En un momento dado, la calle da paso a la plaza de Callao, el Times Square madrileño gracias a esas pantallas de tamaño monstruoso que se sitúan a su alrededor. En ellas anuncian bebidas, espectáculos, móviles y lo que surja. Pero todo muy luminoso y llamativo, para que no puedas ignorarlas. Esta gente ha estudiado neuromarketing, seguro, porque a Antonia le resulta difícil que sus ojos no viajen hasta ellas, incluso pararse para ver qué nuevas necesidades tiene que crearse. Lo que más le gusta de Callao es que es peatonal, igual que Preciados, y ya no hay peligro en quedarse embobado mirando algo, lo que sea, por ejemplo, un anuncio en una pantalla gigante. Ya no puede atropellarte un coche en Callao, y eso, quieras que no, da tranquilidad. Han pensado en todo.
Capítulo 9
Antonia tiene que decidir qué parte de Gran Vía quiere recorrer hoy, si gira a la derecha, llegará hasta la plaza de la Cibeles, otro símbolo de Madrid, o del Real Madrid, eso todavía no lo tiene claro. A ella no le gusta el fútbol. No encuentra atractivo alguno en seguir con atención a unos cuantos señores en calzoncillos corriendo por el césped persiguiendo una pelota. Si gira a la izquierda, alcanzará en unos diez minutos la plaza de España. Sí, Antonia ha contraído esa enfermedad endémica madrileña que provoca que, sin importar donde estés, si te preguntan cuánto se tarda en llegar del punto A al punto B, contestes con un contundente «son unos diez minutos andando». La enfermedad afecta igual cuando eres tú el que tienes que calcular cuánto tardarás en llegar del punto A al B. Diez minutos. En Madrid todo está a diez minutos. Va a ser cierto que el tiempo es relativo.
Toma la decisión de ir a la izquierda. La boca de metro de Callao escupe gente sin parar, algunas personas esperan frente a esa garganta situada casi en el mismo centro de la plaza. Antonia y Marcos solían jugar a intentar adivinar si esperaban a un amigo o amiga, a la pareja o a quién, por el aspecto de los que aguardaban, Antonia no solía fallar, pero hoy no le apetece jugar. Hace mucho que no le apetece jugar.
Cruza la calle de Jacometrezo y enfila la Gran Vía despacio, disfrutando el ambiente. Ya han acabado las obras y las aceras son mucho más amplias. Hace apenas un año transitar por esa arteria central de la ciudad era un suplicio, ahora lo hace con alegría.
Hace unos meses era más fácil verla pasear por Madrid Río que por la Gran Vía. Por lo menos cuando se decidía a salir de casa, que no era muy a menudo. La Gran Vía estaba en obras y era imposible dar dos pasos sin tragarse dos paletadas de polvo, tropezarse con una valla o tener que esquivar a unos cuantos manteros que ocupaban el poco espacio que quedaba para los transeúntes. De la ribera del Manzanares le gustaba la tranquilidad, los árboles y la cantidad de familias con niños pequeños que por allí había. A veces se sentaba en un banco y observaba a esos hombres y mujeres que disfrutaban de la vida sin pensar siquiera que, en cualquier momento, se les podía escapar la felicidad entre los dedos. Ella también había tenido un marido. Y un hijo. Ahora estaba sola. O peor que sola, porque a uno no podía llegar y al otro no le dejaban llegar.
No hace mucho tiempo la zona del Manzanares era poco menos que un estercolero venido a menos. El río desprendía un olor que a Antonia se le antojaba no podía ser mejor que el de una letrina en un campo de prisioneros, pero ahora se sentía atraída a ese parque como los mosquitos a una bombilla encendida, sobre todo en verano. El calor de los meses estivales en Madrid es menos agobiante en la playa urbana, donde los chorros de agua son un plus a tener en cuenta si no te gustan las piscinas públicas. Y a Antonia no le gustan las piscinas públicas.
Capítulo 10
Antonia vuelve al presente, se detiene frente al teatro Lope de Vega donde, desde hace años, se puede disfrutar del musical de El Rey León. Vino a verlo con Marcos y Jorge. Algo similar a una pelota de golf se le atraviesa en la garganta y hace que se le humedezcan los ojos con el recuerdo. Eran tiempos felices. Mejores.
Cambia de idea, ya no quiere ir a la plaza de España, así que gira a la izquierda en la primera calle que encuentra y callejea hasta que llega a la plaza de Santo Domingo. Piensa en regresar a casa, pero de repente le apetece visitar uno de sus rincones favoritos de la ciudad: la plaza de la Puerta Cerrada. Desde donde se encuentra puede llegar en apenas diez minutos andando a su nuevo destino (de nuevo ese virus madrileño de los diez minutos), situado en el barrio de La Latina, uno de los más antiguos de Madrid. El nombre de la plaza proviene de una puerta que se construyó en la muralla medieval que ocupaba lo que en la actualidad es esta plaza en el siglo XII, y que solía permanecer cerrada porque era un lugar perfecto para que los ladrones atracasen a la gente honrada y honesta que por ella pasaba. La puerta fue derribada en el año 1569 y las autoridades madrileñas de entonces debieron pensar que ya era tontería cambiar el nombre. Y así se ha quedado hasta el siglo XXI.
El centro de la plaza está ocupado por una enorme cruz de piedra levantada en 1783. Antonia se acerca y mira hacia el este, donde se alza la cúpula de la Colegiata de San Isidro, antigua catedral de Madrid. Mucho más bonita que la actual, si le preguntan a Antonia, sin embargo, nunca nadie se lo ha preguntado. No es la cruz lo que más le gusta de esa plaza, ni las vistas a la colegiata. No. Lo que más le gusta son los murales dibujados en 1983 por el artista Alberto Corazón. En uno puede leerse FUI SOBRE AGUA EDIFICADA, MIS MUROS DE FUEGO SON, y no se trata de ninguna adivinanza, si lo fuese, pocos podrían dar la respuesta a día de hoy.
Esa frase intrigó a Antonia la primera vez que la leyó, y buscó información sobre ella, así averiguó que el verso completo dice «Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son, esta es mi insignia y mi blasón» y no es más que un viejo lema de Madrid, ya que la ciudad fue fundada en un área con abundantes acuíferos, de hecho, algunas teorías dicen que la región se conocía como Matrice, «madre de aguas» en latín. La segunda parte del lema se debe a las chispas que saltaban cuando los asaltantes disparaban sus flechas contra los muros de sílex que rodeaban la pequeña fortaleza de Mayrit, que es como se llamaba Madrid en la época árabe.
Capítulo 11
A Antonia le hace gracia que muchos madrileños no sepan la historia de Madrid, pero si lo piensa bien, ella no conoce la de Barcelona, que es donde nació. La dio por hecha, no le interesaba mucho; sin embargo, cuando se trasladó a Madrid, leyó mucho sobre la ciudad y sus orígenes y así descubrió que es la única capital europea fundada por los árabes y no solo ese antiguo lema escrito en 1983 en un muro de una plaza da fe de ello, los casi desconocidos qanat, también fueron construidos entre los siglos VIII y IX,en plena ocupación árabe. A Antonia le gusta esa palabra, qanat, tiene una sonoridad extraña que hace que le guste pronunciarla. Descubrió que los qanat se llaman también viajes de agua y son una idea importada de Persia. El subsuelo de la ciudad cuenta con cientos de kilómetros de estos túneles que abastecieron a los madrileños desde el siglo IX al siglo XIX. Muchos de estos túneles han sido destruidos como consecuencia de las innumerables obras subterráneas a las que se ha sometido a la ciudad, pero ahí estuvieron y todavía quedan algunos. Y eso que la UNESCO aconsejó declararlos Patrimonio de la Humanidad, pero oye, si se puede hacer un nuevo túnel en la M-30 o agujerear un poco más por cualquier motivo, hagámoslo, que unos vetustos vestigios históricos no nos nieguen el derecho a hacer un hoyo.
Ante este pensamiento Antonia sacude la cabeza mientras una suave risa cargada de sarcasmo escapa de su garganta. Mira a su alrededor. Nadie la ha oído. No es que le importe, pero prefiere pasar desapercibida. No está el horno para bollos.
Piensa en recorrer la Cava Baja y comerse unas croquetas en la Posada del Dragón, dirige sus pasos hacia allí, pero en el último momento se lo piensa mejor y decide que ya está bien de caminar por hoy. Toma la decisión de regresar a casa. No es que su casa haya sido en los últimos tiempos un hogar, va a tener que comprar algunos muebles. No puede seguir viviendo así. Y menos si pretende recuperar a Jorge en algún momento antes de que le dé nietos.
Capítulo 12
No tardará mucho en llegar a su edificio, pero le dará tiempo a pensar cómo quiere decorar el piso. Porque Antonia, a lo largo de su paseo, ha concluido que tiene que comprar algunos muebles. Por lo menos los básicos para el día a día: una cama, un sofá, una mesa con sus correspondientes sillas… Esas cosas que facilitan sentirse un ser humano.
Lo bueno de vivir en Lavapiés es que no tardas mucho en llegar a ningún sitio. Sobre todo si ese sitio está en el centro de Madrid.
Si ella tuviese mucho, pero mucho mucho dinero, no se iría a vivir a La Finca, en Pozuelo. No. Seguiría viviendo en el centro de la ciudad. Le gusta el ambiente, los locales, los turistas, los habitantes, las manifestaciones día sí y día también en la Puerta del Sol, el Rastro los domingos, los restaurantes, el ruido, los coches. Le gusta Madrid. No le gustaría vivir en una urbanización a las afueras, aunque la urbanización fuese tan lujosa como La Finca. De hecho, esta urbanización está considerada como una de las más exclusivas de Europa. Deseada por los millonarios y famosos patrios y no tan patrios. Un chalet adosado puede costar unos dos millones de euros y una casa con un jardín de tres mil metros cuadrados, unos veinte millones, si no más.
Es como vivir en un búnker al aire libre: cámaras, vigilantes de seguridad, detectores de movimiento, infrarrojos y patrullas las veinticuatro horas del día. En La Finca no puedes ni estornudar sin que alguien, en algún sitio, lo sepa.
Antonia no cree que eso sea para ella. Pasear por La Finca tiene que ser la desolación hecha caminata. Sin gente, sin tiendas, sin ambiente. Sin vida. Todo ordenado y bonito. Todo seguro, aséptico. Aburrido. Ella no necesita tanta exclusividad y secretismo, ella no es nadie. Sabe que no es nadie. Y en La Finca solo viven los que creen ser alguien y tienen la pasta necesaria para permitirse pensar que lo son. De hecho, tienen mucha pasta, volquetes de pasta.
A ella que le dejen su centro de Madrid. No ser alguien tiene sus recompensas, como poder caminar por la calle sin miedo, entrar en un bar a tomarse un vino cuando le apetezca sin que nadie la mire, ir a comprar el pan sin necesidad de recorrer varios kilómetros. Detalles. Insignificancias. Minucias.
El que no se consuela es porque no quiere.
¿Para qué quieres una mansión en las afueras teniendo un edificio entero dentro? Sabe que ella también es una privilegiada. Pero menos.
Capítulo 13
Continúa caminando. Va distraída, sin prestar atención a sus pasos, a lo que sucede a su alrededor. Sigue pensando en La Finca, lo que allí sucedió y que todas las medidas de seguridad no sirvieron para salvar la vida de ese pobre chico. ¿Había facilitado el aislamiento de la zona el resultado final? ¿Habría sido más difícil para el asesino penetrar en un piso dentro de la ciudad? No lo sabe.
Lo que sí sabe es que cuando te mueves por dinero, todo tiene un precio, solo tienes que averiguar cuál es. Recuerda al vigilante que les dejó pasar cuando le dieron aquella bolsa llena de billetes. Les dejó pasar y les ayudó en todo lo que pudo. Él tenía un precio. Ella lo averiguó.
Y para Antonia no solo es sencillo averiguar el precio de otros, para ella también es sencillo conseguir una bolsa llena de billetes. Con un billete pequeño puede conseguir muchos más. Es como el milagro de los panes y los peces, solo que le lleva algo más de tiempo. Tampoco mucho más tiempo. Para eso inventó Dios los casinos, para que gente como ella pudiese ganar mucho dinero y muy rápido. No es que lo haya hecho a menudo, pero el Casino de Torrelodones está ahí para cuando lo necesite. A ella los casinos siempre le han parecido casposos, y el de Torrelodones también se lo parece, por mucho concierto que programe y por mucho que cuide su cocina y sus bares. Por mucha decoración cuidada, por mucho que lo disfraces de elegancia, no deja de ser un lugar al que vas con la idea de salir más rico de lo que entraste y no suele cumplir tus expectativas. Excepto si eres Antonia, que entonces sí las cumple.