Brujas de viaje (Mundodisco, #12) – Terry Pratchett

—Mírame.

Yaya caminó hasta el parapeto y miró hacia abajo. La luna de dos caras todavía brillaba lo suficiente como para iluminar la ondulante niebla que rodeaba el palacio como un mar.

—Magrat, Gytha, lo siento. Has ganado, Lily. No puedo hacer nada.

Y saltó.

Tata Ogg corrió hasta el borde y miró, justo a tiempo de ver una oscura figura que se desvanecía entre la niebla.

Las tres mujeres que quedaban en la torre respiraron profundamente.

—Es un truco para pillarme desprevenida —dijo Lily.

—¡No lo es! —gritó Magrat, cayendo sobre las losas.

—Tenía su escoba —les recordó Lily.

—¡No funcionaba! ¡No la había arrancado! —gritó Tata, acercándose amenazadora a la delgada figura de Lily—. Está bien, vamos a borrar esa presuntuosa expresión de tu cara.

Se detuvo, cuando un dolor agudo y frío recorrió todo su cuerpo.

Lily rió.

—Entonces, ¿es verdad? Sí, puedo verlo en vuestras caras. Esme era lo bastante inteligente como para saber que no podía vencer. No seáis estúpidas. Y no apuntes esa tonta varita contra mí, señorita Ajostiernos. De haber podido, haría tiempo que la vieja Desiderata me hubiera derrotado. La gente no comprende nada.

—Deberíamos bajar —gimió Magrat—. Puede que esté ahí, tirada…

—Eso es, sed buenas —dijo Lily, mientras ambas brujas corrian hacia la escalera—. Es para lo único que servís.

—¡Volveremos! —rugió Tata Ogg— ¡Aunque tengamos que vivir en el pantano con la señora Gogol, y tengamos que comer cabezas de serpiente!

—Por supuesto —admitió Lily, arqueando una ceja—. Eso es lo que he dicho. Una necesita gente como vosotras. Si no, nunca se asegura de estar en forma. Es un modo de saber que se sigue en plenitud de facultades.

Observó como desaparecían escalera abajo.

Una ráfaga de viento sopló sobre la torre. Lily se recogió la falda y avanzó hasta el borde para mirar los jirones de niebla que reptaban sobre los tejados, allá a lo lejos. Escuchó débiles retazos de música del lejano baile de Carnaval que recorría las calles.

Pronto sería medianoche. La medianoche de verdad, no la versión barata de una anciana que intentaba apañar los relojes.

Lily intentó ver algo a través de las sombras del fondo de la torre.

—Caray, Esme —susurró—, qué mal te has tomado lo de perder.

Tata alcanzó a Magrat y la sujetó, mientras descendían por la escalera de caracol.

—Frena un poco —le dijo.

—¡Pero, puede que esté herida…!

—Y tú también lo estarás si te caes —replicó Tata—. De todas formas, no creo que Esme esté tirada ahí abajo, toda ensangrentada. No es su estilo. Supongo que lo hizo para asegurarse de que Lily nos dejara en paz y no nos hiciera nada. Supongo que pensó que éramos… ¿Cómo era aquello del tipo tsortiano, ese al que sólo se le podía herir si le pegabas en el sitio exacto? Nadie pudo derrotarlo hasta que se descubrió. La rodilla, creo que era. Nosotras éramos su rodilla tsortiana, ¿verdad?[XLVI]

—¡Pero sabemos que hay que correr muy deprisa para que su escoba arranque! —gritó Magrat.

—Sí que lo sabemos, sí —asintió Tata—. Eso mismo pensé yo al principio. Pero lo que estoy pensando ahora es… ¿a qué velocidad vas cuando estás cayendo, así en picado?

—Ni…, ni idea —titubeó Magrat.

—Supongo que Esme pensó que era un buen momento para averiguarlo —replicó Tata—. Eso es lo que supongo.

Una figura apareció en la curva de la escalera, ascendiendo. Se hicieron amablemente a un lado para dejarla pasar.

—Ojalá pudiera recordar qué parte tenías que golpear —meditó Tata—. Ahora voy a estar despierta toda la noche.

EL TALÓN.

—¿De verdad? ¡Oh, gracias!

NO HAY DE QUÉ.

La figura siguió ascendiendo.

—Llevaba una buena máscara, ¿verdad? —comentó Magrat.

Tata y ella buscaron confirmación en el rostro de la otra.

Magrat se quedó pálida. Miró hacia lo alto de la escalera.

—Creo que deberíamos volver y…

Tata Ogg era mucho más vieja.

—Creo que deberíamos irnos —sugirió.

Lady Volentia D’Acuerdo se sentó en su jardín de rosas, bajo la gran torre, y se sonó la nariz.

Llevaba media hora esperando y estaba harta.

Había deseado un romántico tête-à-tête. Parecía un hombre muy agradable, lanzado y tímido al mismo tiempo. Pero, en vez de eso, una anciana en una escoba y llevando lo que parecía, por lo poco que pudo verla debido a la velocidad, el vestido de Lady Volentia, había surgido de la niebla gritando y casi chocado con su cabeza. Sus botas habían arrasado las rosas, antes de que la curva del vuelo la hiciera desaparecer de nuevo.

Y un asqueroso gatazo se empeñaba en frotarse contra sus piernas.

Y eso que la noche había empezado tan bien…

—Hola, hermosa dama.

Buscó con la mirada entre los arbustos.

—Me llamo Casavieja —dijo una voz esperanzada.

Lily se volvió al oír el tintinear del cristal en su laberinto de espejos.

Frunció el ceño. Corrió por las baldosas de la sala y abrió la puerta que daba al mundo de los espejos.

No escuchó nada, excepto el susurro de su vestido y el siseo de su propia respiración. Se deslizó entre los espejos.

La miríada de yoes le devolvió la mirada aprobadoramente. Se relajó.

Entonces, su pie tropezó con algo. Bajó la vista y vio en el suelo, negra a la luz de la luna, una escoba en medio de un montón de cristales rotos.

Su mirada horrorizada se alzó para encontrarse con su propio reflejo.

Que le devolvió la mirada, por supuesto.

—¿Dónde está el placer de ganar, si el que pierde no está vivo para saber que ha perdido?

Lilith retrocedió, abriendo y cerrando la boca.

Yaya Ceravieja cruzó el marco vacío. Lily miró hacia abajo, más allá de su hermana vengadora.

—¡Has roto mi espejo!

—¿A esto se reduce todo? —preguntó Yaya—. ¿A jugar a ser reina de una húmeda ciudad? ¿A ser la esclava de los cuentos? ¿Qué clase de poder es ése?

—No lo entiendes… ¡has roto mi espejo!

—Se dice que no se debe hacer —concedió Yaya—. Pero ¿qué importan siete años más de mala suerte?

Imagen tras imagen se van quebrando a todo lo largo de la enorme curva del mundo espejo, se rompen más deprisa de lo que puede viajar la luz…

—Para estar a salvo, has de romper los dos… Has acabado con el equilibrio…

—¡Ja! ¿Sí? —Yaya avanzó un paso, con sus ojos brillando de amargura como dos zafiros— Voy a darte lo que Mamá nunca te dio, Lily Ceravieja. No con magia, no con cabezología, no con un palo como Papá, sí, que lo usaba a menudo si mal no recuerdo…, sino con piel. Y no porque seas la mala, ni porque trastees con los cuentos. Todos tenemos un camino que recorrer. Sino porque, y quiero que lo entiendas, porque a mí, cuando te fuiste, me tocó el papel de buena. Te quedaste con toda la diversión. Y eso es algo que jamás podrás terminar de pagar, Lily, pero voy a empezar a cobrarte ahora mismo…

… moviéndose como un cometa, la grieta de los espejos llega al extremo más alejado y vuelve, recorriendo incontables mundos…

—Tienes que ayudarme…, las imágenes tienen que estar equilibradas… —susurró Lily débilmente, dirigiéndose hacia el espejo intacto.

—¿Buena? ¿Buena? ¿Por echar de comer gente a los cuentos? ¿Por retorcer las vidas de las personas? ¿Te crees que por eso eres la buena? —dijo Yaya—. ¿Quieres decir que ni siquiera te has divertido? Si yo hubiera sido tan mala como tú, hubiera sido mucho peor, mejor de lo que puedas imaginar.

Movió la mano hacia atrás.

… la grieta de los espejos volvía hacia su punto de origen, llevándose con ella todos los volátiles reflejos…

Sus ojos se abrieron de par en par.

El cristal se hizo pedazos tras Lily Ceravieja.

Y, en el espejo, la imagen de Lily se dio media vuelta, sonriendo beatíficamente. Y salió del marco para tomar a Lily Ceravieja en sus brazos.

—¡Lily!

Todos los espejos explotaron en mil pedazos y sus fragmentos envolvieron la parte superior de la torre. Por un instante, se vio coronada por un parpadeante polvo mágico.

Tata Ogg y Magrat llegaron a la cima como ángeles vengadores nacidos tras un período de escaso control de calidad celestial.

Se detuvieron.

Allí donde había estado el laberinto de espejos, sólo se veían marcos vacíos. Los pedazos de cristal cubrían el suelo. Yaciendo entre ellos, vieron una figura ataviada con un vestido blanco.

Tata empujó a Magrat tras ella y se adelantó con precaución. Tocó a la figura con la punta de su bota.

—Hay que arrojarla desde lo alto de la torre —exclamó Magrat.

—Vale —aceptó Tata—. Hazlo.

Magrat dudó.

—Bueno… Cuando dije que hay que arrojarla, no me refería a que tenga que hacerlo yo personalmente. Es decir, que si hubiera justicia tendría que ser arrojada de…

—Entonces, yo que tú, cerraría el pico —aconsejó Tata, arrodillándose con cuidado sobre los crujientes pedazos—. Además, tenía razón yo. Ésta es Esme. Reconocería su cara en cualquier parte. Quítate las enaguas.

—¿Por qué?

—¡Mírale los brazos, niña!

Magrat los miró. Y se llevó las manos a la boca.

—¿Qué ha estado haciendo?

—Según parece, intentando meter las manos entre los cristales. Ahora, quítatelas y ayúdame a rasgarlas en tiras. Y después, ve a buscar a la señora Gogol por si tiene algún ungüento que nos sea útil. Y dile que, si no lo tiene, será mejor que esté muy lejos de aquí cuando amanezca. —Tata cogió la muñeca de Yaya Ceravieja—. Quizá Lily puede hacernos papilla, pero si hay algo de lo que estoy segura, es de que yo puedo encargarme de la señora Gogol con una mano atada a la espalda.

Tata se quitó su sombrero, claramente indestructible, y rebuscó por el interior de la punta. Sacó un pedacito de terciopelo y lo desenrolló, dejando a la vista un pequeño estuche de agujas y un carrete de hilo.

Chupó un extremo del hilo y enhebró la aguja contra la luz de la luna, guiñando los ojos.

—¡Oh, Esme, Esme! —susurró, mientras empezaba a coser—. ¡Qué mal te has tomado lo de ganar!

Lily Ceravieja recorrió con la mirada el mundo plateado de múltiples capas.

—¿Dónde estoy?

DENTRO DEL ESPEJO.

—¿Estoy muerta?

LA RESPUESTA A ESO —dijo la Muerte— ESTÁ EN ALGúN LUGAR ENTRE EL Sí Y EL NO.

Lily se volvió, y mil milllones de figuras se volvieron a la vez.

—¿Cuándo podré salir de aquí?

CUANDO ENCUENTRES LA QUE ES DE VERDAD.

Lily Ceravieja corrió a través de sus infinitos reflejos.

Un buen cocinero es el primero en entrar cada mañana en la cocina y el último en marcharse cada noche.

La señora Pleasant apagó los fogones. Hizo un rápido inventario de la cubertería de plata y contó los pucheros.

Era consciente de estar siendo observada.

En el portal había un gato. Era enorme y gris, con un ojo amarilloverdoso y otro blanco perlado. Lo que quedaba de sus orejas parecía el reborde de un sello. No obstante, tenía una cierta arrogancia y generaba una sensación de puedo-vencerte-con-una-sola-pata que le parecía extrañamente familiar.

La señora Pleasant lo contempló largo rato. Era una buena amiga de la señora Gogol y sabía que la forma sólo es cuestión de hábito personal muy arraigado, y que si estás en Genua durante el Samedi Nuit Mort aprendes a confiar en tu buen juicio mucho más que en tus sentidos.

—Bueno, espero que te gusten las piernas de pescado —dijo, con apenas un rastro de temblor en su voz—. Quiero decir, cabezas, las cabezas de pescado… ¿Qué te parece?

Greebo se estiró, arqueando el lomo.

—Y hay un poco de leche en la fresquera —añadió la señora Pleasant.

Greebo bostezó, feliz.

Después, se rascó la oreja con la pata trasera. La Humanidad era un buen lugar para ir de visita, pero no valía la pena vivir allí.

Un día después.

—El ungüento curativo de la señora Gogol parece que funciona —dijo Magrat.

Sostenía una jarra medio llena de algo color verde pálido y extrañamente grumoso, con un sutil olor que parecía impregnar el mundo entero.

—Contiene cabezas de serpiente —aclaró Tata Ogg.

—No intentes darme asco —replicó Magrat—. Sé que la Cabeza de Serpiente es una especie de flor. Una orquidácea, creo. Es increíble todo lo que se puede hacer con las flores, ¿sabes?

Tata Ogg, que había pasado media hora muy instructiva aunque algo repugnante viendo a la señora Gogol preparar la mezcla, no tuvo corazón para contradecirla.

—Exacto, flores —aceptó—. Ya veo que nada te pasa por alto.

Magrat bostezó.

Les habían ofrecido toda clase de comodidades en el palacio, pero no estaban seguras de encontrarse cómodas en ninguna parte. Yaya había sido instalada en la habitación contigua.

—Ve a dormir un poco —dijo Tata—. Iré a relevar a la señora Gogol enseguida.

—Pero, Tata… Gytha…

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