Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Título Original: The Sheik and I

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Kadir Al-Nuri y Cassandra Klein

Argumento:

Kadir Al-Nuri era un guapo jeque dispuesto a poner su vida en peligro yendo a Silvershire a negociar la paz con otro país… Sin embargo, había gente que sospechaba que había tenido algo que ver con la muerte del príncipe.

Cassandra Klein era una bella diplomática que no estaba dispuesta a permitir que nada, ni nadie, representara un obstáculo para seguir adelante con su intachable carrera. Pero cuando el jeque conoció a la que debía de ser su asesora, no fueron balas lo que volaron sino chispas. Nadie pensaba que la inteligente Cassandra estuviera dispuesta a colgar sus serios trajes de trabajo y darle una oportunidad al amor…

Capítulo 1

Kadir, de pie en el balcón de su casa con vistas al mar, observó las olas brillar bajo el sol de la mañana. Desde allí, podía ver normalmente su yate anclado a corta distancia, pero en aquella ocasión hacía días que había zarpado. La tripulación lo estaba llevando a la costa de Silvershire. Estaba seguro de que su larga estancia allí se haría más llevadera si disponía de un espacio que le fuese familiar.

Un jet privado lo estaba esperando, preparado para llevarlo, junto a su séquito de guardaespaldas y ayudantes a Silvershire. Allí, no sólo esperaría a que llegase el Día de la Fiesta del Fundador, a la que había sido invitado; también iba a encontrarse con lord Carrington, el heredero a la Corona. El Rey estaba muy enfermo y su único hijo, el príncipe Reginald, había muerto en extrañas circunstancias unos meses antes. Había muchas especulaciones acerca de quién había matado al detestable Príncipe y por qué, pero Kadir no solía prestar demasiada atención a los rumores.

En realidad, a Kadir no le importaba quién gobernase Silvershire. Quería establecer una alianza con su soberano, fuese quien fuese, para fortalecer Kahani. Cualquier acuerdo, apretón de manos, sonrisa o amistad que se forjase acercaría a Kahani al mundo moderno. Kadir quería ver que el país al que amaba entraba en el siglo veintiuno con dignidad y fuerza.

Había quienes preferían que Kahani fuese el mismo país que hacía mil años. La mayoría de los ciudadanos sólo deseaban paz y prosperidad. Un hogar. Comida para sus seres queridos. Seguridad para sus familias. Pero para otros, todo aquello no era suficiente. Para otros, la vida era una batalla detrás de otra, y no querían la paz. Kadir sintió la tensión en el pecho. La disidencia no era algo nuevo en Kahani. Zahid Bin-Asfour había sido durante mucho tiempo una espina que tenía clavada. Exactamente, durante quince años y cuatro meses.

Cualquier alianza consolidaría el lugar de Kahani en el nuevo mundo, pero había otra razón por la que Kadir deseaba reunirse con lord Carrington. Fuentes de confianza le habían informado de que Zahid había visto al príncipe Reginald poco antes de la muerte de éste. Tres días antes, para ser precisos. Kadir desconocía la finalidad de aquel encuentro. Si Carrington disponía de esa información… el que la compartiese con él sería de gran utilidad para ambas partes, y para ambos países.

—No se acerque más —le pidió retrocediendo—. No sabía qué hacer, Excelencia. Perdóneme. Sólo soy un viejo loco.

—No…

Kadir no pudo seguir hablando, el anciano se dio la vuelta y echó a correr en dirección opuesta a donde él estaba, hacia el mar. Los guardias se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo y avanzaron, pistola en mano, para interponerse entre Kadir y la fuente de peligro.

—¡No disparéis! —gritó él.

No sería necesario. En aquellos momentos, Mukhtar sólo era una amenaza para él mismo. Al llegar a la orilla del mar, se volvió y miró a Kadir a los ojos. El anciano había dejado de llorar. Parecía fuerte y decidido. Metió una mano en la bolsa a la que estaba esposado.

—No —murmuró Kadir.

Una enorme explosión quebrantó la tranquila mañana y los guardias que estaban más cerca del aparato cayeron al suelo. Ninguno estaba lo demasiado cerca como para resultar herido, aunque Sayyid parecía aturdido. A Kadir le retumbó el estallido en los oídos y una nube de arena se levantó en el lugar en el que había estado el anciano. Sayyid y los otros fueron dándose cuenta de lo que había ocurrido y se pusieron en pie.

Kadir se volvió y subió las escaleras del balcón. El servicio y los asesores políticos, que estaban en el interior, preparando el viaje, salieron al balcón y descubrieron con horror lo que había sucedido.

Kadir no volvió a mirar hacia la playa, no quiso ver los restos del anciano. Miró a su asistente personal a los ojos y le dio una orden.

—Llama a Sharif Al-Asad por teléfono. Sharif era un oficial de alto rango del Ministerio de Defensa. Había trabajado con él en el pasado, hasta que sus carreras se habían separado. No obstante, seguían siendo amigos. Sus métodos eran diferentes, pero sus metas eran prácticamente las mismas.

—Sí, Excelencia —obedeció Hakim. Los otros se quedaron en el balcón, observando el escenario de la tragedia con sorpresa y horror. No debían haberse sorprendido, aunque sí era normal que estuviesen horrorizados. Un anciano haciéndose volar por los aires para salvar a su familia era el colmo del horror.

Kadir se había sacrificado mucho en beneficio de Kahani. Tenía treinta y seis años y no tenía esposa, ni hijos. Habían pasado muchas mujeres por su vida, con todas ellas se había divertido pero todas eran… aburridas. Siempre podía organizar un matrimonio de conveniencia con una mujer a la que no conociese, pero aquello sería volver al pasado.

Sus padres habían fallecido ya y sus hermanos tenían sus propias vidas y familias. Kadir no siempre estaba seguro de lo que quería. Lo único que sabía era que quería acabar con Zahid Bin-Asfour. Y no descansaría hasta que no lo hiciese.

Hakim localizó a Sharif en unos minutos y Kadir le dio toda la información que podía darle para que pusiese en marcha el rescate de la familia de Mukhtar. En el pasado, él mismo habría formado parte del rescate, pero en esos momentos su papel en la lucha contra el terrorismo era otro bien distinto.

Cuando Kahani se aliase con otras naciones poderosas, que pudiesen acudir en su ayuda en caso de necesidad, Zahid y sus seguidores se quedarían reducidos a la nada. En aquellos días, Kadir intentaba derrotar a sus enemigos de otra manera: con una sonrisa, un apretón de manos y la promesa sincera de una alianza.

Zahid Bin-Asfour no podría luchar contra todo el planeta.

—¿Que es un qué? —preguntó Lexie tirándose en el sofá.

Cassandra miró a su hermana. Aquella mañana era la peor para recibir una visita sorpresa.

—Ya me has oído la primera vez.

—Un jeque —dijo Lexie sonriendo—. Un jeque de los de verdad, de esos con los que una sueña, montados en un caballo blanco. Estupendo, Cass. ¿Cuál es el problema? ¿Es viejo? ¿Está casado? ¿Es feo?

Lexie era una mujer dulce, pero la diplomacia no era el fuerte de la mayor de las cuatro hermanas Klein. Afortunadamente, las relaciones internacionales de Silvershire estaban a salvo de Alexis Margaret Klein Harvey Smythe Phillips, conocida como Lexie, cuya única obligación en aquellos momentos era encontrar marido.

Cassandra Rose Klein tenía otras ambiciones. Quería cambiar el mundo. No era que tuviese ansias de poder, pero era una mujer ambiciosa. No cerraba las puertas al amor, pero su futuro no se limitaba a un hombre, o a una serie de ellos, como en el caso de su hermana.

—Está soltero —comentó Cassandra repasando el documento que había estado estudiando mientras desayunaba—. Y no es viejo.

Lexie le arrebató la carpeta y la abrió. En la primera página había una fotografía en la que aparecía la última misión de Cassandra.

—Oooooh. Y no es nada feo. Su Excelencia el jeque Kadir Bin Arif Yusef Al Nuri —leyó en voz alta—. Director de Asuntos Europeos y Americanos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Kahani. ¿Tienes que memorizar todo eso? —le preguntó a su hermana arrugando la nariz.

—Sí.

—¿Cómo vas a llamarlo? ¿Kadir? ¿Yusef? ¿Arif? ¿Terroncito de azúcar? ¿Cómo?

—Cuando me dirija a él lo llamaré Excelencia, a no ser que él me diga que lo llame jeque Kadir.

Lexie hojeó el resto del documento, sin prestar atención a lo realmente importante. No le interesaba lo que Al-Nuri hubiese hecho por su país, ni lo que quisiese hacer en un futuro. A Lexie no le interesaba la política, ni las reformas, ni las alianzas. Sólo le interesaban los atributos físicos de Al-Nuri. Si pudiese averiguar el estado de su cuenta bancaria…

—¿Cómo has tenido tanta suerte? Ya sé que en política se lleva mucho lo del chantaje. ¿O es que te has acostado con el jefe?

—Mi jefa es una mujer y podría ser mi abuela —rió Cassandra.

—¿No os habéis peleado por él todas las asesoras diplomáticas? Imagino que ocuparse del jeque durante las próximas dos semanas no es una tarea especialmente dura.

—Me asignaron esta misión porque hablo árabe con fluidez y conozco las costumbres de Kahani. No dejes que tu imaginación te juegue una mala pasada. Mi relación con Al-Nuri será estrictamente profesional.

—Para ti todo se reduce al trabajo, Cass —bromeó Lexie—. ¿No te aburres?

—No me metí en el ministerio de Asuntos Exteriores para conocer hombres.

—No me digas que el jeque no te parece atractivo.

—Que sea o no atractivo no importa.

—Por supuesto que sí. Tienes veinticinco años y no recuerdo la última vez que has tomado en serio al sexo masculino. ¿A qué estás esperando?

«Al amor», se dijo Cassandra en silencio. Lexie había estado manteniendo una relación destructiva tras otra desde los diecisiete años. No sabía lo que era ser cauto en el amor.

Cassandra, la más joven de las hermanas Klein, era una experta en el arte de la cautela. También sabía lo que era la esperanza. ¿Cuántas veces le había contado su madre cómo había sido la primera vez que había visto al hombre con el que estaba destinada a pasar el resto de su vida? Sus miradas se habían cruzado en una cafetería llena de gente. Había sentido que se le aceleraba el pulso y un cosquilleo en el estómago. Se habían casado dos meses después. Un año más tarde había nacido Lexie. Con los años, aquella historia de amor a primera vista se había convertido en un cuento de hadas para Cassandra.

Llevaba desde los catorce años esperando sentir ese aleteo de mariposas en el estómago, pero había empezado a pensar que nunca llegaría. No habría cruce de miradas en una sala llena de gente. Ni cosquilleo en el estómago. No se sentiría enamorada nada más ver un rostro, ni se le entrecortaría la respiración al oír una voz.

Lexie se levantó y buscó algo en su bolso. Apareció con un manojo de llaves.

—Aquí tienes —le dijo a su hermana tirándole las llaves—. Por si quieres llevarte al maravilloso jeque a mi casa de la playa. No volveré allí hasta dentro de un mes.

—¿Adonde vas?

—A Grecia, con Stanley.

Cassandra se mordió el labio. No le gustaba Stanley Porter, el último novio de Lexie, pero ésta no la escucharía por mucho que la advirtiese.

—Ten cuidado.

—Eres tú la que debe tener cuidado. Tu jeque es un mujeriego.

—¿Cómo lo sabes, sólo has visto una fotografía de él?

—Por sus ojos. Tiene ojos de dormitorio. Estoy segura de que basta una mirada con esos ojos para que las mujeres caigan rendidas a sus pies.

Para la reunión inicial de aquella larde, Cassandra había elegido un austero traje gris, y llevaba el pelo largo recogido en una trenza. Los tacones eran bajos y cómodos. Aquella misión era la más importante de su carrera, y estaba dispuesta a aceptar el reto.

—Su Excelencia tiene la reputación de ser un playboy. Nada que yo no pueda soportar —dijo haciendo oscilar las llaves de la casa de la playa que Lexie tenía como resultado de su segundo divorcio—. No voy a necesitarlas.

Lexie no las recogió al pasar por delante de su hermana para dirigirse a la puerta. Cassandra vivía en un piso pequeño, que había elegido porque podía permitírselo y porque estaba a menos de diez minutos del edificio en el que estaba el ministerio de Asuntos Exteriores de Silvershire.

—Quédatelas, por si acaso. Quizás tengas suerte. Tengo condones en el armario del cuarto de baño, debajo del lavabo.

Cassandra se sintió tentada, por un momento, a tirar las llaves a la espalda de su hermana, pero aquél no era su estilo.