—Este es tu trabajo, Mentat —respondió el Barón en un tono fríamente medido—.¿Qué significan?
—Os he referido la estimación hecha por Duncan Idaho acerca del número de habitantes del sietch que había visitado —dijo Hawat—. Todo concuerda. Si hubiera doscientos cincuenta sietch del mismo tamaño que aquél, su población alcanzaría la cifra aproximada de cinco millones. Pero mi propia estimación es de que existe al menos un número doble de estas comunidades. La población está muy dispersa en un planeta de esas características.
—¿Diez millones? —las mejillas del Barón se estremecieron por el estupor.
—Como mínimo.
El Barón se mordió sus carnosos labios. Sus pequeños ojos estaban fijos en Hawat.
¿Es realmente un cálculo de Mentat?, se preguntó. ¿Es posible que nadie haya sospechado nunca nada?
—No hemos alterado en ningún momento su tasa de nacimientos —dijo Hawat—. Como máximo hemos eliminado los especímenes más débiles, dejando que los fuertes se hicieran aún más fuertes, exactamente como en Salusa Secundus.
—¡Salusa Secundus! —ladró el Barón—. ¿Qué relación hay con el planeta prisión del Emperador?
—Un hombre que sobrevive en Salusa Secundus es sin lugar a dudas más resistente que los demás —dijo Hawat—. Y cuando se añade además un buen adiestramiento militar…
—¡Absurdo! Según tu argumento, yo podría reclutar a los Fremen después del modo cómo mi sobrino los ha oprimido.
—¿Acaso vos no oprimís nunca a vuestras tropas? —dijo Hawat en voz muy baja.
—Bien… yo…
—La opresión es algo relativo —dijo Hawat—. Vuestros soldados están mucho mejor que la gente que les rodea. Tienen ante sus ojos otras alternativas mucho menos placenteras para quienes no son soldados del Barón, ¿verdad?
El Barón reflexionó en silencio, con la mirada perdida. Las posibilidades… ¿era posible que Rabban, sin quererlo, hubiera proporcionado a la Casa de los Harkonnen su arma definitiva?
—¿Cómo podría estar seguro de la lealtad de una tal recluta? —dijo luego.
—Yo los dividiría en pequeños grupos, no más grandes que un pelotón de combate —dijo Hawat—. Los sacaría de su opresiva situación y los aislaría junto con un grupo de instructores que comprendieran su ambiente, preferiblemente gente como ellos que recién acabaran de salir del mismo tipo de opresión. Luego los impregnaría de un misticismo según el cual su planeta no es más que el campo secreto de preparación destinado a producir los seres superiores en que se han convertido ellos. Y les mostraría todo aquello que un ser superior tiene derecho a poseer: riquezas, hermosas mujeres, suntuosas moradas… cualquier cosa que deseen.
El Barón empezó a asentir.
—Todo lo que tienen los Sardaukar.
—Con el tiempo, los reclutas se convencerán de que un planeta como Salusa Secundus está perfectamente justificado, puesto que les ha creado a ellos… la élite. Bajo muchos aspectos, incluso el más común de los soldados Sardaukar tiene una existencia tan exaltante como la de un miembro de las Grandes Casas.
—¡Qué idea! —murmuró el Barón.
—Vos empezáis a compartir mis sospechas —dijo Hawat.
—¿Cómo ha podido iniciarse una cosa así? —preguntó el Barón.
—Ah, sí: ¿cómo se inició la Casa de los Corrino? ¿Había alguien en Salusa Secundus antes de que el Emperador enviase su primer contingente de prisioneros? Incluso el Duque Leto, un sobrino de la rama femenina, no llegó a saberlo nunca con certeza. Estas preguntas nunca son bien recibidas.
Los ojos del Barón centellearon mientras reflexionaba.
—Sí, un secreto muy bien guardado. Han usado todos los medios para…
—Además, ¿qué hay allí que deba ser escondido? —preguntó Hawat—. ¿Que el Emperador Padishah posee un planeta prisión? Todo el mundo lo sabe. Que hay…
—¡El Conde Fenring! —eructó el Barón.
Hawat se interrumpió, estudiando al Barón con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre con el Conde Fenring?
—Para el cumpleaños de mi sobrino, hace algunos años —dijo el Barón—, ese lacayo del Emperador, el Conde Fenring, vino como observador oficial y para… esto, para concluir un acuerdo entre el Emperador y yo.
—¿Y?
—Yo… Si, durante una de nuestras conversaciones, creo haber dicho algo acerca de la posibilidad de transformar Arrakis en un planeta prisión. Fenring…
—¿Qué es lo que le dijisteis e xactamente? —preguntó Hawat.
—¿Exactamente? Hace ya tanto tiempo que ello, y…
—Mi Señor Barón, si deseáis serviros de mí del mejor modo posible, debéis proporcionarme informes precisos. ¿La conversación no fue registrada?
El rostro del Barón se ensombreció, irritado.
—¡Eres tan pérfido como Piter! No me gustan esos…
—Piter ya no está a vuestro lado, mi Señor —dijo Hawat—. A propósito, ¿qué es lo que le ocurrió a Piter?
—Se volvió demasiado familiar, demasiado exigente para conmigo —dijo el Barón.
—Me habéis asegurado que nunca suprimíais a alguien que os fuera útil —dijo Hawat—. ¿Queréis desperdiciarme con amenazas y engaños? Estábamos hablando de lo que le dijisteis al Conde Fenring.
Lentamente, el Barón recuperó su compostura. Cuando llegue el momento, se dijo, recordaré esos modales para conmigo. Sí, los recordaré.
—Un momento —dijo el Barón, y pensó de nuevo en el encuentro en la gran sala. Intentó visualizar el cono de silencio en el cual se habían hallado—. Dije aproximadamente esto: «El Emperador sabe que en todos los asuntos siempre hay cierto número de muertos.» Me refería a las pérdidas entre nuestras fuerzas. Después dije algo acerca de considerar otra solución al problema de Arrakis, y dije que el planeta prisión del Emperador me había inspirado a emularlo.
—¡Sangre de bruja! —maldijo Hawat—. ¿Qué dijo Fenring?
—En aquel momento empezó a preguntarme acerca de ti.
Hawat se hundió en su silla y cerró los ojos.
—Así que es por eso por lo que han comenzado a interesarse en Arrakis —dijo—. Bien, la cosa ya está hecha. —Abrió los ojos—. A estas alturas debe haber espías por todo Arrakis. ¡Dos años!
—Pero seguro que no ha sido mi inocente sugerencia la que…
—¡Nada es inocente a los ojos del Emperador! ¿Qué instrucciones habéis enviado a Rabban?
—Simplemente, que debía enseñar a Arrakis a tememos.
Hawat agitó la cabeza.
—Ahora tenéis dos alternativas, Barón. Podéis exterminar a los nativos, barrerlos por completo, o…
—¿Eliminar toda la mano de obra?
—¿Preferís que el Emperador y las Grandes Casas de cuyo apoyo goza todavía desembarquen aquí para una limpieza general y devasten Giedi Prime hasta convertirla en una calabaza vacía?
El Barón estudió a su Mentat.
—¡No se atrevería! —dijo.
—¿Lo creéis así?
Los labios del Barón temblaron.
—¿Cuál es la otra alternativa?
—Abandonad a vuestro querido sobrino, Rabban.
—Aband… —el Barón se interrumpió, mirando a Hawat.
—No le mandéis más tropas ni otra ayuda de ningún género. No respondáis a sus mensajes más que para decirle que han llegado a vuestros oídos noticias de la horrible forma en que había tratado los asuntos en Arrakis y que tenéis intención de tomar medidas correctivas lo más pronto posible. Yo haré que algunos de estos mensajes sean interceptados por los espías Imperiales.
—Pero la especia, los beneficios, el…
—Reclamad los beneficios de vuestra Baronía, pero cuidad el modo como formuláis vuestras demandas. Exigidle sumas fijas a Rabban. No podemos… El Barón levantó sus manos, con las palmas hacia arriba.
—¿Pero cómo puedo estar seguro de que aquella comadreja de mi sobrino no…?
—Tenemos aún a nuestros espías en Arrakis. Decidle a Rabban que debe respetar su cuota de especia, o que será reemplazado.
—Conozco a mi sobrino —dijo el Barón—. Esto sólo conducirá a que oprima a la población un poco más.
—¡Por supuesto que lo hará! —restalló Hawat—. ¡No podéis dejar que se detenga ahora! Vos queréis tan sólo una cosa: las manos limpias. Dejad que sea Rabban quien construya por vos vuestro Salusa Secundus. Ni siquiera es necesario mandarle prisioneros. Tiene a su disposición toda la población que necesita. Si Rabban exprime a su gente para mantener la cuota de especia, el Emperador no tendrá razón alguna para sospechar otros motivos. Esta razón es suficiente para poner el planeta en el potro. Y en cuanto a vos, Barón, ni una palabra, ni una acción que pueda desmentir esta evidencia. El Barón no consiguió borrar totalmente una nota de admiración en su voz:
—Ah, Hawat, eres realmente tortuoso. ¿Pero cómo podremos penetrar en Arrakis y usar lo que Rabban nos está preparando?
—Es lo más simple de todo, Barón. Si vos aumentáis cada año la cuota con respecto al precedente, las cosas alcanzarán muy pronto su límite. La producción se precipitará en picado. Podréis entonces desautorizar a Rabban y ocupar vos mismo su puesto… para remediar el desastre.
—Parece realizable —dijo el Barón—. Pero estoy cansado de todo esto. Estoy preparando a otro que se ocupará de Arrakis en mi lugar.
Hawat estudió el grasiento rostro redondo que tenía ante él. Suavemente, el viejo soldado espía empezó a asentir con la cabeza.
—Feyd-Rautha —dijo—. Así que este es ahora el verdadero motivo de la opresión. Vos también sois tortuoso, Barón. Quizá podamos mezclar los dos planes. Sí. Vuestro FeydRautha puede presentarse como el salvador de Arrakis. Puede ganarse a la población. Sí. El Barón sonrió. Y tras su sonrisa, se preguntó: ¿Y hasta qué punto esto coincide con el plan personal de Hawat?
Y Hawat, viendo que la entrevista había terminado, se levantó y abandonó la estancia de paredes rojas. Mientras se alejaba, no conseguía olvidar las inquietantes incógnitas que parecían surgir de todas partes en todas sus especulaciones sobre Arrakis. Su nuevo jefe religioso, que Gurney Halleck había detectado desde su escondrijo entre los contrabandistas, aquel Muad’Dib.
Quizá no tenía que haberle dicho al Barón que dejara florecer esta religión entre las gentes de los pan y de los graben, se dijo. Pero es bien sabido que la represión favorece el florecimiento de las religiones.
Y pensó en los informes de Halleck acerca de las tácticas de combate Fremen. Tácticas que llevaban la marca del propio Halleck… e Idaho… e incluso de Hawat.
¿Habrá sobrevivido Idaho?, se preguntó.
Pero era una pregunta fútil. Ni siquiera se había preguntado si era posible que Paul hubiera sobrevivido. Sabía que el Barón estaba convencido de que todos los Atreides habían muerto. La bruja Bene Gesserit había sido su arma, el Barón lo había admitido. Y esto tan sólo podía significar que todos estaban muertos… incluido el hijo de aquella mujer.
Qué venenoso odio debía sentir hacia los Atreides, pensó. Parecido al odio que yo siento por este Barón. ¿Conseguiré que mi golpe final sea tan definitivo como el suyo?
CAPÍTULO XL
Hay en todas las cosas un ritmo que es parte de nuestro universo. Hay simetría, elegancia y gracia… esas cualidades a las que se acoge el verdadero artista. Uno puede encontrar este ritmo en la sucesión de las estaciones, en la forma en que la arena modela una cresta, en las ramas de un arbusto creosota o en el diseño de sus hojas. Intentamos copiar este ritmo en nuestras vidas y en nuestra sociedad, buscando la medida y la cadencia que reconfortan. Y sin embargo, es posible ver un peligro en el descubrimiento de la perfección última. Está claro que el último esquema contiene en si mismo su propia fijeza. En esta perfección, todo conduce hacia la muerte.
De «Frases escogidas de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.
Paul-Muad’Dib recordó una comida cargada con esencia de especia. Se aferró a aquel recuerdo, ya que era su único punto de anclaje seguro, ya partir de ello podía decir que su inmediata experiencia había sido un sueño.
Soy un teatro de los acontecimientos, se dijo. Soy victima de una visión imperfecta, de la consciencia racial y de su terrible finalidad.
Y sin embargo, no podía huir del temor de haber sido superado de algún modo, de haber perdido su posición en el tiempo, pasado, futuro y presente mezclados de forma indistinta. Era una especie de fatiga visual y era debida, lo sabía, a la constante necesidad de mantener su presciencia del futuro como una especie de recuerdo, algo intrínsecamente ligado al pasado.
Chani me ha preparado la comida, se dijo.
Sin embargo, Chani estaba lejos en el sur, en el frío país donde el sol era caliente, oculta en uno de los nuevos sietch fortaleza, a salvo con su hijo, Leto II.