Dioses menores (Mundodisco, #13) – Terry Pratchett

—¡Los libros pierden!

—No veo cómo puede ocurrir eso —dijo Didáctilos —. Dijiste que te limitaste a echarles un vistazo, ¿verdad? No los leíste. No sabes qué significan.

—¡Ellos saben lo que significan!

—Oye, oye. No son más que libros, de la naturaleza de los libros — dijo Didáctilos—. No son mágicos. Si pudieras saber qué contienen los libros con sólo mirarlos, entonces Urna sería un genio.

—¿Qué le pasa? —preguntó Simonía.

—Cree que sabe demasiado.

—¡No! ¡No sé nada! Porque en realidad esto no es saber — dijo Brutha—. ¡Sólo acabo de recordar que los calamares tienen un soporte cartilaginoso interno!

—Sí, supongo que eso puede poner nervioso a cualquiera — dijo Simonía—. Uh. ¿Sacerdotes? Están todos locos.

—¡No! ¡Es que no sé lo que significa cartilaginoso!

—Tejido conectivo esquelético —dijo Didáctilos —. Piensa en ososo y coriáceo al mismo tiempo.

Simonía soltó un bufido.

—Vaya, vaya —dijo—. Vivimos y aprendemos, tal como habías dicho.

—Algunos de nosotros incluso lo hacemos en orden inverso — dijo Didáctilos.

—¿Se supone que eso significa algo?

—Es filosofía —dijo Didáctilos —. Y siéntate, muchacho. Estás moviendo la embarcación. Ya vamos un poco sobrecargados sin necesidad de que encima la balancees.

—Está siendo mantenido a flote por una fuerza ascensional igual al peso del fluido desplazado —murmuró Brutha, que se encontraba cada vez peor.

—¿Hmmm?

—Salvo que no sé lo que significa ascensional.

Urna levantó la vista de la esfera.

—Ya podemos reanudar la travesía —dijo—. Lo único que necesito es que eche un poco de agua aquí dentro con su casco, caballero.

—¿Y después volveremos a movernos?

—Bueno, podremos empezar a acumular vapor —dijo Urna, limpiándose las manos en la toga.

—Verás, hay varias maneras de aprender las cosas —dijo Didáctilos—. Esto me recuerda aquella ocasión en que el viejo príncipe Lasgere de Tsort me preguntó cómo podía convertirme en un hombre instruido, especialmente dado que nunca tenía tiempo para todo eso del leer. Le dije a su alteza que no había ninguna vía real que llevara al conocimiento, y él me dijo: «Pues o construyes una o mandaré que te corten las piernas. Usa todos los esclavos que quieras.» Un enfoque refrescantemente directo, si queréis saber mi opinión. El viejo Lasgere siempre supo cortar por lo sano, especialmente cuando se trataba de personas.

—¿Por qué no te cortó las piernas? —preguntó Urna.

—Le construí su vía real. Más o menos.

—¿Cómo? Creía que sólo era una metáfora.

—Estás aprendiendo, Urna. Bueno, localicé a una docena de esclavos que sabían leer e hice que pasaran la noche en el dormitorio del príncipe murmurándole pasajes selectos mientras dormía.

—¿Y funcionó?

—No lo sé. El tercer esclavo le hundió una daga de quince centímetros en la oreja. Después de la revolución, el nuevo gobernante me dejó salir de la cárcel y dijo que podía irme del país si prometía que no se me ocurriría nada hasta después de que hubiese cruzado la frontera. Pero en principio no creo que hubiera nada de malo en la idea.

Urna sopló sobre el fuego.

—Tarda un poco en calentar el agua —explicó.

Brutha volvía a estar acostado en la popa. Si se concentraba, podía hacer que el conocimiento dejara de fluir.

El truco estaba en evitar mirar las cosas. Hasta una nube…

… concebida por la filosofía natural como un medio de ocasionar sombra sobre la superficie del mundo, evitando así el recalentamiento excesivo…

… causaba una intrusión. Om estaba profundamente dormido.

Saber sin aprender, pensó Brutha. No. Al revés. Aprender sin saber…

Nueve décimas partes de Om dormitaban dentro de su concha. El resto de él flotaba como una neblina en el verdadero mundo de los dioses, el cual es mucho menos interesante que el mundo tridimensional habitado por la mayor parte de la humanidad.

Somos una pequeña embarcación, pensaba Om. Probablemente ni siquiera se dará cuenta de que estamos aquí.

Tiene un océano entero que atender, ¿verdad? No puede estar en todas partes.

Claro que ella tiene muchos creyentes. Pero sólo somos una pequeña embarcación.

Sintió las mentes de peces curiosos que estaban husmeando alrededor del extremo del tornillo. Lo cual era bastante extraño, porque en el curso normal de las cosas los peces no son conocidos por su…

—Saludos —dijo la Reina del Mar.

—Ah.

—Veo que te las has arreglado para seguir existiendo, pequeña tortuga.

—Sí, aquí estamos —dijo Om—. No hay problema.

Hubo una pausa que, si hubiera estado teniendo lugar entre dos personas en el mundo humano, habría sido dedicada a toser y poner caras de incomodidad. Pero los dioses nunca se sienten incómodos.

—Supongo que habrás venido en busca de tu precio —dijo Om, poniéndose a la defensiva.

—Este navío y todo lo que hay en él —dijo la Reina—. Pero tu creyente puede ser salvado, como es costumbre.

—¿De qué te van a servir? Uno de ellos es ateo.

—¡Ja! En el último momento todos creen.

—Eso no parece muy… — Om titubeó—. ¿Justo?

Esta vez fue la Reina del Mar la que puso cara pensativa.

—¿Justo? ¿Qué es eso?

—¿Como la… justicia subyacente? —dijo Om, y se preguntó por qué lo había dicho.

—Pues a mí me suena a idea humana.

—Tienen mucha inventiva, de eso no cabe duda. Pero yo me refería a que… Bueno, lo que quería decir era que… no han hecho nada para merecérselo.

—¿Merecérselo? Son humanos. ¿Qué tiene que ver el que se lo merezcan o no?

Om tuvo que admitir que en eso la Reina del Mar llevaba razón. No estaba pensando como un dios. Aquello lo irritó un poco.

—Es sólo que…

—Llevas demasiado tiempo confiando en un humano, pequeño dios.

—Lo sé. Lo sé. — Om suspiró. Las mentes perdían, y lo que perdía una acababa infiltrándose dentro de la otra.

Estaba viendo demasiadas cosas desde un punto de vista humano —. Bien, quédate con la embarcación. Si tienes que hacerlo. Es sólo que me gustaría que fuera…

—¿Justo? —preguntó la Reina del Mar. Fue hacia él, y Om sintió su presencia rodeándolo por todas partes —. Lo justo no existe. La vida es como una playa, y después mueres.

Y desapareció.

Om dejó que su esencia se retirara a la concha de su concha.

—¿Brutha?

—¿Sí?

—¿Sabes nadar? El globo empezó a girar.

Brutha le oyó decir a Urna: «Ya está. Enseguida volveremos a movernos.»

—Más vale. —La voz de Simonía—. Hay un barco ahí fuera.

—Esta cosa va más deprisa que cualquier embarcación con velas o remos.

Brutha miró hacia el final de la bahía. Un esbelto navío omniano estaba pasando por delante del faro. Todavía se encontraba muy lejos, pero Brutha lo contempló con un temor y una expectación que aumentaban mejor que los telescopios.

—Se mueve muy deprisa —dijo Simonía—. No lo entiendo, porque no hay viento.

Urna examinó la calma que los rodeaba.

—No puede haber viento allí y no haberlo aquí —dijo.

—¡Te he preguntado que si sabes nadar! —insistió la voz de la tortuga dentro de la cabeza de Brutha.

—No lo sé —dijo Brutha.

—¿Crees que podrías averiguarlo deprisa? Urna levantó la vista.

—Oh —dijo.

Las nubes se habían acumulado encima del Bote Anónimo, y giraban visiblemente.

—¡Tienes que saberlo! —chilló Om—. ¡Creía que tenías una memoria perfecta!

—Solíamos chapotear en la gran cisterna de la aldea —murmuró Brutha—. ¡No sé si eso cuenta!

Una masa de niebla agitó la superficie del mar. Brutha sintió un súbito chasquido en las orejas. Y aun así el navío omniano seguía aproximándose, volando sobre las olas.

—¿Cómo se llama lo que ocurre cuando tienes una calma absoluta rodeada de vientos…? —comenzó a preguntar Urna.

—¿Huracán? —dijo Didáctilos.

Un rayo chisporroteó entre el cielo y el mar. Urna tiró de la palanca que introducía el tornillo en el agua. Sus ojos brillaban casi tan intensamente como el rayo.

—Eso sí es poder —dijo—. ¡Controlar el rayo! ¡El sueño de la humanidad! El Bote Anónimo salió disparado.

—¿De veras? Pues no es mi sueño —dijo Didáctilos —. Yo siempre sueño con una zanahoria gigante que me persigue a través de un campo de langostas.

—Me refería al sueño metafórico, maestro —dijo Urna.

—¿Qué es una metáfora? —preguntó Simonía.

—¿Qué es un sueño? —preguntó Brutha.

Una columna de rayos ribeteó la niebla. Relámpagos secundarios surgieron del globo que giraba velozmente.

—Puedes obtenerlo a partir de los gatos —dijo Urna, perdido en un mundo filosófico propio mientras el Bote

Anónimo iba dejando una estela blanca tras de sí—. Los acaricias con una varilla de ámbar, y obtienes relámpagos diminutos… Si pudiera aumentar eso un millón de veces, ningún hombre volvería a ser un esclavo y podríamos capturarlo dentro de recipientes y librarnos de la noche…

Un rayo cayó a unos metros de ellos.

—Estamos en una embarcación con una gran bola de cobre justo en medio de una masa de agua salada —dijo Didáctilos —. Gracias, Urna.

—Y los templos de los dioses estarían magníficamente iluminados, por supuesto —se apresuró a decir Urna.

Didáctilos golpeó el casco con su bastón.

—Una idea realmente magnífica, pero nunca dispondrías de gatos suficientes —dijo. El mar se estaba picando.

—¡Salta al agua! —gritó Om.

—¿Por qué? —preguntó Brutha.

Una ola casi volcó la embarcación. La lluvia siseaba sobre la superficie de la esfera, produciendo una espuma abrasadora.

—¡No tengo tiempo para explicártelo! ¡Salta por la borda! ¡Es por tu bien! ¡Confía en mí!

Brutha se puso en pie y se agarró a la armazón de la esfera para no perder el equilibrio.

—¡Siéntate! —dijo Urna.

—Voy a salir —dijo Brutha—. Puede que tarde un rato en volver.

La embarcación se bamboleó debajo de él cuando medio saltó medio cayó al mar hirviente.

Un rayo dio de lleno en la esfera.

Cuando Brutha salió a la superficie vio, por un momento, el globo al rojo blanco y al Bote Anónimo, con su tornillo casi fuera del agua, saliendo disparado como un cometa a través de la niebla. La embarcación desapareció entre las nubes y la lluvia. Un instante después, por encima del estruendo de la tormenta, se oyó un retumbar ahogado.

Brutha levantó la mano. Om salió a la superficie, expulsando agua de mar por el hocico.

—¡Dijiste que era lo mejor que podía hacer! —gritó Brutha.

—¿Y bien? ¡Todavía estamos vivos! ¡Y sostenme por encima del agua! ¡Las tortugas no saben nadar!

—¡Pero los demás pueden haber muerto!

—¿Quieres reunirte con ellos?

Una ola sumergió a Brutha. Por un instante el mundo se convirtió en un telón verde oscuro que zumbaba dentro de sus oídos.

—¡No puedo nadar con una sola mano! —gritó en cuanto hubo logrado volver a la superficie.

—¡Nos salvaremos! Ella nunca se atrevería a…

—¿Qué quieres decir?

Otra ola embistió a Brutha, y la succión tiró de su túnica.

—¿Om?

—¿Sí?

—Me parece que no sé nadar…

Los dioses no son muy dados a la introspección, ya que para ellos nunca ha sido una característica que contribuya a la supervivencia. Siempre les ha bastado con la habilidad de engatusar, amenazar y aterrorizar.

Cuando puedes aplastar ciudades enteras a voluntad, la tendencia a reflexionar en silencio y ver-las-cosas-desde-el-punto-de-vista-del-otro rara vez resulta necesaria.

Lo cual había conducido, por todo el multiuniverso, a que hombres y mujeres tremendamente brillantes y dotados de una inmensa empatía dedicaran toda su vida a servir a deidades que no habrían podido ganarles en una partida de dominó. La hermana Sestina de Quirm, por ejemplo, desafió la ira de un reyezuelo local, anduvo por encima de un lecho de carbones encendidos sin sufrir daño alguno y propuso una filosofía sobre la ética sensata en nombre de una diosa a la que sólo le interesaban los peinados, y el hermano Zefilita de Klatch abandonó sus vastas propiedades y a su familia y pasó el resto de su vida cuidando de los enfermos y los pobres en nombre del invisible dios F’rum, generalmente considerado incapaz, en el caso de que hubiera tenido un trasero, de encontrárselo con las dos manos, en el caso de que hubiera tenido manos. Los dioses nunca necesitan ser muy inteligentes cuando hay humanos cerca que pueden encargarse de ser inteligentes por ellos.

La Reina del Mar estaba considerada como francamente mema incluso por otros dioses. Pero había una cierta lógica en sus pensamientos mientras se desplazaba por debajo de las olas agitadas por la tormenta. La pequeña embarcación había sido un blanco tentador…, pero allí había otro más grande, lleno de personas, que iba directamente hacia la tormenta.

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