Brujas de viaje (Mundodisco, #12) – Terry Pratchett

Hizo un gesto cargado de sentido a un lacayo, que era de los que reaccionaban más deprisa y se puso en marcha rápidamente.

—Es que a lo mejor hace algo… terrible.

—Bien. Es lo que siempre ha deseado. —Tata sonrió al criado—. Otro dairikiri de banana, mahatma gandi chopchop.

—No, no me parece bien —se empecinó Magrat.

—Oh, de acuerdo —suspiró Tata.

Tendió la jarra vacía al Barón Sábado, que la cogió en medio de una especie de neblina hipnótica.

—Bueno, vamos a arreglar las cosas —sonrió Tata—. Adelante con los faroles.

Cuando las brujas se hubieron marchado, la señora Gogol se agachó y recogió los restos húmedos de la muñeca.

Dos o tres personas tosieron.

—¿Eso es todo? —dijo el Barón— ¿Después de doce años?

—El Príncipe ha muerto —anunció la señora Gogol—. Fuera lo que fuese.

—Pero, prometiste que podría vengarme de ella —protestó el Barón.

—Creo que habrá venganza —respondió la señora Gogol. Tiró la muñeca al suelo—. Lilith ha estado combatiéndome durante doce años y nunca se salió con la suya. Esa mujer no tendrá ni que sudar. Así que supongo que habrá venganza.

—¡No tienes por qué mantener tu palabra!

—Sí. Tengo que mantener algo.

La señora Gogol pasó su brazo sobre el hombro de Enta.

—Ahí están, chica —dijo—. Tu palacio, tu ciudad. Nadie te los disputará.

Contempló a los invitados. Uno o dos retrocedieron un paso.

Enta miró a Sábado.

—Tengo la sensación de que debería conocerte —dijo, antes de volverse hacia la señora Gogol—. Y a ti —añadió—. Os he visto a los dos… antes, hace mucho tiempo.

El Barón Sábado abrió la boca para hablar. La señora Gogol alzó la mano.

—Lo prometimos —advirtió—. Sin interferencias.

—¿Ni siquiera nosotros?

—Ni siquiera nosotros. —Se volvió hacia Enta—. Sólo somos gente corriente.

—¿Queréis decir… —aventuró Enta—… que he estado esclavizada en una cocina durante años, y que ahora… se supone que debo gobernar la ciudad? ¿Así de fácil?

—Así están las cosas.

Enta bajó la mirada mientras pensaba intensamente.

—¿Y la gente tendrá que hacer todo lo que yo diga? —añadió con inocencia.

La multitud dejó escapar unas cuantas toses nerviosas.

—Sí —confirmó la señora Gogol.

Enta siguió contemplando el suelo ociosamente, mordiéndose una uña. Después, alzó los ojos.

—Entonces, lo primero que ordeno es que termine el baile. ¡Ahora mismo! Voy a ir al Carnaval. Siempre he querido bailar durante el Carnaval. —Contempló los rostros preocupados, antes de añadir—: Pero no obligo a nadie a que venga conmigo.

Los nobles de Genua tenían la suficiente experiencia como para saber qué significaba que su gobernante dijera que algo «no es obligatorio».

Segundos después, en el salón sólo quedaban tres personas.

—Pero…, pero…, ¡yo quería venganza! —aulló el Barón—. ¡Quería muertes! ¡Quería que nuestra hija ocupase el trono!

DOS DE TRES NO ESTÁ TAN MAL.

La señora Gogol y el Barón se dieron media vuelta. La Muerte dejó su copa y avanzó hacia ellos.

El Barón Sábado se irguió.

—Estoy preparado para ir contigo.

La Muerte se encogió de hombros, dando a entender que a él le daba igual que estuviera preparado o no.

—Pero… me he resistido a ti —añadió el Barón—. ¡Durante doce años!

Rodeó los hombros de Erzulie con el brazo.

—¡Cuando me mataron y me tiraron al río, te robamos una vida!

DEJASTE DE VIVIR, PERO NO MORISTE. NO VINE A POR TI.

—¿Ah, no?

ESTA NOCHE TENÍA UNA CITA CONTIGO.

El Barón pasó su bastón a la señora Gogol. Se quitó el sombrero negro de copa. Se despojó del abrigo.

La energía chisporroteó en los pliegues de la prenda.

—Se acabó el Barón Sábado —suspiró.

QUIZÁ. ES UN SOMBRERO MUY BONITO.

El Barón se volvió hacia Erzulie.

—Creo que tengo que irme.

—Sí.

—¿Qué piensas hacer?

La mujer vudú contempló el sombrero que tenía entre sus manos.

—Creo que volveré al pantano —dijo.

—Podrías quedarte aquí. No me fío de esa bruja extranjera.

—Yo sí, así que volveré al pantano. Algunos cuentos tienen que terminar. Sea lo que sea en lo que termine convirtiéndose. Enta, tendrá que hacerlo sola.

El paseo hasta las espesas aguas sucias del río fue breve.

El Barón se detuvo en la ribera.

—¿Vivirá feliz para siempre? —preguntó.

PARA SIEMPRE NO. PERO QUIZÁ DURANTE MUCHO TIEMPO.

Y aquí termina el cuento.

La bruja mala ha sido derrotada. La princesa harapienta recupera su trono. El reino ha sido restaurado. Han vuelto los días felices. Felices para siempre jamás. Y eso significa que la vida se detiene aquí.

Los cuentos quieren terminar. No les importa lo que pase a continuación…

Tata Ogg, jadeante, recorrió el pasillo.

—Nunca había visto así a Esme —dijo—. Está de un humor muy extraño. Hasta podría ser un peligro para sí misma.

—Es un peligro para todo el mundo —rectificó Magrat—. Es…

Las mujeres serpiente aparecieron en el pasillo frente a ellas.

—Míralo por el lado bueno —dijo Tata, recuperando el aliento—. ¿Qué pueden hacernos?

—No soporto las serpientes —comentó Magrat tranquilamente.

—Tienen esos dientes, claro —dijo Tata, como si dirigiera un seminario—. Bueno, colmillos más bien. Vamos, chica, busquemos otro camino.

—Las detesto.

Tata tiró de Magrat, pero ésta no se movió.

—¡Vamos!

—Las detesto de verdad.

—¡Podrás detestarlas mucho mejor cuando estés muy lejos! —rugió.

Las hermanas estaban casi sobre ellas. No caminaban, se deslizaban. Quizá Lily no se estaba concentrando, porque parecían más serpientes que nunca. Tata creyó percibir escamas bajo su piel. Las mandíbulas parecían francamente extrañas en sus rostros.

—¡Magrat!

Una de las hermanas las alcanzó. Magrat se estremeció.

La serpiente abrió la boca.

Entonces, Magrat la miró fijamente y, casi como en sueños, le dio tal puñetazo que la hizo retroceder varios metros por el pasillo.

No fue un puñetazo producto de ningún Camino o Sendero. Ni siquiera lo había visto en ningún diagrama, ni practicado frente a un espejo con una cinta alrededor de la cabeza. Fue un puñetazo fruto del más puro y aterrorizado instinto de supervivencia.

—¡Utiliza la varita! —gritó Tata— ¡Déjate de ninjadas y utiliza la varita! ¡Sirve para eso!

La otra serpiente se volvió instintivamente para seguir el movimiento, lo cual demuestra que el instinto no siempre es la clave de la supervivencia, porque Magrat la golpeó la nuca. Con la varita. La serpiente se dobló sobre sí misma, perdiendo su forma mientras caía.

El problema con las brujas es que nunca huyen de las cosas que detestan con todas sus fuerzas.

Y el problema con los animalitos peludos arrinconados es que, a veces, uno de ellos resulta ser una mangosta.

Yaya Ceravieja siempre se había preguntado qué tenía de especial la luna llena. Sólo era un enorme círculo de luz. Y la luna nueva sólo era oscuridad.

Pero, a mitad de camino entre las dos, cuando la Luna estaba entre ambos mundos de luz y oscuridad, cuando incluso la Luna vivía en el límite… quizá entonces una bruja podía creer en la Luna.

Ahora, una media luna flotaba sobre la niebla del pantano.

El nido de espejos de Lily reflejaba la fría luz, tal como reflejaba todo lo demás. Las tres escobas estaban apoyadas contra el muro.

Yaya cogió la suya. No vestía del color adecuado, ni llevaba un sombrero: necesitaba algo con lo que sentirse ella misma.

Nada se movió.

—¿Lily? —susurró Yaya.

Su propia imagen la contempló desde los espejos.

—Esto tiene que terminar —dijo Yaya—. Puedes quedarte con mi escoba y yo usaré la de Magrat. Ella puede compartir la de Gytha. Y la señora Gogol no vendrá a por ti, ya lo he arreglado. Y nos vendría bien tener más brujas, allá en casa. Y se acabó el hacer de hada madrina. Basta de matar a la gente para que sus hijas puedan formar parte de un cuento. Sé que lo hiciste. Vuelve a casa. Es una oferta que no puedes rechazar.

El espejo se deslizó hacia atrás sin hacer ruido.

—¿Estás intentando ser buena conmigo? —preguntó Lily.

—No creas, lo mío me cuesta —respondió Yaya en un tono de voz más normal.

El vestido de Lily susurró en la oscuridad cuando dio un paso adelante.

—Así que has derrotado a la mujer del pantano —comentó.

—No.

—Pero has venido tú, en lugar de ella.

—Sí.

Lily tomó la escoba de las manos de Yaya, y la examinó.

—Nunca he usado una de estas cosas —dijo—. ¿Te sientas sobre ella y te lleva, así sin más?

—Bueno, con ésta tienes que correr bastante rápido para que despegue concedió Yaya—. Pero sí, ésa es la idea.

—Mmm. ¿Conoces la simbología de las escobas?

—Tiene algo que ver con eso de las abejas y las flores, las canciones populares y cosas así?

—¡Oh, sí!

—Entonces, no quiero saberla.

—Ya me lo imaginaba —asintió.

Le devolvió la escoba.

—Me quedo —anunció Lily—. Puede que la señora Gogol se haya sacado un nuevo truco del sombrero, pero eso no quiere decir que haya ganado.

—No. Esto ha terminado, ¿entiendes? —replicó Yaya—. Es lo que pasa cuando conviertes el mundo real en un cuento. Nunca debiste hacerlo. No debes convertir el mundo real en un cuento. No debes tratar a la gente como si fueran personajes, como si fueran cosas. Pero, si lo haces, tienes que saber cuándo se ha terminado el cuento.

—¿Vas a ponerte tus botas rojas y bailar toda la noche? —preguntó Lily.

—Sí, algo así.

—¿Mientras todo el mundo vive feliz para siempre?

—Eso no lo sé —admitió Yaya—. Es cosa suya. Lo que sí sé es que no se te permite que lo intentes una vez más. Has perdido.

—Sabes que una Ceravieja nunca pierde —replicó Lily.

—Pues, esta noche, una va a aprender a hacerlo.

—Nosotras estamos al margen de los cuentos. Yo, porque…, porque soy el medio gracias al cual existen; y tú, porque luchas contra ellos. Estamos en medio, somos las únicas libres…

Hubo un sonido tras ellas. Los rostros de Magrat y Tata Ogg aparecieron en lo alto de la escalera.

—¿Necesitas ayuda, Esme? —preguntó Tata con cautela.

Lily se rió.

—Aquí están tus serpientes, Esme. En el fondo eres como yo, ¿sabes? No he tenido una sola idea que tú no hayas tenido también. No he hecho una sola cosa que tú no hayas deseado hacer, pero que nunca tuviste valor para hacerlas. Ésa es la diferencia entre las que son como tú y los que son como yo. Nosotros tenemos el valor de hacer aquello que vosotros querríais hacer.

—¿Ah, sí? —dijo Yaya—. ¿Eso es lo que piensas? ¿Crees que yo querría hacer lo mismo que tú?

Lily movió un dedo. Magrat se separó de la escalera flotando, luchando. Agitó su varita frenéticamente.

—Me encanta —admitió Lily—. Los deseos de la gente. Nunca he deseado nada en mi vida. Siempre he hecho que las cosas sucedan. Es mucho más satisfactorio.

Magrat rechinó los dientes.

—Estoy segura de que no me sentaría bien ser una calabaza, querida —dijo Lily.

Alzó una mano, y Magrat ascendió.

—Te sorprenderías de las cosas que puedo hacer —exclamó Lily, soñadora, mientras la bruja más joven flotaba suavemente sobre las losas—. Debiste haber probado con los espejos, Esme. Hacen maravillas por una chica. Dejé que la mujer del pantano sobreviviera porque su odio es vigorizante. Me gusta ser odiada, ¿sabes? Sí, lo sabes. Es una especie de respeto. Demuestra que tus actos influyen en la gente. Es como darse un baño frío un día caluroso. Cuando la gente estúpida se encuentra indefensa, impotente en su futilidad. Cuando están derrotados y lo único que les queda en el ácido pozo de sus estómagos es hambre… Bueno, para ser sincera, es como una plegaria. Y los cuentos… dominarlos, absorber su poder, su calidez…, esconderse en ellos… ¿Puedes comprenderlo? ¿Puedes comprender el puro placer de ver cómo se repiten las mismas pautas? Siempre me han gustado las pautas. Por cierto, si esa mujer, la tal Ogg, sigue intentando deslizarse detrás de mí, dejaré que su joven amiga flote sobre el patio. Y entonces, Esme, puede que pierda interés en ella.

—Sólo estaba moviéndome —se quejó Tata—. No está prohibido.

—Cambiaste el cuento a tu estilo, y ahora lo cambiaré al mío —anunció Lily—. Todo lo que tienes que hacer es marcharte. Lo que pase aquí no te incumbe. Ésta es una ciudad muy alejada de tu aldea. No estoy segura de poder superar tus trucos —añadió—, pero estas dos… No tienen lo que hay que tener. Podría hacerlas papilla, supongo que lo sabes. Así que, ¿qué Ceravieja va a saber esta noche lo que es perder?

Yaya permaneció silenciosa un rato, apoyada en su inútil escoba.

—Está bien. Bájala y reconoceré que has vencido.

—Ojalá pudiera creérmelo —sonrió Lily—. Pero, claro, tú eres la buena, ¿no? Tienes que mantener tu palabra.

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