Prólogo de Juan Gómez-Jurado
En noviembre de 2018, cuando salió a la venta Reina Roja, muchos periodistas y lectores me preguntaron por qué había decidido escribir un «thriller madrileño», en el que mi ciudad no es solo un escenario, sino que se convierte en un personaje más de la historia.
La respuesta es sencilla: nací en Madrid y, después de un tiempo fuera, volví aquí hace algunos años. Al regresar encontré una ciudad muy distinta de la que recordaba; o tal vez fuera yo el que había cambiado. Fue entonces cuando pensé que, después de las modas de los thrillers ambientados en Estados Unidos o en fríos y solitarios pueblos nórdicos, tal vez había llegado el momento de contar una trama de intriga que solo pudiera suceder en Madrid.
Este librito contiene una ruta tras los pasos de Antonia Scott por algunos lugares y rincones de la ciudad. Hay grandes avenidas llenas de ruido y de gente, iglesias antiguas en barrios castizos, museos famosos que todavía guardan secretos y calles donde aún palpitan los mejores versos del Siglo de Oro. Y, por supuesto, bares donde se sirven las mejores croquetas del mundo.
JUAN GÓMEZ-JURADO
Capítulo 1
Antonia sale de su piso situado en la calle Melancolía, en el n.º 7, para ser exactos, y echa a andar por esas calles que tan bien conoce. Camina despacio, disfrutando del paseo. Mentor lleva un par de semanas tranquilo, lo que en el idioma de Antonia significa «tiempo libre». Y a Antonia le gusta el tiempo libre, aunque en ocasiones no sepa qué hacer con él.
No tarda mucho en llegar a la plaza de Antón Martín, donde se levanta el monumento conmemorativo de la matanza de Atocha, ocurrida hace el suficiente tiempo como para que a ella le quede muy lejos. Solo sabe del asunto lo que ha leído por ahí: un grupo terrorista de extrema derecha entró en un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras y militantes del Partido Comunista de España y la emprendieron a tiros con los presentes. Cinco personas murieron ese día, otras cuatro sufrieron heridas. Las visibles curarían con el tiempo, las invisibles… ¿Quién sabe lo que pasa con ellas? Antonia, desde luego, no tiene ni idea. Aunque algo intuye.
De aquellos hechos solo queda el recuerdo en bronce que se erige ante ella. Tiene que hacerse visera con la mano derecha para poder mirar la parte más alta de la escultura, en la que las cinco víctimas se abrazan, y que el sol no la ciegue. Porque hoy es uno de esos días soleados de Madrid. El cielo resplandece en un vivo azul.
Es una de las cosas que más le gustan a Antonia de su ciudad de acogida, el cielo. Parece mentira que en una urbe en la que los automóviles privados se dan codazos con autobuses, taxis y furgonetas de transporte, el cielo pueda verse tan limpio. Eso no quiere decir que esté limpio, pero así se ve. Por lo menos desde el asfalto.
Capítulo 2
Antonia continúa, no tiene una ruta marcada, en Lavapiés no te puedes marcar rutas, el camino lo trazan tus pasos. Y el barrio, que te lleva por donde quiere. No le importa lo que tú esperes de él. Te va a dar lo que le dé la gana. Y si no, no haber venido.
Diferentes restos encontrados en Lavapiés nos hablan de sus inicios como una antigua judería. Lo que queda de un cementerio judío en la calle Salitre, lo que asemeja una sinagoga bajo la iglesia de San Lorenzo y su situación fuera de los muros del Madrid del siglo XV,parecen confirmar esta teoría. Incluso se cree que el barrio debe su nombre a los ritos que realizaban los judíos antes de entrar al templo. Está claro qué ritos eran estos.
En la actualidad las calles y tiendas de Lavapiés bullen de actividad; antiguos establecimientos de venta al por mayor se mezclan con restaurantes indios y tiendas recién nacidas que abrazan una estética hipster y que pretenden atraer a una clientela adinerada. Librerías, bares, supermercados, peluquerías y asociaciones culturales se amontonan a lo largo de sus estrechas aceras. En ellas pueden verse seres humanos de todas las razas y culturas habidas y por haber en este mundo. Y por esas estrechas aceras camina Antonia añorando a Marcos y los paseos que daban por su barrio, sin destino, como ahora. Pensaban que tenían todo el tiempo del mundo.
Las tijeras que deciden cuando se corta el hilo de lo que nos mantiene vivos no hacen excepciones ni por amor, ni por odio, ni por ningún otro motivo. Se acabó lo que se daba, hasta luego cocodrilo, hasta aquí hemos llegado, que te vaya bonito, fin, adiós.
A veces Antonia visita alguno de los centros culturales del barrio, hoy no. Hoy el clima invita a vagar por las calles sintiendo los rayos del sol en el rostro. Su museo preferido es el Reina Sofía, que acoge el Guernica, de Pablo Picasso. Se dice que hay fantasmas recorriendo las entrañas del museo, ya que ocupa el cascarón de un viejo hospital (con algunos añadidos más actuales), pero ¿quién no tiene algún que otro fantasma escondido?
Capítulo 3
Cuando va a la Casa Encendida (Antonia adora el nombre y en ocasiones lo repite en voz baja cuando pasa por delante del edificio) le gusta subir a la terraza para ver las vistas. En realidad, no se fija en ellas, pero la posibilidad de que tus ojos se pierdan en la lejanía le da un nuevo significado a la expresión «mirar hacia dentro». Le ayuda a pensar.
Si tiene ganas de algo más alternativo visita lo que antes era la fábrica de tabacos y que en la actualidad, bajo el nombre de La Tabacalera de Lavapiés, acoge mercados, exposiciones de artistas noveles y conciertos. La mayor parte de las veces no entiende lo que está viendo, pero eso facilita las cosas. No extraer un sentido a lo que, en ocasiones, no lo tiene. Al menos para el que lo ve desde fuera.
Capítulo 4
Sus pies cruzan la calle Atocha sin que ella se dé cuenta y enfilan por la calle del León, adentrándose en las tripas del barrio de las Letras. Antonia está de acuerdo con el nombre. Esas calles estrechas rebosan literatura, de hecho, te salta a la cara desde las grises losetas del suelo. Siente cierta confusión cada vez que camina por esas calles, nunca sabe dónde mirar, si a las armoniosas fachadas del siglo XIX y principios del XX o a las letras doradas que forman frases de autores clásicos bajo las suelas de sus zapatos.
Llega a la esquina de la calle del León con la calle Huertas y sus ojos quedan atrapados por unos brillantes caracteres que forman la frase BÉSAME EN ESTA ESQUINA.
Una pareja se está haciendo una fotografía con el móvil deteniendo para siempre el momento en el que decidieron que era buena idea obedecer una orden pintada en la pared. Ella también tiene una fotografía muy parecida. También en el móvil. También le pareció buena idea. En su momento. Con la persona adecuada.
Separa sus ojos de la orden y de la pareja y continúa unos pasos más, se detiene frente al Rosa Negra, donde solía ir a cenar con Marcos cuando no tenían ganas de cocinar algo en casa. Comida mexicana y deliciosos margaritas. Y a buen precio. No podían pedir más. Hace mucho que no viene, tal vez a Jon le apetezca probar las picantes especialidades del país centroamericano. Algún día. Necesita mentalizarse antes de volver a sentarse a una de esas coloridas mesas con alguien que no sea su marido. Aunque ese alguien sea Jon.
Capítulo 5
Duda, no sabe si continuar su paseo. Le está trayendo demasiados recuerdos y no sabe si es buena idea. Cada vez le cuesta más seguir adelante con su vida, pero si quiere recuperar a Jorge va a tener que hacerlo. Y le parece un buen motivo. Decide dar un paso más, y luego otro. Y otro. Poco a poco. Siente que está tomando decisiones, pero todavía no sabe cuáles. Tal vez seguir caminando hoy sea una especie de alegoría sobre su vida. Conocer a Jon ha sido bueno. A veces simplificar las cosas en bueno y malo, ayuda.
Frente a ella se alza un hotel, no sabe el nombre y no le apetece leerlo, aunque lo tiene delante de sus ojos. Lo que le gusta de ese hotel son las hormigas gigantes que recorren su fachada. Le arrancan una sonrisa ladeada de los labios. Gira a la derecha en la calle del Prado. Hoy no verá el edificio del siglo XVII que alberga la casa-museo de Lope de Vega. Sí, Lope de Vega vivió en este barrio. Y Cervantes, Góngora y Quevedo. De hecho, los dos últimos no solo eran enemigos literarios, por lo visto la casa en la que vivió Góngora (y de la que fue desahuciado por su propietario) pertenecía a Quevedo. Estas calles guardan mucha historia, y cotilleos, como buen barrio que es.
Capítulo 6
En apenas unos minutos Antonia alcanza la plaza de Santa Ana, llena como siempre de terrazas. Da igual la estación. Las terrazas ocupan gran parte del espacio de la plaza, al igual que en la cercana plaza del Ángel. Cuando el tiempo es bueno, Antonia se sienta en alguna de ellas y disfruta de un vino. Y unas croquetas, que en La Vinoteca están deliciosas. En esta zona los madrileños conviven en paz con los turistas llegados de todos los rincones del mundo. Es más fácil escuchar conversaciones en inglés, alemán, francés o ruso que en castellano. A Antonia eso le da igual, ella tampoco nació en Madrid, pero ya se siente de aquí. Le gusta esta ciudad sucia, cara y ruidosa. Tiene alma. Acoge a todos por igual, no les pregunta de dónde son o qué han hecho. Los recibe y los cuida. A todos. Ya estén una vida en ella o la pisen por apenas unas pocas horas, Madrid los abraza.
Capítulo 7
Se adentra en la calle de Espoz y Mina. Agradece no haberse puesto tacones porque el empedrado del primer tramo es mortal cuando se camina sobre esos incómodos zancos, pero es tan bajita que en ocasiones no puede remediar querer sentirse un poco mas alta. Más en la media. Ojalá pudiese hacer lo mismo con su cerebro y ponerle, de vez en cuando, unos zapatos planos.
Tarda menos de lo que esperaba en llegar a la Puerta del Sol. Sol para los amigos. Intenta pasar rápido por esa zona con demasiada gente, demasiado ruido, demasiados estímulos. Deja a su izquierda la espantosa estación de cercanías de Renfe. La cucaracha. Porque a ella no la engañan, eso es una cucaracha de cristal. Debe de ser un homenaje a las más discretas habitantes de la ciudad. Siempre elegantes, vestidas de negro. Tiene que esquivar a los visitantes que quieren hacerse una foto con la estatua del Oso y el Madroño, símbolo de Madrid, tan típico como los churros con chocolate y los bocatas de calamares de la plaza Mayor. Hay que reconocer que Madrid no lo ha hecho nada mal en cuestiones de símbolos. Si le dan a elegir, prefiere un bocata de calamares antes que la Torre Eiffel o que el Empire State Building.
Como toda recién llegada ella también corrió a ver la placa del Kilómetro cero cuando se vino a vivir a la ciudad, también se quedó embobada viendo el Reloj de Gobernación, que marca la llegada del nuevo año para la mayor parte de los españoles y también visitó el Corte Inglés. Ahora nada de eso le llama ya la atención, ver las cosas a diario hace que las normalices, pasa como con la violencia o la estupidez, aunque esta última sigue maravillándola.
Un Bob Esponja chungo le hace señales para que se haga una foto con él. Antonia niega con la cabeza mirando al suelo y aprieta el paso. No puede evitar sentir lástima por las personas que, disfrazadas como las versiones maltratadas por la vida de los personajes infantiles más queridos por los niños, intentan sobrevivir en esta ciudad. Hoy la temperatura es agradable, pero, en verano con más de 40 °C a la sombra tiene que ser un suplicio.
Capítulo 8
Sube por la calle Preciados, cada dos pasos encuentra un nuevo y colorido escaparate que anuncia la nueva temporada de lo que sea: maquillaje, moda, relojes, zapatos. Da igual, si lo quieres, seguro que lo encuentras en Preciados. Avanza a buen paso. No se detiene mucho tiempo frente a ninguno de los ventanales por miedo a ser interceptada por alguno de los trabajadores de las ONG que se dedican a intentar captar socios en esta calle. Sabe que están haciendo su trabajo, pero a ella no le gusta hablar con desconocidos. Tampoco se le da bien ser amable con ellos y prefiere no dar pie a la incómoda interacción social.
La calle Preciados la pone un poco nerviosa, la estresa. La gente avanza sin orden ni concierto. Se paran delante de ti sin previo aviso y tienes que esquivarlos casi en el último momento. Antonia piensa que los seres humanos también deberían llevar intermitentes y luces de freno, pero tampoco cree que un change.org pidiéndolo fuese a tener éxito, así que convive con el desorden de los viandantes como puede, mantiene la distancia de seguridad e intenta circular por la derecha, lo más pegada posible a los edificios que delimitan la calle. Así evita accidentes.