Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—Hay agua, Sayyadina —dijo—, pero no podemos beber de ella.

—¿Hay semillas? —preguntó Chani.

—Hay semillas —dijo el hombre.

Entonces Chani se arrodilló y apoyó sus manos en el chapoteante saco.

—Benditos sean el agua y su semilla.

Había algo familiar en el rito, y Jessica miró nuevamente a la Reverenda Madre Ramallo. La anciana había cerrado los ojos y se había acurrucado en su asiento, como si durmiera.

—Sayyadina Jessica —dijo Chani.

Jessica se volvió para ver que la muchacha la estaba mirando directamente.

—¿Has bebido del agua bendita? —preguntó Chani. Antes de que Jessica pudiera responder, continuó—: No es posible que hayas bebido del agua bendita. Tú vienes de otro mundo y no gozas del privilegio.

Un suspiro recorrió la multitud, un susurro de ropas que hicieron erizarse el cabello en la nuca de Jessica.

—La recolección ha sido abundante y el hacedor ha sido destruido —dijo Chani. Comenzó a desligar un tubo que estaba fijado al extremo del saco. Ahora, Jessica sentía el peligro bullendo a su alrededor. Miró a Paul, pero vio que estaba fascinado por el ritual y sus ojos no se apartaban de Chani.

¿Ha visto ya este momento en el tiempo?, se preguntó. Llevó una mano a su vientre, pensando en su hija aún no nacida que llevaba allí, preguntándose: ¿Tengo derecho a poner en peligro la vida de ambas?

Chani tendió el extremo del tubo a Jessica y dijo:

—He aquí el Agua de Vida, el agua que es más grande que el agua… Kan, el agua que libera el alma. Si tú eres una Reverenda Madre, te abrirá el universo. Que Shai-hulud juzgue ahora.

Jessica se sintió desgarrada entre su deber hacia su hija aún no nacida y su deber hacia Paul. Por Paul, lo sabía, tenía que tomar aquel tubo y beber el líquido contenido en el saco, pero en el mismo instante en que se inclinaba para aceptarlo sus sentidos la advirtieron del peligro.

El contenido del saco exhalaba un olor amargo, sutilmente parecido al de muchos venenos conocidos por ella, pero pese a todo distinto.

—Ahora debes beber —dijo Chani.

No hay salida posible, pensó Jessica. Nada, en todo su adiestramiento Bene Gesserit, le proporcionaba una ayuda en aquel difícil momento.

¿Qué es?, se preguntó. ¿Un licor? ¿Una droga?

Se inclinó aún más sobre el extremo del tubo, percibió olores etéreos distintos al de la canela, y recordó la embriaguez de Duncan Idaho. ¿Un licor de especia?, se preguntó a sí misma. Metió el extremo del tubo en su boca y sorbió una muy pequeña cantidad. Notó el gusto de la especia, con algo acre, en la lengua.

Chani se apoyó entonces en el saco. Un violento chorro de líquido penetró en la boca de Jessica, y no tuvo más remedio que tragarlo, esforzándose en conservar toda su calma y dignidad.

—Aceptar una pequeña muerte es a veces peor que la gran muerte —dijo Chani. Miró fijamente a Jessica, aguardando.

Y Jessica le devolvió su mirada, siempre con el tubo en la boca. El sabor del líq uido estaba en su paladar, en su nariz, en sus mejillas, en sus ojos… un sabor dulzón ahora. Fresco.

Chani oprimió de nuevo el líquido hacia la boca de Jessica.

Delicado.

Jessica estudió el rostro de Chani, sus rasgos de elfo, encontrando las similitudes con el rostro de Liet-Kynes, un rostro que aún no había sido fijado por el tiempo. Me han dado una droga, se dijo Jessica.

Pero era distinta a cualquier otra droga conocida por ella, y el adiestramiento Bene Gesserit incluía el ensayo de innumerables drogas.

Los rasgos de Chani eran cada vez más claros, como si se destacaran silueteados sobre una violeta luz.

Una droga.

El silencio torbellineaba en torno a Jessica. Cada fibra de su cuerpo había aceptado el hecho de que algo muy profundo estaba ocurriendo en ella. Tenía la impresión de ser tan sólo un ínfimo grano de polvo consciente, más pequeño que cualquier partícula y subatómica, y todavía capaz de moverse y de percibir el mundo a su alrededor. Como en una brusca revelación, como si se descorriera un velo, se vio a sí misma bajo la forma de una gran extensión psicoquinestética. Era un átomo, pero no era un átomo. La caverna existía aún a su alrededor… y la gente. Los sentía: Paul, Chani, Stilgar, la Reverenda Madre Ramallo.

¡La Reverenda Madre!

En la escuela corrían rumores de que a veces no se sobrevivía a la prueba de la Reverenda Madre, que la droga la mataba a una.

Jessica concentró su atención en la Reverenda Madre Ramallo, dándose repentinamente cuenta de que todo aquello estaba ocurriendo en un breve instante… en un tiempo que estaba en suspenso sólo para ella.

¿Por qué se ha detenido el tiempo?, se preguntó. Contempló todas aquellas expresiones petrificadas a su alrededor, viendo un grano de polvo suspendido sobre la cabeza de Chani, inmóvil.

Esperando.

La respuesta llegó en aquel instante como una explosión en su consciencia: su tiempo personal estaba suspendido para salvarle la vida.

Se concentró en aquella extensión psicoquinestética de sí misma, mirando en su propio interior, e inmediatamente fue confrontada a un núcleo celular, un pozo de tinieblas que la rechazó.

En el lugar al que no podemos mirar, pensó. Es el lugar que las Reverendas Madres mencionan reluctantemente… el lugar que sólo un Kwisatz Haderach puede ver. Aquella comprensión le devolvió un poco de su confianza, e intentó de nuevo concentrarse en aquella extensión psicoquinestética, transformándose en un grano de polvo dispuesto a explorarse a si mismo en busca del peligro. Lo encontró en la droga que había ingerido.

Era como un torbellino de partículas danzantes en su interior, tan rápido que ni siquiera la detención del tiempo conseguía pararlo. Partículas danzantes. Empezó a reconocer estructuras familiares, cadenas atómicas: un átomo de carbono aquí, una formación helicoidal… una molécula de glucosa. Toda una cadena de moléculas frente a ella, en la que reconoció una proteína… una configuración metil-proteina.

¡Ahhh!

Fue como un suspiro mental desprovisto de sonido, surgiendo de lo más profundo de sí misma junto con la identificación de la naturaleza del veneno. Penetró dentro de si misma con su onda psicoquinestética, separó un átomo de oxígeno, ligó uno de carbono a la cadena, restableció la unión del oxígeno… hidrógeno. La modificación se desarrolló… más y más aprisa a medida que la reacción catalítica ampliaba su superficie de contacto.

La suspensión del tiempo la abandonó. Percibió movimientos. El extremo del tubo se agitó en su boca… suavemente, recogiendo un poco de su saliva. Chani está tomando el catalizador de mi cuerpo para transformar el veneno de ese saco, pensó Jessica. ¿Por qué?

Alguien la hizo sentarse. Vio que la Reverenda Madre era transportada hasta su lado, en el extremo de la alfombrada plataforma. Una reseca mano tocó su cuello.

¡Y otra partícula psicoquinestética penetró en su consciencia! Jessica intentó rechazarla, pero la partícula se acercaba cada vez más… cada vez más.

¡Se tocaron!

Fue como una íntima unión, la más completa y definitiva, y fue dos personas al mismo tiempo: no telepatía, sino consciencia recíproca.

¡Con la vieja Reverenda Madre!

Pero Jessica vio que la Reverenda Madre no pensaba en sí misma como en una vieja. Una imagen se desplegó en las dos mentes fusionadas: una mujer joven de espíritu alegre y tierno humor.

Dentro de su mutua consciencia, la joven dijo:

—Si, así es como soy.

Jessica sólo pudo aceptar aquellas palabras, no responder a ellas.

—Muy pronto lo tendrás todo, Jessica —dijo la imagen interior. Es una alucinación, se dijo Jessica.

—Tú sabes bien que no —dijo la imagen interior—. Debemos apresurarnos ahora, no luches conmigo. No hay mucho tiempo. Nosotras… —Una larga pausa, y luego—: ¿Por qué no nos has dicho que estabas encinta?

Jessica encontró al fin la voz que podía hablar en el seno de su mutua consciencia.

—¿Por qué?

—¡¡Esto nos cambia a ambas!! Santa Madre, ¿qué es lo que hemos hecho?

Jessica percibió un cambio en la mutua consciencia, y una nueva partícula -presencia apareció ante su ojo interior. Se movía rápida e incontroladamente, aquí, allí, trazando círculos. Irradiaba puro terror.

—Tendrás que ser fuerte —dijo la imagen-presencia de la Reverenda Madre—. Eres afortunada de llevar una hija. Un feto masculino hubiera sido muerto. Ahora… suavemente, lentamente… toca a tu hija-presencia. Sé tu hija-presencia. Absorbe su miedo… cálmala… usa tu valor y tu fuerza… suavemente ahora… suavemente. La partícula torbellineante se acercó, y Jessica se obligó a tocarla. El terror amenazó con arrollarla.

Lo combatió con el único medio a su alcance que conocía: «No conoceré el miedo. El miedo mata la mente…»

La letanía le devolvió algo de calma. La otra partícula se inmovilizó a su lado. Las palabras no servirán, se dijo Jessica.

Descendió hasta el nivel de las reacciones emocionales básicas, irradió amor, confort, una cálida protección.

El terror retrocedió.

De nuevo se impuso la presencia de la Reverenda Madre, pero ahora la percepción era triplemente mutua… dos de ellas activas y la tercera absorbiendo inmóvil.

—El tiempo me empuja —dijo la Reverenda Madre con su consciencia—. Tengo mucho que darte. E ignoro si tu hija podrá aceptarlo todo y conservar su salud mental. Pero así debe ser: las necesidades de la tribu están por encima de todo lo demás.

—¿Qué…?

—¡Guarda silencio y acepta!

Ante Jessica empezaron a desfilar experiencias. Eran como la banda de lectura de un proyector de adiestramiento subliminal en la escuela Bene Gesserit… pero mucho más rápido… terriblemente mucho más rápido.

Y pese a todo… claro.

Reconocía cada experiencia en el mismo momento en que se manifestaba: había un amante, viril, barbudo, con los ojos oscuros de los Fremen, y Jessica sintió su fuerza y su ternura, y toda su vida en un instante, a través de los recuerdos de la Reverenda Madre. No era el tiempo de pensar en el efecto que tendría esto en el feto de su hija, era tan sólo el tiempo de aceptar y registrar. Las experiencias se derramaron sobre Jessica: nacimiento, vida, muerte… cosas importantes e intrascendentes, toda una existencia en un simple relámpago de tiempo.

¿Por qué esta catarata de arena cayendo desde lo alto de un farallón ha permanecido incrustada de esta manera en el recuerdo?, se preguntó.

Más tarde Jessica comprendió lo que estaba ocurriendo: la anciana estaba muriendo y, al morir, vertía todas sus experiencias en la consciencia de Jessica, como el agua se vierte en una taza. La otra partícula se desvaneció lentamente en su propia consciencia prenatal, bajo la mirada interior de su madre. Y, mientras, la vieja Reverenda Madre dejaba su vida en la memoria de Jessica con un último gemido confuso de palabras.

—Te he esperado tanto tiempo —dijo—. Aquí está mi vida.

Y allí estaba realmente, almacenada en su interior, toda ella. Hasta el instante de su muerte.

Ahora soy una Reverenda Madre, se dio cuenta Jessica.

Y necesitó tan sólo un instante para comprender lo que era ahora, supo realmente lo que significaba ser una Reverenda Madre Bene Gesserit. La droga venenosa la había transformado.

No ocurría exactamente así en la escuela Bene Gesserit, pensó. Ahora lo sabía, aunque nadie la había introducido en aquellos misterios.

Pero el resultado era el mismo.

Jessica sintió la partícula infinitesimal de su hija rozando su consciencia interior, la tocó, pero no obtuvo respuesta.

Un terrible sentimiento de soledad invadió a Jessica junto con la comprensión de lo que le había ocurrido. Vio su propia vida retardarse al tiempo que todas las demás vidas a su alrededor seguían avanzando cada vez a mayor velocidad, hasta que el complejo diseño de las influencias recíprocas se hacía claramente visible.

Su percepción interior se hacía menos intensa a medida que disminuían los efectos de la droga, pero sentía aún la presencia de la otra partícula, y la tocó suavemente, con un sentimiento de culpabilidad por haber permitido que le ocurriese aquello. Lo he permitido, mi pobre, aún no formada y pequeña querida hija. Te he llevado a este universo y te he expuesto sin la menor defensa a la infinita variedad de sus conocimientos.

Un infinitesimal flujo de amor-confort, como un reflejo del que ella había vertido antes, le llegó de la otra partícula.

Antes de que Jessica pudiera responder, sintió la presencia del adab, el recuerdo que exige. Era algo que tenía que hacer. Intentó liberarse, dándose cuenta de que estaba aún aturdida por las últimas huellas de la droga que impregnaba sus sentidos. Puedo cambiar, esto, pensó. Puedo cambiar la acción de la droga y hacerla inofensiva. Pero comprendió que sería un error. Estoy participando en una unión ritual. Supo entonces lo que tenía que hacer.

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