—Era Otehym —dijo Paul—. Estaba escuchando.
Aceptando aquellas palabras, Chani se sintió tocada por algo de la presciencia que había en Paul, y supo algo que aún no había ocurrido como si fuera un acontecimiento del pasado. Otheym hablaría de cuanto había visto y oído. Otros difundirían la historia, hasta que se esparciría como una mar de llamas por todo el planeta. Paul–Muad’Dib no es como los demás hombres, dirían. Ya no hay la menor duda. Es un hombre, y sin embargo puede ver a través del Agua de vida como una Reverenda Madre. Es realmente el Lisan al–Gaib.
—Tú has visto el futuro, Paul —dijo Jessica—. ¿Puedes decirnos lo que has visto?
—No el futuro —dijo él—. He visto el Ahora. —Se obligó a sentarse, rechazando la ayuda de Chani que avanzaba hacia él—. El espacio por encima de Arrakis está repleto de naves de la Cofradía.
Jessica tembló ante la firmeza de su voz.
—Incluso el propio Emperador Padishah está aquí —dijo Paul. Miró el techo rocoso de la celda—. Con su Decidora de Verdad favorita y cinco legiones de Sardaukar. El viejo Barón Vladimir Harkonnen está aquí con Thufir Hawat a su lado y siete naves repletas con todos los hombres que ha podido reclutar. Cada Gran Casa tiene sus tropas encima nuestro… esperando.
Chani agitó la cabeza, incapaz de apartar su mirada de Paul. El extraño halo que emanaba de él, la atonía de su voz, la forma en que la miraba, como si lo hiciera a través de ella, la fascinaban.
Jessica intentó tragar saliva, pero su garganta estaba seca.
—¿Qué es lo que están esperando? —dijo.
Paul volvió su mirada hacia ella.
—El permiso de la Cofradía para aterrizar. La Cofradía abandonará en Arrakis a cualquier fuerza que aterrice sin su permiso.
—¿La Cofradía está protegiéndonos? —preguntó Jessica.
—¡Protegiéndonos! Ha sido la Cofradía quien ha creado esta situación, divulgando lo que estamos haciendo en Arrakis y bajando las tarifas del transporte de tropas hasta el punto que incluso las Casas más pobres están ahí arriba, a la espera de poder saquear algo.
Jessica notó la ausencia de amargura en lo que decía, y se preguntó la razón. No había duda en sus palabras… había hablado con la misma fuerza que la noche que le había revelado la vía del futuro que les llevaría hasta los Fremen.
Paul inspiró profundamente.
—Madre, debes cambiar una cantidad del Agua para nosotros. Necesitamos el catalizador. Chani, quiero que se envíe una patrulla de exploradores al desierto… que encuentren una masa de preespecia. Si echamos una cantidad del Agua de Vida sobre una masa de preespecia, ¿sabes lo que ocurrirá?
Jessica sopesó un instante sus palabras, luego comprendió bruscamente.
—¡Paul! —exclamó.
—El Agua de Muerte —dijo él—. Será una reacción en cadena —apuntó un dedo hacia el suelo—. Esparcirá la muerte entre los pequeños hacedores, destruyendo un vector del ciclo vital que comprende la especia y los hacedores. Arrakis se convertirá en una desolación… sin especia ni hacedores.
Chani se llevó una mano a la boca, aterrada e incapaz de hablar ante la blasfemia surgida de labios de Paul.
—Quién puede destruir algo es quien lo controla —dijo Paul—. Nosotros podemos destruir la especia.
—¿Qué es lo que detiene la mano de la Cofradía? —susurró Jessica.
—Están buscándome —dijo Paul—. ¡Piensa en ello! Los mejores navegantes de la Cofradía, hombres que pueden explorar a través del tiempo en busca de las rutas más seguras para los más veloces Cruceros, todos están buscándome… y son incapaces de encontrarme. ¡Cómo tiemblan! ¡Saben que aquí tengo su secreto! —Paul se levantó sus manos, formando una copa—. ¡Sin la especia están ciegos!
Chani encontró su voz.
—¡Has dicho que veías el ahora!
Paul se tendió de nuevo, escrutando las dimensiones del presente, cuyos limites se extendían hacia el futuro y el pasado, luchando para conservar la presciencia mientras comenzaba a desvanecerse en su interior el efecto de la especia.
—Ve y haz lo que te he ordenado —dijo—. El futuro es tan confuso para mi como lo es para la Cofradía. Las líneas de visión se restringen. Todas se concentran aquí donde está la especia… pero ellos nunca se habían atrevido a intervenir antes… por miedo a que su interferencia les hiciera perder aquello que necesitaban absolutamente. Pero ahora están desesperados. Todos los caminos se hunden en las tinieblas.
CAPÍTULO XLVI
Y llegó el día en el cual Arrakis se encontró en el centro del universo, con todo lo demás girando a su alrededor.
De «El despertar de Arrakis», por la Princesa Irulan.
—¡Mira esto! —susurró Stilgar.
Paul estaba tendido a su lado, en una hendidura que se abría en la pared superior de la Muralla Escudo, con los ojos pegados al ocular de un telescopio Fremen. Las lentes de aceite estaban enfocadas sobre un transporte ligero que se destacaba contra las luces del alba, en la depresión bajo ellos. La cara de la espacionave que daba al este brillaba ya a los resplandores de la luz del sol, mientras la otra estaba aún inmersa en las sombras, ofreciendo las hileras de sus lucernas a través de las cuales resplandecía la amarilla luz de los globos encendidos durante la noche. Más allá de la nave, la ciudad de Arrakeen yacía inmóvil, gélida y brillante a la luz del naciente sol.
No era el transporte lo que había excitado a Stilgar, se dijo Paul, sino la construcción de la cual la nave era tan sólo el pilar central. Una única y gigantesca estructura metálica de varios pisos que se extendía alrededor de la nave en un radio de al menos mil metros, una enorme tienda compuesta de planchas metálicas ensambladas… la residencia temporal de cinco legiones de Sardaukar y de su Majestad Imperial, el Emperador Padishah Shaddam IV.
Desde su posición agachada, al lado de Paul, Gurney Halleck dijo:
—He contado nueve pisos. Debe haber un buen número de Sardaukar ahí dentro.
—Cinco legiones —dijo Paul.
—Se está haciendo de día —siseó Stilgar—. No nos gusta que te expongas personalmente, Muad’Dib. Volvamos entre las rocas.
—Estoy completamente seguro aquí —dijo Paul.
—Esta nave está equipada con armas a proyectiles —dijo Gurney.
—Creen que estamos protegidos con escudos —dijo Paul—. Además, aunque nos vieran, no malgastarían sus municiones en un trío no identificado. Paul alzó el telescopio para examinar la pared opuesta de la depresión, viendo las carcomidas rocas y los desprendimientos que señalaban la tumba de tantos hombres de su padre. Y tuvo la momentánea impresión de que las sombras de aquellos hombres le estaban mirando en aquel instante. Las fortificaciones Harkonnen y las ciudades a todo lo largo de la amurallada zona habían caído en manos de los Fremen o estaban aisladas como ramas cortadas de una planta. Sólo aquella depresión y aquella ciudad seguían en manos del enemigo.
—Podrían intentar una salida con tóptero, si nos vieran —dijo Stilgar.
—Deja que lo hagan —dijo Paul—. Tenemos un montón de tópteros a nuestra disposición, hoy… y sabemos que se está acercando una tormenta. Apuntó el telescopio hacia el lado opuesto del campo de aterrizaje de Arrakeen, donde estaban alineadas las fragatas de los Harkonnen, con una bandera de la Compañía CHOAM flotando lentamente bajo ella, empujada por una suave brisa. Y pensó que únicamente la desesperación había obligado a la Cofradía a permitir que aquellos dos grupos aterrizaran, mientras los demás eran mantenidos en reserva. La Cofradía se comportaba como un hombre tanteando la arena con la punta de su pie para verificar su temperatura a ntes de plantar una tienda.
—¿Hay alguna otra cosa que ver? —preguntó Gurney—. Tendríamos que ponernos a cubierto. La tormenta está llegando.
Paul observó de nuevo la gigantesca estructura.
—Han traído incluso a sus mujeres —dijo—. Y lacayos y servidores. Ahhh, mi querido Emperador, qué confiado eres.
—Hay hombres acercándose por el pasaje secreto —dijo Stilgar—. Deben ser Otheym y Korba que regresan.
—De acuerdo, Stil —dijo Paul—. Volvamos.
Pero lanzó una última ojeada a través del telescopio a la enorme planicie con todas sus naves, la gigantesca estructura metálica, la silenciosa ciudad, las fragatas de los mercenarios Harkonnen. Luego retrocedió por la escarpadura rocosa. Un Fedaykin le sustituyó al telescopio.
Paul fue a salir a una pequeña depresión en la superficie de la Muralla Escudo. Era un lugar de unos treinta metros de diámetro y unos tres metros de profundidad, una formación natural de la roca que los Fremen habían disimulado bajo una cobertura de camuflaje translúcida. El equipo de comunicaciones estaba agrupado alrededor de una cavidad en la pared de la derecha. Los Fedaykin, esparcidos por los alrededores, aguardaban la orden de ataque de Muad’Dib.
Dos hombres emergieron de la cavidad junto al equipo de comunicaciones y hablaron con los guardias que estaban allí.
Paul miró a Stilgar y señaló con la cabeza en dirección a los dos hombres.
—Trae su informe, Stil.
Stilgar obedeció.
Paul se acurrucó, la espalda contra la roca, tensando sus músculos, y volvió a levantarse. Vio a Stilgar que despedía a los dos hombres, que desaparecieron en la negra cavidad en la roca, para descender a lo largo del estrecho túnel excavado por manos humanas hasta abajo, hasta el suelo de la depresión.
Stilgar se acercó a Paul.
—¿Qué era tan importante que no han podido enviar un ciélago con el mensaje? —preguntó Paul.
—Guardan sus pájaros para la batalla —dijo Stilgar. Lanzó una ojeada al equipo de comunicaciones, luego volvió a mirar a Paul—. Aún usando una banda de frecuencia muy reducida, no tendríamos que utilizar esto, Muad’Dib. Podrían localizarnos rastreando el origen de nuestras emisiones.
—Dentro de poco estarán demasiado ocupados como para buscarnos —dijo Paul—.
¿Qué dice el informe de esos hombres?
—Nuestros bienamados Sardaukar han sido soltados cerca de la Vieja Hendidura y están regresando hacia su amo. Los lanzacohetes y las demás armas a proyectiles están emplazadas. Nuestra gente se ha desplegado según tus órdenes. Todo simple rutina. Paul paseó su mirada por los hombres que aguardaban a su alrededor, estudiando sus rostros a la luz que atravesaba la cubierta de camuflaje. El tiempo era como un insecto abriéndose camino a través de la roca.
—Imagino que nuestros dos Sardaukar necesitarán hacer un buen trecho de camino a pie antes de poder enviar una señal a un transporte de tropas —dijo Paul—. ¿Son vigilados?
—Son vigilados —dijo Stilgar.
Junto a Paul, Gurney Halleck carraspeó.
—¿No seria mejor que buscáramos un lugar un poco más seguro? —dijo.
—No hay ningún lugar seguro —dijo Paul—. ¿Los informes sobre el tiempo siguen siendo favorables?
—La tormenta que está llegando es una bisabuela de todas las tormentas —dijo Stilgar—. ¿No la notas llegar, Muad’Dib?
—El aire me dice que se acerca algo distinto —admitió Paul—. Pero considero que el empalar la arena es un método más seguro de predicción.
—La tormenta estará aquí dentro de una hora —dijo Stilgar. Señaló con la cabeza la hendidura que se abría a la estructura del Emperador y las fragatas de los Harkonnen—. Incluso ellos lo saben. No hay ni un tóptero en el cielo. Todo ha sido cubierto y asegurado. Han recibido un informe acerca de las condiciones del tiempo de sus amigos del espacio.
—¿No ha habido más salidas? —preguntó Paul.
—Ninguna desde que aterrizaron la pasada noche —dijo Stilgar—. Saben que estamos aquí. Creo que están esperando elegir su momento.
—Somos nosotros quienes elegiremos el momento —dijo Paul.
Gurney miró hacia el cielo.
—Si ellos nos lo permiten —gruñó.
—Esa flota permanecerá en el espacio —dijo Paul.
Gurney agitó la cabeza.
—No tienen otra elección —dijo Paul—. Nosotros podemos destruir la especia. La Cofradía no correrá ese riesgo.
—La gente desesperada es la más peligrosa —dijo Gurney.
—¿No estamos nosotros desesperados? —preguntó Stilgar.
Gurney le miró, ceñudo.
—Tú no has vivido el sueño de los Fremen —advirtió Paul—. Stilgar piensa en toda el agua que hemos malgastado en corrupción, en todos estos años de espera antes de que Arrakis pueda florecer. No es…
—Arrrgh —gruñó Gurney.
—¿Por qué está tan pesimista? —preguntó Stilgar.
—Siempre está pesimista antes de una batalla —dijo Paul— Es la única forma de humorismo que se permite Gurney.
Lentamente, una sonrisa lobuna se dibujó en el rostro de Gurney, y sus dientes brillaron por encima de la mentonera de su destiltraje.