Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—¿Me habéis llamado aquí para deteriorar mi eficiencia con vuestras criticas, Barón?

—dijo Piter, con voz baja y grave.

—¿Deteriorar tu eficiencia? Me conoces bien, Piter. Sólo quería que mi sobrino se diera cuenta de las limitaciones de un Mentat.

—¿Acaso estáis adiestrando ya a mi sustituto? —inquirió Piter.

—¿Reemplazarte a ti? Vamos, Piter, ¿Dónde encontraría yo a otro Mentat con tu astucia y tu veneno?

—En el mismo lugar donde me encontrasteis a mí, Barón.

—Quizá tenga que hacerlo —meditó el Barón—. Me has parecido un poco inestable últimamente. ¡Y la especia que comes!

—¿Quizá mis placeres son demasiado caros, Barón? ¿Ponéis objeción a ello?

—Mi querido Piter, tus placeres son lo que te unen a mi. ¿Cómo podría objetar a ello?

Sólo deseo que mi sobrino observe algunas de tus características.

—¿Así que estoy en exhibición? —dijo Piter—. ¿Tengo que bailar? ¿Debo mostrarme en mis variadas funciones para el eminente Feyd-Rau…?

—Exactamente —dijo el Barón—. Estás en exhibición. Ahora cállate. —Se volvió hacia Feyd-Rautha, notando los labios del joven, gruesos y sensuales, la marca genética de los Harkonnen, curvados en una sutil mueca divertida—. Eso es un Mentat, Feyd. Ha sido adiestrado y acondicionado para realizar algunas tareas. El hecho de que esté encajado en un cuerpo humano, sin embargo, no puede ser olvidado. Es un serio inconveniente. A veces pienso que los antiguos, con sus máquinas pensantes, habían acertado.

—Eran juguetes comparadas conmigo —gruñó Piter—. Incluso vos, Barón, podríais superar a esas máquinas.

—Quizá —dijo el Barón—. Ah, bueno… —inspiró profundamente y eructó—. Ahora, Piter, describe para mi sobrino las líneas generales de nuestra campaña contra la Casa de los Atreides. Trabaja como un Mentat para nosotros, por favor.

—Barón, ya os advertí que no había que confiar a un hombre tan joven esa información. Mis observaciones acerca de…

—Yo soy el único juez en esto —dijo el Barón—. Te he dado una orden, Mentat. Cumple una de tus varias funciones.

—De acuerdo —dijo Piter. Se envaró, asumiendo una extraña actitud de dignidad… y fue de nuevo como otra máscara, aunque esta vez recubriéndole todo el cuerpo—. Dentro de pocos días standard, toda la familia del Duque Leto embarcará en una nave de la Cofradía Espacial, rumbo a Arrakis. La Cofradía los depositará en la ciudad de Arrakeen, y no en nuestra ciudad de Carthag. El Mentat del Duque, Thufir Hawat, llegará a la acertada conclusión de que Arrakeen es más fácil de defender.

—Escucha atentamente, Feyd —dijo el Barón—. Observa los planes en los planes de los planes.

Feyd-Rautha asintió, pensando: Esto ya me gusta más. El viejo monstruo ha decidido finalmente introducirme en sus secretos. Eso quiere decir que piensa hacerme su heredero.

—Hay varias posibilidades tangenciales —dijo Piter—. He señalado que la Casa de los Atreides irá a Arrakis. Pero no debemos ignorar, de todos modos, la posibilidad de que el Duque haya establecido un contrato con la Cofradía para que ésta le conduzca a algún lugar seguro fuera del Sistema. Otros en parecidas circunstancias han renegado de sus propias Casas, han tomado las atómicas y escudos familiares y han huido lejos del Imperio.

—El Duque es demasiado orgulloso para hacer eso —dijo el Barón.

—Es una posibilidad —dijo Piter—. De todos modos, para nosotros, el efecto final sería el mismo.

—¡No, no sería el mismo! —gruñó el Barón—. Quiero verlo muerto y su línea extinguida.

—Esta es la mayor probabilidad —dijo Piter—. Hay algunos preparativos que indican que una Casa se dispone a renegar. No parece que el Duque se prepare para ello.

—Entonces sigue, Piter —suspiró el Barón.

—En Arrakeen —dijo Piter—, el Duque y su familia ocuparán la Residencia, que antes fue la casa del Conde y su Dama Fenring.

—El Embajador cerca de los Contrabandistas —rió el Barón.

—¿Embajador cerca de quién? —preguntó Feyd -Rautha.

—Tu tío ha hecho un chiste —dijo Piter—. Llama al Conde Fenring Embajador cerca de los Contrabandistas indicando el interés que tiene el Emperador hacia las operaciones de contrabando en Arrakis.

Feyd-Rautha dirigió a su tío una perpleja mirada.

—¿Por qué?

—No seas estúpido, Feyd —restalló el Barón—. Mientras la Cofradía siga de hecho fuera del control Imperial, ¿cómo podría ser de otro modo? ¿Cómo se moverían los espías y asesinos?

La boca de Feyd -Rautha pronunció un inarticulado «Oh-h-hh».

—Hemos dispuesto algunas diversiones en la Residencia —dijo Piter—. Habrá un atentado contra la vida del heredero de los Atreides… un atentado que quizá tenga éxito.

—¡Piter! —rugió el Barón—. Te indiqué…

—He dicho que pueden producirse accidentes —dijo Piter—. Y esta tentativa de asesinato debe parecer auténtica.

—Bien, pero el chico tiene un cuerpo tan joven y tierno —dijo el Barón—. Por supuesto, potencialmente es más peligroso que su padre… con esa bruja de su madre para adiestrarlo. ¡Condenada mujer! Bueno, continúa, Piter, por favor.

—Hawat adivinará que tenemos un agente infiltrado entre ellos —dijo Piter—. El sospechoso más obvio es el doctor Yueh, que es realmente nuestro agente. Pero Hawat le ha investigado y ha sabido que nuestro doctor se ha graduado en la Escuela Suk con Condicionamiento Imperial… lo cual le hace supuestamente seguro como para curar incluso al propio Emperador. Se tiene mucha confianza en el Condicionamiento Imperial. Se asume que este condicionamiento es definitivo y no puede ser retirado sin matar al sujeto. Sin embargo, como alguien observó ya en su tiempo, con una palanca adecuada puede moverse incluso un planeta. Nosotros encontramos la palanca que podía mover al doctor.

—¿Cómo? —preguntó Feyd-Rautha. Se sentía fascinado por el tema—. ¡Todos sabían que era imposible trastornar el Condicionamiento Imperial!

—En otra ocasión —dijo el Barón—. Continúa, Piter.

—En lugar de Yueh —dijo Piter—, vamos a colocar a otro sospechoso más interesante en el camino de Hawat. La propia audacia de la sospecha será lo que llame más la atención de Hawat sobre ella.

—¿Ella? —preguntó Feyd-Rautha.

—La propia Dama Jessica —dijo el Barón.

—¿No es sublime? —preguntó Piter—. La mente de Hawat estará tan alterada con esta posibilidad que sus funciones de Mentat se verán disminuidas. Incluso podría intentar matarla. —Piter frunció el ceño—. Pero no creo que lo lleve a cabo.

—Y tú no deseas que lo haga, ¿eh? —preguntó el Barón.

—No me distraigáis —dijo Piter—. Mientras Hawat estará ocupado con Dama Jessica, distraeremos su atención con rebeliones en algunas ciudades de guarnición y cosas así. Todo ello será sofocado. El Duque creerá que domina la situación. Después, cuando el momento sea propicio, le haremos un signo a Yueh y avanzaremos con el grueso de nuestras fuerzas…

—Adelante, díselo todo —dijo el Barón.

—Los atacaremos apoyados por dos legiones de Sardaukar disfrazados con ropas Harkonnen.

—¡Sardaukar! —exclamó Feyd-Rautha en voz muy baja. Su mente evocó las terribles tropas Imperiales, los despiadados asesinos, los soldados fanáticos del Emperador Padishah.

—Observa hasta qué punto tengo confianza en ti, Feyd —dijo el Barón—. Nada de todo esto debe trascender a ninguna otra Gran Casa, ya que de otro modo el Landsraad podría unirse contra la Casa Imperial, y sería el caos.

—El punto más importante —dijo Piter— es éste: desde el momento en que la Casa de los Harkonnen va a ser usada para realizar el trabajo sucio del Emperador, se beneficiará de una cierta ventaja. Una ventaja peligrosa, seguro, pero que si es usada con prudencia puede convertir a la Casa de los Harkonnen en inmensamente más rica que cualquier otra Casa del Imperio.

—No puedes tener idea de la cantidad de riquezas que se hallan aquí empeñadas, Feyd —dijo el Barón—. Ni siquiera en tus más locos sueños. En primer lugar, nos aseguraremos de forma irrevocable un directorio de la Compañía CHOAM. Feyd-Rautha asintió. La riqueza era lo único importante. La CHOAM era la llave de la riqueza, cada Casa noble hundía sus manos en los cofres de la compañía siempre que podía y bajo control del directorio. Ese directorio de la CHOAM era la evidencia real del poder político en el Imperio, cambiando de acuerdo con los votos de las inestables fuerzas del Landsraad, que servían de equilibrio frente al Emperador y sus sostenedores.

—El Duque Leto —dijo Piter— puede buscar refugio entre los pocos Fremen que viven al filo del desierto. O qui zá prefiera mandar a su familia a esa imaginaria seguridad. Pero este camino está bloqueado por uno de los agentes de Su Majestad… el ecólogo planetario. Seguramente lo recordarás… Kynes.

—Feyd lo recuerda —dijo el Barón—. Continúa.

—No os gustan mucho los detalles, Barón —dijo Piter.

—¡Continúa, te lo ordeno! —rugió el Barón.

Piter se alzó de hombros.

—Si todo marcha como está planeado —dijo—, la Casa de los Harkonnen tendrá un subfeudo en Arrakis dentro de un año standard. Tu tío obtendrá la administración de ese feudo. Su agente personal dominará en Arrakis.

—Más beneficios —dijo Feyd -Rautha.

—Exacto —dijo el Barón. Y pensó: Es lo justo. Nosotros fuimos quienes colonizamos Arrakis… excepto esos pocos mestizos Fremen que se esconden al borde del desierto… y unos pocos e inofensivos contrabandistas ligados más estrechamente al planeta que los propios trabajadores indígenas.

—Y las Grandes Casas sabrán entonces que el Barón ha destruido a los Atreides —dijo Piter—. Todas lo sabrán.

—Y lo más encantador de todo —dijo Piter— es que el Duque también lo sabrá. Ya lo sabe ahora. Ya presiente la trampa.

—Es cierto que el Duque lo sabe —dijo el Barón, y su voz tuvo una nota de tristeza—. Y no puede hacer nada… y esto es lo más triste.

El Barón se alejó de la esfera de Arrakis. Y, al emerger de las sombras, su silueta adquirió otra dimensión… grande e inmensamente gruesa. Y los sutiles movimientos de sus protuberancias bajo los pliegues de su oscura ropa revelaban que sus grasas estaban sostenidas parcialmente por suspensores portátiles anclados a sus carnes. Su peso debía ser realmente de unos doscientos kilos standard, pero sus pies no sostenían más de cincuenta de ellos.

—Tengo hambre —gruñó el Barón, y se frotó con su mano cubierta de anillos los gruesos labios, mirando a Feyd -Rautha con unos ojos enterrados en grasa—. Pide que nos traigan comida, querido. Tomaremos algo antes de retirarnos.

CAPÍTULO III

Así habló Santa Alia del Cuchillo: «La Reverenda Madre debe combinar las artes de seducción de una cortesana con la intocable majestad de una diosa virgen, manteniendo estos atributos en tensión tanto tiempo como subsistan los poderes de su juventud. Pues una vez se hayan ido belleza y juventud, descubrirá que el lugar intermedio ocupado antes por la tensión se ha convertido en una fuente de astucia y de recursos infinitos.»

De «Muad’Dib, Comentarios Familiares», por la Princesa Irulan.

—Bien, Jessica, ¿qué tienes que decirme por ti misma? —preguntó la Reverenda Madre.

Había llegado, en Castel Caladan, el crepúsculo del día en que había sufrido su prueba. Las dos mujeres estaban solas en las habitaciones de Jessica mientras Paul esperaba en la Sala de Meditación, situada al lado.

Jessica estaba de pie ante las ventanas que se abrían al sur. Miraba sin ver las coloreadas nubes vespertinas, más allá del prado y del río. Oía sin escuchar la pregunta de la Reverenda Madre.

Ella también había sufrido la prueba… hacía tantos años de ello. Una jovencita delgada, de cabellos color bronce, con el cuerpo torturado por los vientos de la pubertad, había entrado en el estudio de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, Censor Superior de la escuela Bene Gesserit en Wallach IX. Jessica contempló su mano derecha, flexionó los dedos, recordando el dolor, el terror, la rabia.

—Pobre Paul —susurró.

—¡Te he hecho una pregunta, Jessica! —la voz de la vieja mujer era brusca, imperativa.

—¿Qué? Oh… —Jessica extrajo su atención del pasado e hizo frente a la Reverenda Madre, que estaba sentada con la espalda apoyada en la pared de piedra, entre las dos ventanas que miraban al este—. ¿Qué debo deciros?

—¿Qué debes decirme? ¿Qué debes decirme? —la vieja voz tenía un tono de burla cruel.

—¡Sí, he tenido un hijo! —estalló Jessica. Y sabía que la vieja la había llevado deliberadamente hasta la irritación.

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