sé de dónde has sacado esa teoría, pero te equivocas.

Se levantó a dejar el vaso en el fregadero, aunque en realidad solo quería apartar sus ojos de los míos. Supe que iba por el camino correcto.

—¿Qué sacaste a cambio? —pregunté—. ¿Un papel en su película? ¿De eso va todo?

Txemi se quedó unos segundos parado en el fregadero, observando las preciosas vistas que había desde su ventana. Después se giró y me miró.

—¿Has hablado con Félix?

—No.

—Entonces ¿a qué viene todo esto?

—Sé que alguien me vendió, sencillamente. Y solo pudiste ser tú.

—Vale…, sentémonos —dijo.

—Prefiero estar de pie.

—Siéntate, joder —alzó la voz—. Si quieres hablar, hablemos, pero sentados. Me duele todo el cuerpo.

Lo hice. Me senté en una de las butacas color naranja que Txemi tenía junto a su chimenea. Al sentarme noté algo debajo del cojín. Un botellín de cerveza, lo dejé en el suelo.

Txemi sacó un cigarrillo de un paquete que había sobre la mesilla y se lo encendió.

—Félix me prometió que no te iba a delatar a la policía. Solo quería hablar contigo.

Apenas se despeinó una cana diciendo esto. Con esa cara tan perfecta, convincente, de actor. Pero a mí me entraron ganas de estrangularlo.

—¡Joder, Txemi! ¡Cómo has podido ser tan cabrón!

—¡Me puso contra las cuerdas, Álex! Además, ya sé que no es una disculpa, pero yo estaba un poco borracho…

—Venga ya…

—Pero es verdad, justo ese día me habían dado otro portazo en la cara, y van unos cuantos este año. Y los actores necesitamos trabajar.

—Vale. El momento «doy pena» te ha quedado genial, sigue.

Txemi suspiró.

—Bueno, después de hablar con mi agente, bajé al Blue Berri. Me puse a beber gin-tonics como si no hubiera un mañana. Y de pronto veo a Félix, como si hubiera podido oler la sangre, como uno de esos demonios que aparecen sobre tu hombro. Llevaba semanas sin verle. Bueno, ya te conté que estuve evitándole un poco, pero no parecía molesto conmigo. Todo lo contrario. Me dijo que estaba contento porque la producción de la película seguía adelante… y me aseguró que yo seguía entre los favoritos para el papel protagonista. ¡Imagínate!

—Vale. Y por eso me vendiste. Te iba a dar el papel.

—No, no te vendí por eso. Y aquí es donde la historia se tuerce. Estábamos ya un poco borrachos y Félix empezó a poner unos ojos muy raros, malignos… Dijo que no tenía la capacidad para elegir quién sería el actor, pero que había una cláusula en el contrato de la productora: él, como autor, tenía derecho a veto.

—¿Vetarte? ¿Te amenazó con vetarte?

—Lo dejó caer con una sutileza bestial: «Puedo ayudarte o puedo tacharte de la lista». Yo le pregunté a qué coño venían esas amenazas. Pensaba que iba a decirme que se había enfadado conmigo porque ya no le invitaba a mis fiestas o algo así. Pero Félix dijo que no era nada de eso. «Tengo muchos problemas, ¿entiendes?», me dijo. De hecho, empezó a contarme una tragedia griega. Que no avanzaba con su libro, que le faltaba material para terminar. Que si el editor, que si Hacienda, que si la abuela fuma… Andaba detrás de una historia y creía que la tenía, pero le faltaba una pieza. Dijo que tenía que franquear un muro. Entonces fue cuando me habló de ti.

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