Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—Por favor, continuemos con la comida —dijo Paul—. Creo que el doctor Kynes estaba hablando de agua.

—¿Podríamos hablar de ello en otra ocasión? —preguntó Kynes.

—Por supuesto —dijo Paul.

Y Jessica notó con orgullo la dignidad de su hijo, su madura seguridad en sí mismo. El banquero tomó su jarra de agua e hizo un gesto hacia Bewt con ella.

—Ninguno de nosotros puede superar al Maestro Lingar Bewt en la floritura de sus frases. Uno casi podría suponer que aspira al status de las Grandes Casas. Vamos, Maestro Bewt, proponed un brindis.

Quizá tengáis en reserva alguna perla de sabiduría para ese muchacho al que hay que tratar como un hombre.

Jessica apretó bajo la mesa el puño de su mano derecha. Vio a Halleck hacerle una señal con la mano a Idaho, y los soldados de la casa alineados a lo largo de las paredes adoptaron una posición de alerta máxima.

Bewt lanzó al banquero una venenosa mirada.

Paul observó a Halleck, notó las posiciones defensivas de sus guardias, luego miró al banquero hasta que el hombre bajó su jarra de agua. Entonces dijo:

—Una vez, en Caladan, vi el cuerpo de un pescador ahogado que acababan de sacar del agua. Tenía…

—¿Ahogado? —era la hija del fabricante de destiltrajes.

Paul vaciló.

—Sí —dijo—. Inmerso en el agua hasta morir. Ahogado.

—¡Qué interesante forma de morir! —murmuró la joven.

La sonrisa de Paul se endureció. Volvió su atención al banquero.

—Lo interesante acerca de ese hombre eran las heridas en sus hombros… producidas por los clavos de las botas de otro pescador. El pescador formaba parte de la tripulación de un bote (un aparato para viajar sobre el agua) que había naufragado… se había hundido en el agua. Otro pescador que había ayudado a extraer su cuerpo dijo que otras muchas veces había visto las mismas marcas. Significaban que otro pescador que se estaba ahogando había apoyado sus pies en los hombros de aquel desgraciado en un intento de alcanzar la superficie… de respirar aire.

—¿En qué es eso interesante? —preguntó el banquero.

—Porque mi padre, entonces, me hizo una observación. Dijo que es comprensible que un hombre, a punto de ahogarse, se apoye sobre nuestros hombros en un intento de salvarse… excepto cuando uno ve que esto ocurre en un salón. —Paul vaciló lo suficiente como para que el banquero adivinara lo que seguía, y luego terminó—: Y, añadiría yo, excepto cuando uno ve que esto ocurre en la mesa de un banquete. Un silencio absoluto invadió la estancia.

Eso ha sido temerario, pensó Jessica. Ese banquero puede tener bastante rango como para desafiar a mi hijo. Vio que Idaho estaba preparado para entrar en acción. Las tropas de la casa estaban alerta. Gurney Halleck tenía los ojos fijos en los hombres que tenía enfrente.

—¡Ja-ja-ja-a-a-a! —era el contrabandista, Tuek, con la cabeza echada hacia atrás, riendo salvajemente sin ninguna inhibición.

Unas sonrisas nerviosas brotaron alrededor de la mesa.

Bewt también sonrió.

El banquero había echado su silla hacia atrás y miraba colérico a Paul.

—Quien provoca a un Atreides lo hace bajo su cuenta y riesgo —dijo Kynes.

—¿Es costumbre de los Atreides insultar a sus invitados? —preguntó el banquero. Antes de que Paul pudiera responder, Jessica se inclinó hacia adelante y dijo:

—¡Señor! —y pensó: Tenemos que conocer el juego de esa criatura de los Harkonnen.

¿Está aquí para provocar a Paul? ¿Dispone de alguna ayuda?—. Mi hijo ha hablado en términos generales. ¿Acaso os reconocéis en ellos? —preguntó—. ¡Una fascinante revelación! —Deslizó su mano hacia el crys que llevaba enfundado en la pantorrilla. El banquero dirigió a Jessica una feroz mirada. Los ojos estaban centrados en Paul, que a su vez se había echado hacia atrás apartándose ligeramente de la mesa y preparándose para la acción. Su mente estaba enfocada en una palabra clave de su madre: términos. «Preparado para violencia.»

Kynes dirigió una especulativa mirada hacia Jessica e hizo una sutil seña con la mano a Tuek.

El contrabandista saltó en pie, levantando la jarra.

—Quiero proponer un brindis —dijo—. Para el joven Paul Atreides; un muchacho aún por su aspecto, pero un hombre por sus actos.

¿Por qué se inmiscuyen?, se preguntó a sí misma Jessica.

El banquero miraba ahora a Kynes, y Jessica vio el terror volver de nuevo al rostro del agente.

Los demás invitados comenzaron a reaccionar alrededor de la mesa. Cuando Kynes ordena, la gente obedece, pensó Jessica. Acaba de decirnos que está del lado de Paul. ¿Cuál es el secreto de su poder? No puede ser porque sea el Arbitro del Cambio. Esto es temporal. Y ciertamente tampoco es porque esté al servicio directo del Emperador.

Retiró su mano de la funda del crys y alzó su jarra hacia Kynes, que le devolvió el gesto.

Sólo Paul y el banquero (¡Suu-Suu! ¡Vaya sobrenombre idiota!, pensó Jessica) permanecían con las manos vacías. La atención del banquero estaba fija en Kynes. Paul miraba su plato.

Llevaba las cosas correctamente, pensó Paul. ¿Por qué han interferido? Miró subrepticiamente a los invitados que estaban más cerca de él. ¿Preparado para violencia? ¿Por parte de quién? Ciertamente, no de ese banquero. Halleck se agitó y habló sin dirigirse a nadie en particular, mirando a un punto por encima de la cabeza de los demás.

—En nuestra sociedad, la gente no debería sentirse ofendida tan pronto. A veces es un suicidio. —Miró a la hija del fabricante de destiltrajes, sentada frente a él—. ¿No lo pensáis vos así, señorita?

—Oh, sí, sí. Por supuesto —dijo ella—. Hay demasiada violencia. Esto me pone enferma. Y muchas veces no hay la menor intención de ofender, pero la gente muere siempre. Es algo que no tiene sentido.

—Realmente, no tiene ningún sentido —afirmó Halleck.

Jessica observó la clara perfección de lo que recitaba la muchacha, y pensó: Esa chica con la cabeza vacía no es en absoluto una chica con la cabeza vacía. Y entonces vio la amenaza y comprendió que ni siquiera Halleck la había detectado. Probablemente su hijo había sido el primero en darse cuenta de ello… su adiestramiento le habría hecho ver inmediatamente aquella obvia trampa.

—¿No sería el momento de disculparnos de nuevo? —dijo Kynes al banquero.

—Mi Dama, temo haber subestimado vuestros vinos. Habéis servido bebidas fuertes, y no estoy acostumbrado a ellas.

Jessica percibió el veneno en sus palabras.

—Cuando unos extranjeros se encuentran —dijo con suavidad—, habría que hacer uso de una gran comprensión para entender sus diferencias de costumbres y de formación.

—Gracias, mi Dama —dijo el hombre.

La compañera de cabello oscuro del fabricante de destiltrajes se inclinó hacia Jessica y observó:

—El Duque nos ha dicho que aquí estaremos seguros. Espero que esto no signifique nuevos combates.

La han instruido para que lleve la conversación a este terreno, pensó Jessica.

—Seguramente no tendrá la menor importancia —dijo—. Pero hay muchos detalles que requieren la atención personal del Duque en estos momentos. Mientras continúe la enemistad entre los Atreides y los Harkonnen, nunca seremos demasiado prudentes. El Duque ha pronunciado el juramento kanly. Por supuesto, no va a dejar que ningún agente Harkonnen permanezca con vida aquí en Arrakis. —Observó al agente bancario de la Cofradía —. Y las Convenciones, naturalmente, le apoyan en eso. —Desvió su atención hacia Kynes— ¿No es así, doctor Kynes?

—Así es, realmente —dijo Kynes.

El fabricante de destiltrajes tiró discretamente de su compañera hacia atrás.

—Creo que voy a comer algo más —dijo ella—. Me gustaría un poco de ese delicioso pájaro que nos han servido antes.

Jessica hizo un gesto a un sirviente y se volvió hacia el banquero.

—Y vos, señor, habláis de pájaros y de sus hábitos. Estoy enormemente interesada en todas las cosas que se refieren a Arrakis. Contadme, ¿dónde se extrae la especia?

¿Deben ir los cazadores muy adentro en el desierto?

—Oh, no, mi Señora —dijo el hombre—. Sabemos muy pocas cosas del desierto profundo. Y casi nada de las regiones meridionales.

—Hay un relato que dice que hay un gran Yacimiento Madre de especia en lo más profundo de esa región meridional —dijo Kynes—, pero sospecho que se trata tan sólo de la invención imaginativa de algún trovador en busca de letra para una canción. Algunos cazadores de especia más osados que otros penetran ocasionalmente en el cinturón central, pero es extremadamente peligroso… la navegación es incierta y las tormentas frecuentes. Las victimas se multiplican dramáticamente a medida que uno se aleja de la Muralla Escudo. Se ha descubierto que no es muy provechoso aventurarse demasiado al sur. Quizá si tuviéramos un satélite climatológico…

Bewt alzó los ojos y habló con la boca llena.

—Se dice que los Fremen viajan hasta allá, que van a cualquier lugar y que han descubierto calas y manantiales de sorbeo incluso en latitudes meridionales.

—¿Calas y manantiales de sorbeo? —preguntó Jessica.

—Puros rumores, mi Dama —intervino Kynes rápidamente—. Son cosas conocidas en otros planetas, no en Arrakis. Una cala es un lugar donde el agua se filtra hasta la superficie o casi, y es posible detectarla por la presencia de ciertas señales. Un manantial de sorbeo es un tipo de cala donde una persona puede sorber el agua a través de una cánula enterrada en la arena… al menos eso es lo que se dice. Hay engaño en sus palabras, pensó Jessica.

¿Por qué miente?, se preguntó Paul.

—Es muy interesante —dijo Jessica. Y pensó: «Eso es lo que se dice… » Qué curioso amaneramiento el que hay en su forma de expresarse. Si supieran hasta qué punto revela esto su dependencia de las supersticiones…

—He oído en alguna parte que tenéis un dicho —observó Paul—. «La educación viene de las ciudades, la sabiduría del desierto.»

—Hay muchos dichos en Arrakis —se alzó de hombros Kynes.

Antes de que Jessica pudiera formular una nueva pregunta, un sirviente se inclinó junto a ella y le entregó una nota. La abrió, reconoció la escritura del Duque y los signos codificados, la leyó.

—El Duque nos tranquiliza —dijo—. El asunto que le ha alejado de nosotros ha sido solucionado. El ala de acarreo que había desaparecido ha sido hallada. Un agente Harkonnen infiltrado en la tripulación había conseguido eliminar a otros y pilotar la máquina hasta una base de contrabandistas, esperando venderla allí. Tanto el hombre como la máquina han sido restituidos a nuestras fuerzas —hizo una inclinación de cabeza en dirección a Tuek.

El contrabandista respondió con otra inclinación.

Jessica dobló la nota y la metió en una de sus mangas.

—Estoy contento de que esto no se haya convertido en una batalla abierta —dijo el banquero—. La gente tiene tantas esperanzas de que los Atreides traigan consigo paz y prosperidad…

—Especialmente prosperidad —dijo Bewt.

—¿Podemos tomar ya el postre? —preguntó Jessica—. He encargado a nuestro chef que prepare un dulce de Caladan: arroz pundi en salsa dolsa.

—Suena maravilloso —dijo el fabricante de destiltrajes—. ¿Sería posible obtener la receta?

—Todas las recetas que deseéis —dijo Jessica, registrando al hombre para mencionárselo más tarde a Hawat. El fabricante de destiltrajes era un pequeño y atemorizado arribista que podía ser comprado.

A su alrededor, las conversaciones se reanudaban:

—Un tejido realmente adorable…

—Tengo que hacerme un conjunto que le vaya a esta joya…

—Un a umento de producción en el próximo trimestre…

Jessica se enfrascó en su plato, pensando en la parte codificada del mensaje de Leto:

«Los Harkonnen han intentado introducir un cargamento de lásers. Los hemos capturado. Pero esto puede significar que otros cargamentos hayan pasado. Y hay que tener en cuenta que no les conceden mucha importancia a los escudos. Toma las precauciones apropiadas.

Jessica pensó en los lásers. Los ardientes rayos de destructiva luz podían perforar cualquier sustancia, a menos que esta sustancia estuviera protegida por un escudo. El hecho de que la interferencia del rayo con un escudo pudiera hacer estallar el láser o el escudo no parecía preocupar a los Harkonnen. ¿Por qué? Una explosión láser-escudo tenía una peligrosa variante, ya que podía revelarse más potente que una explosión atómica o podía matar tan sólo al tirador y a su blanco.

Los factores desconocidos eran los que más la inquietaban.

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