—No creo que mi abuelo se prestara a una cosa así.
—Conozco a una chica muy buena, Isane, ayudó a unas cuantas amigas mías. Podría ir a Punta Margúa, charlar un poco con Jon… Hacerle ver las cosas desde otro ángulo. A veces, la familia, por mucho que lo intenta…
En ese momento nos interrumpió una fuerte carcajada a varias mesas de nosotros. Era Carlos Perugorria, tan ruidoso como siempre. A su lado estaba Ane, estupenda con un pantalón color camel, guapa, charlaba con algunos amigos. Nos vio y se levantó a saludarnos.
—¿Conspirando con tu futuro yerno?
Mirari se rio.
—Hemos venido a coger sitio. ¿Os quedaréis al partido de Erin y Denis?
—¡Claro que sí, hemos apostado por ellos! Por cierto, Álex, mi jardinero sigue de baja. ¿Te interesa un buen trabajo bien pagado?
Yo asentí.
—Aprovecha ahora, amiga —dijo Mirari—, a este chico le queda poco tiempo como jardinero.
Ane se despidió y regresó a su mesa. Entonces me fijé en que también estaba el hermano de Carlos, Roberto, escondido detrás de unas gafas de sol y un sombrero. Desde luego que tenía el aspecto de alguien muy raro.
—Estuviste en casa de Ane, ¿verdad? —preguntó Mirari entonces—. ¿Cómo fue la cosa? Estaban verdaderamente avergonzados por lo de nuestra piscina.
—Sí. Una invitación a comer… Ir allí me ayudó a recordar unas cuantas cosas. También hablé un montón con Ane. Me alegra ver que ahora sois buenas amigas.
Mirari sonrió.
—Te refieres a nuestra vieja historia, ¿verdad? Pensaba que tu madre te lo habría contado.
—No. Mi madre era tan hermética con su pasado que siempre aprovecho la ocasión para saber algo más de su vida. También me sorprendió enterarme así de la muerte de Floren…
Creo que Mirari pestañeó tras sus gafas de sol, pero era imposible saberlo. Su reacción, por otra parte, fue como la de alguien que lleva tiempo esperando tocar un tema. Perdió un segundo la mirada, pensativa.
—Lo de Floren… no es algo que vayamos contando a todo el mundo que aparece por casa. Es una historia un tanto dramática. ¿Ane te contó todo? ¿Desde el principio?
Asentí.
—Bueno, fue un desamor adolescente. ¿Has tenido alguno? Duele mucho, lloras un montón… pero se termina pasando. Después empecé con Joseba. Al principio no apostaba mucho por él, ¿eh? —sonrió—, pero fue ganándome poco a poco. Es un hombre muy romántico, aunque lo disimula bien.
Llegó la camarera con los dos primeros. Ensalada templada de angulas y bacalao.
—Tu madre, en cambio, lo pasó realmente mal. Ella era una mujer tan sensible… y nosotras éramos como sus hermanas. Para Begoña fue algo inaceptable lo que ocurrió. Siempre nos decía que Floren era un «problema con patas». Al final tuvo razón.
—¿Puedo hacerte una pregunta directa sobre esto?
—Claro.
—He oído un rumor. Que Floren era violento. Que quizá maltrataba a Ane.
Los ojos de Mirari bailaron un segundo a mi alrededor. Supongo que aquel tema de conversación era lo bastante delicado como para tener cuidado. Acercó su silla un poco más. Habló muy bajo:
—No es ningún rumor. Aunque fue algo más sutil. Algo que fue sucediendo lentamente. Primero una broma envenenada, después una pequeña humillación, un empujón… El maltrato comienza así: haciendo que una persona se sienta cada vez más pequeña y vulnerable. Una vez le gritó aquí mismo, delante de todo el Club… Fue algo bochornoso. Pero si solo se hubiera quedado ahí…
—¿Le pegó?
—Sí, tortazos, algún puñetazo… Aunque lo peor, según Ane, es que en cierta ocasión, Floren la forzó.
—¿La violó?
Mi frase sonó quizá demasiado alta. Mirari se retrajo. Estaba realmente incómoda hablando de eso.
—¿No le denunció?
—No. En aquella época las cosas eran un poco diferentes, ¿sabes? Una mujer iba a la policía con una historia así y la llamaban exagerada. Pero al menos, eso fue el detonante de un montón de cosas. Ane pidió ayuda. Tu madre vino desde Madrid solo para eso.
Recordé que ya había oído algo así.
—Mi abuelo me lo dijo. Sucedió esa misma noche, ¿no?
—Así es. Tu madre llegó un mediodía. Floren se mató al atardecer. Te lo creas o no. —Puede que Mirari leyese algo en mi mirada, o puede que ella también lo pensara, porque añadió—: Pero tranquilo, ella no le mató, ¿eh? Estaba conmigo y con Ane. Cenando muy lejos de allí.
—¿Tú también estabas con ellas? Pensaba que por entonces os llevabais mal.
—Mira. Yo llevaba años sin dirigirme a Ane más que para saludarla, y de lejos. Entonces, un día, la semana anterior a la Navidad, tu madre me llamó por teléfono. Me dijo que Ane la había llamado pidiéndole ayuda y que teníamos que hacer algo. «Se ha acabado esta tontería que tenéis. Las amigas tienen que volver a juntarse», dijo.
—¿Eso dijo mi madre?
—Tu madre era una mujer de armas tomar, Álex, puedes jurarlo. Me colgó, cogió un avión a Bilbao y nos reunimos las tres en mi casa esa noche. La idea de tu madre era convencer a Ane para que se divorciara de Floren. «Esto ya ha llegado al límite —le dijo—, te vienes conmigo a vivir a Madrid»… Ella se había divorciado ese año.
—Sí, así es…
—Pero Ane tenía demasiado miedo. Estaba deshecha, sin autoestima, muy asustada… Así es como se quedan las mujeres después de aguantar a un monstruo. Dijo que quizá iría a Madrid una temporada… Pues resulta que esa tarde, mientras estábamos en mi casa, Floren decidió quitarse de en medio. En cierto modo me alegro, pero por otra parte, creo que no cumplió con el castigo que se merecía.
No pude evitar que mis ojos volasen hasta la mesa de Ane. Ella me atrapó mirándola y sonrió, aunque fue una sonrisa extraña. Era como si pudiera adivinar de lo que estábamos hablando.
Terminamos de comer y pedimos unos cafés. Haríamos tiempo hasta las cinco de la tarde, hora en que se jugaba el partido de la final. Mirari se distrajo hablando con algunos socios y yo aproveché para ir al baño.
En el bar había bastante gente a esas horas. Los camareros preparaban una mesa de catering, cortesía para el cóctel de la entrega de premios. Al salir del baño, según me dirigía a las canchas, vi a Ane parada junto a la barra, mirando el televisor.
—Dios mío —decía cuando me acerqué. Era como si no se diese cuenta de que estaba hablando en alto—. Dios mío.
—¿Qué te ocurre?
Ella señaló la tele. Era la hora de las noticias del corazón y la presentadora hablaba de algo inaudible. Pero encima de su hombro, en el recuadro superior derecho, había aparecido un rostro muy familiar para mí: el de Félix Arkarazo.
Y bajo él, la siguiente palabra sobreimpresionada en la pantalla:
DESAPARECIDO
Sentí un pequeño vértigo, una sensación de ahogo que dio paso a unas chiribitas en mis ojos. Era un ataque de pánico. Respiré dos veces y lo contuve. Ane seguía mirando el televisor, boquiabierta, y la gente comenzaba a arremolinarse por allí.
«Por fin», pensé. En el fondo, ya estaba tardando en irse todo al traste.
V
EL ABISMO
1
Una pequeña multitud se había congregado en la barra.
—Oiga, ¿puede subir un poco el volumen? —dijo alguien.
El camarero lo hizo y pudimos escuchar la voz de la presentadora: «… tras una semana intentando localizar sin éxito al celebre escritor, su editora, Carmen Román, dio aviso a la policía».
En la televisión se veía una imagen frontal de la casa de Félix Arkarazo en Kukulumendi. La misma casa en la que yo había estado dos noches atrás, solo que ahora había bastante más acción por aquella carreterilla entre pinos. Dos coches patrulla estaban apostados junto a la puerta de entrada, y varios agentes merodeaban por el jardín.
Abajo, el pequeño letrero a pie de pantalla rezaba lo siguiente: EL ESCRITOR FÉLIX ARKARAZO DESAPARECIDO. POSIBLE SECUESTRO.
«¿Un secuestro?», pensé, un poco atribuladamente. ¿Es que todavía no habían encontrado el cadáver?
—Los de la Ertzaintza vinieron ayer por aquí preguntando por él —comentó el camarero—. Ahora se entiende.
—¿Era socio del Club? —quiso saber alguien a mi espalda.
—Claro que lo era —dijo Ane. Parecía haberse quedado sin aliento.
En la televisión, la crónica continuaba: «Tras diversos intentos por localizarle, dos patrullas de la Ertzaintza han inspeccionado esta misma madrugada la vivienda del escritor, situada en la localidad vizcaína de Ilumbe. El registro, al parecer, ha arrojado evidencias de un allanamiento…».
En la televisión apareció el familiar rostro de Nerea Arruti.
—Aún no se puede determinar si ha sido o no un secuestro. Hay indicios de un allanamiento de morada, pero sin violencia. Hemos activado una orden de búsqueda y solicitado la colaboración de otros cuerpos.
La poli novata se desenvolvía bastante bien ante la cámara, he de decir.
—¿Cuáles serán los siguientes pasos, agente? —inquirió la voz tras la cámara.
—Toca hablar con el entorno de Félix Arkarazo, establecer sus últimos pasos conocidos. Y desde luego, esperar toda la ayuda ciudadana posible. Si ha visto usted al desaparecido en las últimas semanas, por favor, póngase en contacto con el 112.
—Dios mío, tendré que llamarles —dijo Ane mirándome por primera vez—. ¿Tú has visto a Félix recientemente?
—Solo le vi en tu casa.
—Igual que yo. Voy a avisar a Carlos.
Salió corriendo de allí, rumbo a la terraza. A través del cristal pude ver a Carlos y a su hermano Roberto, de pie, mirando en nuestra dirección. Seguí viendo las noticias. Más y más gente se apiñaba en el bar, comentando cosas en voz alta.
«El escritor logró la fama con su primera novela, El baile de las manos negras, que retrataba los secretos de un pequeño pueblo del norte. Según su editora, Félix Arkarazo se encontraba preparando su segunda novela.»
—Seguro que está de parranda. Aparecerá mañana diciendo que no se acuerda de nada.
—Si no fuera famoso, ni saldría en la televisión.
—¿Habrá sido ETA?
—Pero ¿qué dices?
—Dicen que acaba de llegar la policía.
Era cierto. Acababa de aparecer un coche patrulla de la Ertzaintza por la entrada del Club. El director, un hombre con aspecto de viejo diplomático, les salió al paso en la misma entrada. La expectación era máxima. Pero finalmente los guio hasta su oficina.
—Ahora querrán hacernos preguntas a todos. Ya verás.
Durante la sobremesa fue llegando más gente. Joseba fue el primero, acompañado de su socio, Eduardo Sanz, y la mujer de este, una chica que tendría más o menos la misma edad que Denis. La noticia de la desaparición de Félix y la presencia de la policía en el Club era el cotilleo general de la terraza a esas horas.
—Dicen que han venido a obtener el registro de entradas y salidas de su tarjeta de socio… —comentó Eduardo—. Parece que no venía al Club desde hacía un par de semanas.
—Puede que haya hecho como Agatha Christie —dijo Mirari— y haya desaparecido con un grave caso de amnesia.
—Pues le ha salido perfecta la jugada —opinó Joseba—. Mejor publicidad no se puede tener.
Erin apareció con un espectacular conjunto de tenis. Le di un beso y le susurré que acababa de provocarme una nueva fantasía sexual. Mientras tanto, Eduardo les ponía al día sobre la noticia de Félix y noté cierto rubor arañando las mejillas de Denis. ¿Qué significaba eso? Nos miramos intensamente durante medio segundo, pero después apartamos las miradas.
—Mira, Álex —dijo Erin—, y justo el otro día empezaste a leer su libro.
—Sí —dije yo—, qué casualidad.
Comenzó el partido y se instaló un grave silencio en la terraza. Los partidos de tenis tienen esa pompa y ceremonia casi religiosa, y los pocos comentarios que se hicieron durante la hora y media que duró el encuentro fueron sobre voleas, servicios y dejadas. Dentro de mi cabeza, no obstante, tenía lugar un tormentoso monólogo interior. Esos chicos que entraron en la fábrica, ¿es que no habían encontrado el cuerpo? O quizá, por alguna razón, no habían dado parte a la policía. ¿Se asustaron? Pensé que eso me daba una pequeña oportunidad de volver a la fábrica a limpiar mi rastro de sangre.
Finalmente, tras un juego eterno (ocho deuces, ni más ni menos), Denis y Erin se impusieron a la pareja contraria. El director del Club, junto con los campeones del año anterior, hicieron entrega de la copa y se dio un breve discurso, que quizá hubiera sido más largo y gracioso en otras circunstancias, pero que el director acortó tras comentar que no podía ocultar su gran preocupación «por uno de nuestros socios más célebres». También dijo que confiaba en que todo se resolviera felizmente y que Félix volviera muy pronto entre nosotros.