Dioses menores (Mundodisco, #13) – Terry Pratchett

—¿Vorbis? —graznó Brutha.

—¿Qué? —preguntó secamente el diácono.

—Vas a morir.

Apenas si fue un susurro, pero rebotó en las puertas de bronce y atravesó el Lugar…

E hizo que la gente se sintiera un poco inquieta, aunque no hubieran podido decir por qué.

El águila atravesó la plaza, volando tan bajo que la gente se agachó para esquivarla. Dejó atrás el techo del templo y comenzó a describir una gran curva en dirección a las montañas. Los que la habían estado siguiendo con la mirada se relajaron. No era más que un águila. Por un instante, sólo por un instante…

Nadie vio el puntito minúsculo que caía del cielo.

No pongas tu fe en los dioses. Pero puedes creer en las tortugas.

Una sensación de viento soplando través de la mente de Brutha, y una voz…

—ohmaldiciónmaldiciónmaldiciónsocorroaargh NoNoAarghMaldición NONOAARGH…

El mismo Vorbis tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para calmarse. Había habido un momento, cuando vio al águila… pero no…

Extendió los brazos y sonrió beatíficamente al cielo.

—Lo siento —dijo Brutha.

Después una o dos personas, que habían estado mirando a Vorbis en aquellos instantes, dijeron que hubo el tiempo justo para que su expresión cambiara antes de que un kilo de tortuga que viajaba a tres metros por segundo le diera entre los ojos.

Fue una revelación.

Y una revelación siempre afecta a las personas que asisten a ella. Para empezar, creen con todo su corazón.

Brutha fue consciente de un ruido de pies que subían corriendo por la escalera y de manos que tiraban de sus cadenas.

Y después habló una voz:

—I. Es Mío.

El Gran Dios se alzó por encima del Templo, fluyendo y cambiando a medida que la fe de millares de personas entraba en él. Había formas allí, de hombres con cabeza de águila, y toros, y cuernos dorados, pero se enredaban y ardían y se fusionaban unas con otras.

Cuatro haces de fuego surgieron de las nubes e hicieron pedazos las cadenas que aprisionaban a Brutha.

—II. Es Cenobiarca Y Profeta De Profetas.

La voz de la teofanía resonó en las lejanas montañas.

—III. ¿Oigo Alguna Objeción? ¿No? Bien.

La nube se había condensado en una rielante figura dorada, tan alta como el Templo. La figura se inclinó hasta que su rostro estuvo a un par de metros de Brutha, y en un susurro que retumbó por todo el Lugar dijo:

— IV. No Te Preocupes. Esto Sólo Es El Comienzo. ¡Tú Y Yo, Chaval! Ahora Sabrán Lo Que Es El Auténtico Llanto y Crujir De Dientes.

Otro haz de llamas se estrelló contra las puertas del Templo. Estas se cerraron de golpe, y después el bronce al rojo blanco empezó a fluir, borrando los mandamientos de siglos.

— V. ¿Qué Va A Ser, Profeta? —Brutha se levantó penosamente, tambaleándose y a punto de caer. Urna lo sostuvo por un brazo, y Simonía por el otro.

—¿Mm? —balbuceó confundido.

— VI. ¿Tus Mandamientos?

—Creía que se suponía que emanaban de ti —dijo Brutha—. No sé si se me ocurrirá alguno…

El mundo esperó.

—¿Qué te parecería «Piensa por Ti Mismo»? —sugirió Urna, contemplando con horrorizada fascinación la manifestación divina.

—No —dijo Simonía —. Prueba con algo como «La Cohesión Social es la Clave del Progreso».

—Hombre, no me parece uno de esos mandamientos que se te quedan a la primera —dijo Urna.

—Si puedo seros de alguna ayuda —dijo Me-Corto-La-Mano Dhblah desde la multitud—, algo que beneficiara a la industria de la alimentación recreativa sería muy bienvenido.

—No matar a la gente. Ese sí no nos iría nada mal —propuso alguien más.

—Sería un buen comienzo —dijo Urna.

Miraron al Elegido. Este se liberó de las manos que lo sujetaban y se sostuvo en pie por sí solo, bamboleándose ligeramente.

—Nooo —dijo Brutha—. No. Antes yo también pensaba así, pero no serviría de nada. En realidad no.

Ahora, dijo. Sólo ahora. Un único punto en la historia. No mañana ni el mes que viene, porque siempre será demasiado tarde a menos que sea ahora.

Lo miraron sin decir nada.

—Oh, vamos —dijo Simonía—. ¿Qué le ves de malo? No puede estar más claro.

—Es difícil de explicar —dijo Brutha—. Pero creo que tiene algo que ver con la manera en que debería comportarse la gente. Creo que… deberías hacer las cosas porque está bien hacerlas. No porque los dioses lo digan. La próxima vez podrían decir algo distinto.

—VII. Pues A Mí Me Gustaría Que Hubiera Uno Acerca Del No Matarás —dijo Om desde las alturas.

—VIII. Suena Realmente Bien. Y Ahora Espabila, Porque Tengo Unos Cuantos Fulminamientos Pendientes.

—¿Lo ves? —dijo Brutha—. No. Nada de fulminar. Y nada de mandamientos a menos que tú también los obedezcas.

Om dejó caer el puño sobre el techo del Templo.

— IX. ¿Me Estás Dando Órdenes? ¿Aquí? ¿AHORA? ¿A MÍ?

—No. Te lo estoy pidiendo.

— X. ¡Eso Es Peor Que Ordenarlo!

—Todo tiene dos caras.

Om volvió a dejar caer la mano sobre su Templo. Un muro se derrumbó. Aquella parte de la multitud que no había logrado salir huyendo del Lugar redobló sus esfuerzos.

— XI. ¡Tiene Que Haber Castigo! ¡De Otra Manera No Habría Orden!

—No.

— XII. ¡No Te Necesito! ¡Ahora Tengo Suficientes Creyentes!

—Pero sólo a través de mí. Y, quizá, no por mucho tiempo. Todo volverá a ocurrir. Ha ocurrido antes. Ocurre continuamente. Por eso mueren los dioses. Nunca creen en las personas. Pero tú tienes una posibilidad. Lo único que has de hacer es… creer.

— XIII. ¿Qué? ¿Escuchar Plegarias Estúpidas? ¿Velar Por Los Niños Pequeños? ¿Hacer Llover?

—A veces. No siempre. Podría ser un trato.

— XIV. ¡UN TRATO! ¡Yo No Hago Tratos! ¡No Con Humanos!

—Hazlo ahora —dijo Brutha—. Mientras tienes ocasión. O un día tendrás que entendértelas con Simonía, o con alguien como él. O con Urna, o con alguien como él.

—XV. Podría Destruirte Por Completo.

—Sí. Estoy totalmente en tu poder.

— XVI. ¡Podría Aplastarte Como A Un Huevo!

—Sí.

Om guardó silencio.

Después dijo:

—XVII. No Puedes Emplear La Debilidad Como Un Arma.

—Es la única de que dispongo.

— XVIII. ¿Por Qué Debería Doblegarme, Entonces?

—Doblegarte no. Hacer un trato. Tratar conmigo en mi posición de debilidad. O un día tendrás que hacer un trato con alguien en una posición de poder. El mundo cambia.

— XIX. ¡Ja! ¿Quieres Una Religión Constitucional?

—¿Por qué no? Las otras no han dado resultado.

Om se apoyó en su Templo. Ya no estaba tan enfadado.

— Cap. II v. I. Muy Bien. Pero Sólo Durante Un Tiempo. —Una sonrisa se extendió por el enorme rostro vaporoso —. Cien Años. ¿De Acuerdo?

—¿Y cuando hayan pasado cien años?

—II. Ya Veremos.

—Trato hecho.

Un dedo de la longitud de un árbol se desplegó, descendió y tocó a Brutha.

— III. Sabes Ser Persuasivo. Te Hará Falta. Se Aproxima Una Flota.

—¿Efebianos? —dijo Simonía.

IV. Y Tsorteanos. Y Djelibyebianos. Y Klatchianos. Cada País Libre Que Hay A Lo Largo De La Costa. Para Darle Una Lección a Omnia.

—No tenéis demasiados amigos, ¿verdad? —dijo Urna.

—Omnia no me cae bien ni siquiera a mí, y eso que soy omniano —dijo Simonía. Alzó la mirada hacia el dios —. ¿Nos ayudarás?

V. ¡Ni Siquiera Crees En Mí!

—Cierto, pero soy un hombre práctico.

— VI. Y Valiente, También, Pues Declaras Tu Ateísmo Ante Tu Dios.

—¡Eso no cambia nada, sabes! —dijo Simonía—. ¡No creas que podrás hacerme cambiar de parecer sólo con existir!

—Nada de ayuda —dijo Brutha con firmeza.

—¿Qué? —dijo Simonía—. ¡Vamos a necesitar un ejército muy poderoso contra toda esa pandilla!

—Sí. Y como no lo tenemos, tendremos que hacerlo de otra manera.

—¡Estás loco!

La calma de Brutha era como un desierto.

—Podría ser.

—¡Debemos luchar!

—Todavía no.

Simonía apretó los puños, visiblemente enfadado.

—Mira… Oye… Moríamos por mentiras. Llevamos siglos muriendo por mentiras. —Señaló al dios —. ¡Ahora tenemos una verdad por la cual morir!

—No. Los hombres deberían morir por las mentiras. Pero la verdad es demasiado preciosa para morir por ella.

Simonía abrió y cerró la boca sin que de ella saliera sonido alguno mientras buscaba palabras con las que responderle. Finalmente, encontró algunas en el alba de su educación.

—Me dijeron que no había destino más noble que morir por un dios —balbuceó.

—Vorbis decía eso. Y era… un estúpido. Puedes morir por tu país o por tu gente o por tu familia, pero por un dios deberías llevar una existencia plena y muy ocupada hasta el último día de una larga vida.

—¿Y cuánto tiempo va a ser eso?

—Ya veremos.

Brutha alzó los ojos hacia Om.

—¿No volverás a mostrarte de esta manera?

Cap. III v. I. No. Con Una Vez Es Suficiente.

—Acuérdate del desierto.

—II. No Lo Olvidaré.

—Camina conmigo.

Brutha fue hasta el cuerpo de Vorbis y lo levantó del suelo.

—Creo que desembarcarán en la playa del lado efebiano de los fuertes —dijo —. No utilizarán la costa rocosa y no pueden utilizar los acantilados. Los esperaré allí. —Bajó la mirada hacia Vorbis —. Alguien debería hacerlo.

—No estarás diciendo que piensas ir allí solo, ¿verdad? —Diez mil no serían suficientes. Uno quizá baste.

Bajó por la escalera.

Urna y Simonía lo vieron marchar.

—Va a morir —dijo Simonía—. Ni siquiera será una mancha de grasa sobre la arena. —Se volvió hacia Om—. ¿Puedes detenerlo?

— III. Cabe La Posibilidad De Que No Pueda.

Brutha ya había cruzado medio Lugar.

—Bueno, pues nosotros no vamos a abandonarlo —dijo Simonía.

— IV. Bien.

Om también los vio marchar. Y entonces se quedó solo, salvo por los millares que lo contemplaban apelotonados alrededor del gran cuadrado. Le habría gustado saber qué podía decirles. Por eso necesitaba a personas como Brutha. Por eso todos los dioses necesitaban a personas como Brutha.

—Eh… eh… ¿Disculpad? —El dios miró hacia abajo.

—Ejem. No puedo venderos nada, ¿verdad?

— VI. ¿Cómo Te Llamas?

—Dhblah, dios.

VII. Ah. Sí. ¿Y Qué Es Lo Que Deseas?

El mercader empezó a dar nerviosos saltitos.

—Estaba pensando en un pequeño mandamiento de nada, cualquier cosilla que os parezca bien. ¿Algo sobre comer yogur los miércoles, sí? Los miércoles siempre son muy mal día para los negocios.

VIII. ¿Compareces Ante Tu Dios Y Buscas Oportunidades Comerciales?

—Bueeeeeno, podríamos llegar a un acuerdo —dijo Dhblah—. Como dicen los exquisidores, hay que batir el hierro mientras está caliente. Jajaja. ¿Veinte por ciento? ¿Qué me decís? Gastos deducidos, naturalmente…

El Gran Dios Om sonrió.

— IX. Me Parece Que Serás Un Pequeño Profeta, Dhblah —dijo.

—Claro. Claro. No aspiro a más. Sólo quiero ganarme la vida honradamente y todas esas cosas.

— X. Y A Las Tortugas Hay Que Dejarlas En Paz.

Dhblah ladeó la cabeza.

—No canta, ¿verdad? —dijo —. Pero… collares de tortuga… hmmm… y broches, por supuesto. La concha de…

— XI. ¡No!

—Lo siento, lo siento. Sí, comprendo a qué os referís. Muy bien. Estatuas de tortugas. S-ííí. Ya he pensado en ellas. Una forma preciosa. Por cierto, ¿no podríais hacer que una estatua se bamboleara de vez en cuando? Son muy beneficiosas para los negocios, las estatuas bamboleantes. La estatua de Ossory se bambolea sin falta cada Ayuno de Ossory. Mediante un pequeño pistón accionado desde el sótano, dicen. Pero aun así va muy bien para los profetas.

— XII. Me Haces Reír, Pequeño Profeta. Vende Tus Tortugas, Claro Que Sí.

—A decir verdad —murmuró Dhblah—, el caso es que ya he hecho unos cuantos dibujos…

Om se desvaneció. Hubo un breve retumbar de truenos. Dhblah contempló sus esbozos con expresión pensativa.

—… pero supongo que tendré que quitarles la figurita —dijo, más o menos para sí mismo.

El alma de Vorbis miró en torno a ella.

—Ah. El desierto —dijo.

La negra arena permanecía inmóvil bajo el cielo lleno de estrellas. Parecía muy fría.

Vorbis no tenía planeado morir, al menos no todavía. De hecho no conseguía recordar cómo había muerto.

—El desierto —repitió, y esta vez hubo un atisbo de incertidumbre en su voz. Vorbis siempre había estado absolutamente seguro de todo a lo largo de su… vida. La sensación era nueva y aterradora. ¿Era aquello lo que sentían las personas corrientes? Se serenó.

La Muerte estaba impresionada. Muy pocas personas lograban aferrarse a su antigua manera de pensar después de haber muerto.

La Muerte no disfrutaba con su trabajo. Esa era una emoción que le costaba concebir. Pero sí que había algo llamado satisfacción.

—Bien —dijo Vorbis —. El desierto. ¿Y al final del desierto…?

—EL JUICIO.

—Sí, sí, por supuesto.

Vorbis trató de concentrarse. No lo consiguió. Podía sentir cómo la certeza se iba disipando rápidamente. Y él siempre había estado seguro.

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