—Una nube de polvo ante nosotros, Señor.
—La he visto, Gur ney.
—Es lo que estamos buscando —dijo Kynes.
Paul se alzó en su asiento, aguzando los ojos, y vio una nube amarillenta que giraba sobre la superficie del desierto, a unos treinta kilómetros delante de ellos.
—Es uno de vuestros tractores factoría —dijo Kynes—. Está en el suelo, lo cual quiere decir que trabaja en la especia. La nube es arena que es expulsada después de ser centrifugada para extraer la especia. No hay ninguna otra nube que se asemeje a ésta.
—Hay algo volando encima de ella —dijo el Duque.
—Veo dos… tres… cuatro rastreadores —dijo Kynes—. Vigilan por si hay señales de gusanos.
—¿Señales de gusanos? —preguntó el Duque.
—Al avanzar hacia el tractor, el gusano crea una ondulación en la arena. Pero en ocasiones se desplaza a bastante profundidad, de modo que la ondulación es invisible, y por eso los rastreadores van provistos también de sondas sísmicas. —Kynes escrutó el cielo—. Tendría que haber un ala de acarreo por ahí cerca, pero no la veo.
—El gusano siempre termina llegando, ¿no? —preguntó Halleck.
—Siempre.
Paul se inclinó, tocando el hombro de Kynes.
—¿Cuánto territorio suele cubrir cada gusano?
Kynes frunció las cejas. El muchacho no dejaba de hacer preguntas de adulto.
—Depende del tamaño del gusano.
—¿En qué proporción? —preguntó el Duque.
—Los más grandes pueden controlar hasta trescientos, cuatrocientos kilómetros cuadrados. Los más pequeños… —se interrumpió, mientras el Duque conectaba bruscamente los chorros de freno. El aparato cabrioleó, los chorros de cola se apagaron, las alas se distendieron al máximo y comenzaron a batir el aire. El aparato se convirtió en un auténtico tóptero mientras el Duque lo inmovilizaba en el aire, manteniendo al mínimo el batir de las alas y señalando un punto con su mano izquierda, más allá del tractor, en dirección este.
—¿Es la señal de un gusano?
Kynes se inclinó delante del Duque para escrutar a lo lejos. Paul y Halleck se juntaron más, mirando en la misma dirección, y Paul notó que su escolta, cogida por sorpresa por la repentina maniobra, había seguido adelante y ahora daba un amplio giro para volver a su lado. El tractor factoría estaba delante de ellos, distante aún unos tres kilómetros. Allí donde había señalado el Duque, entre las medias lunas de las dunas que se perdían en el horizonte, se movía una especie de montículo que formaba una línea recta que se perdía en lontananza. A Paul le recordó la estela que deja un enorme pez al nadar rozando la superficie del agua.
—Un gusano —dijo Kynes—. Uno de los grandes. —Se volvió, tomó el micrófono del cuadro de mandos, conectó una nueva frecuencia, consultó el mapa deslizable sujeto entre dos rollos sobre sus cabezas, y habló ante el micrófono—: Llamando al tractor en Delta Ajax nueve. Señales de gusano. Tractor en Delta Ajax nueve. Señales de gusano. Respondan, por favor. —Aguardó.
El altoparlante emitió un chasquido, y luego una voz dijo:
—¿Quién llama a Delta Ajax nueve? Cambio.
—Parece que se lo toman con calma —dijo Halleck.
—Vuelo no registrado, al nordeste de ustedes y a una distancia de tres kilómetros —dijo Kynes ante el micrófono—. Señales de gusano en ruta de intersección, contacto estimado en unos veinticinco minutos.
Otra vez resonó en el altoparlante:
—Aquí Control de Rastreo. Observación confirmada. Permanezcan en línea para confirmar el contacto. —Una pausa, y luego—: Contacto en veintiséis minutos. —El cálculo había sido correcto—. ¿Quién se halla a bordo del vuelo no registrado? Cambio. Halleck se había soltado el cinturón de seguridad y se inclinó hacia adelante, entre el Duque y Kynes.
—¿Esta es la frecuencia regular de trabajo, Kynes?
—Sí. ¿Por qué?
—¿Quién está a la escucha?
—Tan sólo el equipo que trabaja en esta área. Esto limita las interferencias. El altoparlante chasqueó de nuevo y la voz dijo:
—Aquí Delta Ajax nueve. ¿Quién tiene derecho a la prima por el avistamiento? Cambio. Halleck miró al Duque.
—Quien da primero la alarma tiene derecho a una prima proporcional a la recolección de especia —dijo Kynes—. Desean saber…
—Decidle quién ha visto primero el gusano —dijo Halleck.
El Duque asintió.
Kynes vaciló, luego tomó el micrófono:
—Prima de avistamiento al Duque Leto Atreides. Duque Leto Atreides. Cambio. La voz del altoparlante resonó sin entonación y distorsionada en parte por una serie de descargas de estática:
—Recibido y gracias.
—Ahora, decidles que se repartan el premio —ordenó Halleck—. Decidles que este es el deseo del Duque.
Kynes inspiró profundamente.
—El deseo del Duque es que el premio sea repartido entre todo el equipo.
¿Comprendido? Cambio.
—Comprendido y gracias —dijo el altoparlante.
—He olvidado mencionaros —dijo el Duque— que Gurney tiene también un gran talento para las relaciones públicas.
Kynes dirigió a Halleck una perpleja mirada.
—Esto servirá para que los hombres sepan que su Duque se preocupa por su seguridad —dijo Halleck—. Correrá la voz. Era una frecuencia usada tan sólo en la zona de trabajo… no es probable que los agentes Harkonnen hayan podido oírnos. —Alzó los ojos hacia su cobertura aérea—. Y formamos una fuerza considerable. Valía la pena arriesgarse.
El Duque inclinó el aparato hacia la nube de arena escupida por el tractor factoría.
—¿Qué es lo que ocurre ahora?
—Hay un ala de acarreo por algún lugar cerca de aquí —dijo Kynes—. Acudirá y se llevará el tractor.
—¿Y si el ala se averiase? —preguntó Halleck.
—Algún equipo se pierde —dijo Kynes—. Acercaos un poco por encima del tractor, mi Señor; encontraréis el espectáculo interesante.
El Duque frunció el ceño, dominando fuertemente los controles mientras entraban en la zona de turbulencia sobre el tractor.
Paul miró hacia abajo, viendo la arena que seguía siendo expulsada por aquel monstruo de metal y plástico a sus pies. Tenía la apariencia de un enorme coleóptero azul y marrón cuyas múltiples patas se agitaban mecánicamente a su alrededor. Vio una gigantesca trompa en la parte anterior, hundiéndose en la oscura arena.
—Un terreno rico en especia, a juzgar por el color —dijo Kynes—. Van a seguir trabajando hasta el último minuto.
El Duque aumentó el movimiento de las alas, tensándolas para hacer dar un giro al aparato y estabilizarlo a baja altura en círculos concéntricos alrededor del tractor. Observó a derecha e izquierda, viendo que la escolta giraba sobre ellos, manteniendo sus posiciones.
Paul estudió la amarillenta nube que era eructada por los orificios del tractor, y miró hacia el desierto, donde se aproximaban las señales del gusano.
—¿No deberíamos oírles llamar al ala? —preguntó Halleck.
—Normalmente, el ala está en otra frecuencia distinta —dijo Kynes.
—¿No debería haber dos alas a disposición de cada tractor? —preguntó el Duque—. Hay veintiséis hombres en esa máquina, sin contar el coste del equipo.
—Vos no tenéis aún suficiente expe… —dijo Kynes. Se interrumpió al oír una voz enfurecida estallando en el altoparlante:
—¿Ninguno de vosotros ve el ala?. No responde.
Hubo un torrente de chasquidos y de descargas, y luego resonó una señal de emergencia, un instante de silencio, y luego la misma voz de antes:
—¡Informen por orden de número! Cambio.
—Aquí Control de Rastreo. La última vez que vi el ala estaba muy alta y volaba hacia el noroeste. Ya no la veo. Cambio.
—Rastreador uno: negativo. Cambio.
—Rastreador dos: negativo. Cambio.
—Rastreador tres: negativo. Cambio.
Silencio.
El Duque miró hacia abajo. La sombra de su aparato pasaba en aquel momento justo por encima del tractor.
—Sólo hay cuatro rastreadores, ¿es correcto?
—Correcto —dijo Kynes.
—Nosotros disponemos en total de cinco aparatos —dijo el Duque—. Son grandes. Podemos cargar tres personas más en cada uno de ellos. Sus rastreadores deberían poder cargar un par mas cada uno.
Paul hizo un cálculo mental. —Quedan todavía tres —dijo.
—¿Por qué no hay dos alas de acarreo por cada tractor? —gruñó el Duque.
—Sabéis que no disponemos de equipo extra —dijo Kynes.
—¡Razón de más para proteger el que tenemos!
—¿Dónde puede haber ido a parar esa ala? —preguntó Halleck.
—Quizá se ha visto obligada a aterrizar en algún lado fuera de nuestro campo de visión —dijo Kynes.
El Duque tomó el micrófono y vaciló, con el pulgar apoyado en el interruptor.
—¿Cómo es posible que los rastreadores hayan podido perder de vista un ala de acarreo?
—Concentran toda su atención en el terreno, buscando señales de gusano —dijo Kynes.
El Duque pulsó el contacto y habló a través del micrófono.
—Aquí vuestro Duque. Estamos descendiendo para tomar con nosotros el grupo de extracción Delta Ajax nueve. Todos los rastreadores tienen orden de hacer otro tanto. Los rastreadores descenderán en el lado este. Nosotros lo haremos en el oeste. Cambio. —Cambió el micrófono a su frecuencia personal, y repitió la orden para su escolta aérea; luego pasó el micrófono a Kynes.
Kynes volvió a la frecuencia del equipo de trabajo, y una voz atronó en el altoparlante:
—¡…una carga casi completa de especia! ¡Tenemos una carga casi completa! ¡No podemos abandonarla por un maldito gusano! Cambio.
—¡Al diablo la especia! —gruñó el Duque. Tomó nuevamente el micrófono—: Siempre podremos encontrar más especia. Nuestros aparatos pueden llevarles a todos ustedes menos tres. Háganlo a suertes o decidan cómo crean mejor quiénes de ustedes van a venir. Pero deben ser evacuados, ¡es una orden! —Tiró violentamente el micrófono a las manos de Kynes y murmuró—: Lo siento —mientras Kynes se llevaba a la boca un dedo contuso.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Paul.
—Nueve minutos —dijo Kynes.
—Este aparato es más potente que los otros —dijo el Duque—. Si despegamos con los chorros y las alas a tres cuartos, podríamos meter a otro hombre más.
—La arena es blanda —dijo Kynes.
—Con una sobrecarga de cuatro hombres, corremos el riesgo de romper las alas despegando con los chorros, Señor —dijo Halleck.
—No con este aparato —dijo el Duque. Accionó de nuevo los mandos, mientras la máquina planeaba por encima del tractor. Las alas se alzaron, frenando al aparato que, tras un último planeo, fue a posarse a una veintena de metros del tractor. Este permanecía silencioso ahora, y la arena no surgía a chorros por sus orificios. Tan sólo se oía un leve zumbido mecánico, que se hizo más intenso cuando el Duque abrió la portezuela.
Inmediatamente, sus olfatos fueron asaltados por el olor a canela, denso y penetrante. Con un sonoro batir de alas, los rastreadores planearon sobre la arena, al otro lado del tractor. La escolta del Duque descendió a su vez en picado, junto a ellos. Paul miró a la enorme mole del tractor, junto a la cual los tópteros parecían minúsculos mosquitos al lado de un monstruoso escarabajo.
—Gurney, tú y Paul echad fuera los asientos posteriores —dijo el Duque. Plegó manualmente las alas a tres cuartos, les dio el ángulo preciso, y revisó los controles de los chorros—. ¿Por qué diablos no salen aún de esa máquina?
—Aún esperan que llegue el ala de acarreo —dijo Kynes—. Todavía les quedan unos cuantos minutos. —Miró al desierto, hacia el este.
Todos volvieron la vista en la misma dirección, sin ver ninguna señal del gusano, pero el aire estaba cargado de ansiedad.
El Duque tomó el micrófono y pasó a su frecuencia de órdenes.
—Dos de ustedes despréndanse de sus generadores del escudo. Por orden de número. Así podrán cargar a otro hombre. No vamos a dejar ningún hombre a ese monstruo. —Volvió a la frecuencia de trabajo y gritó—: ¡Bien, ustedes, los de Delta Ajax nueve! ¡Afuera! ¡Rápido! ¡Es una orden de su Duque! ¡Muévanse o cortaré ese tractor con un láser!
Una compuerta se abrió de golpe junto a la nariz del tractor, otra en el extremo posterior, y una tercera en la parte alta. Empezaron a salir hombres, tropezando y resbalando con la arena. Un hombre alto envuelto en unas ropas remendadas fue el último en salir. Saltó primero a una de las orugas, y luego a la arena. El Duque colocó el micrófono en el panel y salió al exterior. De pie sobre uno de los peldaños del ala, gritó:
—¡Dos hombres en cada uno de los rastreadores!
El hombre de la ropa remendada dividió al personal en grupos de a dos y los envió a los aparatos que esperaban al otro lado.
—¡Cuatro aquí! —gritó el Duque—. ¡Cuatro en aquella máquina! —apuntó un dedo hacia uno de los tópteros de escolta directamente detrás de él. Los guardias acababan en aquel momento de echar fuera el generador del escudo—. ¡Cuatro en aquel otro aparato!