Los juegos de azar es lo que tienen.
Aun con lo que Antonia piense sobre los casinos, aproximadamente medio millón de personas visitan cada año el de Torrelodones, así que algún atractivo tiene que tener. Los casinos gustan, aunque ella no lo entienda. Y gustan a muchos, por lo visto. El otro día leyó que solo en 2018 Las Vegas, ciudad casino por excelencia, había recibido más de cuarenta y dos millones de visitantes.
Está cerca de su casa ya y se resiste a terminar el paseo, se arrepiente de no haber ido a comer croquetas a la Cava Baja. Se desvía del camino que la llevará a su vacío apartamento. Gira a la izquierda en Tirso de Molina no sin antes parar a mirar los ramos llenos de color que los floristas tienen expuestos en la plaza. Ha comprado uno de margaritas naranjas y moradas. Ha pensado que es tan buen momento como cualquier otro para poner unas flores en un jarrón y empezar a hacer hogar. Ni recuerda cuándo fue la última vez que compró flores porque sí. Seguro que antes de lo de Marcos. Seguro que antes de que todo se fuese a la mierda.
Enfila por la calle Doctor Cortezo acunando las margaritas entre sus brazos. Se cruza con mucha gente. Algunas personas la miran y sonríen. Al mirarla nadie diría que esa mujer bajita es la Reina Roja y que se dedica a lo que se dedica. No. Solo ven una mujer bajita con un bebé de margaritas naranjas y moradas y eso les hace sonreír. Antonia no se da cuenta, pero ella misma va sonriendo y cuando sonríe, es posible vislumbrar lo hermosa que es en realidad. No es una belleza, tampoco nos volvamos locos, pero su rostro se ilumina como un árbol de Navidad.
Alcanza la calle Atocha y gira a la derecha pasando por la puerta del teatro Calderón. Le gusta, es un edificio bonito y dentro de él pasan cosas aún más bonitas. Ahora hay un cartel que anuncia el musical de West Side Story, no sabe cuánto tiempo estará, pero debería ir a verlo, le gustó mucho esa revisión moderna del clásico de Romeo y Julieta. No es el El Rey León y seguro que lo quitan pronto.
Va a buen paso porque ahora tiene prisa por llegar a donde quiere ir. Es una mujer con una misión y piensa cumplirla. De nuevo agradece llevar calzado cómodo, aun así, sus pies empiezan a resentirse. No ve el momento de llegar.
Cruza la calle Atocha a la altura de la iglesia de San Sebastián, destruida por una bomba de la aviación franquista en 1936 y restaurada entre 1943 y 1959. Otro de esos datos que Antonia leyó al llegar a Madrid y que su memoria se empeña en recordar cada vez que pasa por delante del edificio. Su memoria conserva demasiados datos, pero ya se ha resignado a ello.
Capítulo 14
Le falta poco para llegar, ya puede ver, no muy lejos, la plaza de Antón Martín, donde comenzó su paseo, y con ella, su destino: La Ferretería, donde ya anticipa la comanda: una copa de vino de la Ribera del Duero y uno de esos platos de jamón con sabores que tanto le gustan. Hoy es una taberna y restaurante, y muy bueno si le preguntan a Antonia, pero hace no mucho era lo que su nombre indica, una ferretería, la más antigua de Madrid, inaugurada en el año de Nuestro Señor de 1888. De la vieja tienda donde la señora María Jesús se pasó toda la vida despachando tornillos y tuercas queda la barra, que es el mostrador original, y las paredes forradas con los cajones que conservaban esas pequeñas piezas de metal.
La noticia de que María Jesús iba a tener que vender su ferretería no sentó bien en el barrio, pero al final fue inevitable. A Antonia, como a todo vecino de Lavapiés, le dio pena pensar que un pedazo de la historia viva de la ciudad cerraba; sin embargo, el cambio no ha sido tan nefasto como anticipaba y los nuevos propietarios han conservado la fachada y han integrado los elementos originales del establecimiento en su decoración. Algo es algo.
El primer día entró en la nueva taberna intentando encontrar algo que criticar, deseaba que no le gustase porque, de gustarle, sentiría que estaba traicionando a María Jesús, a quien no conocía personalmente, pero claro, la historia es la historia. Por algo tenemos que sentirnos indignados y para Antonia este era tan buen motivo como cualquier otro. No tardaron mucho en ponerla en su sitio: el servicio excelente, el local acogedor y moderno y el jamón… ¡Ay, el jamón! Le pusieron delante un plato de jamón ordenado por cortes y un señor muy amable le indicó cómo tenía que comerlo. Ella siempre lo había comido con las manos y a ser posible, en abundancia, pero atendió a las explicaciones del amable caballero con atención. Algunos cortes estaban acompañados de wasabi, de pedazos de fresa y de sésamo, algo que de buenas a primeras no la entusiasmó, pero había ido a criticar y parecían estar poniéndoselo en bandeja. De jamón, para ser exactos.
Desde esa primera cata ha vuelto allí varias veces, todas las que ha podido. Y no se arrepiente de nada. Seguro que a Jon también le gusta. Tiene que venir con él.
Antonia abre la puerta de la taberna, se acomoda en una de las banquetas y posa su ramo de margaritas junto a ella mientras ve cómo un camarero se aproxima.
—Un vino tinto Ribera y un plato de jamón, gracias.
Espera a que llegue el pedido mirando a su alrededor y pensando que ha sido un buen día. Solo podría haber sido mejor si pudiese compartir este plato de jamón con Jon. Le echa de menos.
A ver si Mentor llama pronto, piensa.