—Yo era amigo de Jamis —dijo—. Cuando el halcón mecánico planeó sobre nosotros en el Agujero-en-la-Roca, fue Jamis quien me puso al abrigo.
Se inclinó, tomó las ropas que cubrían el bulto.—Como amigo de Jamis tomo estas ropas… es el derecho del jefe —se echó las ropas al hombro y se irguió.
Entonces, Paul vio el contenido de lo que tapaban las ropas: el gris relucir de un destiltraje, un litrojón abollado, un pañuelo con un pequeño libro en su centro, el mango sin hoja de un crys, una funda vacía, un fragmento de tejido doblado, un paracompás, un distrans, un martilleador, un montón grande como un puño de garfios metálicos, un surtido de pequeñas rocas envueltas en un trozo de tela, un montón de plumas atadas juntas… y el baliset puesto a un lado.
Así que Jamis tocaba el baliset, pensó Paul. El instrumento le recordó a Gurney Halleck y todo aquello que había perdido. Paul sabía, gracias a su memoria del futuro, que algunas líneas de probabilidad podían conducir a un encuentro con Halleck, pero las intersecciones eran pocas y confusas. Esto le inquietó. El factor de incertidumbre le dejaba perplejo. Esto quiere decir que tal vez yo haré algo… que podré hacerlo, que destruirá a Gurney… o le devolverá a la vida… o…
Paul tragó saliva, agitando su cabeza.
Stilgar se inclinó de nuevo sobre el montón.
—Para la mujer de Jamis y para los guardias —dijo. Las pequeñas rocas y el libro desaparecieron entre los pliegues de las ropas.
—El derecho del jefe —entonaron los demás.
—El marcador del servicio de café de Jamis —dijo Stilgar, y tomó un disco plano de metal verde—. Será ofrecido a Usul en la ceremonia que seguirá a nuestra vuelta al sietch.
—El derecho del jefe —entonaron los demás.
Finalmente, tomó el mango del crys y se irguió con él en la mano.
—Para la llanura funeral —dijo.
—Para la llanura funeral —respondieron los demás..
En su lugar en el círculo, frente a Paul, Jessica asintió con la cabeza, reconociendo las antiguas fuentes del rito, y pensó: El encuentro entre ignorancia y conocimiento, entre brutalidad y cultura… todo comienza con la dignidad con la cual tratamos a nuestros muertos. Miró a Paul, preguntándose: ¿Habrá captado esto? ¿Sabrá lo que debe hacer?
—Nosotros somos los amigos de Jamis —dijo Stilgar—. No lloramos a nuestros muertos como una bandada de garvarg.
Un hombre de barba gris a la izquierda de Paul se puso en pie.
—Yo era un amigo de Jamis —dijo. Avanzó hacia el montón, tomó el distrans—. Cuando me faltó el agua en el asedio de los Dos Pájaros, Jamis compartió conmigo la suya —el hombre regresó a su lugar en el círculo.
¿Se supone que yo también debo decir que era un amigo de Jamis?, se preguntó Paul.
¿Están esperando de mí que tome algo de este montón? Vio los rostros que se volvían furtivamente hacia él, desviando después la mirada. ¡Lo están esperando!
Otro hombre en la parte opuesta a Paul se levantó, se acercó al montón y tomó el paracompás.
—Yo era un amigo de Jamis —dijo—. Cuando la patrulla nos sorprendió en el Recodode-Risco y fui herido, Jamis atrajo su atención sobre él y consiguió que los demás nos salváramos —volvió a su lugar en el círculo.
Paul vio de nuevo rostros vueltos hacia él, y captó la expectación en ellos. Bajó los ojos. Un codo le tocó, y una voz susurro:
—¿Traerás la destrucción sobre nosotros?
¿Cómo puedo decir que era su amigo?, se preguntó Paul.
Otra silueta se separó del circulo frente a Paul y, cuando el encapuchado rostro llegó bajo la luz, reconoció a su madre. Tomó un pañuelo del montón.
—Yo era una amiga de Jamis —dijo—. Cuando el espíritu de los espíritus que estaba en él vio lo necesaria que era la verdad, aquel espíritu le abandonó y perdonó a mi hijo —regresó a su lugar.
Y Paul recordó el desprecio en la voz de su madre cuando, tras el combate, le dijo:
«¿Cómo se siente uno sabiéndose un asesino?»
Una vez más, los rostros se volvieron hacia él, y sintió la rabia y el miedo en el grupo. Un fragmento de un librofilm que su madre le había proyectado una vez sobre «El Culto a los Muertos», vino a la memoria de Paul. Supo lo que tenía que hacer. Lentamente, Paul se puso en pie.
Un suspiro corrió a lo largo del círculo.
Mientras avanzaba hacia el centro del círculo, Paul notó que su yo disminuía progresivamente. Era como si hubiese perdido un fragmento de sí mismo y supiera que iba a encontrarlo allí. Se inclinó sobre el montón de objetos y tomó el baliset. Una cuerda sonó suavemente al tropezar con algo en la pila.
—Yo era un amigo de Jamis —murmuró Paul en voz muy baja. Notó que los ojos le ardían. Se esforzó en hablar más alto—. Jamis me enseñó que… cuando… cuando uno mata… tiene que pagar por ello. Me hubiera gustado poder conocer mejor a Jamis. Sin ver nada, regresó a su lugar en el círculo y se dejó caer en el suelo de roca. Una voz siseó:
—¡Ha derramado lágrimas!
Hubo un murmullo a lo largo del circulo:
—¡Usul ha dado humedad al muerto!
Unos dedos rozaron sus mejillas, oyó exclamaciones ahogadas. Jessica, oyendo las voces, percibió el profundo origen de aquellas reacciones, se dio cuenta de las terribles inhibiciones ligadas a las lágrimas vertidas. Se concentró en las palabras: «Ha dado humedad al muerto». Era un presente al mundo de las sombras… lágrimas. Serían sagradas más allá de toda duda. Nada en aquel planeta le había dado hasta tal punto el sentido del valor supremo del agua. Ni los vendedores de agua, ni las desecadas pieles de los nativos, ni los destiltrajes o las férreas leyes de la disciplina del agua. Allí era una sustancia mucho más preciosa que todas las demás… era la vida misma, entremezclada con simbolismos y ritos.
Agua.
—He tocado su mejilla —susurró alguien—. He sentido el presente. En el primer momento, aquellos dedos explorando su rostro habían alarmado a Paul. Apretó con fuerza el frío mango del baliset, hasta tal punto que las cuerdas se clavaron en sus palmas. Después vio los rostros tras aquellas manos extendidas… ojos muy abiertos y maravillados.
Después, las manos se retiraron. La ceremonia fúnebre prosiguió. Pero ahora había un sutil vacío alrededor de Paul, un retirarse de los demás, honrándole con un respetuoso aislamiento.
La ceremonia terminó con un profundo canto:
«La luna llena te llama…
Verás a Shai-hulud:
Roja la noche, oscuro el cielo,
Sangrienta la muerte que tú has tenido.
Rogamos a la luna: su faz es redonda…
Nos traerá suerte y abundancia,
Y aquello que siempre hemos buscado En el país de la sólida tierra.»
A los pies de Stilgar sólo quedaba un ventrudo saco. Se acuclilló, apoyó sus manos sobre él. Alguien acudió a su lado y se acuclilló junto a él, y Paul reconoció el rostro de Chani bajo las sombras de su capucha.
—Jamis llevaba treinta y tres litros y siete dracmas y un tercio del agua de la tribu —dijo Chani—. Yo la bendigo ahora en presencia de una Sayyadina. ¡Ekkeri-akairi, esta es el agua, fillissin-follasy de Paul-Muad’Dib! Kivi a-kavi, nunca más, nakalas! ¡Nakalas! lo que debe ser metido y contado, ¡ukair-an! por los latidos del corazón jan-jan-jan de nuestro amigo… Jamis.
En un brusco y profundo silencio, Chani se volvió y miró a Paul. L uego dijo:
—Donde yo soy llama, sé tú carbón. Donde yo soy rocío, sé tú agua.
—Bi-lal kaifa —entonaron los demás.
—A Muad’Dib va esta porción —dijo Chani—. Que él pueda conservarla para la tribu y preservarla de cualquier pérdida. Que él sea generoso en los momentos de necesidad. Que él pueda transmitirla, cuando llegue su tiempo, por el bien de la tribu.
—Bi-lal kaifa —entonaron los demás.
Debo aceptar esta agua, pensó Paul. Se alzó lentamente, situándose al lado de Chani. Stilgar se echó un poco hacia atrás para dejarle sitio, y tomó cuidadosamente el baliset de su mano.
—Arrodíllate —dijo Chani.
Paul se arrodilló.
Ella guió sus manos sobre el saco de agua, manteniéndoselas apoyadas en su elástica superficie.
—Por esta agua, la tribu te acepta —dijo—. Jamis la ha dejado. Tómala en paz. —Se levantó, empujando a Paul para que hiciera lo mismo.
Stilgar le devolvió el baliset, extendiendo en su palma un montoncito de anillos metálicos. Paul los miró, observando que eran de diferentes tamaños y que brillaban bajo la luz del globo.
Chani tomó el más grande y lo sostuvo con un dedo.
—Treinta litros —dijo. Uno a uno fue tomando los otros, mostrándolos a Paul y contándolos—. Dos litros; un litro; siete medidas de agua de una dracma cada una; una medida de agua de un tercio de dracma.
Los mantuvo en alto, colocados en su dedo, para que Paul pudiera verlos.
—¿Los aceptas? —dijo Stilgar.
Paul tragó saliva, asintió.
—Sí.
—Después —dijo Chani— te enseñaré cómo sujetarlos con un pañuelo para que no tintineen y traicionen tu presencia cuando necesites silencio —tendió su mano.
—¿Puedes… guardarlos por mí? —preguntó Paul.
Chani miró desconcertada a Stilgar.
El hombre sonrió.
—Paul-Muad’Dib, que es Usul, no conoce aún nuestras costumbres, Chani —dijo—. Guarda sus medidas de agua sin compromiso por tu parte hasta que llegue el momento en que puedas mostrarle la forma de llevarlas él.
Ella asintió, tomó un pedazo de tela de debajo de su ropa y lo pasó por los anillos, atándolo por debajo y por encima en un complicado nudo, vaciló, y luego lo metió en su cintura.
Hay algo que se me ha escapado, pensó Paul. Notaba una irónica alegría a su alrededor, un cierto aire de burla, y su mente la relacionó con un recuerdo de su memoria presciente: medidas de agua ofrecidas a una mujer… un ritual de noviazgo.
—¡Maestros de agua! —llamó Stilgar.
Los demás se alzaron con un siseo de ropas. Dos hombres se destacaron del grupo y tomaron el saco de agua. Stilgar bajó el globo y lo tomó para guiar el camino a través de las profundidades de la caverna.
Paul se apresuró tras Chani, notando los reflejos del globo en las pétreas paredes, las sombras danzantes, y el hecho de que todos estaban tensos, como si estuvieran esperando algo.
Jessica, empujada entre los cuerpos que se apresuraban, arrastrada por manos firmes, dominó un instante de pánico. Había reconocido fragmentos del ritual, identificado los rastros de chakobsa y de bhotani-jib en las palabras pronunciadas, y sabía la salvaje violencia que podía desencadenarse de pronto en aquellos momentos aparentemente tranquilos.
Jan-jan-jan, pensó. Adelante-adelante-adelante.
Era como un juego de niños, liberado de toda inhibición, en manos de adultos. Stilgar se detuvo frente a una pared de roca amarilla. Presionó la mano sobre una protuberancia y, silenciosamente, la pared se hundió ante ellos, revelando una abertura irregular. Pasó el primero, guiando al grupo a través de un panel oscuro con alvéolos hexagonales. Cuando Paul pasó por él, sintió un soplo de aire fresco. Se volvió hacia Chani, preguntándole con la mirada, rozando su brazo.
—Este aire es húmedo —dijo.
—Chisssst —susurró ella.
Pero un hombre tras ellos dijo:
—Hay mucha humedad en la trampa esta noche. Jamis nos hace saber así que está satisfecho.
Jessica pasó a través de la puerta secreta, oyéndola cerrarse a sus espaldas. Observó la forma como los Fremen retenían la marcha cuando pasaban ante los alvéolos hexagonales, y sintió a su vez la corriente de aire húmedo.
¡Una trampa de viento!, pensó. Han escondido una trampa de viento en algún lugar de la superficie, de modo que el aire llega hasta estas regiones más frías donde se precipita la humedad que hay en él. Pasaron a través de otra puerta rocosa con un emparrillado hexagonal sobre ella, y la puerta se cerró a sus espaldas. La sensación de humedad en el aire era ahora claramente perceptible para Jessica y Paul.
A la cabeza del grupo, el globo en las manos de Stilgar descendió y desapareció bajo el nivel de las cabezas frente a Paul. Luego notó peldaños bajo sus pies, que se curvaban hacia la izquierda. La luz se reflejaba en las encapuchadas cabezas y en los movimientos en espiral de la gente descendiendo las escaleras.
Jessica captó el aumento de la tensión a su alrededor, la presión del silencio que agarrotaba sus nervios con su urgencia.
Los peldaños terminaron y el grupo pasó a través de otra puerta. La luz del globo se dispersó en un enorme espacio abierto con un altísimo techo en cúpula. Paul sintió el contacto de la mano de Chani en su brazo, oyó el ruido de gotas cayendo en el frío aire, la inmovilidad absoluta que se apoderó de los Fremen en aquella atmósfera de catedral creada por la presencia del agua.