Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

La cabeza y el cuadro.

Acentuaban su confusión. Se estremeció, lanzando una mirada a las estrechas ventanas sobre su cabeza. Era primera hora de la tarde, pero en aquella latitud el cielo se veía negro y frío… mucho más oscuro que el cálido azul de Caladan. Sintió una punzada de nostalgia por su mundo perdido.

Está tan lejos Caladan.

—¡Aquí estamos!

Era la voz del Duque Leto.

Se volvió, viéndolo avanzar a largos pasos bajo la inmensa bóveda de la entrada. Su uniforme negro de trabajo con el rojo halcón heráldico en el pecho se veía sucio y arrugado.

—Temía que te hubieses perdido en este horrible lugar —dijo.

—Es una casa fría —dijo ella. Miró su elevada estatura, su piel oscura que le recordaba el verde de los olivos bajo un sol dorado reflejado en un agua azul. Había como humo de leña en el gris de sus ojos, pero su rostro era el de un predador: afilado, todo ángulos y facetas.

Un repentino miedo aferró su pecho. Se había vuelto tan salvaje, tan autoritario desde que había decidido obedecer la orden del Emperador.

—Toda la ciudad parece fría —dijo ella.

—Es una pequeña, sucia y polvorienta ciudad de guarnición —admitió él—. Pero cambiaremos eso. —Miró a su alrededor—. Esta es una sala reservada para actos públicos y ceremonias de estado. Acabo de echar una ojeada a algunos de los apartamentos familiares del ala sur. Son mucho más acogedores. —Se acercó a ella y tocó su brazo, admirando su dignidad.

Y entonces se preguntó una vez más quiénes habrían sido sus desconocidos progenitores… ¿una Casa renegada, quizá? ¿Miembros de la realeza caíd os en desgracia? Su majestad sugería sangre Imperial.

Bajo la presión de su mirada, ella se volvió ligeramente, revelando su perfil. Y él observó que no había ningún detalle sobresaliente que se impusiera al conjunto de su belleza. Su rostro era ovalado bajo la cascada de sus cabellos color bronce. Sus ojos, algo distantes, eran verdes y claros como el cielo de Caladan por la mañana. Su nariz era pequeña, su boca grande y generosa. Su figura era agraciada pero discreta: alta, delgada y de pocas pero bien formadas curvas.

Recordó que las hermanas de la escuela la llamaban flaca, así al menos se lo habían comunicado sus emisarios. Pero era una descripción demasiado simplificada. Jessica había aportado a la línea de los Atreides un rasgo de regia belleza. Se sentía feliz de que Paul se hubiera visto favorecido por ello.

—¿Dónde está Paul? —preguntó.

—En algún lugar de la casa, tomando sus lecciones con Yueh.

—Probablemente en el ala sur —dijo él—. Creo haber oído incluso la voz de Yueh, pero no he tenido tiempo de mirar. —Observó a Jessica, dudando—. He venido aquí tan sólo para colgar la llave de Castel Caladan en este salón.

Ella retuvo el aliento… era un acto definitivo de renuncia. Pero no era ni el momento ni el lugar de buscar consuelo.

—He visto nuestro estandarte sobre la casa, cuando hemos llegado —dijo ella. El miró hacia el retrato de su padre.

—¿Dónde tienes intención de colocarlo?

—En alguna de estas paredes.

—No. —La palabra era clara y definitiva, cortando cualquier intento de persuasión. Pero de todos modos debía intentarlo, aunque sólo sirviera para confirmar que no siempre podría convencerle con astucias femeninas.

—Mi señor —dijo—, si tan sólo…

—Mi respuesta sigue siendo no. Me confieso culpable de una indulgencia hacia ti por gran cantidad de cosas, pero no por esta. Acabo de pasar precisamente por el comedor y he observado que hay…

—¡Mi señor! Os lo ruego.

—La elección es entre tu digestión y mi ancestral dignidad, querida —dijo—. Lo colgaremos en el comedor.

Suspiró.

—Sí, mi señor.

—Tan pronto como sea posible podrás volver a comer como de costumbre en tus habitaciones. Exigiré que ocupes tu puesto únicamente en las ocasiones oficiales.

—Gracias, mi señor.

—¡Y no seas tan fría y formal conmigo! Dame las gracias por no haberme casado nunca contigo, querida. De otro modo, tu deber hubiera sido estar a mi lado en la mesa a cada comida.

Ella asintió, impasible.

—Hawat ha instalado ya tu detector de venenos en la mesa —dijo—. Pero tienes otro portátil en tu habitación.

—Habéis previsto incluso esta… discrepancia —dijo ella.

—Querida, pero pienso también en tu comodidad. He contratado criadas. Son locales, pero Hawat las ha seleccionado… todas ellas son Fremen. Servirán hasta que nuestra propia gente haya terminado las tareas que tienen ahora.

—¿Hay alguien en este lugar que sea realmente de fiar?

—Todos aquellos que odian a los Harkonnen. Quizá incluso quieras quedarte con el ama de llaves: la Shadout Mapes.

—¿Shadout? —dijo Jessica—. ¿Un título Fremen?

—Me han dicho que significa «excavapozos», una palabra llena de importantes implicaciones aquí. Puede que no corresponda a tu idea de la sirvienta ideal, pero Hawat habla muy bien de ella, basándose en un informe de Duncan. Ambos están convencidos de que desea servir… y especialmente servirte a ti.

—¿A mi?

—Los Fremen han sabido que eres Bene Gesserit. Y corren leyendas acerca de las Bene Gesserit.

La Missionaria Protectiva, pensó Jessica. No hay ningún lugar que se les escape.

—¿Esto significa que Duncan ha tenido éxito? —preguntó—. ¿Serán los Fremen nuestros aliados?

—No hay todavía nada concreto —dijo el Duque—. Duncan cree que antes desean observarnos un poco. De todos modos, han prometido no saquear los pueblos limítrofes durante la tregua. Es un logro más importante de lo que puede parecer. Hawat me ha dicho que los Fremen eran una profunda espina en el costado de los Harkonnen, que mantenían en secreto el alcance de sus incursiones. No querían pedirle ayuda al Emperador para que no supiera la ineficacia de las fuerzas militares de los Harkonnen.

—Un ama de llaves Fremen —murmuró Jessica, volviendo al tema de la Shadout Mapes—. Así que tendrá los ojos totalmente azules.

—No te dejes engañar por la apariencia de esa gente —dijo el Duque—. Son muy fuertes y de una profunda vitalidad. Creo que son precisamente lo que necesitamos.

—Es un juego peligroso —dijo Jessica.

—No empecemos de nuevo con esto —dijo él.

Ella forzó una sonrisa.

—Estamos en esto, no hay ninguna duda acerca de ello. —Se concentró en un rápido ejercicio de retorno a la calma: dos inspiraciones, el pensamiento ritual, y luego—: Cuando asigne las habitaciones, ¿hay alguna en especial que deseéis que os reserve para vos?

—Algún día tienes que enseñarme cómo consigues esto —dijo el Duque—, el modo de borrar todas las preocupaciones de tu mente y volver a las cosas prácticas. Debe ser algún truco Bene Gesserit.

—Es un truco femenino —dijo ella.

El sonrió.

—Bien, volvamos a la asignación de habitaciones: búscame una estancia amplia cerca de mi dormitorio. Aquí va a haber mucho más papeleo que en Caladan. Una habitación para la guardia, por supuesto. Esto será suficiente. No te preocupes por la seguridad de la casa. Los hombres de Hawat la han rastreado a fondo.

—Estoy segura de que lo han hecho.

El Duque miró su reloj.

—Y comprueba que todos nuestros relojes queden puestos a la hora local de Arrakeen. He asignado a un técnico para que se ocupe de ello. Estará aquí dentro de poco. —Le apartó un mechón de cabellos que le había caído sobre la frente—. Ahora debo volver al área de desembarco. El segundo cargamento llegará de un momento a otro.

—¿No podría ocuparse de ello Hawat, mi señor? Parecéis tan cansado…

—El buen Thufir está aún más ocupado que yo. Sabes que este planeta está infestado de las intrigas de los Harkonnen. Además, debo convencer a los mejores cazadores de especia para que se queden. Con el cambio de feudo, ya sabes, quedan libres de elegir… y el planetólogo que el Emperador y el Landsraad han designado como Arbitro del Cambio no puede ser comprado. Les ha dado la opción de elegir libremente. Casi ochocientos hombres expertos esperan para irse en el transbordador de la especia, y un cargo de la Cofradía los está aguardando.

—Mi señor… —Jessica se interrumpió, vacilante.

—¿Sí?

Nadie podrá impedirle que haga lo imposible para convertir este mundo en habitable para nosotros, pensó. Y no puedo usar mis trucos en ello.

—¿A qué hora os espero para la cena? —preguntó.

No es esto lo que ibas a decir, pensó él. Ah, mi Jessica, cómo querrías que estuviéramos lejos de aquí, no importa en qué sitio, pero lejos de este terrible lugar… solos nosotros dos, sin ninguna preocupación.

—Comeré en el campo, en la mesa de oficiales —dijo—. No me esperes hasta muy tarde. Y… ah, enviaré un coche con escolta para Paul. Quiero que asista a nuestra conferencia estratégica.

Se aclaró la garganta como si fuera a decir algo más, y luego, en silencio, dio media vuelta y sonrió, mientras Jessica oía el ruido de otra carga que era depositada en el suelo. Su voz sonó aún otra vez, imperativa y desdeñosa, en el tono con el que hablaba a los sirvientes cuando tenía prisa:

—Dama Jessica está en el vestíbulo. Reúnete con ella inmediatamente. La puerta exterior se cerró con un chasquido.

Jessica se volvió, haciendo frente al retrato del padre de Leto. Había sido realizado por un afamado artista, Albe, cuando el Viejo Duque era de mediana edad. Había sido pintado vestido de matador, con una capa magenta colgando del brazo izquierdo. El rostro se veía joven, casi tanto como el de Leto en la actualidad, y con la misma expresión de halcón, la misma mirada gris. Apretó sus puños contra los costados, mirando el retrato con odio.

—¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —susurró.

—¿Cuáles son vuestras órdenes, Noble Nacida?

Era una voz de mujer, musical como una cuerda tensada.

Jessica se volvió y se encontró frente a una mujer nudosa, de cabellos grises, vestida con las informes ropas de tela de saco de los siervos. La mujer tenía el mismo aspecto rugoso y reseco que todos los demás que la habían recibido aquella mañana, a lo largo del camino desde el campo de aterrizaje. Todos los nativos de aquel planeta, pensó Jessica, tenían aquel mismo aspecto consumido y famélico. Sin embargo, Leto había dicho que eran fuertes y sanos. Y además, por supuesto, estaban los ojos… aquellos lagos de un azul profundo sin el menor blanco, secretos, misteriosos. Jessica se esforzó por no afrontar su mirada.

La mujer inclinó brevemente la cabeza y dijo:

—Me llaman la Shadout Mapes, Noble Nacida. ¿Cuáles son vuestras órdenes?

—Puedes llamarme «mi Dama» —dijo Jessica—. No nací noble. Soy la concubina titular del Duque Leto.

De nuevo aquella extraña inclinación de cabeza, y la mujer alzó los ojos hacia Jessica con una insidiosa pregunta:

—¿Hay entonces una mujer?

—No la hay, ni la ha habido nunca. Soy la única… compañera del Duque, la madre de su heredero designado.

Mientras hablaba, Jessica se reía para sí misma del orgullo que transpiraban sus palabras. ¿Qué es lo que dijo San Agustín?, se preguntó así misma. La mente gobierna al cuerpo, y éste obedece. La mente se ordena a si misma, y encuentra resistencia. Si.. últimamente encuentra una mayor resistencia. Debería retirarme calmadamente en mí misma.

Un grito extraño sonó fuera de la casa, allá en el camino. Un grito repetido:

—¡Suu-suu-suuk! ¡Suu-suu-suuk! —y luego—: ¡Ikhut-eigh! —y luego, de nuevo—:

¡Suu-suu-suuk!

—¿Qué es esto? —preguntó Jessica— He oído varias veces este grito por las calles, esta mañana.

—Es sólo un vendedor de agua, mi Dama. Pero no tiene interés para vos. Las cisternas de esta morada contienen cincuenta mil litros, y están siempre llenas. —Inclinó la cabeza y miró sus ropas—. Vedlo, mi Dama, ¡no necesito llevar mi destiltraje aquí! —se rió—. ¡Y no he muerto!

Jessica vaciló, queriendo hacerle algunas preguntas a aquella mujer Fremen, sintiendo la necesidad de que la orientara. Pero la más urgente era poner un poco de orden en la confusión del castillo. De todos modos, la idea de que en aquel lugar el agua fuera un signo de riqueza la desconcertaba.

—Mi esposo me ha dicho tu título, Shadout —dijo Jessica—. Conozco esta palabra. Es una palabra muy antigua.

—¿Así que conocéis las antiguas lenguas? —preguntó Mapes, y la miró con una extraña intensidad.

—Las lenguas son la primera enseñanza Bene Gesserit —dijo Jessica—. Conozco el bhotani-jib y el chakobsa, todas las lenguas de los cazadores. Mapes asintió.

—Tal como dice la leyenda.

Y Jessica se preguntó: ¿Por qué estoy representando esta comedia? Pero los caminos Bene Gesserit siempre eran sinuosos y compulsivos.

Autore(a)s: