Dioses menores (Mundodisco, #13) – Terry Pratchett

—¿De veras? Creía que eran, mmm, ¿cincuenta años? No pueden haber transcurrido más de sesenta años, muchacho.

—Uh, cien años, señor. Echamos una mirada a los registros.

—De veras. ¿Cien años? ¿Cien años de tiempo? Brutha puso su cuchara en la mesa con cuidado y contempló la desnuda pared blanca que había enfrente de él.

El subdiácono se encontró volviéndose para ver qué era lo que estaba mirando el cenobiarca, pero no había nada, sólo la blancura de la pared.

—Cien años —murmuró Brutha con voz pensativa—. Mmmm. Cielos, cielos. Lo había olvidado. —Se rió —. Lo había olvidado. Cien años, ¿eh? Pero aquí y ahora, estamos…

El subdiácono se volvió en redondo.

—¿Cenobiarca? —Dio un paso hacia Brutha y palideció.

—¿Señor? —Giró sobre los talones y fue corriendo a buscar ayuda.

El cuerpo de Brutha se desplomó hacia adelante casi grácilmente, chocando con la mesa. El cuenco se volcó, y las gachas empezaron a esparcirse por el suelo.

Y después Brutha se levantó, sin mirar su cuerpo ni una sola vez.

—Ja. No te esperaba —dijo.

La Muerte dejó de apoyarse en la pared.

—Pero todavía queda tantísimo por hacer…

—SÍ. SIEMPRE QUEDA MUCHO POR HACER.

—Ah. Así que realmente hay un desierto. ¿Y todo el mundo se encuentra con esto? —preguntó Brutha.

—¿QUIÉN SABE?

—¿Y qué hay al final del desierto?

—EL JUICIO.

Brutha reflexionó durante unos momentos.

—¿En qué extremo del desierto está? —La Muerte sonrió y se hizo a un lado.

Lo que Brutha había creído era una roca sobre la arena resultó ser una figura encorvada sentada en el suelo que se agarraba las rodillas. Parecía estar paralizada por el miedo.

Brutha la miró.

—¿Vorbis? —dijo.

Miró a la Muerte.

—¡Pero Vorbis murió hace cien años!

—Sí. TENÍA QUE ATRAVESAR EL DESIERTO SIN QUE NADIE LO ACOMPAÑARA. ANDANDO, SOLO CONSIGO MISMO. SI SE ATREVÍA A HACERLO.

—¿Y lleva cien años aquí?

—PUEDE QUE NO. AQUÍ EL TIEMPO ES DISTINTO. ES MÁS… PERSONAL.

—Ah. ¿Quieres decir que cien años pueden pasar como unos cuantos segundos?

—CIEN AÑOS PUEDEN PASAR COMO EL INFINITO.

Los ojos negro-sobre-negro miraron implorantemente a Brutha, quien les tendió la mano automáticamente, sin pensar… y después titubeó.

—ERA UN ASESINO —dijo la Muerte—. Y UN CREADOR DE ASESINOS. UN TORTURADOR QUE TORTURABA DESAPASIONADAMENTE. CRUEL. IMPLACABLE. INCAPAZ DE SENTIR COMPASIÓN.

—Sí. Lo sé. Es Vorbis —dijo Brutha.

Vorbis cambiaba a las personas. A veces las cambiaba hasta tal punto que acababan convertidas en cadáveres. Pero siempre las cambiaba. Ese era su triunfo.

Brutha suspiró.

—Pero yo soy yo —dijo.

Vorbis se levantó y, después de un momento de vacilación, siguió a Brutha a través del desierto.

La Muerte los vio alejarse.

FIN

Notes

[1] O, si eres creyente en el omnianismo, el Polo.

[2] Que eran de la variedad talla única ajustable mediante tornillos.

[3] O lo habría hecho. Si hubiese estado allí. Pero no estaba. Así que no pudo hacerlo.

[4] Hacen falta cuarenta hombres con los pies en el suelo para sostener a un hombre que tiene la cabeza en las nubes.

[5] Las palabras son el papel tornasol de la mente. Si te encuentras en poder de alguien que es capaz de utilizar la palabra «Empezad» sin que se le mueva ni un solo pelo de las cejas, lárgate a otro sitio lo más deprisa que puedas. Pero si la persona en cuestión dice «Adelante», no te entretengas haciendo el equipaje.

[6] Siempre que no fuese pobre, extranjero o se considerase que no estaba cualificado para votar por ser un loco, un frívolo o una mujer.

[7] Es decir, antes de que sus habitantes permitieran que las cabras pastaran por todas partes. Cuando se trata de hacer desiertos, no hay nada como una cabra.

[8] Pero aunque comían montones de cabras, no comieron las suficientes.

[9] Al igual que muchos de los primeros pensadores, los efebianos creían que los pensamientos se originaban en el corazón y que el cerebro no era más que un artefacto que servía para enfriar la sangre.

[10] El pueblo de Fasta Benj no tenía ninguna palabra para referirse a la guerra, dado que no tenían a nadie con quien luchar y la vida ya era lo bastante dura por sí sola sin necesidad de que uno se la complicara todavía más.

Las palabras de P’Tang-P’Tang habían llegado a su mente como: «¿Te acuerdas de cuando Pacha Moj le atizó a su tío con roca grande? Pues como eso, sólo que todavía peor.»

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