Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—¿Y nosotros la controlaremos ahora?

—Hasta cierto punto. Pero lo importante es considerar que todas las Casas dependen de los beneficios de la CHOAM. Y piensa en que una enorme proporción de estos beneficios dependen de un solo producto: la especia. Imagina lo que ocurriría si algo redujera la producción de especia.

—Aquel que hubiera almacenado melange podría dominar el mercado —dijo Paul—. Y los demás no podrían hacer nada.

El Duque se permitió un momento de amarga satisfacción, mirando a su hijo y pensando cuán penetrante, cuán entrenada había sido aquella observación. Asintió.

—Los Harkonnen han estado almacenándola durante más de veinte años.

—¿Quieren que la producción de especia decrezca y que la culpa recaiga en ti?

—Desean que el nombre de los Atreides se haga impopular —dijo el Duque—. Piensa en las Casas del Landsraad, que en cierto sentido me consideran como su caudillo… su portavoz oficioso. Piensa en cómo reaccionarían si yo fuera responsable de una seria reducción en sus beneficios. A fin de cuentas, los beneficios son lo único que cuenta. ¡Al diablo la Gran Convención! ¡No vas a dejar que nadie te reduzca a la miseria! —Una dura sonrisa apareció en la boca del Duque—. Todos se inclinarán hacia la otra parte, sin apoyar nada de lo que yo haga.

—¿Incluso si nos atacaran con atómicas?

—Nada tan flagrante. No se desafiará tan abiertamente la Convención. Pero aparte esto casi todo estará permitido… quizá incluso el polvo radiactivo o la contaminación del suelo.

—Entonces, ¿por qué precipitarnos a esto?

—¡Paul! —el Duque frunció el ceño—. Sabemos dónde está la trampa… y cuál es el primer paso para evadirla. Esto es como un combate singular, hijo, sólo que a gran escala… fintas en las fintas de las fintas… en un combate sin fin. Nuestra tarea es burlar la intriga. Sabemos que los Harkonnen han almacenado melange, de modo que hagámonos otra pregunta: ¿Quién más ha estado almacenándola? Esta será la lista de nuestros enemigos.

—¿Quiénes?

—Algunas Casas que sabemos que son enemigas, y algunas otras que creíamos amigas. Pero no es necesario tener en cuenta esto por el momento, ya que también hay alguien mucho más importante que todos ellos: nuestro bienamado Emperador Padishah. Paul notó repentinamente que su boca estaba seca.

—Podrías convocar al Landsraad y exponerle…

—¿Para informar a nuestros enemigos que sabemos de quién es la mano que empuña el cuchillo? Ah, Paul, ahora… ahora vemos el cuchillo. ¿Quién puede saber quién lo empuñará mañana? Si mostramos todo esto al Landsraad, lo único que conseguiremos será crear una enorme confusión. El Emperador lo negará todo. ¿Cómo podremos refutarlo? Quizá ganemos algo de tiempo, pero arriesgando el caos. ¿Y de dónde vendrá entonces el próximo ataque?

—Todas las Casas podrán ponerse a almacenar especia.

—Nuestros enemigos llevan ventaja… demasiada para poder alcanzarles.

—El Emperador —dijo Paul—. Esto significa los Sardaukar.

—Disfrazados con uniformes Harkonnen, sin duda —dijo el Duque—. Pero los mismos soldados fanáticos pese a todo.

—¿Cómo pueden ayudarnos los Fremen contra los Sardaukar?

—¿Te ha hablado Hawat de Salusa Secundus?

—¿El planeta prisión del Emperador? No.

—¿Y si fuera algo más que un planeta prisión, Paul? Hay una pregunta que nunca te has hecho con respecto al Cuerpo Imperial de los Sardaukar: ¿de dónde vienen?

—¿Del planeta prisión?

—Vienen de alguna parte.

—Pero las reclutas que efectúa el Emperador…

—Esto es lo que quieren hacer creer: que los Sardaukar son tan sólo gentes reclutadas por el Emperador y magníficamente entrenadas desde muy jóvenes. Ocasionalmente se oyen murmuraciones acerca de los cuadros de entrenamiento del Emperador, pero el equilibrio de nuestra civilización ha permanecido siempre igual: las fuerzas militares de las Grandes Casas del Landsraad por un lado, los Sardaukar y las fuerzas de recluta por el otro. Y las fuerzas de recluta, Paul. Los Sardaukar siguen siendo siempre los Sardaukar.

—¡Pero todos los informes acerca de Salusa Secundus dicen que S.S. es un mundo infernal!

—Indudablemente. Pero, si tú tuvieras que crear una raza de hombres fuertes, duros y feroces, ¿qué condiciones ambientales les impondrías?

—¿Cómo es posible asegurar la lealtad de unos hombres como esos?

—Existen medios infalibles: jugar con la convicción de su propia superioridad, la mística de la secta secreta, el espíritu de las penalidades sufridas en común. Puede hacerse. Ha funcionado en muchos mundos y en muchas épocas.

Paul asintió, sin dejar de observar el rostro de su padre. Intuía que iba a seguir alguna revelación.

—Considera Arrakis —dijo el Duque—. A excepción de las ciudades y los poblados de guarnición, es un mundo tan terrible como Salusa Secundus.

Los ojos de Paul se desorbitaron.

—¿Los Fremen?

—Disponemos allí de una fuerza potencial tan importante y mortífera como los Sardaukar. Se necesitará mucha paciencia para adiestrarla en secreto y mucho dinero para equiparla eficazmente. Pero los Fremen están ahí… y también la especia, con toda la riqueza que supone. ¿Comprendes ahora por qué vamos a Arrakis, aún sabiendo la trampa que representa?

—¿Acaso los Harkonnen no saben nada acerca de los Fremen?

—Los Harkonnen desprecian a los Fremen, los cazan por deporte, nunca se han preocupado de censarlos. Conocemos bien la política de los Harkonnen con respecto a las poblaciones planetarias: mantenerlas con el mínimo costo posible. —La trama metálica que formaba el símbolo del halcón en su pecho destelló cuando el Duque cambió de posición—. ¿Comprendes?

—Vamos a negociar con los Fremen —dijo Paul.

—He enviado una misión mandada por Duncan Idaho —dijo el Duque—. Duncan es un hombre orgulloso y despiadado, pero respeta la verdad. Los Fremen le admirarán. Si tenemos suerte, nos juzgarán tomándole como modelo: Duncan el honesto.

—Duncan el honesto —dijo Paul—, y Gurney el valeroso.

—Exactamente —dijo el Duque.

Y Paul pensó: Gurney era una de las cosas en que pensaba la Reverenda Madre cuando habló de los puntales de los mundos… el coraje de los valerosos.

—Gurney me ha dicho que hoy te has desenvuelto muy bien con las armas —dijo el Duque.

—Eso no es lo que me ha dicho a mí.

El Duque se echó a reír.

—Imagino que Gurney es más bien parco en sus cumplidos. De todos modos, y son sus propias palabras, me ha asegurado que distingues perfectamente la diferencia entre la punta y el filo de la hoja de una espada.

—Gurney dice que no es artístico matar con la punta; hay que hacerlo con el filo.

—Gurney es un romántico —gruñó el Duque. Las palabras de su hijo sobre el mejor modo de matar le turbaban—. Preferiría que nunca te vieras obligado a matar… pero si te ves enfrentado a ello, mata como puedas… con el filo o con la punta.— Miró a las vidrieras del techo, sobre las que tamborileaba la lluvia.

Siguiendo la dirección de la mirada de su padre, Paul pensó en la humedad del cielo, allá fuera… un espectáculo que nunca iba a poder ver en Arrakis… y en el espacio que separaba ambos mundos.

—¿Las naves de la Cofradía son realmente tan grandes? —preguntó. El Duque le miró.

—Este será tu primer viaje fuera del planeta —dijo—. Sí, son grandes. Y nosotros viajaremos en uno de los cruceros mayores porque es un largo viaje. Los grandes cruceros son realmente enormes. Todas nuestras fragatas y transportes ocuparían apenas una de sus esquinas… un espacio minúsculo en su lista de embarque.

—¿Y no podríamos usar una de nuestras fragatas?

—Este es parte del precio que pagamos por la Seguridad de la Cofradía. Podrá haber naves Harkonnen a nuestro flanco, y no tendremos nada que temer. Los Harkonnen no se atreverán a comprometer sus privilegios de transporte.

—Vigilaré nuestras pantallas e intentaré ver a uno de los hombres de la Cofradía.

—No lo hagas. Ni siquiera sus agentes ven nunca a un hombre de la Cofradía. La Cofradía es tan celosa de su anonimato como de su monopolio. Nunca hagas nada que pueda comprometer nuestros privilegios, Paul.

—¿Crees que tal vez se ocultan porque han sufrido mutaciones y ya no tienen… aspecto humano?

—¿Quién sabe? —el Duque se alzó de hombros—. Es un misterio que probablemente ninguno de nosotros va a resolver. Tenemos otros problemas más inmediatos… uno de ellos tú.

—¿Yo?

—Tu madre quiere que sea yo quien te lo diga, hijo. Ya sabes que es posible que poseas capacidades de Mentat.

Paul miró a su padre, incapaz por un momento de hablar; luego:

—¿Un Mentat? —dijo—. ¿Yo? Pero…

—Hawat también está de acuerdo, hijo. Es cierto.

—Pero yo creía que el adiestramiento de un Mentat debía iniciarse en la infancia, sin que el sujeto lo supiera, porque esto podría inhibir las primeras… —se interrumpió; todos los últimos acontecimientos se unieron en una única ecuación—. Comprendo —dijo.

—Llega un día —dijo el Duque— en que el potencial Mentat debe ser informado de su condición. Ya no es posible seguir adiestrándole. Es el propio Mentat quien debe elegir entre continuar o abandonar el adiestramiento. Algunos pueden continuar; algunos otros son incapaces de hacerlo. Sólo el potencial Mentat puede decidir por sí mismo lo que quiere hacer.

Paul se frotó la mandíbula. Todo el adiestramiento especial que le habían dado Hawat y su madre —la mnemotecnia, la focalización de la consciencia, el control muscular y la agudización de las sensibilidades, el estudio de las lenguas y las entonaciones de las palabras— todo adquiría para él, ahora, un nuevo significado.

—Algún día serás un Duque, hijo —dijo su padre—. Un Duque Mentat sería algo formidable. ¿Puedes decidir ahora… o necesitas algo de tiempo?

No hubo vacilación en su respuesta:

—Continuaré con el adiestramiento.

—Formidable, de veras —murmuró el Duque, y Paul vio insinuarse en su rostro una sonrisa de orgullo. Aquella sonrisa impresionó a Paul: por un instante creyó ver, en el rostro del Duque, los rasgos de una calavera. Paul cerró los ojos, sintiendo de nuevo la impresión de aquella terrible finalidad. Quizá ser un Mentat sea un terrible destino, pensó. Pero, al mismo tiempo que formulaba este pensamiento, su nueva consciencia lo rechazó.

CAPÍTULO VII

Con Dama Jessica y Arrakis, el sistema Bene Gesserit de implantación de leyendas a través de la Missionaria Protectiva dio sus frutos. Ya se había podido apreciar la sabiduría que había impulsado a diseminar por todo el universo conocido la doctrina de un tema profético destinado a proteger el personal Bene Gesserit, pero nunca se había sabido de una combinación tan perfecta entre personas y preparativos. Las leyendas proféticas se habían desarrollado en Arrakis hasta la adopción de etiquetas (incluyendo la Reverenda Madre, canto y respondu, y la mayor parte de la panoplia propheticus Sharia). Y hoy es admitido generalmente que las latentes habilidades de Dama Jessica fueron burdamente subestimadas.

De «Análisis de la Crisis Arrakena», por la Princesa Irulan. (Difusión privada: B.G. clasif. AR-81088587).

Alrededor de Dama Jessica, apilada en los rincones del gran salón de Arrakeen, amontonada en los espacios abiertos, se encontraba toda su vida, encerrada en cajas, baúles, paquetes, valijas… en su mayor parte aún por abrir. Oyó a los descargadores de la Cofradía que acarreaban otro cargamento desde la nave hasta la entrada. Jessica estaba de pie en el centro del salón. Se volvió lentamente, recorriendo con su mirada los bajorrelieves que asomaban entre las sombras, las ventanas profundamente entalladas en las gruesas paredes. El gigantesco anacronismo de aquella estancia le recordaba el Salón de las Hermanas en su escuela Bene Gesserit. Pero en la escuela el efecto era cálido y acogedor. Aquí, todo era dura piedra.

Algún arquitecto había tenido que bucear profundamente en la historia para recrear aquellas bóvedas y aquellas oscuras tapicerías, pensó. El arco del techo culminaba dos pisos por encima de ella, con enormes vigas transversales que, estaba segura, habían sido transportadas hasta Arrakis a un coste fabuloso. No existía ningún planeta en el sistema que poseyera árboles capaces de proporcionar tales vigas… a menos que las vigas fueran de imitación de madera.

No lo creía.

Aquella había sido la residencia del gobierno, en los días del Viejo Imperio. Los costes no habían tenido una gran importancia entonces, mucho antes de los Harkonnen y su nueva megalópolis de Carthag… un lugar de mal gusto y miserable a unos doscientos kilómetros al nordeste, más allá de la Tierra Accidentada. Leto había demostrado su buen juicio eligiendo aquel lugar para sede del gobierno. Ya su nombre, Arrakeen, sonaba bien, lleno de tradición. Y era una ciudad pequeña, más fácil de higienizar y defender. Oyó nuevamente el ruido de las cajas que eran descargadas a la entrada, y suspiró. Contra una caja de cartón, a su izquierda, se hallaba apoyado el retrato del padre del Duque. El cordón que había sujetado el embalaje colgaba a uno de sus lados como una deshilachada decoración. Jessica sostenía aún uno de sus extremos con la mano izquierda. Al lado de la pintura se hallaba la cabeza de un toro negro, montada sobre una placa de madera pulida. La cabeza era una isla negra en un mar de papeles arrugados. La placa estaba apoyada en el suelo, y el reluciente hocico del toro apuntaba hacia el techo como si el animal se preparara a mugir su desafío a la estancia llena de ecos. Jessica se preguntaba qué compulsión le había empujado a desembalar aquellos dos objetos en primer lugar… la cabeza y la pintura. Sabía que había algo simbólico en aquella acción. Nunca, desde el día en que los enviados del Duque la habían comprado en la escuela, se había sentido tan asustada e insegura.

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