Dioses menores (Mundodisco, #13) – Terry Pratchett

—¿Un creyente?

—La cuestión no es que tenga un creyente o que tenga muchos —dijo Om—. Tengo mis derechos.

—¿Y qué derechos exiges, pequeña tortuga? —preguntó la Reina del Mar.

—Salva al navío —dijo Om. La Reina guardó silencio.

—Tienes que acceder a la petición —dijo Om—. Son las reglas.

—Pero puedo fijar el precio —repuso la Reina del Mar.

—Eso también está en las reglas.

—Y será alto.

—Será pagado.

La columna de agua empezó a desplomarse sobre las olas.

—Me lo pensaré.

Om contempló el blanco mar. El barco se escoró, haciendo resbalar a Om cubierta abajo, y después volvió a enderezarse. Una uña delantera logró engancharse en la cuaderna mientras la concha de Om giraba locamente, y por un momento ambas patas traseras se agitaron impotentemente sobre las aguas.

Y entonces una sacudida desprendió a Om.

Algo blanco bajó hacia él mientras pasaba por encima del borde y Om lo mordió.

Brutha chilló y subió la mano, con Om colgando del extremo de ella.

—¡No tenías por qué morder!

El barco se metió en una ola y lanzó a Brutha a la cubierta. Om se soltó y salió rodando.

Cuando Brutha logró levantarse, o al menos ponerse a cuatro patas, vio a los tripulantes de pie alrededor de él.

Dos marineros lo agarraron por los codos mientras una ola chocaba con el casco.

—¿Qué estáis haciendo?

Intentaban evitar mirarlo a la cara. Lo llevaron a rastras hacia la barandilla.

En algún lugar entre los embornales, Om llamaba a gritos a la Reina del Mar.

—¡Lo pone en las reglas! ¡Las reglas!

Cuatro marineros habían cogido a Brutha. Om podía oír, por encima del rugir de la tormenta, el silencio del desierto.

—Esperad —dijo Brutha.

—No es nada personal —dijo un marinero —. No queremos hacerlo.

—Yo tampoco quiero que lo hagáis —dijo Brutha—. ¿Eso sirve de alguna ayuda?

—El mar quiere una vida —dijo el marinero de mayor edad —. La tuya es la más próxima. Bueno, ahora vamos a…

—¿Puedo ponerme en paz con mi Dios?

—¿Qué?

—Si vais a matarme, ¿puedo rezar a mi Dios antes?

—No vamos a matarte —dijo el marinero —. Será el mar quien te matará.

—«La mano que comete el acto es culpable del crimen» —dijo Brutha—. Ossory, capítulo LVI, versículo 93.

Los marineros se miraron. En un momento como aquel probablemente no fuese prudente enemistarse con ningún dios. El barco empezó a caer por la pendiente de una ola.

—Tienes diez segundos —dijo el marinero más viejo —. Eso son diez segundos más de los que se les dan a muchos hombres.

Brutha se tumbó sobre la cubierta, algo en lo que fue considerablemente ayudado por otra ola que embistió el maderamen.

Para su sorpresa, Om fue más o menos consciente de la plegaria. No podía distinguir las palabras, pero la plegaria propiamente dicha era un picor en el fondo de su mente.

—A mí no me mires —dijo, tratando de enderezarse—. Se me han terminado las opciones…

El barco cayó…

… hacia un mar tranquilo.

La tormenta seguía rugiendo, pero sólo alrededor de un círculo que se iba agrandando con el barco en su centro.

Los rayos que acuchillaban el mar los rodeaban como los barrotes de una jaula.

El círculo se prolongó ante ellos. El barco empezó a avanzar con creciente rapidez por un estrecho canal de calma entre muros grises de tormenta que medían un kilómetro de altura. Fuegos eléctricos hervían en las alturas.

Y de pronto desaparecieron.

Detrás de ellos, una montaña grisácea se sentó sobre el mar. Los últimos ecos del trueno se desvanecieron.

Brutha se levantó torpemente, dando traspiés de un lado a otro para compensar un movimiento que ya no estaba allí.

—Y ahora yo… —comenzó.

Estaba solo. Los marineros habían huido.

—¿Om? —dijo Brutha. —Aquí arriba.

Brutha extrajo a su Dios de entre las algas.

—¡Dijiste que no podías hacer nada! —lo acusó.

—No he sido y…

Om se calló. Habrá un precio, pensó. No será módico. No puede ser módico. La Reina del Mar es una deidad.

Yo también aplasté unas cuantas ciudades en mis tiempos. Fuego sagrado, esa clase de cosas. Si el precio no es alto, ¿cómo te va a respetar la gente?

—Hice algunos arreglos —dijo.

Olas de maremoto. Un barco que se hunde. Un par de ciudades que desaparecen bajo el mar. Será algo así. Si la gente no respeta entonces no temerá, y si no teme, ¿cómo vas a hacer que crean? Parece injusto. Un hombre mató a una marsopa. Claro que a la Reina le da igual quién salga despedido por la borda, de la misma manera en que a él le daba igual qué marsopa mataba. Eso es injusto, porque fue Vorbis quien lo hizo. Vorbis hace que las personas hagan cosas que no deberían hacer…

¿Qué estoy pensando? Antes de ser una tortuga, ni siquiera conocía el significado de la palabra «injusto».

Las escotillas se abrieron. Las personas salieron a cubierta y se agarraron a la barandilla. Estar en cubierta cuando hay tormenta siempre contiene la posibilidad de acabar en las olas, pero incluso esa posibilidad empieza a parecer atractiva después de horas bajo cubierta con caballos asustados y pasajeros mareados.

No hubo más tormentas. El barco avanzaba impulsado por vientos favorables, bajo un cielo despejado y en un mar tan desprovisto de vida como el abrasador desierto.

Los días transcurrieron sin novedades. Vorbis pasaba la mayor parte del tiempo bajo cubierta.

La tripulación trataba a Brutha con cauteloso respeto. Noticias como Brutha circulan muy deprisa.

Allí la costa era dunas con alguna que otra salina pantanosa. Una capa de calina flotaba sobre la tierra. Era la clase de costa donde la perspectiva de que un naufragio te lleve a ella se volvía más temible que la de ahogarse.

No había aves marinas. Incluso los pájaros que habían estado siguiendo al barco para hacerse con las sobras habían desaparecido.

—No hay águilas —dijo Om. Eso había que reconocerlo.

Hacia el anochecer del cuarto día el nada edificante panorama fue puntuado por un destello de luz, en lo alto del mar de dunas. La luz destellaba con una especie de ritmo. El capitán, que a juzgar por su rostro llevaba algún tiempo sin disfrutar regularmente de la compañía del sueño durante la noche, mandó llamar a Brutha.

—Su… Vuestro… El diácono me dijo que lo avisara cuando viera esto —explicó—. Ve a traerlo.

Vorbis ocupaba un camarote cerca de las sentinas, donde el aire era tan espeso como una sopa clara. Brutha llamó a la puerta.

—Adelante. [5]

Allí abajo no había portillas. Vorbis estaba sentado en la oscuridad.

—¿Sí, Brutha?

—El capitán me ha enviado a llamaros, señor. Algo brilla en el desierto.

—Muy bien. Y ahora escúchame con atención, Brutha. El capitán tiene un espejo. Irás a pedirle que te lo preste.

—Eh… ¿Qué es un espejo, señor?

—Un artilugio impío y prohibido —explicó Vorbis —. Que desgraciadamente puede ser puesto al servicio del Dios. El capitán lo negará, por supuesto. Pero un hombre con una barba tan pulcra y un bigotito tan minúsculo es vanidoso, y un hombre vanidoso ha de tener su espejo. Así que llévatelo. Y después ponte al sol y mueve el espejo de tal manera que proyecte sus rayos hacia el desierto. ¿Comprendes?

—No, señor —dijo Brutha.

—Tu ignorancia es tu protección, hijo mío. Y después vuelve y dime qué has visto.

Om dormitaba al sol. Brutha le había encontrado un hueco cerca del extremo puntiagudo en el que podía tomar el sol con escaso peligro de ser visto por la tripulación y además, en aquellos momentos y en todo caso, la tripulación estaba demasiado nerviosa para andar buscándose problemas.

Una tortuga sueña…

… durante millones de años.

Era el tiempo del sueño. El tiempo que aún no había sido formado.

Los dioses menores parloteaban y zumbaban en los lugares desérticos, y los lugares fríos, y los lugares profundos. Se arremolinaban en la oscuridad, sin memoria pero impulsados por la esperanza y el deseo de la única cosa, la única cosa que anhela un dios: fe.

En las profundidades del bosque no hay árboles de tamaño mediano. Allí sólo están los inmensos, cuyo dosel se despliega a través del cielo. Debajo, en la penumbra, no hay sitio para nada que no sea musgos o helechos. Pero cuando un gigante cae, dejando un poco de espacio… entonces se produce una carrera entre los árboles que crecen a cada lado, que quieren extenderse, y los brotes de abajo, que se apresuran a crecer hacia arriba.

A veces puedes hacerte tu propio espacio.

Los bosques estaban muy alejados de los desiertos. La voz sin nombre que iba a ser Om flotaba en el viento sobre el confín del desierto, tratando de ser oída entre incontables voces más, tratando de evitar que la empujaran hacia el centro. Puede que girase allí durante millones de años, porque no disponía de nada con lo cual medir el tiempo. Lo único que tenía era esperanza, y un cierto sentido de la presencia de las cosas. Y una voz.

Y entonces llegó un día. En cierto sentido, fue el primer día.

Om era consciente de la presencia del pastor desde hacía algún tiem…, bueno, simplemente era consciente de ella. El rebaño se había ido acercando cada vez más. Las lluvias habían sido escasas. El pasto escaseaba. Bocas hambrientas impulsaban a patas hambrientas a adentrarse un poco más entre las rocas para buscar los hasta aquel momento menospreciados retazos de hierba resecada por el sol.

Eran ovejas, tal vez el animal más estúpido del universo con la posible excepción del pato. Pero ni siquiera sus mentes nada complicadas podían oír la voz, porque las ovejas no escuchan.

Pero había un cordero. Andaba un poco perdido. Om se aseguró de que se despistara un poco más. Alrededor de una roca. Cuesta abajo. Hacia la cañada.

Sus balidos atrajeron a la madre.

La cañada estaba bien escondida y la oveja, después de todo, ya se había quedado satisfecha con encontrar a su cordero. No vio ninguna razón para balar, ni siquiera cuando el pastor empezó a ir por entre las rocas llamando, maldiciendo y, finalmente, suplicando. El pastor tenía cien ovejas, y podría haber parecido un tanto sorprendente que estuviera dispuesto a pasarse días buscando a una oveja: de hecho, el pastor tenía cien ovejas precisamente porque era la clase de hombre que está dispuesto a pasarse días buscando a una oveja perdida.

La voz que iba a ser Om esperó.

Fue hacia el anochecer del segundo día cuando la voz que iba a ser Om asustó a una codorniz que había estado anidando cerca de la cañada, justo cuando el pastor estaba pasando por allí.

Como milagro no era gran cosa, pero fue suficiente para el pastor. Amontonó unas cuantas piedras en aquel sitio y, al día siguiente, llevó allí a todo su rebaño. Y cuando el calor de la tarde apretaba, se tumbó a dormir… y Om le habló, dentro de su cabeza.

Tres semanas después el pastor moría lapidado por los sacerdotes de Ur-Gilash, quien por aquel entonces era el dios principal de la zona. Pero los sacerdotes habían tardado demasiado en actuar. Om ya tenía cien creyentes, y el número estaba creciendo…

A sólo un kilómetro de aquel pastor y sus ovejas había un pastor de cabras con su rebaño. Un minúsculo accidente de la microgeografía hizo que el primer hombre que oyó la voz de Om, y que proporcionó a Om su primera visión de los humanos, pastorease ovejas en vez de cabras. Un pastor de ovejas tiene una manera de ver el mundo muy distinta de la de un pastor de cabras, y toda la historia habría podido ser distinta.

Porque las ovejas son estúpidas, y tienen que ser empujadas. Pero las cabras son inteligentes, y necesitan ser guiadas.

Ur-Gilash, pensó Om. Ah, qué tiempos aquellos… Cuando Ossory y sus seguidores irrumpieron en el templo y destrozaron el altar y defenestraron a las sacerdotisas para que los perros salvajes las despedazaran, que era la manera correcta de hacer las cosas, y hubo un gran llanto y crujir de pies y los seguidores de Om encendieron sus hogueras en los salones abandonados de Gilash tal como había dicho el profeta, y eso contaba aunque lo hubiera dicho tan sólo cinco minutos antes, cuando estaban buscando madera para las hogueras, porque todo el mundo estaba de acuerdo en que una profecía es una profecía y nadie había dicho que tuvieras que esperar mucho tiempo para que se hiciera realidad.

Grandes días. Grandes días. Cada día traía nuevos conversos. La ascensión de Om había sido imparable…

Om despertó de golpe.

El viejo Ur-Gilash. Dios del clima, ¿verdad? Sí. No. ¿Quizá uno de los típicos dioses-araña gigantes? Algo así.

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