Y eran sólo personas. Ninguno era uno de Ellos.
En la esquina de Bloomsbury hizo una pausa. Se detuvo en la puerta de la verdulería. Se inclinó sobre un cantero de pensamientos como si fuera a quitarse una piedrilla del zapato. Cuando levantó la mirada y observó a su alrededor, no había ni una sola persona mirándola, ni siquiera el verdulero que estaba armando el puesto en la plomiza luz.
Bien, al diablo con todo esto. Rué levantó el mentón.
Ya se sentía segura otra vez. Había estado en situaciones peores que esa antes y siempre había salido adelante. Había sido cuidadosa, había sido habilidosa y después de nueve increíbles años todavía era libre, a pesar de todas las reglas y amenazas del Condado.
Era libre. Y tenía intención de continuar así.
Kit Langford probablemente ya estaba casado, en todo caso. Los periódicos no lo sabían todo cuando se trataba de Darkfrith.
Era incluso demasiado temprano para que Sidonie estuviera despierta; Rué apreciaba las altas horas de la noche y también lo hacía su personal. No era raro que se perdiera toda la noche por ahí. La esperarían con la cena hasta las doce, luego la guardarían para el almuerzo del día siguiente. Sin el sol asomando en el horizonte, todos estarían aún en la cama.
Rué entró en su casa dando una última y enérgica mirada sobre su hombro, pero Jassamine Lane yacía completamente quieta en la niebla. Ni siquiera el policía estaba haciendo su ronda, sólo un par de palomas negras la observaban con cautela posadas sobre un poste indicador.
El pasillo estaba oscuro. Tal como debía ser.
El correo estaba sobre la bandeja de plata junto a la puerta, una pila de tarjetas y cartas, todo indica-dores de una vida de lo más común. Pasó sin casi mirarlos, lo haría más tarde. Después de dormir.
Desde las escaleras, oyó un sonido débil. Se detuvo de golpe, su corazón latía con fuerza… pero era sólo Zane, que daba vueltas en la cama mientras soñaba, pronunciaba palabras ininteligibles que se perdían en su almohada.
Él no sabía que hablaba dormido. Quizás algún día se lo diría.
Lo primero que se quitó fueron los zapatos, muy húmedos, y luego la cofia. Dejó los zapatos para la criada, estrujó la cofia en la mano mientras subía los escalones de madera hacia la alcoba principal.
Había una lámpara encendida junto a la palangana que se encontraba en la mesilla de noche, su llama azulada se desvanecía en la creciente luz.
Soltó la cofia sobre la silla que estaba junto al guardarropa, se quitó las horquillas del cabello y lo peinó con los dedos, suspirando. Estaba exhausta. Qué noche horrenda.
El agua de la palangana estaba helada; se sentó en el costado de la cama y se pasó un paño por el rostro para lavarlo, inspirando profundamente. Luego, se dejó caer sobre la cama con el paño sobre los ojos, un arroyo de pequeñas gotas frías se deslizaban por su cuello hasta llegar al cobertor. Era una sensación maravillosa.
Ella no abandonaría la casa; nunca la encontrarían allí. Dormiría durante días… semanas… Pero no quería quedarse dormida de ese modo. Se volvió a levantar con otro suspiro. El vestido de criada era totalmente sencillo, unos lazos lisos, unos pocos ganchos. No necesitaba ayuda para desatar el corsé y luego el miriñaque y la falda; se quitó todo y lo dejó sobre la alfombra. El vestido yacía allí, de un marrón esfumado y un blanco sucio, filtrando suavemente aire entre los pliegues. Se sintió libre, y lo pateó hacia un rincón.
Se lo daría a Sidonie… no, lo daría en caridad. No quería volver a verlo.
***
Con el corsé y la enagua fue hacia el tocador y abrió el cajón superior en busca de su capa de noche…y en cambio, encontró el vestido que había abandonado en el museo el día anterior, de un color verde como el mar y un exquisito lazo.
Rué contempló los colores que estaban sobre sus manos y su mente de pronto quedó horriblemente en blanco.
—Perdóname —dijo una voz suave detrás de ella—.Quizás tendría que haberme anunciado antes.
Capítulo 5
CLARISSA HAWTHORNE se volvió con violencia hacia la ventana que estaba detrás de ella —una ventana que Christoff sabía que estaba cerrada— y cogió de entre los pliegues de la cortina, una espada de un tamaño importante: los filosos bordes reflejaban la luz con un brillo largo y siniestro. La levantó con facilidad con el brazo flexionado y los ojos de gato posados en Kit, mientras él salía de su refugio detrás de la cama con dosel y se dirigía hacia el centro de la tranquila habitación.
En enagua y calcetines, era todavía hermosamente inalcanzable; su cabello rizado color castaño se deslizaba sobre uno de sus hombros. Su piel pálida como la roca.
—Creí que lo querrías de vuelta —dijo, mientras señalaba el vestido color verdoso, que estaba apoyado donde lo había dejado ella, en un abanico ondulado en el cajón del tocador.
—¡Ah! —Una de sus elegantes cejas se arqueó—. ¿Y mis zapatos?
Kit hizo un gesto hacia el guardarropa.
—Muchas gracias. —Balanceó la espada delante de él, un haz luminoso de plata rasgó el aire con un murmullo mortal. Kit la esquivó y giró, empujando la silla que se encontraba entre ambos. El acero tajó los almohadones.
—Lamento lo de tu peluca. Se perdió en medio del alboroto.
Levantó nuevamente la espada que se balanceó en su mano; la mirada de Rué nunca se despegó de Kit.
—Está bien. Tengo otras. —Y ella se lanzó nuevamente sobre él.
Kit retrocedió con un brinco.
—Tu cabello natural es más hermoso.
—Eres muy amable.
—De nada.
Comenzaron a girar en círculo alrededor de la habitación. Kit tenía las manos sueltas al costado del cuerpo; Clarissa lo seguía, enmarcada por la tenue luz.
—Eres muy buena con la espada.
—Lo sé.
—¿Maestro francés?
—Italiano.
Rué se abalanzó y le traspasó el brazo; una sombra colorada comenzó a florecer en su manga de hilo. Con la siguiente inhalación, la punta de la espada estuvo en el pecho de Kit.
Permaneció inmóvil con la mano izquierda extendida y el cabello ahora hacia un costado, el cuerpo tenso, en línea con la posición de esgrima… El extremo de la espada le provocó una punzada sobre el pecho de Kit.
—Estoy desarmado —dijo lisamente.
—Qué poca visión de tu parte. Quizás, milord, no tendría que entrar en casas a las que no ha sido invitado.
Kit sonrió.
—Dejé mi tarjeta.
Los ojos de Rué se estrecharon un poco; el filo de la espada se clavó un poco más en su piel.
—¿Por qué viniste?
—Ratoncito… ¿por qué crees que lo hice?
—Quizás seas un ladrón —dijo reflexionando—. Quizás seas, de hecho, el infame Ladrón de Humo, Lord Langford. Sólo puedo imaginarme lo que diría la prensa sobre tu captura.
Eso sería interesante. Su tono de voz era tranquilo, su cuerpo, deliberadamente relajado.
—Ciertamente. Oí que hay una recompensa también.
—Alrededor de sesenta libras esterlinas, por ahora.
—Espléndido. Compraré una nueva peluca.
—¿Es por eso por lo que lo haces, Clarissa? ¿Por el dinero o por la emoción que provoca?
Ahora ella le sonrió, su labio se elevó y dibujó una sensual curva rosácea.
—Me temo que estás totalmente equivocado. Clarissa Hawthorne está muerta. De hecho, tengo una copia de su obituario. Fue muy triste.
Kit bajó la mirada. A pesar de que Rué intentaba demostrar calma, respiraba aceleradamente. Por encima del lazo la enagua, un dulce y atractivo rubor comenzó a entibiar su tersa piel blanca.
Tenía un adorno donde se ataba el lazo, un detalle de satén turquesa ubicado justo entre los senos. La enagua, sujeta por el corsé, era tan fina que Kit podía ver a través de ella el oscuro indicio de sus pezones tensos contra la tela…
Kit, con la espada contra el pecho, sintió que la oscura criatura dentro de él se despertaba una vez más, ansiosa por ese momento, ansiosa por ella.
—Clarissa…
—Todo lo que tengo que hacer es gritar —murmuró, puro veneno y fuego—. Tendré tres buenas almas aquí en un santiamén dispuestas a defender mi honor. ¿Qué harás entonces, Kit Langford?
—Exactamente esto —dijo y se convirtió; entonces la espada atravesó su camisa y el aire vacío.
La puerta principal se cerró con fuerza. Maldito, maldito, ay, Dios… Había dejado que su temperamento y su miedo se apoderaran de ella… Había intentado razonar con él, negociar.
Kit sabía dónde vivía.
Rué miró alrededor de la habitación, su cama desordenada, la mesilla de noche de palisandro y el pequeño aguafuerte renacentista de una niña pastora que colgaba de la pared. La espada era un peso muerto en su mano.
La arrojó sobre la cama. Bajó las escaleras deprisa y se convirtió en la puerta para perseguirlo por el cielo.
Las palomas estallaron de pánico. Remontó vuelo junto con ellas, a través de ellas y más allá de ellas, mientras chillaban y volaban del poste. Jassamine Lañe se transformó en un sendero con casas de juguete, gente en miniatura que en ningún momento levantó la vista. El día comenzaba a brillar con el amanecer y Kit estaba visiblemente delante de ella; la habilidad y la gracia humeante que había admirado durante años cuando era una niña rozaban el bajo vientre de las nubes.
Kit se movía con rapidez. Ella también.
Y de pronto, él desapareció. Rué encontró la espiral de vapor que le indicaba que Kit había ascendido aún más, a través de las nubes y entonces ella hizo lo mismo; perforó las densas capas, se mezcló con la helada y sucia bruma, se elevó más y más…
Ella era libre en el límpido cielo azul, aire liviano, y él también estaba allí, todavía era humo… Luego se convirtió una vez más y se transformó en un drakon.
Un débil resplandor de escamas color esmeralda y azul; Kit se volvió para mirarla sólo una vez, casi cegado por la luz del sol, hizo un giro fluido sobre la tierra. Las alas de Kit eran de un color escarlata oscuro y lo mantenían en lo alto con un poderoso aleteo. Giró la cabeza en otra dirección y bajó en picado una vez más.
***
¿Era un desafío o un engaño? No tenía tiempo para decidir cuál de los dos podía ser. Sería aún más veloz de ese modo. No podría seguirlo y era demasiado tarde para dar un paso atrás; había demasiado en juego. Entonces, Rué hizo algo que no había hecho nunca en su vida delante de ningún miembro de la Comunidad —y que apenas se animaba a hacer en el cielo, completamente sola— y se convirtió en drakon también.
¡Ah! Sintió que su primera respiración fue como si inhalara nieve, ferozmente helada, que le enviaba luz y energía a todo su ser. Por un instante, intentó recobrar el aliento; se heló en el lugar donde se encontraba. Luego volvió a sentir su ser; tenía forma. Levantó la cabeza e inhaló por segunda vez, mientras circunscribía el firmamento, una criatura fantasmal que se combinaba con el sol y aquellas nubes puras: su cuerpo blanco como la perla, escamas con borde de oro.
Los drakones eran más lisos y brillantes que los retratos que habían sobrevivido en tapices medievales y en los textos: no tenían abdómenes voluminosos ni se movían pesadamente; pero sí poseían esa llama viviente, y la velocidad y las alas doradas que dominaban el viento. No era extraño que los Otros los hubiesen considerado tan torpes en sus fábulas; en la vida real, su brillo era casi incomprensible, esquirlas del cielo, tan fatales y gloriosos como una ovación de flechas envueltas en llamas.
Y Christoff, el más poderoso de ellos, estaba todavía lejos.
Rué se estiró para poder seguirlo. Con las alas desplegadas, iba hacia arriba para luego descender en un largo aleteo raso que desgarraba los picos de las nubes formando remolinos rayados.
Lo estaba alcanzando. Kit la miró de nuevo y dio un giro inteligente y retorcido frente a ella. Luego, ascendió más y más.
Ella ascendió con él.
El aire era cada vez más escaso. Nunca había estado en esas alturas, pero él no se detuvo. El azul que los rodeaba fue tornándose más oscuro, casi índigo, y la manta de nubes debajo de ellos se suavizaba en una inmensa curva de marfil. Era cada vez más difícil poder respirar. Al fin, él también comenzó a disminuir la velocidad, las alas color escarlata se agitaban con menos velocidad; sin la atmósfera que los soportara, volar era cada vez más difícil. Sin embargo, ella se acercaba más, tenía menos peso que él, estaba más desesperada, casi allí… y de golpe, Kit se volvió para enfrentarla de un modo tan abrupto que ella no pudo detenerse a tiempo. Mientras intentaba cambiar el rumbo, Kit brincó hacia delante y la cogió de la garganta mientras plegaba las alas. Juntos giraron en espiral y cayeron como piedras en dirección a la tierra.