La puerta opuesta al duque se abrió violentamente. Thufir Hawat apareció en el umbral, con un aspecto mucho más viejo y consumido que nunca. Recorrió la mesa a todo lo largo y se detuvo envaradamente frente a Leto.
—Mi Señor —dijo, mirando a un punto por encima de la cabeza de Leto—, acabo de enterarme de cómo os he fallado. Creo necesario presentaros mi re…
—Oh, siéntate y no hagas el idiota —dijo el Duque. Tendió la mano hacia una silla, al otro lado de Paul—. Si has cometido un error, ha sido sobreestimando a los Harkonnen. Sus mentes simples han concebido una trampa simple. Nosotros no habíamos previsto trampas simples. Y mi hijo ha tenido que hacerme ver que si ha salido de ella sano y salvo ha sido en gran parte gracias a tus lecciones. ¡Así que en eso no has fallado! —Tamborileó sobre la silla—. ¡Siéntate, te he dicho!
Hawat se hundió en la silla.
—Pero…
—No quiero oír hablar más de ello —dijo el Duque—. El incidente ya ha pasado. Tenemos cosas más importantes de que ocuparnos. ¿Dónde están los demás?
—Les he dicho que esperaran fuera mientras yo…
—Llámalos.
Hawat miró a Leto directamente a los ojos.
—Señor, yo…
—Conozco quienes son mis verdaderos amigos, Thufir —dijo el Duque—. Llama a esos hombres.
Hawat deglutió.
—Inmediatamente, mi Señor. —Se volvió en la silla y llamó hacia la puerta abierta—: Gurney, hazlos entrar.
Halleck entró en la estancia, precediendo a los demás: los oficiales de estado mayor, de aspecto tenso, seguidos por sus ayudantes más jóvenes y por los especialistas, con aire impaciente y decidido. El ruido del correr de las sillas llenó la sala por un instante, mientras los hombres ocupaban sus lugares. Un sutil y penetrante aroma de rachag se difundió a lo largo de la mesa.
—Hay café para quienes lo deseen —dijo el Duque.
Paseó la mirada por sus hombres, pensando: Forman un buen equipo. Un hombre suele disponer de muy peores elementos para este tipo de guerra. Esperó, mientras el café era llevado de la habitación contigua y servido, notando el cansancio en algunos de los rostros.
Entonces se colocó su máscara de tranquila eficacia, se levantó, y llamó la atención con un golpe sobre la mesa.
—Bien, señores —dijo—, nuestra civilización parece tan profundamente acostumbrada a las invasiones que no podemos obedecer una simple orden del Imperio sin que surjan de nuevo las antiguas costumbres.
Risas discretas resonaron en torno a la mesa, y Paul se dio cuenta de que su padre había dicho la cosa correcta en el tono correcto para romper el hielo que flotaba en el ambiente. El mismo cansancio que se percibía en su voz tenía la precisa intensidad.
—Pienso que para empezar debemos escuchar a Thufir, que nos dirá si tiene algo que añadir a su informe sobre los Fremen —dijo el Duque— ¿Thufir?
Hawat alzó los ojos.
—Hay algunas cuestiones económicas que habría que examinar como una continuación a mi informe general, Señor, pero puedo decir ya que los Fremen aparecen cada vez más como los aliados que necesitamos. Siguen aguardando aún para ver si pueden confiar en nosotros, pero parecen actuar abiertamente. Nos han enviado un regalo: destiltrajes que han confeccionado por sí mismos… mapas de algunas áreas del desierto que circundan las fortalezas abandonadas por los Harkonnen… —bajó los ojos hacia la mesa—. Sus informaciones se han revelado exactas, y nos han ayudado considerablemente con nuestro Arbitro del Cambio. También nos han enviado otros regalos accidentales: joyas para Dama Jessica, licor de especia, dulces, medicinas. Mis hombres están procesándolo todo, pero no parece que haya ninguna trampa.
—¿Te gusta esa gente, Thufir? —preguntó un hombre en el extremo de la mesa. Hawat se volvió hacia el que le había interrogado.
—Duncan Idaho dice que merecen admiración.
Paul miró a su padre, luego a Hawat, antes de aventurar una pregunta:
—¿Existe alguna nueva información acerca del número de Fremen que hay en el planeta?
Hawat miró a Paul.
—De acuerdo con los alimentos producidos y otras evidencias, Idaho estima que el complejo subterráneo que visitó albergaba como mínimo a diez mil personas. Su jefe le dijo que mandaba un sietch de dos mil hogares. Tenemos razones para creer que las comunidades sietch son muy numerosas. Todas parecen obedecer a alguien llamado Liet.
—Esto es nuevo —dijo Leto.
—Podría ser un error por mi parte, Señor. Hay algunos indicios que hacen suponer que ese Liet sea una divinidad local.
Otro hombre, al extremo de la mesa, carraspeó y preguntó:
—¿Es cierto que tienen tratos con los contrabandistas?
—Una caravana de contrabandistas abandonó el sietch donde se hallaba Idaho con un pesado cargamento de especia. Usaban bestias de carga y parece que iban a emprender un viaje de dieciocho días.
—Parece —dijo el Duque— que los contrabandistas han redoblado sus operaciones durante este período de desórdenes. Y esto lleva a una reflexión. No conviene ocuparse mucho de las fragatas sin licencia que operan a lo largo del planeta… siempre lo han hecho. Pero hay algunas que escapan por completo a nuestra observación… y esto no es bueno.
—¿Tenéis un plan, Señor? —preguntó Hawat.
El Duque miró a Halleck.
—Gurney, deseo que tomes el mando de una delegación, una embajada si prefieres llamarla así, para contactar a esos románticos hombres de negocios. Diles que ignoraré sus operaciones durante tanto tiempo como me entreguen el diezmo ducal. Hawat ha calculado que los mercenarios que han debido contratar para poder seguir sus operaciones les cuestan cuatro veces esa suma.
—¿Y si el Emperador llega a saber esto? —preguntó Halleck—. Es muy celoso de sus beneficios de la CHOAM, mi Señor.
Leto sonrió.
—Oficialmente pondremos íntegramente este diezmo a nombre de Shaddam IV, y lo deduciremos legalmente de la suma que nos cuestan nuestras fuerzas de apoyo.
¡Dejemos que los Harkonnen respondan a esto! Así conseguiremos arruinar a algunos de los que se han enriquecido con el sistema Harkonnen de tributos. ¡No más ilegalidad!
Una retorcida sonrisa asomó al rostro de Halleck.
—Ah, mi Señor, un hermoso golpe bajo. Me gustaría ver la cara del Barón cuando lo sepa.
El Duque se volvió hacia Hawat.
—Thufir, ¿tienes esos libros de cuentas que me dijiste podías comprar?
—Si, mi Señor. Los estamos examinando detalladamente. Pero ya les he dado una ojeada, y puedo daros una primera aproximación.
—Adelante pues.
—Los Harkonnen realizan un beneficio de diez mil millones de solaris cada trescientos treinta días standard.
Se alzaron sofocadas exclamaciones alrededor de toda la mesa. Incluso los ayudantes más jóvenes, que hasta aquel momento se habían mostrado vagamente aburridos, se irguieron intercambiando estupefactas miradas.
—«Puesto que chuparán la abundancia de los mares y los tesoros escondidos en la arena» —murmuró Halleck.
—Así pues, señores —dijo Leto—, ¿hay alguno entre ustedes que sea tan ingenuo como para creer que los Harkonnen han hecho su equipaje y se han ido simplemente porque el Emperador se lo ha ordenado?
Todas las cabezas se inclinaron en un murmullo general de asentimiento.
—Tendremos que ganar este planeta con la punta de la espada —dijo Leto. Se volvió hacia Hawat—. Este es el momento preciso para hablar del equipamiento. ¿Cuántos tractores de arena, recolectores, factorías de especia y material de equipo nos han dejado?
—La totalidad, como está registrado en el inventario Imperial presentado al Arbitro del Cambio, mi Señor —dijo Hawat. Hizo un gesto, y uno de sus ayudantes más jóvenes le pasó un dossier que abrió sobre la mesa, ante él—. Se han olvidado de precisar que menos de la mitad de los tractores de arena están en condiciones de funcionar, y que tan sólo un tercio disponen de alas de acarreo para ser llevados hasta las arenas de especia… todo lo que nos han dejado los Harkonnen está a punto de desmoronarse y deshacerse en piezas. Podremos llamarnos afortunados si conseguimos que la mitad del equipo funcione, y muy afortunados si una cuarta parte de esta mitad sigue funcionando aún dentro de seis meses.
—Exactamente lo que esperábamos —dijo Leto—. ¿Cuál es la estimación definitiva acerca del equipamiento de base?
Hawat consultó su dossier.
—Alrededor de novecientas factorías recolectoras podrán ser enviadas dentro de pocos días. Alrededor de seis mil doscientos cincuenta ornitópteros para vigilar, explorar y observar… alas de acarreo, un poco menos de mil.
—¿No sería más económico volver a abrir las negociaciones con la Cofradía y obtener el permiso para instalar una fragata en órbita que hiciera las veces de satélite meteorológico? —dijo Halleck.
El Duque miró a Hawat.
—¿Nada nuevo por este lado, Thufir?
—Por ahora debemos buscar otras soluciones —dijo Hawat—. El agente de la Cofradía no tenía intención de negociar con nosotros. Simplemente puso en claro, de Mentat a Mentat, que el precio estaría siempre por encima de nuestras posibilidades fuera cual fuese la cifra que estuviéramos dispuestos a desembolsar. Nuestra tarea ahora es descubrir el porqué antes de intentar un nuevo acercamiento.
Uno de los ayudantes de Halleck, al extremo de la mesa, se removió en su silla y exclamó bruscamente:
—¡Esto es injusto!
—¿Injusto? —el Duque miró al hombre—. ¿Quién habla de justicia? Estamos aquí para hacer nuestra propia justicia. Y lo conseguiremos en Arrakis… vivos o muertos.
¿Lamentáis haberos ligado a nuestra suerte, señor?
El hombre miró a la vez al Duque y dijo:
—No, Señor —respondió—. Vos no podéis dar la espalda a la mayor fuente de riqueza planetaria de todo nuestro universo… y yo no puedo hacer más que seguiros. Perdonad mi intervención, pero… —se alzó de hombros— …a veces todos nos sentimos un poco amargados.
—Comprendo esta amargura —dijo el Duque—. Pero no nos lamentamos por la falta de justicia mientras tengamos brazos y seamos libres para usarlos. ¿Hay alguien más entre ustedes que se sienta amargado? Si es así, que lo diga. Este es un consejo de amigos, donde cada cual puede expresar lo que piensa.
Halleck se agitó.
—Creo que lo más irritante, Señor, es la falta de voluntarios de las demás Grandes Casas. Se dirigen a vos como «Leto el Justo» y os prometen amistad eterna… porque no cuesta nada a nadie.
—Ignoran todavía quién saldrá vencedor de este cambio —dijo el Duque—. La mayor parte de las Casas se han enriquecido asumiendo un mínimo de riesgos. Uno no puede realmente culparlas por ello; tan sólo puede despreciarlas. —Miró a Hawat—. Estábamos discutiendo el equipamiento. ¿Podrás proyectar algunos ejemplos para familiarizar a los hombres con esta maquinaria?
Hawat asintió, haciendo un gesto a un ayudante que estaba al lado del proyector. Una imagen sólida en tres dimensiones apareció sobre la superficie de la mesa, aproximadamente a un tercio de distancia del Duque. Algunos de los hombres sentados al otro extremo de la mesa se levantaron para ver mejor.
Paul se inclinó hacia adelante, observando atentamente la máquina. Según la escala con respecto a las figuras humanas proyectadas junto a ella, tendría unos ciento veinte metros de largo por cuarenta de ancho. Básicamente era un largo cuerpo central en forma de insecto, que se movía por medio de varias secciones independientes de orugas.
—Es una factoría recolectora —dijo Hawat—. Hemos elegido una bien reparada para esta proyección. Es un tipo de máquina que llegó aquí con el primer equipo de ecólogos Imperiales, y que aún sigue en funcionamiento… aunque no comprendo cómo… ni por qué.
—Se trata de la que llaman «Vieja María», y es buena para un museo —dijo uno de los ayudantes—. Creo que los Harkonnen la utilizaban como castigo, una amenaza que mantenían sobre la cabeza de sus trabajadores. Portaos bien, o seréis asignados a la Vieja María.
Sonaron risas alrededor de la mesa.
Paul se mantuvo apartado de aquella muestra de humor, con su atención centrada en la proyección y las preguntas que desfilaban por su mente. Señaló la imagen sobre la mesa y dijo:
—Thufir, ¿hay gusanos de arena bastante grandes como para tragarse todo esto?
Un repentino silencio cayó sobre la mesa. El Duque maldijo por lo bajo, y después pensó: No… tienen que afrontar la realidad.
—Hay en el desierto profundo gusanos que podrían tragarse de un solo bocado toda esta factoría —dijo Hawat—. Incluso aquí, en las inmediaciones de la Muralla Escudo, donde se extrae la mayor parte de la especia, existen gusanos que podrían triturar esta factoría y devorarla en sus ratos libres.