El Duque emitió una risita, dirigiendo toda su atención al rumbo.
—Detecto una nota de amargura en vuestra voz, señor. Nos hemos precipitado sobre este mundo con nuestra pandilla de asesinos domesticados, ¿no es cierto? Y esperamos haceros admitir inmediatamente que somos distintos de los Harkonnen.
—He leído la propaganda con que habéis inundado sietch y poblados —dijo Kynes—.
¡Amad al buen Duque! Vuestros cuerpos de…
—¡Tened cuidado! —aulló Halleck. Había desviado su atención de la ventana, inclinándose hacia adelante.
Paul puso su mano sobre el brazo de Halleck.
—¡Gurney! —dijo el Duque. Se volvió a mirarle—. Este hombre ha servido largo tiempo a los Harkonnen.
Halleck se sentó de nuevo.
—Ya.
—Vuestro hombre Hawat es muy sutil —dijo Kynes—, pero sus intenciones son demasiado evidentes.
—¿Nos abriréis las bases, entonces? —preguntó el Duque.
—Son propiedades de Su Majestad —dijo Kynes secamente.
—Nadie las usa.
—Podrían ser usadas.
—¿Su Majestad es de esa opinión?
Kynes miró duramente al Duque.
—¡Arrakis podría ser un Edén si sus gobernantes se preocuparan de otras cosas además de la especia!
No ha respondido a mi pregunta, se dijo así mismo el Duque. Y preguntó:
—¿Cómo es posible que un planeta pueda convertirse en un Edén sin dinero?
—¿De qué os sirve el dinero —preguntó a su vez Kynes— si no os procura los servicios de quienes necesitáis?
¡Oh, ya basta!, pensó el Duque. Y dijo:
—Discutiremos esto en otra ocasión. Si no me equivoco, nos estamos acercando al borde de la Muralla Escudo. ¿Mantengo el mismo rumbo?
—El mismo rumbo —murmuró Kynes.
Paul miró a través de su ventanilla. Debajo de ellos, la accidentada pared se precipitaba formando terrazas hasta una llanura de roca desnuda rematada por una acerada cornisa. Más allá del borde, las dunas en forma de media luna, parecidas a uñas, se alineaban hasta el horizonte, con manchas oscuras, aquí y allá, en la lejanía, señalando algo que no era arena. Floraciones rocosas tal vez. En aquel aire sofocante, Paul no se hubiera atrevido a asegurarlo.
—¿Hay plantas ahí abajo? —preguntó.
—Algunas —dijo Kynes—. En esta latitud, la vida está representada principalmente por lo que nosotros llamamos pequeños ladrones de agua… plantas que se depredan mutuamente la humedad, absorbiendo incluso el más pequeño rastro de rocío. Algunas zonas del desierto hierven de vida. Pero todas estas criaturas han aprendido a sobrevivir a los rigores del desierto. Si vos os vierais abandonado allá abajo, tendríais que imitar estas formas de vida o morir.
—¿Queréis decir robar el agua de los demás? —preguntó Paul. La idea le parecía ultrajante, y el temblor de su voz traicionó su emoción.
—Así es —dijo Kynes—, pero no era ese precisamente el significado de mis palabras. Ved, mi clima exige una actitud especial hacia el agua. Siempre se piensa en el agua, en cualquier momento. Nadie malgasta nada que contenga un poco de humedad. Y el Duque pensó: «¡… mi clima!»
—Girad dos grados hacia el sur, mi Señor —dijo Kynes—. Hay una borrasca avanzando por el Oeste.
El Duque asintió. Había visto a lo lejos el torbellino de anaranjada arena. Hizo dar un giro al tóptero, y observó el reflejo naranja del polvo sobre las alas de los aparatos de escolta que imitaban su maniobra.
—Esto debería permitirnos evitar la tormenta —dijo Kynes.
—Volar en medio de esta arena debe ser peligroso —dijo Paul—. ¿Puede atacar realmente los más duros metales?
—A esta altura no es arena, sino tan sólo polvo —dijo Kynes—. Los principales peligros son la falta de visibilidad, la turbulencia y las válvulas de aspiración, que se ven cegadas.
—¿Asistimos a la extracción de la especia hoy? —preguntó Paul.
—Muy probablemente —dijo Kynes.
Paul se echó hacia atrás en su asiento. Se había servido de las preguntas y de su hiperpercepción para realizar lo que su madre llamaba el «registro» de una persona. Ahora tenía a Kynes… el tono de su voz, cada uno de los más pequeños detalles de su rostro y su modo de moverse. Una arruga no natural en la manga izquierda de su vestido revelaba la presencia de un cuchillo en una funda en su brazo. Su talle estaba curiosamente hinchado. Se decía que los hombres del desierto llevaban un saco de cintura donde guardaban pequeños objetos. Quizá la hinchazón era debida a un cinturón escudo. Una aguja de cobre grabada con la imagen de una liebre cerraba el vestido de Kynes a la altura del cuello. Otra aguja más pequeña pero llevando el mismo dibujo era visible en el borde de la capucha echada sobre sus hombros.
Halleck se volvió en su asiento junto a Paul, alcanzó el compartimento de atrás y extrajo su baliset. Kynes le miró un instante mientras afinaba el instrumento, después volvió su atención al rumbo.
—¿Qué os gustaría oír, joven amo? —preguntó Halleck.
—Elige tú, Gurney —dijo Paul.
Halleck acercó su oído a la caja armónica, pulsó una cuerda y cantó suave mente:
«Nuestros padres comen maná en el desierto,
En los lugares ardientes donde aúllan los vientos.
¡Señor, sálvanos de esta horrible tierra!
Sálvanos… ah-h-h-h, sálvanos De esta seca y sedienta tierra.»
Kynes lanzó una mirada al Duque.
—Viajáis con una escolta de guardias muy reducida, mi Señor. ¿Están todos ellos dotados de tal número de talentos?
—¿Gurney? —el Duque ahogó una risita—. Gurney es un caso especial. Me gusta tenerle junto a mi por sus ojos. Pocas cosas escapan a sus ojos. El planetólogo frunció el ceño.
Sin perder el ritmo de su tonada, Halleck intercaló:
«¡Porque soy como un búho del desierto, oh-o!
¡Aiyah!, ¡soy como un búho del desier…to!»
El Duque se inclinó bruscamente hacia adelante, tomó un micrófono del panel de instrumentos, lo conectó con un golpe del pulgar y dijo:
—Jefe a Escolta Gamma. Objeto volador a las nueve en punto, sector B. ¿Puedes identificarlo?
—Es tan sólo un pájaro —dijo Kynes, y añadió—: Tenéis una aguda mirada. El altoparlante chasqueó y dijo:
—Escolta Gamma. Objeto examinado al máximo aumento. Se trata de un pájaro de gran tamaño.
Paul miró en la dirección indicada, distinguiendo una mancha distante: un punto que se movía intermitentemente. Captó la tensión bajo la que estaba su padre, con todos sus sentidos alertas al máximo.
—Ignoraba que existieran pájaros tan grandes tan adentro en el desierto —dijo el Duque.
—Probablemente se trata de un águila —dijo Kynes—. Buen número de criaturas se han adaptado a este lugar.
El ornitóptero sobrevolaba una llanura rocosa completamente desnuda. Paul miró hacia abajo a través de dos mil metros de altitud, viendo deslizarse allá abajo las quebradas sombras de su aparato y los de la escolta. Debajo de ellos, el suelo parecía llano, pero la irregularidad de las sombras revelaba lo contrario.
—¿Hay alguien que haya conseguido salir nunca por sus propios medios del desierto?
—preguntó el Duque.
Halleck interrumpió la música. Se inclinó hacia adelante para oír la respuesta.
—Nunca del desierto profundo —dijo Kynes—. Ha habido hombres que han logrado salir de la zona secundaria algunas veces. Han sobrevivido atravesando las áreas rocosas, donde los gusanos no suelen acudir.
El timbre de la voz de Kynes atrajo la atención de Paul. Notó que sus sentidos se alertaban de acuerdo con el adiestramiento que había recibido.
—Ah… los gusanos —dijo el Duque—. Quiero ver uno alguna vez.
—Quizá podáis verlo hoy mismo —dijo Kynes—. Donde hay especia, hay gusanos.
—¿Siempre? —preguntó Halleck.
—Siempre.
—¿Acaso existe una relación entre los gusanos y la especia? —preguntó el Duque. Kynes se volvió, y Paul observó que fruncía los labios al responder.
—Defienden la arena de la especia. Cada gusano tiene un… territorio. En cuanto a la especia… ¿quién sabe? Los especímenes de gusanos que hemos examinado nos hacen sospechar que existen complicadas reacciones químicas dentro de ellos. Hemos encontrado rastros de ácido clorhídrico en sus conductos, e incluso formas más complicadas de ácidos en otros lugares. Os proporcionaré una monografía mía al respecto.
—¿Y los escudos no constituyen una defensa? —preguntó el Duque.
—¡Los escudos! —se rió Kynes—. Activad un escudo en una zona donde haya gusanos, y vuestro destino estará echado. Los gusanos ignorarán la delimitación de sus territorios, y se precipitarán desde todas partes para atacar al escudo. Ningún hombre provisto de un escudo ha sobrevivido nunca a un tal ataque.
—Entonces, ¿cómo se capturan los gusanos?
—La única forma conocida de matar y conservar un gusano completo consiste en aplicar shocks eléctricos de alto voltaje a cada segmento separadamente —dijo Kynes—. Es posible aturdirlos y despedazarlos mediante explosivos, pero cada segmento conserva vida propia. Exceptuando las atómicas, no conozco ningún explosivo lo suficientemente potente como para destruir por completo un gusano. Su resistencia es increíble.
—¿Por qué no se ha hecho ningún esfuerzo por exterminarlos? —preguntó Paul.
—Sería demasiado caro —dijo Kynes—. Hay mucha área que cubrir. Paul se echó hacia atrás en su rincón. Su sentido de la verdad, la percepción de la más pequeña variación de tonalidad, le decía que Kynes estaba mintiendo, o al menos decía tan sólo media verdad. Y pensó: Si hay una relación entre la especia y los gusanos, matar los gusanos podría significar destruir la especia.
—Muy pronto, nadie estará expuesto a tener que salvarse por sí mismo en el desierto —dijo el Duque—. Bastará accionar este pequeño transmisor colgado del cuello, y los socorros se precipitarán en su ayuda. En pocos días todos nuestros trabajadores lo llevarán. Organizaremos un servicio especial de salvamento.
—Muy loable —dijo Kynes.
—Vuestro tono indica que no estáis de acuerdo —dijo el Duque.
—¿De acuerdo? Por supuesto que estoy de acuerdo, pero no será de mucha ayuda. La electricidad estática de las tormentas de arena enmascara la mayor parte de las señales. Las transmisiones quedan fuera de uso. Ya ha sido experimentado, ¿sabéis? Arrakis consume mucho equipo. Y si un gusano le está atacando a uno, no dispone de mucho tiempo. Frecuentemente, no más de quince o veinte minutos.
—¿Qué aconsejaríais vos? —preguntó el Duque.
—¿Pedís mi consejo?
—Como planetólogo, si.
—¿Y estaríais dispuesto a seguirlo?
—Si lo considero sensato.
—Muy bien, mi Señor. No viajéis jamás solo.
El Duque distrajo su atención de los mandos.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo. No viajéis jamás solo.
—¿Y qué ocurre si uno se ve separado de los demás por una tormenta y obligado a posarse? —preguntó Halleck—. ¿No hay nada que hacer?
—Nada es un término que cubre mucho territorio.
—¿Pero qué haríais vos? —preguntó Paul.
Kynes se volvió hacia el muchacho, mirándole fríamente, y luego volvió de nuevo su atención al Duque.
—Ante todo, intentaría proteger la integridad de mi destiltraje. Si me encontrase entre las rocas, en una zona no batida por los gusanos, permanecería junto al vehículo. Pero si me encontrara en la arena, en una zona abierta, me alejaría de la nave lo más rápidamente posible. Unos mil metros sería suficiente. Después me escondería bajo mi ropa. El gusano tendría mi aparato, pero no me tendría a mí.
—¿Y después? —preguntó Halleck.
Kynes se alzó de hombros.
—Esperaría a que el gusano se marchara.
—¿Eso es todo? —preguntó Paul.
—Cuando el gusano se ha alejado, uno puede intentar salvarse caminando —dijo Kynes—. Hay que caminar pausadamente, evitando los tambores de arena, las depresiones de marea, y dirigirse directamente hacia la zona rocosa más cercana. Hay muchas de estas zonas. Es posible conseguirlo.
—¿Los tambores de arena? —preguntó Halleck.
—Es un efecto de la compresión de la arena —dijo Kynes—. Incluso los pasos más ligeros la hacen retumbar. Y los gusanos acuden de todas partes.
—¿Y las depresiones de marea? —preguntó el Duque.
—Algunas depresiones del desierto se han ido llenando a través de los siglos hasta quedar completamente repletas de arena. Algunas son tan amplias que en su interior se producen corrientes y mareas. Se tragan a todo aquel que se adentra en ellas. Halleck se echó hacia atrás, tomó su baliset y lo pulsó. Cantó:
«Bestias salvajes del desierto caza n aquí,
Acechando al inocente a su paso.
Oh-h-h, no tentéis a los dioses del desierto.
No queráis dejar vuestro solitario epitafio.
Los peligros del…»
Se interrumpió y se inclinó hacia adelante: