Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—La Shadout Mapes, el ama de llaves.

—¿Cómo sabías dónde encontrarme?

—Me lo dijo vuestra madre. La encontré en las escaleras que conducen a la cámara extraña, abajo en el vestíbulo —señaló hacia su derecha—. Los hombres de vuestro padre están esperando.

Deben ser hombres de Hawat, pensó. Tenemos que descubrir al operador de este objeto.

—Ve a reunirte con ellos —dijo—. Infórmales de que he cogido un cazador-buscador en la casa y que deben encontrar al operador. Que registren inmediatamente toda la casa y los terrenos adyacentes. Ellos saben cómo hacerlo. El operador tiene que ser seguramente un extraño entre nosotros.

Y se preguntó: ¿No podría ser esa criatura? Pero sabía que no era posible. El cazadorbuscador estaba aún bajo control cuando ella entró.

—Antes de que siga vuestras órdenes, joven señor —dijo Mapes— debo limpiar el camino entre nosotros. Habéis puesto una pesada carga de agua sobre mí, y no estoy segura de que pueda soportarla. Pero nosotros los Fremen pagamos nuestras deudas… sean blancas o negras. Y sabemos que hay un traidor entre los vuestros. No podemos decir quién es, pero estamos seguros de que existe. Quizá haya sido su mano la que ha guiado este cortador de carne.

Paul asimiló aquello en silencio: un traidor. Antes de que pudiera hablar, la extraña mujer había dado media vuelta y se había dirigido de nuevo hacia la entrada. Fue a llamarla, pero había algo en su actitud que le hizo pensar que no le gustaría. Le había dicho lo que sabía y, ahora, cumplía sus órdenes. La casa sería invadida por los hombres de Hawat en un minuto.

Su mente recordó algunos fragmentos de la conversación: la cámara extraña. Miró hacia su izquierda, en la dirección señalada por ella. Nosotros los Fremen. Así que era Fremen. Hizo una pausa para que su visión mnemotécnica registrara el patrón de su aspecto en su memoria: rostro de tonalidad oscura, arrugado, ojos totalmente azules, sin blanco. Le aplicó la etiqueta: La Shadout Mapes.

Sin soltar el buscador destruido, Paul dio media vuelta y volvió al lado de la cama, tomó con la mano izquierda su cinturón escudo, se lo ciñó y lo activó, mientras corría ya bajando hacia el vestíbulo.

La mujer había dicho que su madre estaba en algún lugar abajo en el vestíbulo… unas escaleras… una cámara extraña…

CAPÍTULO X

¿Qué tenía Dama Jessica para sostenerla durante el tiempo de su proceso? Pensad en este proverbio Bene Gesserit y quizá lo comprendáis: «Cualquier camino, si se sigue hasta el fin, no conduce exactamente a ningún lugar. Escalad tan sólo un poco la montaña para comprobar si es una montaña. Desde la cima de la montaña, no podréis ver la montaña.»

De «Muad’Dib, comentarios familiares», por la Princesa Irulan.

Al extremo del ala sur, Jessica descubrió una escalera metálica en espiral que terminaba en una puerta oval. Miró hacia el vestíbulo, y después de nuevo hacia la puerta.

¿Oval?, se preguntó. Qué extraña forma para una puerta en una casa. Bajo la escalera en espiral se veían ventanas y, tras ellas, el atardecer. Largas sombras se extendían hacia el vestíbulo. Volvió su atención a la escalera. La fuerte luz de tierra seca.

Jessica puso una mano en el pasamanos y empezó a subir. El pasamanos estaba frío bajo su húmeda palma. Se detuvo ante la puerta, observando que no había manija, sino tan sólo una leve depresión en la puerta allí donde tendría que haber estado la manija. No creo que sea una cerradura a palma, se dijo. Una cerradura a palma debe ajustarse a la forma de una mano determinada y a las líneas de su palma. Sin embargo, parecía una cerradura a palma. Y conocía varios medios de abrir una cerradura a palma… los había aprendido en la escuela.

Jessica miró a sus espaldas para estar segura de que no era observada, apoyó la palma en la depresión de la puerta, volvió la cabeza y vio a Mapes avanzando hacia ella al pie de la escalera.

—Hay unos hombres en el gran salón: dicen que han sido enviados por el Duque para escoltar al joven amo Paul —dijo Mapes—. Llevan el sello ducal y la guardia los ha identificado.

—Miró a la puerta, luego a Jessica.

Es prudente, esa Mapes, pensó Jessica. Es buena señal.

—Está en la quinta estancia de este lado del vestíbulo, un dormitorio pequeño —dijo Jessica—. Si tienes problemas para despertarlo, llama al doctor Yueh que está en la estancia contigua. Tal vez Paul necesite una inyección tónica. Mapes dirigió otra penetrante mirada a la puerta oval, y Jessica detectó odio en su expresión. Antes de que Jessica pudiera preguntarle acerca de la puerta y lo que ocultaba, Mapes dio media vuelta y se apresuró a través del vestíbulo. Hawat ha inspeccionado todo este lugar, pensó Jessica. No puede haber nada terrible ahí dentro.

Empujó la puerta. Se abrió hacia dentro, revelando una pequeña habitación con otra puerta oval en el otro lado. La otra puerta tenía un vola nte como manija.

¡Una compuerta estanca!, pensó Jessica. Bajó la vista y vio una calza caída en el suelo de la pequeña habitación. Llevaba la marca personal de Hawat. Debía mantener la puerta abierta, pensó. Alguien le dio probablemente un golpe y la hizo caer accidentalmente, y la puerta exterior se cerró con la cerradura a palma.

Franqueó el umbral y entró en la pequeña habitación.

¿Por qué una compuerta estanca en la casa?, se preguntó. Y súbitamente pensó en exóticas criaturas aisladas allí en climas especiales.

¡Climas especiales!

Parecía lógico en Arrakis, donde incluso las plantas más secas de otros lugares debían ser regadas.

La puerta a sus espaldas empezó a cerrarse. La detuvo y la bloqueó con la calza dejada por Hawat. Después se volvió hacia la puerta interior con el volante, y entonces vio una minúscula inscripción grabada en el metal sobre la manija. Reconoció las palabras en galach y leyó:

«¡Oh, hombre! He aquí una adorable porción de Creación de Dios; mira, y aprende a amar la perfección de Tu Supremo Amigo»

Jessica empujó el volante con todo su peso. Se ladeó hacia la izquierda y la puerta se abrió. Una ligera brisa rozó su mejilla, acariciando sus cabellos. Notó un cambio en el aire, un olor más intenso. Abrió totalmente la puerta, descubriendo una masa de vegetación iluminada por una luz dorada.

¿Un sol amarillo?, se preguntó. Y luego: ¡Cristal filtrante!

Avanzó, y la puerta se cerró a sus espaldas.

—Un invernadero —susurró.

Estaba rodeada de plantas y arbustos en macetas. Reconoció una mimosa, un membrillo en flor, un sondagi, una pleniscenta de flores aún en capullo, un akarso estriado de verde y blanco… rosas…

¡Incluso rosas!

Se inclinó para respirar la fragancia de un grupo de flores rosadas, después se incorporó y miró a su alrededor.

Un sonido rítmico invadió sus sentidos.

Apartó una muralla de hojas y miró al centro de la habitación. Descubrió allí una fuente baja, con el pilón acanalado. El ruido rítmico era ocasionado por un hilillo de agua que se elevaba formando un arco y luego caía tamborileando sobre el fondo metálico de un pilón. Jessica se situó en estado de percepción acrecentada, e inició una inspección metódica del perímetro de la habitación. Parecía tener unos diez metros de lado. Por su situación en el extremo del vestíbulo y algunas sutiles diferencias en su construcción, dedujo que había sido añadida a aquella ala del edificio mucho tiempo después de la construcción original.

Se detuvo en el lado sur de la habitación, ante la gran superficie de cristal filtrante, mirando a su alrededor. Cada espacio útil en la habitación estaba ocupado por plantas exóticas típicas de climas húmedos. Algo se movió en el verdor. Se tensó, luego se relajó al ver el sencillo servok automático con una manguera y un brazo de riego. En el brazo de riego llevaba un nebulizador, que proyectó una fina película de agua cerca de su mejilla. El brazo se retiró, y Jessica pudo ver la planta regada: un helecho arborescente. Había agua por toda la habitación… en un planeta donde el agua era el más precioso jugo de la vida. Tanta agua malgastada hizo que se inmovilizara, aturdida. Miró hacia afuera, al sol amarillo por el filtro. Colgaba suspendido del cielo, sobre un dentado horizonte de rocas en pico que formaban parte de la inmensa cadena de rocosas montañas conocidas como la Muralla Escudo.

Cristal filtrante, pensó. Transforma un sol blanco en algo más suave y más familiar.

¿Quién ha podido concebir un lugar así? ¿Leto? Seria digno de él el sorprenderme con un regalo así, pero no ha tenido tiempo. Y tiene problemas mucho más importantes en qué pensar.

Recordó el informe acerca de que muchas casas de Arrakeen tenían selladas puertas y ventanas con compuertas estancas a fin de conservar y condensar la humedad interna. Leto había dicho que, como deliberada declaración de poder y riqueza, aquella casa ignoraba tales precauciones. Puertas y ventanas estaban selladas únicamente contra el omnipresente polvo.

Pero aquella habitación implicaba un status mucho más significativo que la ausencia de sellos de agua en las puertas exteriores. Calculó que aquella agradable habitación usaba tanta agua como la necesaria para sustentar a mil personal en Arrakis… posiblemente más.

Jessica se desplazó a lo largo de la pared de cristal, continuando su exploración de la estancia. Se desplazó hasta una superficie metálica que observó cerca de la fuente, una mesa sobre la cual había un bloc de notas y un estilete, parcialmente ocultos por una amplia hoja que colgaba sobre ellos. Se acercó a la mesa, vio los controles dejados por Hawat, y estudió el mensaje escrito en el bloc:

«A DAMA JESSICA:
Que este lugar os dé tanto placer como me ha dado a mi. Permitid que esta habitación os recuerde una lección que hemos aprendido de los mismos maestros: la proximidad de una cosa deseable hace tender a la indulgencia. Ahí acecha el peligro. Con mis mejores deseos,
MARGOT DAMA FENRING.»

Jessica asintió, recordando que Leto se había referido al anterior enviado del Emperador en Arrakis como el Conde Fenring. Pero el mensaje contenido en aquella nota exigía toda su atención, ya que las palabras habían sido elegidas de tal modo que informaran que la autora era otra Bene Gesserit. Un amargo pensamiento tocó por un instante a Jessica: El Conde se casó con su Dama.

Y simultáneamente, mientras pensaba en ello, empezó a buscar el mensaje oculto. Tenía que estar allí. La nota visible contenía una frase clave que cada Bene Gesserit, a menos que estuviera inhibida por un Interdicto de la Escuela, debía transmitir a otra Bene Gesserit cuando las condiciones lo exigieran: «Ahí acecha el peligro.»

Jessica pasó las yemas de sus dedos por encima del bloc, buscando perforaciones en clave. Nada. Inspeccionó el borde con los dedos. Nada. Volvió a dejarlo donde lo había hallado, sintiendo una sensación de urgencia.

¿Algo en la posición del bloc?, se preguntó.

Pero Hawat había inspeccionado la habitación, y sin duda había movido el bloc. Miró la gran hoja encima del bloc. ¡La hoja! Pasó los dedos por la parte inferior de su superficie, siguiendo el borde, a lo largo del pecíolo. ¡Ahí estaba! Sus dedos detectaron los sutiles puntos en clave, leyendo el mensaje a medida que los recorría:

«Vuestro hijo y el Duque corren un peligro inmediato. Un dormitorio ha sido diseñado de modo que atraiga a vuestro hijo. Los H lo ha n llenado de trampas mortales, de modo que todas sean descubiertas excepto una, que escapará a todas las detecciones.»

Jessica luchó contra el impulso de correr hacia Paul: debía leer el mensaje hasta el final. Sus dedos recorrieron rápidamente los puntos: «No conozco la naturaleza exacta de la amenaza, pero tiene algo que ver con un lecho. La amenaza para vuestro Duque es la traición de un compañero fiel o de un lugarteniente. El plan de los H prevé ofreceros el regalo de unos de sus favoritos. Por lo que puedo saber, este jardín botánico es seguro. Perdonad que no pueda deciros más. Mis fuentes son pocas, ya que mi Conde no está a sueldo de los H. Apresuradamente, MF.»

Jessica soltó la hoja y se volvió para correr hacia Paul. En aquel momento, la compuerta se abrió. Paul entró de un salto, llevando algo en su mano derecha, y cerró la puerta tras él de un golpe seco. Vio a su madre, y se abrió camino hacia ella a través de las plantas, echó una mirada a la fuente, alargó la mano y colocó bajo el chorro el objeto que aferraba.

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