Jessica abrió los ojos, e hizo un gesto en dirección al saco que Chani mantenía por encima de ella.
—Ha sido bendecido —dijo Jessica—. Mezclad las aguas, dejad que el cambio alcance a todos, que el pueblo pueda participar y contribuir en la bendición. Dejad que el catalizador haga su trabajo, pensó. Dejad que el pueblo beba de él y cada uno tenga, por un momento, su más intensa percepción de los demás. La droga ya no es peligrosa… ahora que una Reverenda Madre la ha transformado. Pero el exigente recuerdo seguía presionando en su interior. Se dio cuenta de que había otra cosa que debía hacer, pero la droga le impedía concentrarse. Ahhh… la vieja Reverenda Madre.
—He encontrado a la Reverenda Madre Ramallo —dijo Jessica—. Ella se ha ido, pero permanece entre nosotros. Que su memoria sea honrada según el ritual.
¿Dónde he encontrado estas palabras?, se preguntó Jessica.
Y comprendió de pronto que venían de otra memoria, la vida que le había sido dada y que ahora formaba parte de si misma. Pero pese a todo aún seguía faltando algo.
«Deja que ellos tengan su orgía», dijo la otra memoria dentro de ella. «Hay tan pocos placeres en la vida. Además, tú y yo necesitamos otro breve instante para conocernos, antes de que yo me disuelva completamente en tus recuerdos. Me siento ya obligada a muchos de ellos. Ahhh… tu mente está llena de cosas interesantes. Muchas más cosas de las que nunca hubieras imaginado.»
Y la memoria encapsulada en su mente se abrió para Jessica, permitiéndole ver, como a lo largo de un inmenso corredor, a otras Reverendas Madres tras otras Reverendas Madres tras otras Reverendas Madres, en una sucesión que parecía no tener fin. Jessica retrocedió, aterrada ante la idea de sumergirse en aquel océano sin límites. Pero el corredor no desapareció, revelando a Jessica que la cultura Fremen era más increíblemente antigua de lo que nunca hubiera podido suponer. Vio que había habido Fremen en Poritrin, todo un pueblo que se había reblandecido con el contacto de aquel planeta demasiado fácil, una presa sencilla para las incursiones de los reclutadores Imperiales en busca de elementos para las colonias de Bela Tegueuse y Salusa Secundus.
Oh, el lamento que Jessica percibió en aquella separación.
En las lejanías profundidades del corredor, una imagen-voz exclamó:
—¡Nos han negado el Hajj!
Jessica vio en aquel corredor interior los barracones de esclavos en Bela Tegueuse, Vio cómo habían sido eliminados y seleccionados los hombres para poblar Rossak y Harmonthep. Escenas de brutal ferocidad se abrieron ante ella como los pétalos de una terrible flor. Y vio el hilo del pasado, transmitido de Savyadina en Sayyadina, primero a viva voz, oculto entre los cantos de la arena, después por las Reverendas Madres, gracias al descubrimiento de la droga en Rossak… y el hilo era ahora más sólido que nunca, en Arrakis, con el descubrimiento del Agua de Vida.
Muy lejos, en lo más profundo del corredor, otra voz gritó:
—¡Nunca perdonar! ¡Nunca olvidar!
Pero la atención de Jessica estaba concentrada en la revelación del Agua de Vida, en sus fuentes: la exhalación líquida del gusano de arena moribundo, de un hacedor. Y cuando vio la forma en que era muerto en su nueva memoria, estuvo a punto de gritar.
¡La criatura era ahogada!
—Madre, ¿te encuentras bien?
La voz de Paul penetró en ella, y Jessica luchó por abstraerse de su visión interior, consciente de sus deberes para con su hijo pero irritada por su intromisión. Soy como una persona cuyas manos han permanecido paralizadas, insensibles, durante toda su vida… hasta que un día vuelve a ellas su habilidad de moverse y percibir sensaciones.
El pensamiento permaneció suspendido en su mente, una consciencia envolvente. Y yo digo: «¡Mira! ¡Tienes manos!» Pero la gente a mi alrededor me pregunta: «¿Que son las manos?».
—¿Te encuentras bien? —repitió Paul.
—Sí.
—¿Es correcto que beba? —señaló el saco en las manos de Chani—. Ellos quieren que beba.
Jessica percibió el oculto significado en sus palabras, y comprendió que él había detectado el veneno en la sustancia original, antes de ser transformada, y que estaba preocupado por ella. Entonces empezó a preguntarse cuáles eran los límites de la presciencia de Paul. Aquella pregunta le revelaba muchas cosas.
—Puedes beber —dijo—. Ha sido transformada —y miró a Stilgar, inmóvil tras su hijo, que la estudiaba con sombríos ojos.
—Ahora sabemos que no habéis mentido —dijo el Fremen. Ella captó también un significado oculto en aquella frase, pero el efecto de la droga oscurecía aún sus sentidos. Era tan cálida y tan relajante. Los Fremen habían sido tan buenos con ella proporcionándole una tal unión.
Paul se dio cuenta de que la droga se estaba adueñando de su madre. Buscó entonces en su memoria… el pasado inmutable, las líneas de flujo de los posibles futuros. Con su ojo interior, le parecía estar explorando una sucesión de instantes inmóviles y desconcertantes. Los fragmentos eran difíciles de comprender cuando eran arrancados del flujo.
Aquella droga… podía acumular un gran número de datos sobre ella, comprender lo que le estaba haciendo a su madre, pero era un conocimiento desprovisto de su ritmo natural, de un sistema de reflexión recíproca.
De pronto se dio cuenta de que una cosa era la visión del pasado en el presente, pero que la auténtica prueba de la presciencia era ver el pasado en el futuro. Las cosas persistían en ser distintas de lo que parecían ser.
—Bebe —dijo Chani. Movió el extremo del tubo bajo su nariz.
Paul se envaró, mirando a Chani. Sintió en el aire la excitación de la fiesta. Sabía lo que ocurriría si bebía aquella especia que era la quintaesencia de la sustancia que había producido el cambio en él. Volvería a aquella visión de tiempo puro, un tiempo convertido en espacio. La droga le llevaría a aquella cima vacilante, desafiándole a comprender.
—Bebe, muchacho —dijo Stilgar, tras Chani—. Estás retrasando el ritual. Prestó oído a la multitud, y percibió una nota salvaje en innumerables voces.
—Lisan al-Gaib —decían—. ¡Muad’Dib!
Miró a su madre. Parecía dormir pacíficamente en su posición sentada, respirando profunda y regularmente. Una frase surgida de aquel futuro que era su solitario pasado llegó a su mente: «Está durmiendo en el Agua de Vida.»
Chani tiró de su manga.
Paul introdujo el tubo en su boca, oyendo a la gente gritar. Sintió el líquido gorgotear por su garganta cua ndo Chani presionó el saco, sintió el aturdimiento subsiguiente. Chani retiró el tubo, pasando el saco a las innumerables manos que lo reclamaban desde el suelo de la caverna. Los ojos de Paul se centraron en su brazo, en la verde banda de luto atada allí.
Mientras se levantaban, Chani vio la dirección de su mirada.
—Puedo llorarle en la felicidad de las aguas —dijo—. Esto es algo que nos ha dejado.
—Puso sus manos en las de él y le arrastró a lo largo de la plataforma rocosa—. Somos iguales en una cosa, Us ul. Ambos hemos perdido un padre a manos de los Harkonnen. Paul la siguió. Le parecía que su cabeza había sido separada de su cuerpo y luego vuelta a colocar con extrañas conexiones. Sentía sus piernas como lejanas y reblandecidas.
Entraron en un estrecho corredor lateral, cuyas paredes estaban débilmente iluminadas por globos espaciados. Paul sentía que la droga empezaba a producir un único efecto en él, abriendo el tiempo como si fuera una flor. Tuvo que apoyarse en Chani para no caer, cuando ella giró hacia otro túnel oscuro. El contacto de su carne tierna y firme bajo sus ropas excitó su sangre. La sensación se mezcló con el efecto de la droga, replegando el futuro y el pasado dentro del presente, en una triple y casi instantánea focalización.
—Te conozco, Chani —susurró—. Estábamos sentados en una cornisa sobre la arena y yo calmé tu miedo. Nos acariciamos en la oscuridad del sietch. Nosotros… —todo se desenfocó ante sus ojos, agitó la cabeza, vaciló.
Chani le sostuvo, le condujo a través de los pesados cortinajes amarillos hasta el calor de un apartamento privado… mesas bajas, almohadones, un colchón bajo un cobertor naranja.
Paul captó vagamente que se habían detenido, que Chani estaba de pie frente a él, mirándole, y que sus ojos traicionaban un tranquilo terror.
—Debes decírmelo —susurró ella.
—Tú eres Sihaya —dijo Paul—, la primavera del desierto.
—Cuando la tribu comparte el Agua —dijo ella—, somos uno.. todos nosotros. Nos… compartimos. Puedo… sentir a los demás conmigo. Pero tengo miedo de compartir contigo.
—¿Por qué?
Intentó concentrarse en ella, pero el pasado y el futuro se confundían con el presente, ofuscando su imagen. La vio en un número incontable de lugares y de situaciones.
—Hay algo aterrador en ti —dijo ella—. Cuando te he apartado de los demás… lo he hecho porque esto era lo que querían. Tú… empujas a la gente. Tú… ¡haces ver cosas!
Paul se obligó a sí mismo a hablar distintamente:
—¿Y qué es lo que ves?
Ella bajó los ojos para mirar sus manos.
—Veo a un niño… en mis brazos. Es nuestro hijo, tuyo y mío —llevó una mano a su boca—. ¿Cómo puedo conocerlo todo de ti?
Tienen algo de talento, le dijo su mente a Paul. Pero lo rechazan porque les aterroriza. En un momento de lucidez, vio que Chani estaba temblando.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Usul —susurró ella, y seguía temblando.
—No puedes volver al futuro —dijo él.
Lo invadió una profunda compasión hacia ella. La apretó contra sí, acariciando su cabeza.
—Chani, Chani, no tengas miedo.
—Usul, ayúdame —imploró ella.
Mientras ella hablaba, Paul sintió que la droga completaba su trabajo en su interior, rasgando los velos del tiempo para revelar el lejano torbellino gris de su futuro.
—Estás tan tranquilo —dijo Chani.
El se inmovilizó en su consciencia, viendo al tiempo dilatarse en su extraña dimensión, delicadamente estable pero aún tumultuoso, estrecho y a la vez proyectado para recoger mundos y energías innumerables, una cuerda tensa y oscilante sobre la que debía pasar manteniendo el equilibrio.
Por un lado veía el Imperio, a un Harkonnen llamado Feyd-Rautha que le amenazaba como una mortal hoja, los Sardaukar que se lanzaban fuera de su planeta para reemprender el pogrom sobre Arrakis, la Cofradía que complotaba y aprobaba tácitamente, las Bene Gesserit con su esquema de selección genética. Todos se amasaban en el horizonte, retenidos tan sólo por los Fremen y su Muad’Dib, el gigante Fremen aún dormido que sólo esperaba el despertar de la salvaje cruzada que devastaría el universo.
Paul se vio así mismo como el centro, el pivote alrededor del cual giraba toda aquella inmensa estructura, cruzando aquella finísima cuerda, el imperceptible segmento de paz y felicidad, con Chani a su lado. Ante él, un breve paréntesis relativamente tranquilo en un oculto sietch, un instante de paz entre períodos de violencia.
—No hay otro lugar para la paz —dijo.
—Usul, estás llorando —murmuró Chani—. Usul, mi fuerza, ¿estás dando humedad a los muertos? ¿A qué muertos?
—A los que todavía no están muertos —dijo él.
—Entonces deja que vivan el tiempo de sus vidas.
A través de la niebla de la droga, Paul supo que tenía razón, y la apretó aún mas fuerte contra él, salvajemente.
—¡Sihaya! —gritó.
Ella apoyó la palma de su mano en su mejilla.
—Ya no tengo miedo, Usul. Mírame. Cuando me abrazas así, también yo veo lo que tú ves.
—¿Qué es lo que ves? —preguntó él.
—A nosotros dos dándonos mutuamente amor en un momento de calma entre tormentas. Eso es lo que debemos hacer.
La droga se apoderó nuevamente de él, y pensó: En tantas ocasiones me has dado tranqui lidad y el olvido. De nuevo le aferró la hiperiluminación, con sus detalladas imágenes del tiempo, y sintió su futuro transformarse en recuerdos: las tiernas agresiones del amor físico, la comunión de identidades, la participación, la dulzura y la violencia.
—Tú eres fuerte, Chani —murmuró—. Quédate conmigo.
—Siempre —dijo ella, y le besó en la mejilla.
LIBRO TERCERO
EL PROFETA
CAPÍTULO XXXVIII
Ninguna mujer, ningún hombre, ningún niño consiguió jamás penetrar en la intimidad de mi padre. Si alguien tuvo alguna vez una relación parecida a lo que podría ser una camaradería con el Emperador Padishah, este fue el Conde Hasimir Fenring, un compañero suyo de infancia. La medida de la amistad del Conde Fenring puede ser evaluada por un hecho positivo: él fue quien calmó las sospechas del Landsraad, tras el Asunto Arrakis. Costó más de un billón de solaris en especia, eso al menos es lo que dice mi madre, y también muchas otras concesiones: esclavas, honores reales y títulos nobiliarios. Pero la segunda y más importante evidencia de la amistad del Conde fue negativa. Se negó a matar a un hombre, pese a que entraba dentro de sus capacidades y mi padre se lo había ordenado. Narraré esto más adelante.
«El Conde Fenring: un bosquejo», por la Princesa Irulan.
El Barón Vladimir Harkonnen, lleno de rabia, avanzó por el corredor que conducía a sus apartamentos privados, cruzando rápidamente las manchas de luz que el atardecer hacía derramarse a través de las ventanas. Flotaba y se contorsionaba en sus suspensores con violentos movimientos.