El castillo en el aire (El castillo ambulante, #2) – Diana Wynne Jones

Entre viajar, mimar princesas y discutir con reyes extranjeros, Abdullah estaba, de algún modo, demasiado ocupado para hacer su confesión a Flor-en-la-noche. Siempre parecía que habría un momento más prometedor al día siguiente. Pero al final, cuando estaban a punto de llegar al muy lejano Tsapfan, de dio cuenta de que no podía retrasarlo más.

Respiró hondo. Sintió que el color abandonaba su cara.

—En realidad, no soy un príncipe —lo soltó. Al fin. Ya estaba dicho.

Flor-en-la-noche levantó la vista de los mapas que estaba dibujando. La lamparita de la tienda la hacía casi más maravillosa de lo normal.

—¡Oh!, ya lo sé —dijo.

—¿Qué? —susurró Abdullah.

—Bueno, naturalmente, cuando estuve en el castillo en el aire, tuve mucho tiempo para pensar en ti —dijo—. Y pronto me di cuenta de que estabas fantaseando, porque todo era muy parecido a mi propia ensoñación, sólo que al revés. Yo solía imaginar que era una chica normal, ya ves, y que mi padre era un mercader de alfombras en el Bazar. Solía imaginar que le llevaba el negocio.

—¡Eres maravillosa! —dijo Abdullah.

—Y tú también —dijo, y volvió a su mapa.

Volvieron a Ingary en el tiempo convenido, con un caballo sobrecargado con las cajas de caramelos que las princesas habían prometido a Valeria. Había chocolates y naranjas cubiertas de azúcar, y coco glaseado, y nueces con miel, pero lo más maravilloso de todo fueron los dulces de la princesa diminuta, capa sobre capa de delgado papel de caramelo que la princesa diminuta llamaba Hojas de Verano. Venían en una caja tan hermosa que la princesa Valeria la usó como joyero cuando se hizo mayor. Insólitamente, Valeria casi había dejado de gritar. El rey no lo podía entender, pero como ella le explicó a Sophie, si treinta personas te dicen a la vez que tienes que gritar, eso te quita las ganas por completo.

Sophie y Howl volvieron a vivir (discutiendo bastante, hay que confesarlo, aunque decían que eran felices de esa manera) en el castillo ambulante. Una de sus fachadas era una bonita mansión en el valle de Chipping. Cuando Abdullah y Flor-en-la-noche regresaron, el rey les dio también unas tierras en el valle de Chipping y permiso para construir allí un palacio. La casa que construyeron era bastante modesta (incluso tenía un techo de paja) pero sus jardines pronto comenzaron a ser una de las maravillas del lugar. Se decía que al menos uno de los magos reales le había ayudado en su diseño, pues ¿de qué otra manera podría tener un embajador un bosque de jacintos azules que daba flores todo el año?

Fin