—¿Quién es el hombre de la cicatriz en el rostro que está delante de Paul? —preguntó el Duque—. No consigo identificarle.
—Un invitado de última hora —susurró ella—. Gurney arregló la invitación. Es un contrabandista.
—¿Gurney lo arregló?
—A petición mía. Ha sido garantizado por Hawat, aunque creo que Hawat no se siente muy entusiasta a su respecto. Es un contrabandista llamado Tuek, Esmar Tuek. Tiene poder en su ambiente. Todos le conocen. Ha sido huésped en la mayor parte de casas.
—¿Por qué está aquí?
—Todos se harán la misma pregunta —dijo Jessica—. Tuek diseminará con su presencia la duda y la sospecha. Hará creer además que estás decidido a hacer respetar tus órdenes contra la corrupción… con el apoyo de los contrabandistas si es necesario. Esto último le ha gustado a Hawat.
—No estoy seguro de que a mi me guste. —Hizo una inclinación de cabeza a una pareja que pasaba, y observó que ya quedaban muy pocos invitados en la sala—. ¿Por qué no has invitado a algunos Fremen?
—Está Kynes —dijo ella.
—Sí, está Kynes —aceptó él—. ¿Habéis preparado alguna otra pequeña sorpresa para mí? —La condujo hacia el comedor, al final de la procesión.
—Todo lo demás es enteramente convencional —dijo ella.
Y pensó: Querido, ¿No comprendes que estos contrabandistas disponen de naves rápidas y pueden ser sobornados? ¿Que debemos tener abierta una vía de escape, una puerta para huir de Arrakis si todo lo demás nos falla?
Entraron en el comedor, y ella se soltó de su brazo, y Leto la ayudó a sentarse. Después se dirigió hacia su extremo de la mesa. Un lacayo estaba de pie detrás de su silla. Los demás invitados se sentaron con un ruido de roce de tejidos y rumor de seda arrugándose, pero el Duque permaneció de pie. Hizo un gesto con la mano, y los soldados de la casa con uniforme de lacayos alrededor de la mesa dieron un paso atrás y se cuadraron.
La estancia se sumergió en un inquieto silencio.
Jessica, observando desde el otro extremo de la mesa, percibió un ligero temblor de las comisuras de la boca de Leto, y notó la ira que ensombrecía sus mejillas. ¿Qué es lo que le enfurece?, se preguntó. Ciertamente no el que haya invitado al contrabandista.
—Algunos de ustedes han visto con malos ojos el hecho de que haya cambiado la costumbre de los cuencos de agua —dijo Leto—. Es mi forma de decirles que muchas cosas van a cambiar aquí.
Un silencio embarazado reinó alrededor de la mesa.
Creen que ha bebido, pensó Jessica.
Leto tomó su jarra de agua y la levantó, de modo que se reflejara a la luz de las lámparas a suspensor.
—Como Caballero del Imperio —dijo—, quiero proponer un brindis. Los demás tomaron sus jarras, con sus ojos fijos en el Duque. En la repentina inmovilidad, una lámpara derivó levemente, empujada por una corriente de aire proveniente de las cocinas. Las sombras jugaron con los rasgos de halcón del Duque.
—¡Aquí estoy, y aquí permaneceré! —exclamó Leto.
Hubo un movimiento abortado de llevar las jarras a las bocas… que se interrumpió porque el Duque mantenía aún su brazo en alto.
—Mi brindis será una de las máximas más queridas a vuestros corazo nes: «¡Los negocios son los que hacen el progreso! ¡La fortuna pasa por todas partes!»
Bebió de su agua.
—¡Gurney! —llamó el Duque.
La voz de Halleck le llegó desde algún hueco a sus espaldas.
—Aquí estoy, mi Señor.
—Cántanos alguna canción, Gurney.
Un acorde en tono menor del baliset flotó surgiendo de alguna parte. A un gesto del Duque, los servidores comenzaron a depositar sobre la mesa las fuentes con la comida: liebre del desierto asada con salsa cepeda, aplomage siriano, chukka helado, café con melange (el intenso olor a canela de la especia invadió la mesa), un auténtico pato a la marmita servido con vino espumoso de Caladan.
Sin embargo, el Duque permaneció de pie.
Mientras los invitados esperaban, con su atención dividida entre las fuentes colocadas ante ellos y el Duque de pie, Leto dijo:
—En los viejos tiempos era deber de un anfitrión distraer a los invitados según su talento. —Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con que sostenía su jarra—. No puedo cantar, pero voy a recitaros las palabras de la canción de Gurney. Consideradlo otro brindis… un brindis para todos aquellos que han muerto para conducirnos hasta aquí. Un movimiento de incomodidad agitó toda la mesa.
Jessica inclinó su mirada y observó a la gente sentada más cerca de ella: el transportista de agua de redonda cara, el pálido y austero representante del Banco de la Cofradía (que parecía un espantapájaros, con los ojos fijos en Leto), el curtido Tuek, con la cicatriz en su cara y sus ojos totalmente azules bajados.
—«En revista, amigos… soldados que hace tanto tiempo no habéis pasado revista» —entonó el Duque—. «Vuestro equipaje está hecho de dolor y de dólares. Sus espíritus pesan sobre vuestros collares de plata. En revista, amigos… soldados que hace tiempo no habéis pasado revista. A cada cual su tiempo, sin injustas pretensiones ni engaños. Con ellos pasa el espejismo de la fortuna. En revista, amigos… soldados que hace tiempo no habéis pasado revista. Cuando vuestro tiempo termine con su última mueca de sonrisa, dejad pasar el espejismo de la fortuna.»
El Duque arrastró su voz hasta apagarla en la última estrofa, y engulló un buen sorbo de su jarra, dejándola después violentamente sobre la mesa. El agua saltó y salpicó el mantel.
Los otros bebieron en un embarazado silencio.
El Duque tomó de nuevo su jarra, y esta vez derramó la mitad de su contenido en el suelo, sabiendo que los demás tendrían que hacer lo mismo.
Jessica fue la primera en seguir su ejemplo.
Hubo un instante de inmovilidad en el tiempo, antes de que los demás comenzaran a vaciar sus jarras. Jessica vio que Paul, sentado al lado de su padre, estaba estudiando las reacciones a su alrededor. Ella misma se sintió fascinada por lo que revelaban las reacciones de los invitados… principalmente las mujeres. Aquello era agua limpia, potable, no ya una toalla empapada. La reluctancia en arrojarla se descubría en el temblor de las manos, en sus tardías reacciones, en las risitas nerviosas… y en la violenta pero necesaria obediencia. Una mujer dejó caer su jarra al suelo, y volvió la vista hacia otro lado cuando su compañero masculino se la recogió.
Kynes, sin embargo, fue quien más atrajo su atención. El planetólogo vaciló, luego vació su jarra en un recipiente disimulado bajo su chaqueta. Sonrió a Jessica al darse cuenta de que ella le estaba mirando, y levantó la jarra vacía hacia ella, en un mudo brindis. No pareció en absoluto azarado por su acción.
La música de Halleck seguía flotando por la sala, pero ya no en clave menor, sino cadenciosa y alegre, como si Gurne y intentara levantar los ánimos.
—Que empiece la comida —dijo el Duque, y se sentó.
Está furioso e indeciso, pensó Jessica. La pérdida de aquel tractor le ha afectado más profundamente de lo que debiera. Hay algo más en aquella pérdida. Actúa como un hombre desesperado. Tomó su tenedor, esperando ocultar con aquel gesto su repentina amargura. ¿Y por qué no? Está desesperado.
Lentamente al principio, después con creciente animación, la cena prosiguió. El fabricante de destiltrajes cumplimentó a Jessica por la comida y el vino.
—Ambos son importados de Caladan —dijo ella.
—¡Soberbio! —dijo él, probando el chukka—. ¡Simplemente soberbio! Y ni una gota de melange en él. Uno termina aburriéndose de encontrar especia en todos lados. El representante del Banco de la Cofradía se dirigió a Kynes.
—Según tengo entendido, doctor Kynes, se perdió otro tractor a causa de un gusano.
—Las noticias viajan aprisa —dijo el Duque.
—¿Así que es cierto? —preguntó el banquero, dirigiendo su atención a Leto.
—¡Por supuesto que es cierto! —replicó bruscamente el Duque—. La maldita ala de acarreo desapareció. ¿Cómo es posible que una cosa tan grande desaparezca sin dejar huella?
—Cuando el gusano apareció, ya no era posible salvar el tractor —dijo Kynes.
—¡Algo así no tendría que pasar! —repitió el Duque.
—Habitualmente, los rastreadores tienen sus ojos puestos en la arena —dijo Kynes—. Lo que les interesa principalmente son las señales del gusano. La tripulación de un ala de acarreo es normalmente de cuatro hombres, dos pilotos y dos técnicos. Si uno… o incluso dos de esos hombres estuvieran al servicio de los enemigos del Duque…
—Ha-h-h, ya veo —dijo el banquero—. Y vos, como Arbitro del Cambio, ¿qué hacéis en un caso así?
—Debo considerar mi posición muy cautelosamente —dijo Kynes—, y ciertamente no voy a discutirla en la mesa. —Y pensó: ¡Este pálido esqueleto de un hombre! Sabe perfectamente que ese es el tipo de infracción que me ha sido ordenado ignorar. El banquero sonrió, volviendo su atención hacia su comida. Jessica recordó una lección de los días de la escuela Bene Gesserit. El tema era espionaje y contraespionaje. Una Reverenda Madre de rostro rosado y alegre les había instruido, con una cantarina voz que contrastaba curiosamente con el tema tratado.
—Un hecho que hay que tomar en consideración en cualquier escuela de espionaje y/o contraespionaje es la similitud de las reacciones básicas en todos los graduados. Toda disciplina restringida deja su sello, su marca, en los estudiantes. Esta marca es susceptible de análisis y predicción.
»De hecho, los esquemas motivacionales tienden a hacerse idénticos en todos los agentes de espionaje. Esto quiere decir: habrá ciertos tipos de motivaciones que serán similares, incluso en individuos de escuelas distintas y con fines opuestos. Estudiaremos en primer lugar cómo separar estos elementos para su análisis: primero, por los esquemas de interrogatorio que revelan la orientación interna de los interrogadores; segundo, por el examen atento del modo como piensan y se expresan los sujetos bajo análisis. Descubriremos entonces que es muy sencillo determinar las raíces del lenguaje de nuestros sujetos, por supuesto a través de la inflexión de sus voces y su esquema de expresión.
Ahora, sentada en la mesa con su hijo y su Duque y sus invitados, escuchando al representante del Banco de la Cofradía, Jessica se estremeció ante su descubrimiento: el hombre era un agente al esquema de expresión de Giedi Prime… sutilmente disimulado, pero tan claro para su adiestrada percepción como si el hombre se hubiera presentado a sí mismo.
¿Significa esto que la propia Cofradía ha tomado posición frente a la Casa de los Atreides?, se preguntó a sí misma. La idea la trastornó, y disimuló su emoción encargando un nuevo plato, mientras dedicaba toda su atención al hombre, esperando que traicionara sus intenciones. Va a llevar la conversación a temas aparentemente banales, pero con implicaciones amenazadoras, se dijo. Ese es su esquema de acción. El banquero tragó un bocado, lo regó con vino y sonrió a algo que había dicho la mujer de su derecha. Pareció interesarse por un momento en un hombre sentado al otro extremo de la mesa, que le estaba explicando al Duque que las plantas nativas de Arrakeen no tenían espinas.
—Me gusta estudiar el vuelo de los pájaros en Arrakis —dijo el banquero, dirigiéndose a Jessica—. Todos nuestros pájaros, por supuesto, son carroñeros, y muchos pueden vivir sin agua porque son bebedores de sangre.
La hija del fabricante de destiltrajes, sentada entre Paul y su padre al otro extremo de la mesa, hizo una mueca con su hermosa cara y frunció el ceño.
—Oh, Suu-Suu, decís las cosas más disgustantes —exclamó.
El banquero sonrió.
—Me llaman Suu-Suu porque soy el consejero de finanzas del Sindicato de Vendedores Ambulantes de Agua —y, como Jessica continuara mirándole en silencio, añadió: Porque este es el grito de los vendedores de agua: «¡Suu-Suu-Suuk!» —e imitó la llamada con tanta perfección que muchos alrededor de la mesa se echaron a reír. Jessica percibió la jactancia en su tono de voz, pero notó también que la joven había intervenido como obedeciendo a una señal, algo convenido para dar pie al banquero a decir lo que había dicho. Miró a Lingar Bewt. El magnate del agua estaba ceñudo, concentrado en su comida. Y Jessica se dio cuenta de que en realidad el banquero había dicho: «Yo también controlo la última fuente de poder en Arrakis… el agua.»