Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Paul había notado la falsedad en la voz de su compañera de mesa, y observó que su madre seguía la conversación con una intensidad Bene Gesserit. Impulsivamente, decidió contraatacar, acorralar al adversario. Se dirigió al banquero.

—¿Queréis decir acaso, señor, que todos esos pájaros son caníbales?

—Esa es una extraña pregunta, joven amo —dijo el banquero—. He dicho tan sólo que esos pájaros beben sang re. No es necesario que sea la sangre de los de su propia clase,

¿no es cierto?

—Mi pregunta no era extraña —dijo Paul, y Jessica notó la cortante agudeza de su réplica, fruto de su adiestramiento—. Casi todas las personas instruidas saben que para un organismo joven la máxima competencia procede de los seres de su propia especie —deliberadamente, clavó el tenedor en un bocado del plato de su compañera y lo introdujo en su boca—. Comen del mismo plato. Sus necesidades son idénticas. El banquero se envaró y miró ceñudamente al Duque.

—No cometáis el error de considerar a mi hijo como un niño —dijo el Duque. Y sonrió. Jessica recorrió la mesa con la vista, observando que Bewt estaba algo más alegre, y que Kynes y el contrabandista, Tuek, sonreían.

—Hay una ley ecológica —dijo Kynes— que el joven amo parece haber comprendido muy bien. La lucha entre los distintos elementos de la vida y la lucha por la energía libre de un sistema. La sangre es una fuente de energía muy eficiente. El banquero depositó su tenedor y cuando habló, lo hizo en tono irritado.

—Se dice que la escoria Fremen bebe sangre de sus muertos.

Kynes agitó la cabeza y dijo, en tono doctoral:

—No la sangre, señor. Pero toda el agua de un hombre, en último término, pertenece a su pueblo… a su tribu. Es una necesidad cuando se vive al borde de la Gran Llanura. Allí toda agua es preciosa, y el cuerpo humano está compuesto por un setenta por ciento de su peso en agua. Un hombre muerto, con toda seguridad, ya no la necesita. El banquero posó sus manos sobre la mesa, a uno y otro lado del plato, y Jessica pensó que iba a echar la silla hacia atrás y levantarse para irse, en un gesto de rabia. Kynes miró a Jessica.

—Perdonad, mi Dama, por hablar de un tema tan desagradable en la mesa, pero se había dicho una falsedad y era necesario aclarar las cosas.

—Habéis permanecido tanto tiempo con los Fremen que habéis perdido toda sensibilidad —graznó el banquero.

Kynes le observó tranquilamente, estudiando su rostro pálido y tembloroso.

—¿Estáis desafiándome, señor?

El banquero se envaró. Tragó saliva, y dijo apresuradamente:

—Por supuesto que no. Jamás me permitiría insultar así a nuestros anfitriones. Jessica captó el miedo en la voz del hombre, lo leyó en su rostro, en su respiración, en el latir de una vena en su sien. ¡El hombre se sentía aterrorizado por Kynes!

—Nuestros anfitriones son enteramente capaces de decidir por sí mismos cuándo son insultados —dijo Kynes—. Son gente valerosa que sabe cuándo hay que defender el honor. Todos somos testigos de su valentía por el solo hecho de que están aquí… ahora… en Arrakis.

Jessica vio que Leto estaba saboreando aquel instante. La mayoría de los demás, no. La gente, en torno a la mesa, parecía dispuesta a salir huyendo, con las manos ocultas bajo la mesa. Las únicas notables excepciones eran Bewt, que sonreía abiertamente ante la incómoda posición del banquero, y el contrabandista, Tuek, que parecía estudiar a Kynes en espera de su reacción. Jessica observó que Paul miraba a Kynes con clara admiración.

—¿Bien? —dijo Kynes.

—No quería ofenderos —murmuró el banquero—. Si he dado la impresión de ser ofensivo, os ruego aceptéis mis disculpas.

—Libremente dadas, libremente aceptadas —dijo Kynes. Sonrió a Jessica, y siguió como si no hubiera ocurrido nada.

Jessica observó que también el contrabandista se relajaba. Tomó buena nota de ello: aquel hombre había dado la impresión, durante toda la escena, de estar dispuesto a acudir en ayuda de Kynes si este lo hubiera necesitado. Existía un acuerdo de alguna clase entre Kynes y Tuek.

Leto jugueteaba con su tenedor, mirando especulativamente a Kynes. La actuación del planetólogo indicaba un cambio de actitud hacia la Casa de los Atreides. Kynes se había mostrado mucho más frío durante su viaje por el desierto.

Jessica pidió otra ronda de comida y bebida. Los servidores aparecieron con langues de lapins de garenne, vino tinto y una salsa de setas servida aparte. Lentamente, las conversaciones de la cena se reanudaron, pero Jessica captó agitación en ellas, una cierta ansiedad, y vio que el banquero comía en un hosco silencio. Kynes le hubiera matado sin vacilar, pensó. Y se dio cuenta de que había una predisposición al homicidio en el comportamiento de Kynes. Podía matar fácilmente, y adivinó que esta era una característica de los Fremen.

Jessica se volvió hacia el fabricante de destiltrajes, a su izquierda, y dijo:

—No dejo de sentirme asombrada por la importancia del agua en Arrakis.

—Es muy importante —admitió el hombre— ¿Qué es ese plato? Es delicioso.

—Lenguas de conejo salvaje con una salsa especial —dijo ella—. Una receta muy antigua.

—Me gustaría tenerla —dijo el hombre.

Ella asintió.

—Os la haré enviar.

—Los recién llegados a Arrakis subestiman con frecuencia la importancia que tiene aquí el agua —dijo Kynes, mirando a Jessica—. Ya sabéis, debemos tener en cuenta la Ley del Mínimo.

Jessica se dio cuenta por el tono de su voz que aquellas palabras encerraban una prueba, y respondió:

—El crecimiento está limitado por la necesidad del elemento que se encuentra presente en menor cantidad. Y, naturalmente, la condición menos favorable es la que controla la tasa del crecimiento.

—Es raro encontrar a miembros de las Grandes Casas que estén al corriente de los problemas planetológicos —dijo Kynes—. En Arrakis, la condición más desfavorable para la vida es el agua. Y recordad que el propio crecimiento puede producir condiciones desfavorables a menos que sea conducido con extrema prudencia. Jessica captó un mensaje oculto en las palabras de Kynes, pero no consiguió descifrarlo.

—El crecimiento —murmuró—. ¿Queréis decir que Arrakis podría tener un ciclo de agua mejor organizado que sustentara a los hombres bajo unas condiciones de vida más favorables?

—¡Imposible! —gruñó el magnate del agua.

Jessica desvió su atención hacia Bewt.

—¿Imposible?

—Imposible en Arrakis —dijo el hombre—. No escuchéis a ese soñador. Todas las pruebas de laboratorio están contra él.

Kynes miró a Bewt, y Jessica se dio cuenta de que todas las demás conversaciones alrededor de la mesa habían cesado, mientras la gente se concentraba en aquel nuevo enfrentamiento.

—Las pruebas de laboratorio tienden a olvidar un hecho muy simple —dijo Kynes—. El hecho es este: estamos enfrentándonos aquí con un problema que ha tenido su origen y existe fuera de este recinto, donde plantas y animales llevan una existencia normal.

—¡Normal! —resopló Bewt—. ¡Nada es normal en Arrakis!

—Precisamente todo lo contrario —dijo Kynes—. Podríamos desarrollar aquí algunas armonías a lo largo de líneas que fueran autosuficientes. Sólo hay que comprender cuáles son las limitaciones de este planeta y las presiones que se ejercen sobre él.

—Esto nunca se hará —dijo Bewt.

El Duque recordó súbitamente cuándo había cambiado Kynes su actitud hacia ellos: cuando Jessica había dicho que conservarían las plantas de invernadero en nombre del Pueblo de Arrakis.

—¿Cuánto costaría poner a punto un sistema autosuficiente, doctor Kynes? —preguntó Leto.

—Si conseguimos que el tres por ciento de los vegetales de Arrakis produzcan compuestos de carbono nutritivos, entonces habremos iniciado un sistema cíclico —dijo Kynes.

—¿El agua es el único problema? —preguntó el Duque. Notó la excitación de Kynes, y él mismo se sintió presa de ella.

—El del agua hace olvidar los otros problemas —dijo Kynes—. El planeta posee mucho oxígeno, pero no las demás características que usualmente lo acompañan: vida vegetal desarrollada e importantes fuentes de anhídrido carbónico provenientes de fenómenos como los volcanes. Se producen aquí inhabitualmente fenómenos químicos a lo ancho de enormes áreas.

—¿Disponéis de un proyecto piloto? —preguntó el Duque.

—Hemos consagrado mucho tiempo a poner a punto el Efecto Tansley… experimentos a pequeña escala a nivel de aficionado, pero a partir de los cuales mi ciencia podría deducir aplicaciones prácticas —dijo Kynes.

—Pero no hay bastante agua —dijo Bewt—. Todo se resume en que no hay bastante agua.

—El Maestro Bewt es un experto en agua —dijo Kynes. Sonrió, y siguió comiendo. El Duque hizo un gesto imperativo con la mano derecha.

—¡No! —gritó—. ¡Quiero una respuesta! ¿Hay bastante agua, doctor Kynes?

Kynes no levantó los ojos de su plato.

Jessica estudió el juego de emociones en su rostro. Sabe ocultarlas muy bien, pensó, pero ya lo había registrado y ahora leía en él que lamentaba sus palabras.

—¿Hay bastante agua? —repitió el Duque.

—Es… posible —dijo Kynes.

¡Finge inseguridad!, pensó Jessica.

Con su agudo sentido de la verdad, Paul captó la subyacente motivación, y tuvo que usar todo su adiestramiento para ocultar su excitación. ¡Hay bastante agua! Pero Kynes no quiere que se sepa.

—Nuestro planetólogo tiene también otros sueños muy interesantes —dijo Bewt—. Suena con los Fremen… acerca de profecías y mesías.

Se oyeron risitas en algunos lugares de la mesa. Jessica observó a los que reían: el contrabandista, la hija del fabricante de destiltrajes, Duncan Idaho, la mujer con el misterioso servicio de escolta.

La tensión está sorprendentemente distribuida aquí esta noche, pensó. Están ocurriendo demasiadas cosas que ignoro. Tendré que desarrollar nuevas fuentes de información.

El Duque deslizó su mirada de Kynes a Bewt y luego a Jessica. Se sintió extrañamente aislado, como si se le hubiera escapado algo vital.

—Es posible —murmuró.

—Quizá debiéramos hablar de esto en otra ocasión, mi Señor —dijo Kynes rápidamente—. Hay tanta…

El planetólogo se interrumpió al ver a un guardia con uniforme de los Atreides aparecer precipitadamente por la puerta de servicio, pasar la guardia y acercarse corriendo al Duque. Se inclinó y susurró algo al oído de Leto.

Jessica reconoció la insignia del cuerpo de Hawat en su gorra, e intentó dominar su inquietud. Se dirigió a la compañera del fabricante de destiltrajes, una mujer pequeña de cabello oscuro, rostro de muñeca y ojos ligeramente estrábicos.

—Apenas habéis tocado vuestra comida, querida —dijo—. ¿Deseáis ordenar alguna otra cosa especial?

La mujer miró al fabricante de destiltrajes antes de responder.

—No tengo mucha hambre —dijo.

Bruscamente, el Duque se puso en pie al lado del soldado, y habló con un duro tono de mando:

—Que todo el mundo siga sentado. Ruego disculpas, pero hay algo que requiere mi atención personal. —Se apartó de la mesa—. Paul, toma mi lugar como anfitrión, por favor.

Paul se alzó, deseando preguntarle a su padre por qué razones tenía que ausentarse, pero sabiendo que tenía que actuar de acuerdo con las circunstancias. Se dirigió a la silla de su padre y ocupó su lugar.

El Duque se volvió entonces hacia el lugar donde estaba Halleck.

—Gurney, por favor, ocupa el lugar de Paul en la mesa. Debemos seguir siendo un número par. Cuando la comida haya terminado, es probable que te pida que conduzcas a Paul al puesto de mando. Permanece atento a mi llamada.

Halleck surgió de donde estaba, fuera de la vista de los demás. Iba vestido de uniforme, y destacaba de un modo incongruente con el refinamiento de las ropas de los demás invitados. Apoyó su baliset en la pared, avanzó hacia la silla que había ocupado Paul y se sentó en ella.

—No hay motivo de alarma —dijo el Duque—, pero debo rogar que nadie abandone nuestra casa hasta que mis guardias avisen que no hay peligro. La seguridad es absoluta aquí, y garantizo que este pequeño inconveniente será solucionado de inmediato. Paul captó las palabras en código del mensaje de su padre: guardias… peligro… seguridad… de inmediato. El problema era seguridad, no violencia. Observó que también su madre había leído el mismo mensaje. Ambos se relajaron.

El Duque hizo una última breve inclinación de cabeza, se volvió y salió por la puerta de servicio seguido por el soldado.

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